JOHN L. TONE
LA GUERRILLA
ESPAÑOLA
Y LA DERROTA
DE NAPOLEÓN
HISTORIA Y GEOGRAFÍA
Alianza Editorial
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA
DERROTA DE NAPOLEÓN
HISTORIA Y GEOGRAFÍA
ENSAYO
EL LIBRO UNIVERSITARIO
JOHN L. TONE
LA GUERRILLA
ESPAÑOLA Y LA
DERROTA DE
NAPOLEÓN
Versión de.
Jesús Izquierdo Martín
Alianza Editorial
Parte de esta obra ha sido adaptada y traducida de The Fatal Knot: the Guerrilla War
in Navarre and the Defeat of Napoleon in Spain, de John Lawrence Tone. O 1995
The University of North Carolina Press, publicada por cortesía del editor.
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegida por la Ley, que establece
penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjui-
cios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o
en parte, una obra literaria, artística O científica, o su transformación, interpretación o ejecución
artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la pre-
ceptiva autorización.
O John L. Tone 1999
O de la trad.: Jesús Izquierdo Martín, 1999
O Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1999
Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 28027 Madrid; teléf. 91 393 88 88
ISBN: 84-206-7946-1
Depósito Legal: M. 16.480-1999
Fotocomposición e impresión EFCA, 5. A.
28850 Torrejón de Ardoz (Madrid)
Printed in Spain
ÍNDICE
AGRADECIMIENTOS vasos i0nótariorri resi sozoPOsrraGorisoe0da Papesipcndoo aja meadapadadns
l., ¡BEMITO DELTA GUERRIDDA cocooiccnonorinairioercirincaniccdss As iancasión
INS LECIÓN ici ip id
Un pals de guild nori
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¿Quiénes eran los guerrilleros? .......ocininironieriririres
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2. INVASIÓN Y REVOLUCIÓN DE 1808 oococonononononononononononinonononoso
A A
Es DAA RS
39 ELDA dE MAYO ii IAS
4. La revolución urbana de 1808 ...ocooncnicnicnicnionocnonnorcnncancnnnos
€. BLCORSO TERRESTRE ¿otra qa iria
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3 LiTonta ls guerrillas ua isa ree pei
Ao ELE MPEG
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
EL FRACASO DE LA REVOLUCIÓN EN NAVARRA occcoccoroooaooss
L.. Zaragoza y Navarra cmo eee eneceeersertts
2. EguaguirTE.ommrenmncncnanenrerncnnenanss
3. La Diputación y la resistencia
LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS .........
1. Un país guerrillero
2. Nobleza y cohesión
3. La piedad y el clero
4. Pequeños campesinos y TeSISCONCIA cooccconnrannornnnrn ran nrrares arenas
5. Agricultura de subsistencia Y guETTA vscmoanronnrneneeneeecereeeeros
LA ECONOMÍA FORAL DE NAVARRA cocoronononcnncncoronennerenenenessos
1. Los fUerOS.cciococnonrorononennenannn ro rncanan acarrear rare near ne renace
2. Gobierno municipal y economía MOTA ...arcarornoennceereresss
EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN
l. Javier Mina
2. El terror ÉTaMCéS ..oooomcnnncnrnraninnncrn rene raras
3. Laldea..coooercocinonenconrnonenrarancnraneces re renenanacanss
IN
5. La construcción de la División de Navarra
6. La destrucción de la División de NavarTa oomaoccncnconeneronarnoss
EL REINO DE LA GUERRILLA .ccorincrocnono
1. El terror de Reille ................««.oo==e===="
2. La reconstrucción de la División
3. Laextensión de la guerra mmcmoconrornreresss
4. El pequeño 1eY cmnononornorecrneenes
5. El final de la guerta .occonccnncenncnnonennnenrnrnenennennen anne renen rene
POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA ooorarocornncannoneeneesererenrnemenrss
1. Exterminio e imperialismo fraNCés...maconmncnmenaneeroceneness-
2. La defensa de la Iglesia ....onrmromomeserrenrmrcensnnernesteneenss
3. Los fueros y el nacionalismo .aarcromonnmeneenerenerceneeeremeneesss
4. Guerras personaleS...mamommnnnreenereneeneeereesrreneemeneernrtnesss
5. Echauri y Corella responden a la ocupación caceres:
6. ¿Quiénes fueron los guerrilleros? ......armmsreeerseooss:
8
ÍNDICE
A e AAA III A 313
1, -Elasatio 2 da Ciudadela irnos sinesie ia cadriides 313
AAA A 321
APÉNDICE: CUADROS Y MADAS cccnccccoccnonancinccnncnananincnanenancnaacnanannns 331
BIBLIOGRAFÍA toca ous casara usais 341
INDICEONOMASTIC( icsoscooncci iria set 357
En memoria de mi amigo Bernard Paul Bellon
AGRADECIMIENTOS
Conseguí los datos que sirvieron como base para este estudio du-
rante varios y prolongados viajes a España y Francia con fines de
investigación. Mi primera incursión en los archivos españoles, en
1983, fue posible por el apoyo de la Institution for Latin Ameri-
can and Iberian Studies de la Universidad de Columbia. Después
el programa Fulbrigh me concedió una beca de investigación,
que me permitió, durante los años 1984-1985, completar una
parte sustancial de mi trabajo en los archivos de Madrid y Nava-
rra. Las subvenciones de la National Endowment for the Huma-
nities y de la American Philosophical Society, en 1990, hicieron
posible que pudiera trabajar en los archivos militares franceses en
Vincennes. Sin la generosa ayuda financiera de las cuatro entida-
des esta obra no hubiera sido posible.
Mi interés por la historia contemporánea de España y las gue-
rrillas españolas se inició por efecto de las lecciones de Edward
Malefakis en la Universidad de Columbia. A partir de entonces,
el profesor Malefakis se ha convertido en mi mayor apoyo, con-
tribuyendo con su ayuda a esta obra desde sus orígenes. También
he contraído una gran deuda con Robert Paxton e Isser Woloch
por sus valiosas lecturas críticas y su apoyo. En España, Miguel
13
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
Artola me dio el mejor de los consejos cuando me insistió en
centrar mi trabajo en los archivos notariales de Navarra, que
finalmente han producido los materiales más valiosos de este
libro.
No puedo olvidar el apoyo y amistad de mis colegas del Geor-
gia Institute of Technology y la ayuda de mis amigos en el Atlan-
ta Seminar on the Comparative History of Labor, Industrializa-
tion, Technology and Society. La estimulación intelectual
constante que me proporcionaron fue irremplazable. Desearía
también dar las gracias a Renato Barahona, Owen Connelly
y Michael Fellman por lo que aportaron con sus lecturas del
manuscrito.
Finalmente deseo también dar las gracias a mi mujer, Andrea
Tone, cuyo amor ha hecho posible todo lo demás.
14
CAPÍTULO 1
EL MITO DE LA GUERRILLA
1. Introducción
El 5 de febrero de 1812, el ejército guerrillero de Francisco Es-
poz y Mina inmovilizó en las montañas del este de Navarra a la
mejor fuerza contrainsurgente de Napoleón, los «Infernales» del
general Soulier. Los 4.000 hombres de Mina, la fuerza guerrillera
más colosal de España, atacaron a los 2.000 soldados de Soulier
cerca de la ciudad de Sangiiesa. Dos años antes, Mina habría du-
dado, incluso con una ventaja numérica de dos a uno, en hacer
frente a los veteranos franceses: sin embargo, en 1812 las tropas
de asalto de Soulier habían perdido su capacidad disuasoria. Los
navarros ya estaban tan acostumbrados a entablar batalla contra
fuerzas enemigas superiores que cuando llegaba la oportunidad
de enfrentarse a un número igual o inferior era, según se jactaba
Mina, como llevar a sus hombres de fiesta '. Sus soldados ataca-
ron con desenfreno, destruyendo un tercio de la columna de
Soulier y haciendo retroceder al resto hacia el valle del Ebro.
| Francisco Espoz y Mina, Memorias del General don Francisco Espoz y Mina, vol. 1,
p. 30.
15
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
Soulier reconoció el sentido de su derrota en el informe donde
escribió:
Mi columna ha perdido más de 600 plazas y no se halla en estado de
poderse batir con los insurgentes de Navarra. Confieso a V. E., en
honor de la verdad, que los Brigantes de este Reino merecen el
nombre de soldados aguerridos y pueden competir con los primeros
de nuestros ejércitos.
El mariscal Bessiéres, al mando de las tropas napoleónicas del
norte, estaba de acuerdo. Tras observar cómo Mina había conse-
guido controlar Navarra y el Alto Aragón en 1811, Bessiéres ad-
mitió que la División de Navarra se había fortalecido de tal
modo que incluso las mejores tropas del emperador tenían pro-
blemas para hacerles frente. La solución, tal y como la veía Bes-
sidres, estaba en abandonar toda Navarra —y quizás España
entera?,
En los cuatro años transcurridos desde la ocupación napoleó-
nica de España, gran parte del país había caído en manos de gue-
rrilleros como Mina, quienes parecían hacerse cada vez más po-
derosos a medida que las fuerzas de ocupación se debilitaban.
Ésta era la desmoralizadora realidad a la que se enfrentaban
hombres como Soulier y Bessiéres, los cuales habían creído fácil
la conquista de España. En la primavera de 1808, las tropas fran-
cesas habían ocupado muchas de las ciudades y fortalezas más
importantes del país casi sin efectuar un solo disparo y habían
aplastado sin dificultades la rebelión del Dos de Mayo en Ma-
drid. Los Borbones, con su ejército en desbandada, se vieron
obligados a abdicar, y Napoleón entregó España a su hermano
2 Existe un informe de ésta batalla en «El Resumen del segundo regimiento», Archi-
vo General de Navarra (en adelante AGN), Sección Guerra, legajo 21, carpeta 20. La
magnitud de la derrota se confirma en el informe del general Cafarelli del 5 de febre-
to de 1812, Archives de l'Armee de Terre (en adelante AAT), C8, 378, y en el efec-
cuado por el general Soulier que fue capturado por los insurgentes y reproducido en
Andrés Martín, Historia de los sucesos militares de la División de Navarra, vol. 2,
pp. 37-38. Véase también Hermilio Olóriz, Navarra en la Guerra de la Independen-
cia, pp. 168, 367-369.
16
EL MITO DE LA GUERRILLA
mayor, José. Los españoles, sin embargo, mostraron más resisten-
cia que su gobierno y su ejército. Con su capital ocupada, la fa-
milia real depuesta y gran parte de su elite gobernante cooptada
por el régimen bonapartista, los españoles formaron un gobierno
revolucionario, reclutaron un nuevo ejército e iniciaron la guerra
de liberación contra Francia. Los ingleses se aprovecharon de la
resistencia española para emplazar una fuerza expedicionaria en
Portugal y durante los siguientes seis años, las fuerzas inglesas,
portuguesas y españolas batallaron contra Francia en la península
Ibérica mientras que la mayor parte de Europa se postraba ante
Napoleón. Como más tarde observaría el mismo emperador, fue
la larga y costosa guerra de España la que le llevó a su propia per-
dición?,
Napoleón sacrificó 300.000 hombres en la península Ibéri-
ca. Para Francia, sin embargo, la carga de tener que mantener
una gran cantidad de tropas en la Península durante seis años
fue tan perjudicial como el número de bajas, Desde 1810 a
1812 Napoleón desplegó 400.000 hombres en España y Por-
tugal, y durante 1812 mantuvo en territorio hispano un ejér-
cito de casi 250.000. Por el contrario, las tropas inglesas de
Wellington nunca llegaron a sobrepasar los 60.000, mientras
que las fuerzas españolas y portuguesas, aunque numerosas,
estuvieron mal dirigidas y no constituyeron una amenaza real
después de 1809. Entonces ¿cómo pudieron evitar su destruc-
ción las tropas aliadas a manos del ejército napoleónico? La
respuesta a esta incógnita está en el hecho de que los aliados
nunca llegaron a enfrentarse al grueso del ejército napoleóni-
co. La mayor parte del tiempo, las tropas francesas no com-
batieron contra Wellington ni contra el ejército regular espa-
ñol. Antes bien, estuvieron asignadas en funciones de
ocupación de una España formalmente pacificada, donde in-
? Napoleón confesó en Santa Elena que «Esta desafortunada guerra [de España] me
ha perdido; ha dividido mis fuerzas, multiplicado mis esfuerzos, atacado mi morali-
dad... Todas las circunstancias de mis desastres están ligadas a este nudo fatal». Em-
manuel Las Cases, Mémorial de Sainte-Helene, vol. 1, pp. 609-610.
17
_ LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
surgentes como Mina amenazaron al régimen francés en sus
mismas raíces *.
Las guerrillas españolas obligaron a Napoleón a destinar a
cientos de soldados franceses en labores de ocupación, eliminan-
do así la superioridad numérica que el emperador tuvo sobre los
aliados. En el verano de 1811, por ejemplo, los franceses emplea-
ron 70.000 soldados en proteger las líneas de comunicación de la
zona de actividad guerrillera entre Madrid y la frontera con
Francia. Muchos de los hombres desviados hacia estas tareas pro-
cedían de las tropas que habían sido destinadas al mariscal Mas-
séna en uno de los momentos más críticos de la guerra. Masséna
perdió Portugal por carecer de soldados, mientras sus refuerzos se
dedicaban a perseguir sin ningún éxito a las guerrillas en Nava-
rra, Aragón y otras provincias septentrionales. No deben perder-
se de vista las consecuencias derivadas de la distribución militar
francesa en fortalezas, funciones de incautación, deberes de es-
colta y en unidades de contrainsurgencia en vez de emplear sus
fuerzas en hacer frente a las concentraciones aliadas. Fueron las
guerrillas, en simbiosis con los ejércitos regulares aliados, las que
destruyeron el régimen napoleónico en España e
' Se pueden comparar las 300.000 bajas francesas en la Península con las cerca de
400.000 ocurridas en Rusia. Casi un rercio de las vícrimas francesas en España y Por-
tugal fue resultado de barallas libradas contra los ingleses, el resto contra ejércitos es-
pañoles y, sobre todo, contra la guerrilla, Según el mariscal Masséna, en 1811 había
más de 406.348 soldados franceses en España, y Francia mantenía este nivel desde
mediados de la década de 1810. Se enfrentaron a casi 40,000 soldados ingleses, ayu-
dados por unos 23.000 portugueses. Incluso tras la retirada de tropas por parte de
Napoleón a fin de invadir Rusia, éste todavía mantenía 260,000 hombres en España.
Sobre el número de soldados y muertos, véase D, J. Goodspeed, The British Cam-
paigns in the Peninsula, y David Gates, The Spanish Ulcer: A History of the Peninsular
War, apéndice 2; y la correspondencia de Masséna que se custodia en el Archivo His-
tórico Nacional (AHN), Sección Estado, legajo 3003.
5 No resulta difícil citar otros ejemplos en los que las guerrillas alejaron a las fuerzas
francesas del «principal teatro» de operaciones. Wellingron contaba con 119.000
hombres en Vitoria cuando se enfrentó a los 68.551 franceses que estaban bajo el
mando de José. Sin embargo, había otros 60.000 soldados galos más a las órdenes del
mariscal Suchet en el este y en guarniciones en Vizcaya, Navarra, Aragón y Cataluña.
Gates, The Spanish Ulcer, pp. 138-44, 518-19, 521-22; José María Toreno, Historia
del levantamiento, guerra, y revolución de España, vol. 2, p. 190; Charles Oman, The
18
EL MITO DE LA GUERRILLA
Se ha sostenido que fue España la inventora de la guerra de
guerrillas. El vocablo guerrilla, que antes de 1808 describía esca-
ramuzas habituales efectuadas por destacamentos y unidades de
exploración del ejército regular, quedó modificado en la guerra
contra Francia para entrar, durante el siglo XX, en el léxico mili-
tar con su significado ya familiar: una guerra irregular de civiles
contra fuerzas de ocupación de un poder extranjero o de un régi-
men impopular. A mediados de 1809 era evidente que ni el ejér-
cito español ni el angloportugués podían expulsar a los franceses.
Los patriotas españoles habían aprendido, por tanto, a aceptar
las consecuencias de tener una población militarizada y se adhi-
rieron al nuevo tipo de guerra. El editorial de un diario animaba
a los jóvenes a alistarse en las guerrillas: «Desde hoy les habéis de
mostrar un nuevo vigor marcial, ayudado de un nuevo sistema
de guerra desconocido de la táctica moderna. Á estos guerreros
en grande es menester hacerles la petite-guerre, guerrillas y más
guerrillas...» “.
Las guerrillas provocaron el caos en las comunicaciones fran-
cesas y llevaron a cabo otras tareas de valor, tanto para las fuerzas
regulares inglesas como para las españolas. Los partisanos limpia-
ron los campos de espías y simpatizantes franceses y generaron
un constante flujo de información para los aliados”. Las guerri-
llas contribuyeron asimismo a la guerra psicológica, ya que los
franceses se vieron obligados a mantenerse en constante alerta,
mientras que los ejércitos aliados podían tomarse un descanso en
la seguridad de un campesinado vigilante. La guerra de guerrillas
fue para Francia una prolongada y desmoralizadora pesadilla. En
las regiones insurgentes, donde cada campesino era un guerrille-
ro en potencia, no había períodos específicos para la campaña ni
History af the Peninsular War, vol. 3, p. 484; Don Alexander, Rod of Iron: French
Counterinsurgency Policy in Aragon during the Peninsular War, pp. 220-21.
6. La centinela de la patria, núm. 2, 3 de julio de 1810 en AHN, Estado, legajo 3003.
7 Correspondencia del general Cartaojal, AHN, Estado, legajo 42, núm. 2. Por
ejemplo, el servicio de inteligencia guerrillero cambió el curso del sitio de Ciudad
Rodrigo, 1812. Véase Salvador Llopis, Un héroe inédito: páginas nuevas de los sitios de
Ciudad Rodrigo y de la Guerra de la Independencia, 1963.
19
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
refugio seguro ni treguas ni descanso, Este terror constante con-
virtió la guerra española en una empresa única de desgaste para
los ejércitos de Napoleón y terminó con su efectividad en los
campos de batalla. En la guerra de guerrillas, las tropas de ocupa-
ción se desmoralizaban con rapidez al tiempo que el ánimo des-
cendía notoriamente entre los soldados franceses de España.
Además, los nuevos reemplazos carecían del entrenamiento y la
experiencia suficientes para igualarlos a las endurecidas fuerzas
insurgentes. A medida que la lucha en España se eternizaba, los
franceses se enfrentaban a un movimiento guerrillero cada vez
más enaltecido, forjado durante años de combate e infundido
por la confianza que daba el entrenamiento casi diario de las pe-
queñas victorias. En 1811 las mejores fuerzas guerrilleras podían
enfrentarse a un número similar de soldados franceses y derrotar-
los en el campo de batalla. Probablemente sean exageradas las es-
timaciones generales que poseemos sobre las bajas francesas pro-
vocadas por los insurgentes; sin embargo, parece evidente que las
guerrillas causaron a los franceses «más daño que los ejércitos re-
gulares»*.
No obstante, el éxito de la guerra de guerrillas no sólo es
mesurable por el número de batallas ganadas o por los efectos
derivados del espionaje y del terror. La guerra de guerrillas tiene
que ver, sobre todo, con el control de los frutos producidos por
la economía agraria. En España, las guerrillas negaron al enemi-
go una relación pacífica y sistemática con la mayor parte del
agro, convirtiendo la recaudación de impuestos en una labor es-
porádica y costosa y, en algunas áreas, realmente imposible,
Para vivir sobre el terreno, como requerían la estrategia de Na-
poleón y las crecientes dificultades económicas de Francia, las
tropas imperiales debían dispersarse, lo que las hacía no sólo
vulnerables a cualquier ataque de la guerrilla, sino también inú-
tiles para hacer la guerra regular contra las concentraciones alia-
K Sébastien Blaze, Mémoire d'un aide-major sows le Premier Empire, p. iv. Un oficial
francés escimó que las guerrillas habían dado muerte a 180.000 galos, si bien esta ci-
fra resulta, con toda probabilidad, demasiado elevada. Auguste Julien Bigarré, Mé-
moires du général Bigarré, aide de camp du roi Joseph, 1775-1813, p. 278.
20
EL MITO DE LA GUERRILLA
das. Para enfrentarse a las guerrillas o para luchar contra los
ejércitos aliados, los franceses se veían obligados a reunificar sus
tropas, lo que rompía sus contactos con la economía agraria.
De este modo, Napoleón no consiguió en la guerra contra Es-
paña los mismos rendimientos obtenidos en otras partes de
Europa. La debilidad de la descapitalizada economía francesa
hizo que sus ingresos dependieran de la fuerza extraeconómica,
lo que la convirtió en una adicta a la conquista. Sin embargo,
la guerra de guerrillas alteró el equilibrio militar que permitía
que la metrópolis imperial se saciase del resto de Europa y con-
virtió la ocupación de España en una carga permanente para
Francia.
A pesar de la contribución de las guerrillas a la derrota de Na-
poleón, ha sido escasa la investigación dedicada a analizar la
identidad de los guerrilleros y sus motivos para emprender la lu-
cha. Es más, en Gran Bretaña, Francia e incluso España, los his-
toriadores han ignorado a los guerrilleros o se han contentado
sólo con presentarlos como caricaturas heroicas o infames de
gente de carne y hueso. El resto de este capítulo intentará expli-
car las causas de esta carencia.
2. Un país de guerrillas
Agustina de Aragón fascinó a sus contemporáneos, a los que su
historia les resultaba muy cercana. El 2 de julio de 1808, los
franceses estaban a punto de invadir Zaragoza, abandonada unas
semanas antes por su comandante militar, José Palafox. Tras ma-
tar a todos los soldados que servían la batería del Portillo, los
franceses asaltaron la posición. En aquel momento, Agustina se
interpuso entre ellos y la victoria tomando una antorcha de la
mano de uno de los soldados muertos con la que disparó un ca-
ñón de 10 kilos contra las sorprendidas tropas francesas. Otros
ciudadanos armados se precipitaron hacia la brecha y, finalmen-
te, Zaragoza consiguió resistir. Agustina se convirtió en oficial de
artillería del ejército español y adquirió gran celebridad en Euro-
21
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
pa. Sin embargo, la fascinación mostrada hacia Agustina por la
generación de la guerra fue más allá de la simple curiosidad por
la existencia real de aquella «mujer varonil». Hombres de Estado,
como el zar Alejandro, y nacionalistas románticos, como lord
Byron y Friedrich Schlegel, vieron en Agustina y en la defensa de
Zaragoza un signo de que algo nuevo estaba sucediendo en el
mundo: el surgimiento de un nacionalismo poderoso y orgánico
capaz de movilizar a hombres, mujeres y niños contra Napo-
león?.
Esta visión de España como nación unida en armas surgió de
sus líderes políticos revolucionarios, hombres que, como el con-
de Toreno, escribieron sobre la resistencia: «A porfía las mujeres
y los niños, los mozos y los ancianos, arrebatados de fuego pa-
trio, llenos de cólera y rabia, clamaron unánime y simultánea-
mente por pronta, noble y tremenda venganza» '”. Los hombres
que habían conseguido dominar la España no ocupada en 1808
carecían de los derechos legales para gobernarla, por lo que se
vieron obligados a adoptar el lenguaje de la Ilustración y a con-
cebir su poder como derivado de la voluntad popular. La Junta
Central comparaba con orgullo el ardor nacional de los españo-
les con la conducta egoísta de otros pueblos europeos, y afirmaba
que «sólo un insensato puede desconocer en este movimiento tan
universal y magnánimo la voluntad de una Nación entera». Para
los revolucionarios, Agustina parecía una Marianne* de carne y
hueso, y España la primera nación en armas que había superado
Y Sobre Zaragoza, véase Agustín Alcaide Ibieca, Historia de los dos sitios que pusieron
a Zaragoza en los años de 1808 y 1809 las tropas de Napoleón. Byron escribió sobre
Agustina en su poema épico, Childe Harold, Londres, 1812-18. Sobre la influencia
de la guerra de España en Schlegel, el príncipe Juan y otros nacionalistas alemanes.
véase Walter Consuelo Langsam, 7he Napoleonic Wars and German Nationalism in
Austria, pp. 51, 70-71, 114, y F. Gunther Eyck, Loyal Rebels: Andreas Hofer and the
Tyrolean Uprising of 1809, pp- 57, 101. En relación a la admiración de Alejandro ha-
cia los españoles, véase Carlos Ibáñez Ibero, Episodios de la Guerra de la Independen-
cia, p. 31.
10 Toreno, Historia del levantamiento, vol. 1, p. 186.
* En Francia, Marianne fue la imagen femenina de la nación construida colectiva-
mente durante la Revolución (N. del T.).
22
EL MITO DE LA GUERRILLA
históricamente y derrotado militarmente a la ficticia nación sur-
gida de la Revolución de 1789".
Los líderes políticos españoles parecían estar de acuerdo en
que casi toda la nación se había levantado para expulsar a Napo-
león, y consideraban que la guerra de guerrillas era la expresión
más elevada de un unánime nacionalismo, de un impulso ins-
tintivo de combatir a los franceses. Los liberales consideraban
que la resistencia era una batalla que se libraba no sólo contra
Francia, sino también contra toda forma de gobierno arbitrario y
en favor de los ideales liberales que encarnaba la Constitución de
1812. Consideraban que los acontecimientos de 1808-1814 ha-
bían sido un eslabón más de la cadena de revoluciones atlánticas
que habían recorrido Holanda y Francia, partiendo de América
del Norte, para llegar a España y retornar finalmente a Sudamé-
rica, una vez cruzado el océano Atlántico '?. Por el contrario, los
conservadores afirmaron que la nación había combatido en el
nombre de Dios, el rey y la patria contra todo lo que había sido
revolucionario, particularmente si había procedido de Francia '%.
1 La proclama citada procede del AHN, Estado, legajo 13, núm. 1. La rerórica na-
cionalista fue especialmente estridente durante los meses de optimismo, entre julio y
diciembre de 1808. Otra afirmaba: «¿Te parece que ser español es, como ser francés,
italiano, holandés, bárbaro, polaco, wesfaliano, saxón? Más breve: ¿ser un esclavo, un
collón, una bestia?». AHN, Estado, legajo 13, sin numerar. Manuel Quintana, poeta
y editor del periódico liberal, El semanario patriótico, investigó el mismo contraste
entre la «nación» española y otros Estados europeos: «Si la Francia estuviera regida
por leyes —escribía— no estaría atormentando a Europa: si las Naciones, a quienes
ha asaltado en su delirio, hubiesen sido verdaderamente Naciones, la hubiesen fácil-
mente contenido: embistió en España con un gobierno estragado y corrompido, y le
devoró». El seminario patriótico, núm. 9, 27 de octubre de 1808,
12 El 19 de noviembre de 1808, la Junta Central felicitó a los españoles por haber
terminado, junto con la ocupación francesa, con «la arbitrariedad mortífera que inte-
ríormente os consumía. Bastante ha durado en España, por desgracia nuestra, el im-
perio de una voluntad siempre caprichosa y las más veces injusta ... tiempo es ya de
que empiece a mandar la voz sola de la ley fundada en la utilidad general». AHN, Es-
tado, legajo 13, núm. 3. Otra proclama del 28 de octubre de 1809 afirmaba: «Por
una combinación de sucesos tan singular como feliz, la Providencia ha querido, que
en esta crisis terrible no pudiescis dar un paso hacia la independencia, sin darle tam-
bién hacia la libertad», AHN, Estado, legajo 12, núm. 11.
13 Constúltense las proclamas y sermones impresos, en donde hay uno que incluso
compara a Fernando VII con Moisés, en AHN, Estado, legajo 13. Este nacionalismo
23
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
Esta percepción nacionalista y conservadora de la guerra fue he-
gemónica en el siglo XIX tanto en España como fuera de ella,
donde recibió el apoyo de Karl von Clausewitz y Henri de Jomi-
ni. los dos escritores más influyentes sobre temas militares de la
era '%. Los intelectuales decimonónicos, obsesionados con el pro-
blema del carácter español, añadieron a la tríada usual de moti-
vos (Dios, rey y patria) la supuesta naturaleza conservadora, indi-
vidualista y belicosa del pueblo español. Por ejemplo, Enrique
Rodríguez-Solís creía que los españoles eran propensos, por na-
turaleza, a la guerra, y José Gómez de Arteche, el mejor historia-
dor sobre temas militares de la guerra, pensaba que sus compa-
xenófobo puede apreciarse en la obra de Antonio Capmany, quien alentó a los espa-
ñoles para que repudiaran todo lo que «apestando a francés» y retornaran a la lengua,
religión, costumbres y vestimentas de los viejos tiempos. Antonio Capmany y de
Montpalau, Centinela contra los franceses, p- 18. El milagrero Diego de Cádiz, que
denominaba a los franceses «hijos de Lucifer», consideraba que la guerra cra una cru-
zada contra demonios galos, tales como la democracia. Diego de Cádiz, El soldado ca-
tólico en la guerra de religión, pp. 6-7. Este odio contra Francia no sólo fue una res-
puesta a la Revolución, a Napoleón o al demoníaco gobierno de «luces» profrancés
de Godoy, como se ha sugerido sobre todo en la obra famosa de Richard Herr,
«Good, Evil, and Spain's Rising against Napoleon», en Richard Herr y Harold
T. Parker, eds., Ideas in History: Essays Presented to Louis Gottschalk, 1965, pp. 157-
81. Por el contrario, un siglo de penetración cultural francesa había dado lugar a una
reacción antigala en la mayoría de los Estados europeos, incluso antes de 1789. Por
ejemplo, el creciente uso de la lengua francesa en Alemania en la década de 1770 ins-
piró el famoso dicho de Johann Herder «escupir sobre ese verde limo del Siena»,
mientras que la expansión de las usanzas francesas creó en Austria una moda inclina-
da por los vestidos tiroleses. Conor Cruise O'Brien, «¿Nationalism and the French
Revolution», en Geoffrey Best (ed.), The Permanent Revolution: The French Revolu-
tion and lts Legacy, 1789-1989, pp- 17-48. La xenofobia española estaba, por lo tan-
to, encauzada con firmeza en la corriente £uropea.
1 Sobre los románticos españoles y la guerra, véase José Luis Abellán, Historia crítica
del pensamiento español, vol. 4, caps. 4-7. Incluso en Inglaterra, donde lo normal fue
que cualquier crédito concedido a España para la liberación de la Península se diese
de mala gana, la «guerra del pueblo» encontró su defensa literaria en el poema de Ro-
berr Southey, History of the Peninsular War, 1823. Jomini, quien derestaba la guerra
moderna, escribió: «Como militar que prefiere la guerra leal y caballeresca antes que
el asesinato organizado, confieso que, si pudiera escoger, yo preferiría el buen tiempo
en que los guardias franceses € ingleses se invitaban cortésmente a hacer fuego prime-
ro, como tuvo lugar en Fontenoi, que la época espantosa en que los curas, las muje-
res y los niños organizaban sobre todo el suelo de España el asesinato de soldados aís-
lados». Henri Jomini, Précis de l'art de la guerre, p- 83.
24
EL MITO DE LA GUERRILLA
triotas se habían levantado unánimes en defensa de la religión y
del rey por su inherente conservadurismo y destreza para la gue-
rra, desarrollada en el largo conflicto contra los musulmanes '”.
Ángel Ganivet expresó ideas similares en su popular Idearium es-
pañol. Empleando la alquimia nacionalista según la cual las pro-
piedades efímeras se transformaban en cualidades atemporales e
innatas, Ganivet explicó que los españoles eran, por su tempera-
mento, los mejores guerreros, pero los peores soldados. La men-
talidad del español se ajustaba a la guerra anárquica e individua-
lizada, pero jamás a la organización. El individualismo del
pueblo español, según Ganivet, procedía de la situación peninsu-
lar de Iberia y de la misma tierra española. Así pues, la litología
había creado a la guerrilla y explicaba el éxito del pueblo español
en su guerra contra Napoleón '*.
Los investigadores del siglo XX han destacado también los
motivos conservadores y religiosos de la resistencia y su enraiza-
miento en el «carácter nacional» de España '”. Francisco Solano
15 Enrique Rodríguez-Solís, en una obra más útil para la historia del período en que
se redactó que para la guerra misma, escribió: «Al nacer el español nació el guerrille-
ro.» Los guerrilleros de 1808, historia popular de la guerra de la independencia, vol. 2,
p. 27; José Gómez de Arteche y Moro, La Guerra de la Independencia, vol. 1, pp. 9-
12, 20. Véase también el artículo de Gómez de Arteche «Juan Martín el Empecina-
do,» en La España del siglo XIX. En el mismo volumen, el marqués de San Román teo-
rizó que el «guerrillerismo» innato de los españoles rezumaba de la tierra. Orro
historiador consideraba que fue el sol vigoroso el que había engendrado al belicoso
pueblo español. Manuel Pardo de Andrade, Los guerrilleros gallegos de 1809, p. 55.
16 Ángel Ganivet, /dearium español. La idea de que el soldado español, debido a sus
arraigadas cualidades tribales, era mejor en el combate guerrillero que en la guerra re-
gular se hizo tan popular que Manuel Azaña tuvo que defender durante la Guerra
Civil el desmantelamiento del ejército regular en favor de la creación de grupos gue-
rrilleros que, siguiendo el consejo de Ganivet, se podrían esconder en las montañas
antes que enfrentarse en combate abierto con las tropas franquistas. Manuel Azaña,
«Discurso en el ayuntamiento de Valencia», Los españoles en guerra, pp. 35-36. El ím-
petu de los españoles en la guerra de guerrillas no se extendió a la guerra de España
en Cuba, donde las guerrillas cubanas demostraron su efectividad contra las tropas
regulares españolas. Sin embargo, los mitos nacionalistas no tienen que ser consis-
rentes para ser efectivos. Debe destacarse que la identificación con la raza, la tierra, el
clima y con otras fuerzas naturales para explicar el «carácter nacional» fue generaliza-
da durante el siglo XIX,
17 José María Iribarren, Espoz y Mina, el guerrillero, p, 108, describió las guerri-
25
_ LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
Costa pensaba que el «guerrillerismo» era una parte integral, si
bien desafortunada, de la psicología española. Miguel Artola ha
sostenido que la mayoría del pueblo español apoyó sin distinción
el absolutismo, y Antonio Ramos Oliveira escribió que «la na-
ción española se levantó en masa contra el invasor» y «derramó
su sangre a raudales por el rey, la religión y la nación» 18, Obras
muy recientes siguen todavía en esta tradición. Por ejemplo, una
historiadora española describió la guerra en 1992 como «una su-
blevación de carácter nacionalista» y España como el primer país
en emprender «una guerra nacional» contra Napoleón '”.
Este discurso conservador sobre la guerra y sobre los motivos
del pueblo que combatió en ella ha dado lugar a una poderosa, y
2 veces sin sentido, polémica contra las instituciones y valores li-
berales 2. Los conservadores han sostenido que el liberalismo es
una importación exótica que no se ajusta al carácter español, y
han utilizado como apoyatura el levantamiento instintivo de la
«nación» en 1808 en defensa de Dios, el rey y la patria. Como
llas navarras como «bandas, indisciplinadas y celribéricas», doble representación equí-
voca de los hombres de Mina, dado que ni eran indisciplinados ni especialmente
«celtíberos».
1% Francisco Solano Costa, El guerrillero y su transcendencia; Miguel Artola, Los
afrancesados, p. 61; Antonio Ramos Oliveira, Politics, Economics, and Men of Modern
Spain, pp. 21-25. Otras afirmaciones ya clásicas sobre la guerra nacional, unánime y
conservadora pueden consultarse en José María Jover Zamora, «La Guerra de la
Independencia española en el marco de las guerras curopeas de liberación (1808-
1814)», en La Guerra de la Independencia española y los sitios de Zaragoza.
'% María Cruz Figueroa Lalinde, La Guerra de la Independencia en Galicia, pp- 36,
159, Esta retórica nacionalista no se limita sólo a los historiadores españoles. Un his-
toriador norteamericano sobre temas militares ha declarado recientemente que la
guerra española representó una «toma de armas generalizada de la nación», caracteri-
zando además la resistencia de «omnipresente» y motivada por el amor al rey y la
iglesia. Anthony James Joes, Guerrilla Conflict before The Cold War, p. 93,
2% Han sido pocas las excepciones a la línea general expuesta aquí. Juan Mercader
Riba destacó que el alcance de la resistencia se debía más a motivos personales que a
problemas tan grandiosos como el nacionalismo. Asimismo puso de manifiesto el
grado alcanzado por la colaboración o neutralidad de los españoles. Juan Mercader
Riba, José Bonaparte, Rey de España, p. 6. Véase también su Barcelona durante la ocu-
pación francesa. Otra excepción reciente es el libro de Charles Esdaile. 7he Wars of
Napoleon, donde el autor sostiene que ningún Estado europeo debería ser considera-
do como una nación en armas.
26
EL MITO DE LA GUERRILLA
sostendré, esta interpretación de la resistencia no corresponde a
la naturaleza de las guerrillas (por no mencionar a la de los espa-
ñoles en general). En términos historiográficos, esta malinterpre-
tación ha tenido consecuencias todavía más desafortunadas al
obviar la necesidad de investigar en detalle la guerra de guerrillas.
Al considerar que virtualmente todos se alzaron en defensa del
viejo régimen, los especialistas se han visto poco incentivados
para preguntarse sobre detalles tales como quién y por qué se
combatió. El resultado ha sido que, por regla general, la historia
de la guerra sólo describe a grandes rasgos las guerrillas, lo que
acaba configurando un cuadro inadecuado, y a menudo dema-
siado atractivo, de los insurgentes, Lo que hace que estos resulta-
dos historiográficos sean todavía peores es que los investigadores
ingleses y franceses tampoco se hayan enfrentado al problema de
la resistencia española, si bien su fracaso obedece a razones bien
diferentes.
3. Bandidos y desertores
En el Reino Unido nunca ha existido gran interés por los insur-
gentes españoles. La razón es simple. Los combatientes británi-
cos opinaban que eran ellos, y no los españoles, los que eran dig-
nos de los laureles de la victoria en España. Y tenían motivos
para opinar así. Las tropas españolas que lucharon con Welling-
ton a menudo lo hicieron mal, mientras que los británicos guar-
daron poca relación o tuvieron escaso conocimiento de los ver-
daderos centros de resistencia guerrillera en el norte de España.
Las partidas guerrilleras con las que se encontraron en España
occidental eran pequeñas, con frecuencia no más grandes que las
bandas de desertores y bandidos cuyo valor militar era marginal ”.
21 Charles Esdaile ha sostenido que las partidas estaban compuestas principalmente
por desertores y bandidos, y que perjudicaron a la causa aliada al detraer poco a poco
personal del ejército español y al indisponer a los civiles. Esdaile, «Spanish Guerrillas:
Heroes or Villains?». Esta línea de razonamiento, que repite la misma idea de los ofi-
ciales del ejército regular español de aquel período que envidiaban y temían a las gue-
27
_LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
En las mentes de los combatientes británicos era incuestionable
que eran ellos, antes que los guerrilleros, los que tenían reservado
el honor de la liberación de España. Según George Gleig, los
guerrilleros que vio en los Pirineos occidentales en 1813 «eran de
apariencia vil y poco caballerosa», uN defecto básico para los ni-
veles medios de un oficial inglés, «y parecían tener poca o ningu-
na autoridad sobre sus hombres». Los soldados españoles que
Gleig se encontró «estaban llenos de fanfarronería y no perdían
ocasión en demostrársela, con aires absurdos, como si su valor
hubiera liberado España y destronado a Napoleón» ”. De la mis-
ma forma, los primeros historiadores anglófonos de la guerra no
dudaron de que habían sido los británicos los que habían ganado
la guerra. William Napier, por ejemplo, escribió que las guerri-
llas, que él relacionó con las «lívidas manchas y erupciones» que
aparecieron en el cuerpo de España cuando su fuerza vital se
hubo agotado, resultaban inútiles cuando se las aislaba de los
ejércitos británicos ”. En la cosmología de los observadores britá-
nicos, sólo Wellington tenía la fuerza necesaria para hacer caer la
estrella de Napoleón. Compartir con los campesinos españoles
parte de la hazaña resultaba impensable”.
Desafortunadamente, esta vieja polémica continúa ejercien-
do su influencia sobre los especialistas que trabajan sobre la
Guerra de Independencia, especialmente sobre los que se dedi-
rrillas, es errónea. Los ejércitos de España no se hundieron porque sus hombres
desertasen en favor de las guerrillas; si sus hombres desertaban a las guerrillas era de-
bido al colapso de los ejércitos españoles. Un gran número de aquellos soldados sólo
eran desertores en el sentido de que ansiaban victorias y sobrevivir, y no derrotas y
muerte. En cualquier caso, la guerrilla realmente importante, tal y como la de Juan
Martín y Mina, sólo contaba con un escaso número de los denominados desertores.
2 George Robert Gleig, The Subaltern, p. 369.
3 William Napier, History of the War in the Peninsula and in the South of France,
val. 1, p. iv; vol. 2, pp. 127-29, 331, 349; vol. 3, p. 269.
2 Charles Oman, cuyo trabajo recientemente reimpreso sigue siendo la historia mi-
litar más común en lengua inglesa, no ignoraba completamente las acciones de los
ejércitos regulares españoles y de las guerrillas; sin embargo, pensaba que el combate
fuera del teatro de operaciones de Wellington «nunca ejerció mucha influencia» en el
resultado de la guerra. Oman, 7he History of the Peninsular War, vol. 2, p- 1; vol. 3,
p. 461.
28
EL MITO DE LA GUERRILLA
can a la historia militar. En este sentido, algunos estudios re-
cientes de la guerra escritos en inglés han explicado la derrota
francesa en España como resultado de la ausencia de Napoleón
en persona y del genio de Wellington, sin tener en considera-
ción el impacto del ejército regular español y de las guerri-
llas. La principal literatura inglesa no tiene interés por pre-
guntarse sobre quiénes eran los guerrilleros y qué era lo que los
inspiraba. En el mejor de los casos, parece que fueron bandi-
dos sociales y en el peor, meros criminales, aunque de todas
formas resulte en gran medida irrelevante para el resultado de
la guerra.
4. La mayoría fanática
La comprensión francesa de la guerra española sufrió su propia
deformación. Si al principio los propagandistas galos minusvalo-
raron a los guerrilleros, considerándolos meros bandidos, los
combatientes franceses no tardaron mucho tiempo en darse
cuenta de la seriedad de la insurgencia . No obstante, por razo-
nes políticas y psicológicas, los oficiales y soldados franceses no
percibían a las guerrillas como lo que realmente eran, sino como
lo que necesitaban que fueran. Al igual que el discurso genocida
republicano sobre la Vendée, creían ver guerrilleros detrás de
cada arbusto y consideraban enemigos a las mujeres y niños es-
pañoles. Evidentemente, esta interpretación de las guerrillas hun-
% Todavía puede encontrarse el viejo argumento según el cual la salvación de Espa-
ña no procedió de las guerrillas, sino de Wellington. Véase, por ejemplo, Esdaile,
The Wars of Napoleon, p. 139. Esdaile sostiene el mismo argumento en otras dos
obras The Spanish Army in the Peninsular War, pp. 125, 141-43, 163, y The Duke of
Wellington and the Command of the Spanish Army, pp. 117-118. Las guerrillas siem-
pre funcionaron mejor en simbiosis con tropas regulares, y es claro que, sin Welling-
ton (y sin el ejército regular español), las guerrillas no hubieran podido ser ran efecti-
vas. Aunque esta afirmación ya no suscite controversias, lo contrario es igualmente
cierto: sin las guerrillas, Wellington probablemente habría fracasado.
*% Véanse los comentarios de la propaganda francesa en Albert Jean Rocca, Memoirs
of the War of the French in Spain, pp. 194-95.
29
_ LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN ]
día sus raíces en la resistencia generalizada, si bien fue construida
para justificar la utilización sistemática del terror contra ciudada-
nos de todas las edades y sexos 2. El mariscal Soult, por ejemplo,
creía estar luchando contra «la nación entera: todos los habitan-
tes, hombres, mujeres, niños, ancianos y sacerdotes, estaban en
armas, las aldeas abandonadas, los desfiles custodiados» 28 Y uno
de los oficiales a las órdenes de Soult coincidía con él y pensaba
que la solución debía pasar por «una guerra de exterminio» ”.
Para explicar la hostilidad generalizada que los franceses
imaginaban en España, se adscribieron ciertos caracteres a toda
la población: los españoles eran fanáticos dirigidos por curas,
un pueblo inferior demasiado ignorante para comprender que
José Bonaparte era mejor para España que el absolutismo bor-
bónico. Esto explica la obsesión francesa por el lugar que la
religión y el clero ocuparon durante la guerra. Y que algunos
llegasen tan lejos como para creer que la resistencia estaba diri-
gida por curas y monjes *. El papel que la Iglesia tuvo es com-
plejo y será considerado más tarde, Por ahora, merece la pena
destacar que los franceses tuvieron motivos suficientes para
exagerar la función del clero con fines propagandísticos. El an-
ticlericalismo violento fue uno de los legados más enérgicos
que la Revolución dejó al imperio. Considerar a España como
una nación de fanáticos religiosos era una buena estrategia para
desacreditar la resistencia española, elaborada por aquellos que
retornaban a sus hogares en Francia. Por consiguiente, los in-
Y Raynald Secher, Le Genocide Eranco-Frangais: la Vendée Vengée.
2% Jean Nicolas Soult, Mémoires du Maréchal Soult. Espagne et Portugal, p. 68.
22 Louis Florimand Fantin des Odoards, Journal du Général Fantin des Odoards; éta-
pes d'un officier de la grande armée, 1800-1 830, p.211.
3% Como ejemplo puede consultarse el «Résumé des Opérations» del general Duhes-
me desde junio a diciembre de 1808, cuando fue repelido de Gerona por insurgentes
de los que pensaba estaban a las órdenes de monjes. AAT, C8, 7. Las impresiones de
Duhesme no se sostienen contra lo que hoy sabemos sobre la resistencia mostrada en
Gerona por parte de sus habitantes. Por ejemplo, Pedro Espraeckmans, Diario del si-
tio de Gerona en el año de 1802 por el séptimo cuerpo del exército francés. El mariscal
Jourdan escribió en los mismos términos sobre los monjes de Zaragoza, los cuales
con «un crucifijo en la mano y un puñal en la otra marchaban a la cabeza de las tro-
pas...» Jean-Baptiste Jourdan, Mémoires Militaires du Maréchal Jourdan, p. 57.
30
EL MITO DE LA GUERRILLA
formes relativos a España y escritos por toda una generación
de militares se concibieron merced a una dosis continuada de
anuclericalismo que constantemente exageró el papel del clero
español ”'.
La clerofobia de los oficiales imperiales y su tendencia a ver
enemigos armados por doquier, incluidos niños y mujeres, llegó
a consolidarse en la historiografía. Maximilien Foy se lamentaba
de que la influencia clerical había hecho imposible que los espa-
ñoles se convencieran de que la conquista por «un pueblo más
civilizado» era por su propio bien *, Georges Desdevises du De-
zert pensaba que España se había levantado al unísono y que el
clero había sido «el alma de la defensa nacional» *. Existen inclu-
so trabajos muy recientes que adoptan esta perspectiva. Jean
Thiry escribió un libro extrañamente bonapartista en el que cali-
ficaba al imperio de modernizador al tiempo que tildaba a la re-
sistencia española de antimoderna. Georges Roux repitió la vieja
afirmación según la cual el clero español fue la perdición de
Francia, a la vez que la famosa historia que escribió Jean-René
Aymes trataba el levantamiento español como una guerra apa-
rentemente unánime y dirigida por monjes en defensa de la reli-
! Sobre este aspecto son interesantes las reflexiones de Las Cases, Mémorial de Sain-
te-Hélene, vol. 2, pp. 774, 777, 779. La propaganda francesa no fue siempre con-
sistente. En este sentido, los franceses describieron a veces a las guerrillas no como
una fanática mayoría española, sino como un grupo de criminales seducidos por el
oro británico. Así por ejemplo, el Senado francés explicó a los parisienses en las pági-
nas del Moniteur que «el oro corruptor de los Ingleses ... ha logrado el triunfo ver-
gonzoso de envolver a la España en la guerra civil...», Reimpreso en El semanario pa-
triótico, núm. 7, 13 de octubre de 1810.
% Foy concluía con generosidad, «A las naciones no se les puede hacer el bien pese a
ellas». Maximilien Sébastien Foy, Histoire de la guerre de la péninsule, vol. 4, p. 25. El
tema de la carencia de civilización en España fue especialmente popular en los auto-
res franceses. Sobre las guerrillas, uno escribió: «Fue el desenfreno de la pasión, el ol-
vido de las leyes de la humanidad, el desconocimiento de las reglas de la disciplina
militar, el desprecio de la autoridad, la satisfacción desenfrenada del amor propio.
Las costumbres, el clima, el fanatismo inspiraron procedimientos de resistencia sin
misericordia...». Charles Alexandre Geoffroy de Grandmaison, L'Espagne et
Napoleon, vol. 3, p. 215.
$ Georges Desdevises du Dezert, L Espagne de l'Ancien Régime, vol. 1, p.78, vol. 3,
p.215.
31
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
gión 34 Y sólo unos años antes, Jean-Louis Reynaud recapitulaba
sobre esta percepción francesa de la resistencia como «la insurrec-
ción de todo un pueblo, una verdadera cruzada», denominando
a los españoles «un pueblo de doce millones de almas, fanatizado
por su clero» 35, De este modo, los historiadores franceses situa-
ron de pleno a la resistencia española en la leyenda negra de fero-
cidad, inferioridad y resistencia hispanas frente a modernidad.
Resulta paradójico que esta visión no sea más que la cara opuesta
de la interpretación española nacionalista de la guerra, salvo que,
donde los franceses veían fanatismo e ignorancia, los españoles
percibían piedad y lealtad a Fernando VII. Ambas interpretacio-
nes se construyeron sobre la ahora insostenible proposición de
que, para bien o para mal, el imperio encarnaba modernización
y liberalismo. En todo caso, la Francia napoleónica representó el
fracaso económico y la reacción política, y actualmente son mu-
chos los que piensan que la historia del período republicano y
del imperial fue la antesala del totalitarismo del siglo xx?.
34 Jean Thiry, La Guerre D'Espagne, Georges Roux, Napoléon et le Guépier Espagnole,
Jean-René Aymes, La Guerre d'Independence Espagnole, 1808-181 4. Aymes adoptó en
esencia la visión española tradicional de la guerra como cruzada en favor de Dios, el
rey y la patria; sin embargo, como otros autores franceses, destacó inevitablemente vel
preminente papel jugado, junto a los obispos y los curas, por los monjes». Ibíd., p- 39.
55 Jean-Louis Reynaud, Contre-Guerilla En Espagne (1808-1814). Suchet pacifie
['Aragon, pp. 31-32. Al adoptar la fórmula tradicional española, Reynaud escribió
(p. vi): «Cuando en el mes de mayo de 1808, el pueblo español entero se subleva
para defender a su rey, Su religión y su tierra, los franceses están estupefactos».
36 Sobre la regresión económica y política del imperio véase Louis Bergeron, £ episo-
de napoléonien. Aspects intérieurs, 1799-1815. Incluso la fusión llevada a cabo por el
Imperio de todo el pueblo francés en una sola nación (a veces considerado como su
mejor consecuencia) tiene más de retórica que de realidad. Véase Eugene Weber,
Peasants into Erenchmen: The Modernization of Rural France. Ahora es claro que, de
hecho, el nacionalismo patriótico sirvió pobremente al Estado francés, especialmente
cuando llegaba el momento de recaudar impuestos y reclutar tropas. Véase Isser Wo-
loch, The New Regime: Transformations of the Erench Civic Order, 1789-1820,
pp. 380-426. Entre los trabajos recientes que discuten la relación entre la Ilustración,
la revolución y el imperio con el totalitarismo se incluyen Carol Blum, Rousseau and
¿he Republic of Virtue, Desmond Seward, Napoleon and Hitler; Jean Tulard y Patrick
Buisson, eds., Vendée: Le Livre de la mémoire (1793-1993); y Alain Gérard et Thierry
Heckmann (eds.), La Vendée dans l'Histoire.
32
EL MITO DEA GUERRILLA
5. ¿Quiénes eran los guerrilleros?
Así pues, la historia de la resistencia española frente a Napoleón
ha sido deformada por todo un conjunto de mitos. El primero
de ellos hace referencia a que la guerra de guerrillas fue un es-
fuerzo unánime y nacional. Si bien es verdad que hubo pequeñas
partidas de guerrillas que operaron en toda España durante cier-
ta parte de la guerra, los núcleos básicos del territorio guerrillero
se pueden describir de forma más precisa. Las principales fuerzas
insurgentes operaron en el norte de España, desde Cataluña oc-
cidental y el Bajo Aragón, pasando por Guadalajara, Soria, Na-
varra, La Rioja, las Provincias Vascas, partes de Castilla la Vieja,
Asturias, León y Galicia. Fue en estas regiones donde el famoso
Empecinado se ganó su apelativo y en donde el cura guerrillero
Merino se hizo famoso por su brutalidad. En el centro de esta
franja de territorio insurgente, Navarra, bajo Francisco Espoz y
Mina, reclutó el mayor y más efectivo ejército guerrillero de Es-
paña. Mediante el análisis del movimiento encabezado por
Mina, explicaré por qué la guerra de guerrillas efectiva fue en
gran medida específica del norte de España, mientras que la ma-
yoría del país soportó la ocupación sin resistirla activamente.
Este trabajo se centra en Navarra, aunque su propósito no es
escribir una historia local. La guerra de guerrillas, como sosten-
drá este estudio, es por su misma naturaleza un tema intensa-
mente local, por lo que las fuentes documentales de esta historia
son también locales. Cualquier estudio global que ignore esto in-
terpretará erróneamente la insurgencia. Esta obra, por tanto, pre-
sentará un detallado estudio de la guerra en Navarra, aunque al
mismo tiempo tratará Navarra como caso de estudio de un fenó-
meno mucho más amplio. Adoptaré un perspectiva comparativa,
contrastando la resistencia de Navarra y la de algunos otros luga-
res del norte de España con la muy diferente experiencia de la
guerra en la mayoría de la España central y meridional. En un
capítulo final compararé la guerra española con otros tres casos
de insurgencia que le son aproximadamente contemporáneos: la
Vendée, Calabria y El Tirol. A través de estas lentes comparati-
33
_ LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
vas, trataré de discernir cuáles fueron las causas de que algunas
regiones de España (y Europa) diesen lugar a insurgencias efecti-
vas, mientras que otras no resistieron o no pudieron resistir a
París.
Navarra generó el movimiento guerrillero más perfecto de Es-
paña. Mina consiguió el monopolio virtual de la fuerza militar
en Navarra y el Bajo Aragón, estableció un sistema de tribunales,
se hizo con las operaciones aduaneras de las fronteras, y extrajo
contribuciones de la población. Durante algún tiempo, por tan-
to, un ejército guerrillero conducido por un campesino señoreó
la región. No obstante, incluso en Navarra la guerra de guerrillas
ni fue unánime ni generalizada, Por el contrario, fue una clase
social particular, emplazada en el peculiar medio rural de la mi-
tad norte de Navarra la que generó una resistencia guerrillera
efectiva, mientras que muchos navarros, especialmente los del
valle del Ebro, permanecieron inactivos O colaboraron con los
franceses. Así, incluso en Navarra, el análisis comparativo de-
mostrará que la mayoría del pueblo no se alzó para unirse a la re-
sistencia,
El segundo mito sobre la guerra es que los españoles lucharon
por Dios, el rey y la patria. Sostendré que tales lealtades no des-
criben las motivaciones de los guerrilleros. La gente de las pacífi-
cas áreas del sur de España se reafirmaban en su amor por su na-
ción, su fe y la familia real tanto como la de Navarra, Galicia y
Guadalajara, y, sin embargo, no produjeron poderosos movi-
mientos guerrilleros, mientras que las tres provincias nombradas
sí lo hicieron. El hecho es que el ímpetu guerrillero no surgió de
un patriotismo o piedad superiores, y mucho menos de la tierra,
él clima, el sol o de la historia militar de la Reconquista. Los es-
pañoles no tuvieron el monopolio sobre «guerrillerismo», tal y
como algunos comentaristas decimonónicos creyeron, y nadie en
España o en otros lugares había nacido para la guerrilla. Por el
contrario, la guerra de guerrillas se produjo en gran medida mer-
ced a la naturaleza de la sociedad rural de ciertas partes del norte
de España. La estructura social, económica y política representa-
ron un papel determinante en la dedicación colectiva a la guerra
34
EL MITO DE LA GUERRILLA
contra Francia y en la capacidad colectiva para hacer la guerra,
La dispersión de la población, la economía campesina no articu-
lada y la tradición de un fuerte gobierno local fueron algunos de
los factores que contribuyeron al éxito de las guerrillas en la Es-
paña septentrional. Para comprender la función de estos factores
en la estimulación de la resistencia, este trabajo examinará en de-
talle la economía y la sociedad de Navarra, y demostrará que al-
gunos de estos mismos componentes que ayudaron a las guerri-
llas de Navarra estuvieron también presentes en la Vendée,
Calabria y El Tirol. También contradiré la noción según la cual
los guerrilleros fueron bandidos, desertores, sacerdotes y monjes.
Esto no quiere decir que traficantes, bandidos y sacerdotes,
como individuos, no se unieran a la resistencia, porque sabemos
que sí lo hicieron. También conocemos que miles de desertores
se unieron a las formaciones guerrilleras tras la derrota de los
ejércitos regulares españoles en 1809. Sin embargo, el grueso de
cada uno de los ejércitos guerrilleros que tuvieron éxito en Espa-
ña estuvo siempre constituido por campesinos con tierra, cuyo
objetivo —sostendré— fue defender su propiedad de las tropas
francesas. No se debe creer que este combate fue una simple de-
fensa de los viejos modos frente a las incursiones de in régimen
modernizador. En cierto sentido podemos considerar el conflicto
guerrillero como una defensa colectiva de las libertades y dere-
chos locales que estaban siendo destruidos por lo que se denomi-
naba impulsos centralizadores «modernos» procedentes de París.
En otro sentido, sin embargo, los guerrilleros realmente estaban
combatiendo por su propia supervivencia y la de sus familias,
una lucha en la que cuestiones más amplias, como la de la
conciencia colectiva, fueron en ocasiones secundarias.
El último de los mitos sobre el movimiento guerrillero sostie-
ne que fue una fuerza tan poderosa, sustentada por el nacionalis-
mo español y por otros recursos objetivos, que Francia no tuvo
ninguna posibilidad de pacificar España. Los informes militares
son, sin embargo, claros: el movimiento guerrillero no fue una
fuerza arrolladora. Los ejércitos guerrilleros pasaron por algunas
fases de desintegración y reconstrucción, y sus logros se debieron
35
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
en gran parte a la suerte de la batalla, a la política y a la persona-
lidad, así como a la particular coyuntura estratégica de la guerra.
De este modo, mientras que la estructura demográfica, social y
política fueron condiciones para el éxito de la guerra de guerrillas
y contribuyeron a crear algunas formas de conciencia colectiva,
no determinaron por ello la victoria militar. Por esta razón resul-
ta insuficiente una historia social «longue durée» de la guerra de
guerrillas. Solo a través de la consulta de los registros cronológi-
cos, de la historia de los «simples eventos», podremos compren-
der la naturaleza de las guerrillas y su contribución a la derrota
de Napoleón. Este trabajo es por ello tanto historia social como
narrativa. Llevando a cabo esta aproximación, y combinando el
estudio detallado de la guerra de guerrillas en Navarra con un
análisis comparativo de otras insurgencias, espero responder a las
preguntas: ¿quiénes fueron los guerrilleros españoles? ¿Por qué
combatieron? ¿Por qué tuvieron éxito?
36
CAPÍTULO 2
INVASIÓN Y REVOLUCIÓN DE 1808
1. La ciudadela
En la mañana del 9 de febrero de 1808, el general D'Armagnac,
al mando de 2.000 soldados franceses de infantería, entraba en
Pamplona por la puerta norte de la ciudad, conocida irónicamen-
te como el Portal de Francia '. Dos días antes los franceses habían
atravesado la frontera española por Roncesvalles. Los más de seis
metros de nieve que cubrían el paso montañoso habían obligado
a D'Armagnac a continuar su avance sin su artillería y comenza-
ba a temer por la supervivencia de su pequeño ejército ahora que
se encontraban en Pamplona. D'Armagnac tenía motivos para
alarmase. Oficialmente, Francia continuaba siendo aliada de Es-
paña, y si Madrid aceptaba la presencia de las tropas francesas en
territorio español era porque la consideraba un instrumento se-
guro contra su común enemigo, Inglaterra. Sin embargo, mu-
chos españoles habían empezado a desconfiar de las intenciones
de Napoleón, y en Pamplona la multitud encendida abarrotó las
| La siguiente reconstrucción de los hechos de Pamplona se basa en documentos y
correspondencia de AAT, C8, 4, 5.
E y
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN.
calles, arengada por oradores que sostenían que los franceses de-
bían ser expulsados de Navarra. El 10 de febrero, un asesino acu-
chilló hasta la muerte a un soldado francés en plena calle. D'Ar-
magnac escribió a París que Pamplona estaba contra él y que
«sólo faltaría una chispa para incendiar Navarra». La hostilidad
de los navarros estaba plenamente justificada ya que D'Arma-
gnac tenía órdenes secretas de Napoleón para tomar la ciudadela.
Desde la incorporación de Navarra a la monarquía española
en 1512, Pamplona había sido uno de los puntos clave de la de-
fensa hispana contra los ataques procedentes del norte. En 1571,
Felipe 11 había ordenado la construcción de una fortaleza en la
ciudad cuyas dimensiones estaban en consonancia con su vasto
imperio. La terminación de la ciudadela llevó más de un siglo e
incorporaba los mejores elementos de lo que llegaría a denomi-
narse sistema Vauban. Casi tan larga como la misma ciudad vie-
ja, la ciudadela ofrecía al atacante una fachada inexpugnable de
fosos, murallas, torres, parapetos y glacis. Se suponía que la for-
taleza podía mantener durante meses de asedio incluso una pe-
queña guarnición. Sin embargo, como demostraron los aconteci-
mientos, el pueblo de Pamplona había trabajado en vano al
construir y conservar esta impresionante fortaleza. La ciudadela,
que nunca tuvo ocasión de demostrar su capacidad de resistencia
frente a un asedio real, sucumbió en 1808 ante una simple esca-
ramuza en la que no se efectuó ni un solo disparo.
Un día después de su llegada, D'Armagnac pidió permiso al vi-
rrey de Navarra, el marqués de Vallesantoro, para entrar en la ciuda-
dela con 400 hombres a fin de reforzar la guarnición española. Una
vez en su interior, los franceses podían acabar Fácilmente con los 300
soldados de la guarnición, muchos de los cuales eran inválidos e
inexpertos. Vallesantoro lo sabía, por lo que con toda prudencia
negó la entrada a sus «aliados» franceses hasta que no recibiera órde-
nes precisas de Madrid. D'Armagnac se afincó en una casa que había
justo fuera de la principal entrada a la ciudadela, un lugar que, a la
larga, probaría serle de gran utilidad, y allí, comenzó a recapacitar so-
bre el peligro de aquella situación. D'Armagnac, en medio de una po-
blación poco amistosa, no tenía artillería y contaba con pocos hom-
38
bres y escasa munición. Sin acceso a la ciudadela, sus hombres esta-
ban peligrosamente expuestos. En esta situación no podía esperar al
permiso de entrada en la ciudadela, por lo que planeó un subterfugio
para tomar la fortaleza que hubiera ruborizado al mismo Odiseo.
Los franceses habían acordado enviar a la puerta de la ciudade-
la una partida desarmada de requisición cada cuatro días, donde
había un molino harinero y una panadería lo suficientemente
grandes para satisfacer las necesidades de las tropas francesas. Esto
fue lo que dio a D'Armagnac la oportunidad que precisaba. En la
mañana del 16 de febrero, sesenta hombres, con armas escondi-
das bajo sus capotes, se acercaron a la fortaleza para recoger el
pan. Aquella noche una fuerte nevada había blanqueado toda la
ciudad. Algunos de los miembros de la partida, mientras espera-
ban fuera del fuerte, disimularon estar disfrutando con la nieve
recién caída y comenzaron a hacer que jugaban a pelearse con bo-
las de nieve. Los guardas españoles, entretenidos con el juego, no
se percataron de que algunos franceses se habían situado sobre el
puente levadizo que se encontraba bajado. Rápidamente, entra-
ron por la puerta y desarmaron a la guardia española. Durante la
noche, D'Armagnac introdujo en su casa y en secreto a 100 gra-
naderos más. Estos hombres tomaron rápidamente la ciudadela,
asaltaron la armería con sus 10.000 rifles y concluyeron así la pri-
mera acción hostil de la guerra española. La fortaleza más impor-
tante de la España centro-septentrional había caído en manos de
un puñado de soldados franceses armados con bolas de nieve.
Pocas horas más tarde, D'Armagnac ordenó fijar el siguiente
anuncio por las calles: «Habitantes de Pamplona: en la pequeña
mudanza de las cosas no veáis la traición y la perfidia que rece-
láis, sino una conducta fiel, dictada por la necesidad y seguridad
de mis tropas. Napoleón, mi amo, que ha firmado la alianza más
estrecha con España, saldrá garante de mi palabra». Al mismo
tiempo, con el cinismo de los comunicados imperiales, aseguró
al gobierno municipal y a la Diputación que debían considerar
su toma de Pamplona como una muestra de amistad ?.
2 Andrés Martín, Historia de los sucesos militares, vol. 1, p. 5.
39
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
La reacción inicial en Pamplona y otros lugares ante esta trai-
ción fue hostil, y en algunas provincias se habló de la necesidad
de un levantamiento generalizado. En las calles de Valladolid fue
asesinado un soldado francés a manos de ciudadanos armados
una vez que llegaron las malas noticias de Pamplona, y dos fran-
ceses sufrieron heridas en los combates que siguieron. En Pam-
plona la muchedumbre, irritada y dirigida por estudiantes, ocupó
las calles. Al principio D'Armagnac consiguió disolverla con sus
tropas, pero pronto los campesinos venidos del campo se suma-
ron a ella. D'Armagnac tuvo entonces que retirarse a la ciudade-
la, dejando la calle en manos de sus enemigos. Finalmente, el 18
de febrero, el Consejo de Castilla envío instrucciones a Vallesan-
toro para que mantuviera a los franceses fuera de la ciudadela.
Madrid fue todavía más allá, y envió en secreto un agente espe-
cial cuya tarea consistía en preparar Pamplona para el levanta-
miento. Por supuesto, aquellos esfuerzos, como todos lo que se
tomaron por parte del gobierno español en aquella primavera,
fueron demasiado limitados y tardíos. La ciudadela ya estaba en
manos francesas y D'Armagnac podía felicitarse por haber actua-
do en el momento más crítico.
La celebración del general fue, sin embargo, apresurada, ya
que pronto se vio representando el papel de Remiro de Orco
para el César Borgia de Napoleón. Los métodos engañosos que
había utilizado para ocupar la ciudadela convirtieron D'Arma-
gnac en víctima de una total aversión en toda Navarra, además
de haberle dejado mal sabor de boca. Expresando un sentir que
se acabaría convirtiendo en común expresión de los oficiales
franceses en la España ocupada, D'Armagnac escribió que prefe-
ría el estado de «guerra abierta» a la hipócrita situación en la que
se encontraba. Como consecuencia de haber expresado su dis-
gusto por lo que consideraba su «vil» misión en Navarra, D'Ar-
magnac se hizo prescindible. Dado que el general continuaba
persistiendo en escribir informes desalentadores sobre la situa-
ción de Pamplona y en pedir más tropas, el emperador acabó
reemplazándolo por el general D'Agoult. Napoleón calificó a
D'Armagnac de comandante inexperto que había actuado en
40
INVASIÓN Y REVOLUCIÓN DE 1808
contra de sus órdenes, mientras se extendían por Navarra los ry-
motes de que el emperador iba a rectificar la situación.
Sin embargo, pronto se hizo evidente que D'Armagnac tan
sólo era uno de los comandantes a los que se les había ordenado
tomar fortalezas españolas. El 28 de febrero, el general Duhesme
ocupaba Barcelona y la fortaleza de Montjuich. El 5 de marzo, el
general Thouvenor se instalaba en San Sebastián. Alrededor del
día 18 del mismo mes, una vez que los franceses hubieron con-
trolado Figueras, algunas de las fortalezas españolas más impor-
tantes del norte ya se habían rendido sin ocasionar baja alguna a
los franceses. Es más, el gobierno de Madrid fue demasiado dócil
como para oponerse mínimamente a esta forma de traición. El
16 de marzo, el rey Carlos TV proclamaba que los ejércitos de su
gran aliado Napoleón habían ocupado las plazas fuertes de Espa-
ña con objeto de proteger al país de Inglaterra, y pedía a las au-
toridades locales que mantuvieran a toda costa la tranquilidad.
En Pamplona se procuró que el desafecto inicial del pueblo se
disipase, y las multitudes encendidas que en un principio se ha-
bían acordonado alrededor de la plaza mayor se dispersaron en
desorden.
2. Una familia rota
La facilidad con la que los franceses ocuparon las fortalezas clave
del norte de España debe entenderse en un contexto de casi un
siglo de relaciones franco-hispanas. Tras la paz de Utrecht en
1713, España había caído bajo la influencia de Francia, y los
Borbones españoles mantenían un «pacto de familia» con sus
primos de París. La Revolución Francesa sirvió, paradójicamente,
para aumentar la dependencia de España con respecto a Francia.
Evidentemente, al principio, el rey español Carlos IV pretendió,
junto con media Europa, destruir a los regicidas de París, lo que
lo llevó a introducir a España en la Primera Coalición de 1793,
Las fuerzas españolas entraron en territorio francés por ambos
extremos de los Pirineos, si bien su éxito fue temporal. En 1794
41
_ LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
los ejércitos de la Convención hacían retroceder a los españoles,
especialmente en el frente occidental, donde algunos habitantes
de Guipúzcoa y Navarra recibieron como libertadoras a las tro-
pas revolucionarias”,
Con las tropas francesas ocupando el Norte hasta Bilbao y el
Ebro, y con conspiraciones separatistas y republicanas emergien-
do en las regiones vascas e incluso en Madrid, el gobierno espa-
ñol no tuvo otra elección que asegurar la paz a cualquier precio.
A favor de España negoció Manuel Godoy, cuyo poder procedía
de su influencia sobre el débil rey, Carlos, y su reina, María Lui-
sa. Por el tratado de Basel, firmado el 22 de julio de 1795, Espa-
ña volvió al terreno francés, y un año más tarde, los dos países
establecían una alianza formal en San Ildefonso. Los tratados hi-
cieron ganar a Godoy el título de «Príncipe de la Paz» y confir-
maron su posición como valido y gobernante virtual de España
para los próximos doce años. Tras 1795, el futuro político de
Godoy y el futuro del país se unieron al destino de Francia con
más firmeza que nunca.
En el polarizado clima internacional de la época, la amistad
con Francia significaba la guerra segura con Inglaterra, aunque
esta probabilidad no fuera nada impopular en España. Inglaterra
era el enemigo tradicional, la moderna Cartago, que amenazaba
los intereses españoles por todo el globo y que ocupaba territorio
español en Gibraltar. Sin embargo, la guerra con Inglaterra iba a
ser mucho más costosa de lo que nadie podía esperar. La marina
inglesa aisló España de América, especialmente a partir de 1805,
tras la destrucción de la flota española en Trafalgar, lo que puso
en marcha la descolonización de sus posesiones ultramarinas. La
pérdida de ingresos procedentes de los barcos que transportaban
plata y de los impuestos aduaneros asfixiaba las finanzas guber-
namentales, y el declive del comercio neutralizaba el crecimiento
económico del siglo XVIII, mientras que las regiones más avanza-
das de España iban siendo aisladas de los mercados ultramarinos
3 Rodri 0 Rodrí uez Garraiza, Tensiones de Navarra con la administración central,
g
42
INVASIÓN Y REVOLUCIÓN DE 1808
y de las materias primas*. Por supuesto, los españoles eran cons-
cientes de que los malos tiempos habían invadido el país. Algu-
nos consideraban que el principal problema era la alianza con
Francia y la guerra con Inglaterra; otros habían formado una ca-
marilla en favor de los ingleses que giraba alrededor del heredero
Borbón, Fernando, y de su mujer napolitana, María Antonia,
quien detestaba a los franceses. Sin embargo, a pesar de la fuerza
arrolladora de Napoleón, el gobierno español no tenía otra elec-
ción que la de mantener su amistad con Francia.
El emperador exigió un elevado precio a sus amigos: un em-
bargo sobre el comercio con Inglaterra y la aportación de hom-
bres y dinero al esfuerzo militar imperial. La contribución espa-
ñola a esta alianza, o Sistema Continental, fue onerosa. La
Armada y, posteriormente, una fuerza de 15.000 hombres fueron
puestos a disposición de Francia. Tras el desastre de Trafalgar, in-
cluso el sumiso Godoy comenzó a sentirse irritado por los costes
que ocasionaba la alianza con Francia. En 1806, Francia inició lo
que la mayoría de los observadores habían anticipado como una
muy difícil campaña contra Prusia, y Godoy empezó a manifestar
públicamente la idea de una ruptura con Napoleón. Sin embargo,
el emperador despachó a los prusianos rápidamente, tras derrotar-
los en Jena, incluso cuando siendo consciente de una posible reti-
rada de España. Godoy trató de recomponer sus relaciones con el
emperador, pero el daño ya estaba hecho. Francia descubrió así lo
que significaba tener un aliado de poca confianza. En cualquier
caso, la pasión por la gloria mostrada por Napoleón, su depen-
dencia de la victoria militar para mantener su poder político y la
adicción económica de Francia a la conquista siempre hicieron
que la independencia de la España borbónica fuera precaria. En
1807, una vez que Napoleón hubo puesto fuera de combate a
Rusia en Friedlan, llegó el momento para el ajuste de cuentas a
* Como muestra indicativa de la profundidad de la crisis, la población de Barcelona,
la ciudad española más vinculada a la economía internacional, perdió cerca del 12
por ciento de sus efectivos entre 1798 y 1808. Mercader Riba, Barcelona durante la
ocupación francesa, pp. 43-46.
43
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
Godoy y a España. En los protocolos secretos adjuntos al Tratado
de Tilsit, los rusos acordaron que Napoleón se quedase con Espa-
ña, Portugal y Gibraltar a cambio de Turquía”.
Napoleón necesitaba algún pretexto para situar sus tropas en
territorio de sus aliados españoles, y lo encontró en la cuestión
portuguesa. Portugal era uno de los últimos aliados de Inglaterra
en Europa occidental y la única pieza que continuaba siendo aje-
na al Sistema Continental de Napoleón. Si Francia conseguía to-
mar Lisboa, Inglaterra quedaría aislada del Continente y la hege-
monía de Francia definitivamente sellada. Dado el dominio
marítimo de Inglaterra, el único modo de situar a las tropas fran-
cesas en Portugal era llevarlas por tierra conduciéndolas a través
de España. Napoleón consiguió que este proyecto recibiera la te-
merosa aprobación del gobierno español por el Tratado de Fon-
tainebleau, firmado el 27 de octubre de 1807 *. En pocos meses,
30.000 soldados franceses expulsaban de Lisboa a la familia real
lusitana, junto a los ingleses. A pesar de todo, las divisiones impe-
riales continuaron fluyendo a través de los Pirineos. En febrero de
1808 había 100.000 soldados franceses en la Península, la mayo-
ría establecida en España por razones de «seguridad» contra un
posible ataque inglés. Para Napoleón resultó irresistible utilizar
aquellas tropas para ocupar puntos estratégicos en el interior de
España. Éste era el trasfondo que había en la toma de la ciudadela
de Pamplona y otras fortalezas españolas en la primavera de 1808.
Napoleón esperaba que la conquista de España fuera asunto
de unas pocas marchas de sus soldados, poco menos que «un pa-
5 Presle, «Mémoire Historique», AAT, MR, 1777. Napoleón reveló sus intenciones
hacia España en una carta a su hermano, José, cuando éste fue rey de Nápoles: «Her-
mano mío, no sé si ha impuesto el código napoleónico en su reino. Lo deseo para
que se convierta en derecho civil de sus estados desde el próximo primero de enero.
Alemania lo ha adoptado; y España lo hará temprano». Napoleón Bonaparte, 7»e
Confidential Correspondence of Napoleon Bonaparte with His Brother Joseph. Carta del
31 de octubre de 1807,
' Napoleón se aseguró la firma de Godoy en el tratado prometiéndole un feudo per-
sonal en Portugal. Los detalles del tratado fueron publicados por Pedro Cevallos, Ex-
posición de los hechos y maquinaciones que han preparado la usurpación de la corona de
España y los medios que el Emperador de los franceses ha puesto en obra para realizarla.
44
INVASIÓN Y REVOLUCIÓN DE 1808
seo militar» . Napoleón tenía al gobierno español en el bolsillo y,
aunque los ejércitos españoles mostraran alguna resistencia, nunca
podrían mantener sus posiciones en el campo de batalla. Sin em-
bargo, a finales de marzo los acontecimientos de España tomaron
una dirección imprevista. La pasividad del rey y Godoy ante agre-
siones tales como la sufrida en Pamplona fortaleció la velada de-
safección hacia el gobierno. Desde hacía tiempo se rumoreaba
que Godoy se había metido en la cama de la reina y que incluso
había interferido la descendencia regia. A esto se sumó la impo-
pularidad de Godoy, y aumentó la antipatía del príncipe Fernan-
do hacia él. La debilidad de Carlos y Godoy exasperó finalmente
a la facción agrupada en torno a Fernando. El 18 de marzo, la
multitud, dirigida por miembros de la camarilla de Fernando y
apoyada por la guardia real, daba un golpe palaciego incruento en
Aranjuez, a donde el gobierno se había retirado a fin de escapar al
control francés. La muchedumbre invadió la residencia real y
obligó a Carlos a echar a Godoy y a abdicar en favor de Fernan-
do. Por toda España, el pueblo lo celebró arrancando de las pare-
des los retratos públicos de Godoy. El nuevo sujeto de adhesión
de la muchedumbre, Fernando «el deseado», fue proclamado rey
en el fragor de esperanzas milenaristas *.
La revolución de marzo sorprendió a Napoleón y le hizo
sentir temor por el futuro de su empresa en España. El «pue-
blo» había mostrado estar más alerta que el gobierno o el ejér-
cito. De repente, los caminos se hicieron inseguros, por lo que
se ordenó a los soldados franceses que actuaran como si se en-
contrasen en territorio hostil. Alrededor de los Pirineos occi-
dentales parecía como si ya se hubiera declarado la guerra ?.
* J.J. E. Roy, Les Francais en Espagne, p. 6.
* Juan Antonio Llorente (pseud. Juan Nellerto), Memoria para la historia de la revo-
lución española, pp. 16-20.
? El general Bessitres, que comandaba los Cuerpos de los Pirineos Occidentales, su-
frió rantas pérdidas entre sus hombres rezagados tras el 20 de marzo que se vio obli-
gado a prohibirles que tratasen de unirse a sus unidades por sus propios medios. Por
el contrario, debían esperar en Irún hasta que se formaran destacamentos lo sufi-
cientemente grandes para arravesar las montañas de Vizcaya y Navarra. Orden del 10
de abril de 1808, AAT, C8, 5.
45
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
Lo irónico de Aranjuez fue, empero, que se elevó al trono a
un príncipe no menos sumiso a Napoleón que lo que habían
sido Godoy y Carlos. A lo largo del año anterior, Fernando
intentó granjearse la amistad de Napoleón, y redobló estos es-
fuerzos una vez que hubo llegado al poder, a pesar de la opo-
sición de un gran número de sus seguidores, a quienes les hu-
biera gustado verlo dirigir la política exterior de España de
una manera más independiente. De este modo, cuando Napo-
léon convocó a Fernando en Bayona con objeto de asistir a
una conferencia a principios de abril, el joven rey decidió ha-
cer el viaje en contra de las advertencias de sus consejeros. El
10 de abril, Fernando salió de Madrid, nombrando una junta
para que gobernara en su ausencia. A su llegada a Bayona el
día 20 del mismo mes, fue arrestado, al tiempo que se le co-
municó que el emperador tenía la intención de tomar pose-
sión de España.
Durante las dos semanas siguientes, Napoleón se dedicó a
presionar a Fernando con objeto de conseguir su abdicación. El
30 de abril, arregló una cita entre padre e hijo en la que Carlos,
siguiendo las directrices de un escrito preparado desde París,
exigió a su hijo el abandono del trono. María Luisa ejerció to-
davía más presión, si bien Fernando rehusó apartarse del trono.
Días más tarde, impelido por la peligrosa dirección que toma-
ban los acontecimientos de Madrid, Napoleón pidió personal-
mente la abdicación de Fernando, aunque una vez más, recibió
la negación del joven rey. Entonces y según los testigos, la «pe-
tición» del emperador adquirió un tono más directo. «Príncipe
—le dijo a Fernando—, hay que optar entre la cesión o la
muerte». El 5 de mayo, Fernando se inclinaba por la abdica-
ción, y el emperador entregaba España a su hermano, José Bo-
naparte ?”.
1% La descripción de los sucesos de Bayona se basa en una carta de Fernando a su
hermano Antonio de 28 de abril de 1808, AAT, C8, 5; Pedro Cevallos, Exposición,
p- 30; y Juan Escoiquiz, Idea sencilla de las razones que motivaron el viaje del Rey Fer-
nando VIT a Bayona en el mes de abril de 1808, dada al público de España y de Europa,
p. 58.
46
INVASIÓN Y REVOLUCIÓN DE 1808
3. El Dos de Mayo
Al tiempo que en Bayona se representaba este drama familiar,
los acontecimientos de España dejaban obsoletos, una vez más,
los planes de Napoleón. La revuelta de Aranjuez había alentado
las esperanzas de un cambio aplazado durante mucho tiempo,
y, por consiguiente, los españoles se volvieron más agresivos y
menos proclives a aceptar los insultos de las tropas francesas
emplazadas en el país. En Madrid tuvo lugar una oleada de vio-
lencia callejera entre los soldados franceses y los españoles que
amenazó con degenerar en una guerra abierta ''. En la noche
del 25 de marzo, soldados españoles dieron muerte a un militar
francés e hirieron a otros dos cuando éstos intentaron impedir-
les el paso a un burdel situado en la escabrosa calle de San An-
tonio. A principios de abril, un soldado francés que se negó a
descubrirse ante una procesión religiosa fue golpeado con seve-
ridad por los devotos. La escalada de violencia aumentó cuando
a finales de abril llegaron a Madrid los rumores del arresto de
Fernando en Bayona. El día 26 de dicho mes, tres soldados
franceses asesinaron y robaron a un civil, mientras que al atar-
decer uno de los ayudantes de Murat dio muerte a otro madri-
leño en una reyerta callejera. Al día siguiente, un mercader apu-
ñaló e hirió gravemente a un militar, y durante esa mañana
siete soldados franceses que asistían a un espectáculo sufrieron
la agresión de los dueños del local. Tres de ellos cayeron grave-
mente heridos. En resumen, según los informes del general
Grouchy, entre marzo y abril las tropas francesas que guarne-
clan Madrid sufrieron 23 bajas.
1! Para los acontecimientos de Madrid he utilizado principalmente las siguientes
fuentes: los informes y correspondencia de Murat y Grouchy, AAT, C8, 5, 6, y 381;
Juan Pérez de Guzmán, El 2 de Mayo de 1808; Cayetano Alcázar, «El Madrid del
Dos de Mayo», en Itinerarios de Madrid, Carlos E. Corona, «Precedentes ideológicos
de la Guerra de la Independencia», en 1] Congreso histórico internacional de la Guerra
de la Independencia y su época, vol. 1, pp. 5-24; y Jesusmaría Alía y Plana, «El primer
lunes de Mayo de 1808 en Madrid», en Madrid, el 2 de Mayo de 1808, viaje a un día
en la historia de España, pp. 105-38.
47
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
A finales de abril, la situación era extrema. La violencia había
provocado que Joachim Murat, comandante supremo de Napo-
león en España, movilizase sus tropas. El 30 de abril, Murat, ig-
norando las objeciones de la junta gobernante, ordenó que los
últimos herederos de los Borbones fueran embarcados hacia Ba-
yona. Aquel día y el siguiente, el pueblo se echó a las calles, con-
centrándose en torno al palacio real, en espera de alguna señal.
Algunos pidieron a los miembros de la Junta que distribuyesen
armas, pero éstos se negaron. Aún en el momento más decisivo
de la crisis, los partidarios de Fernando consideraron detestable
entregar las armas a la multitud. Por el contrario, ordenaron que
las tropas españolas se retiraran a sus barracones a fin de evitar
que se uniesen a las manifestaciones e hicieron circular una pro-
clama que exigía la disolución de las alborotadas asambleas reu-
nidas en la Puerta de Sol y otros lugares públicos. Sin embargo,
esta orden no tuvo efecto y en la mañana del 2 de mayo las mul-
titudes que tomaban las calles eran más numerosas que Nunca.
El levantamiento del Dos de Mayo comenzó a las nueve de la
mañana. Un pequeño grupo de partidarios de Fernando se en-
cargó de pregonar que los franceses estaban a punto de llevarse a
los últimos miembros de la familia real. La muchedumbre con-
centrada en el palacio real detuvo el carruaje que intentaba trans-
portar a Francisco de Paula a Francia. Al grito de «muerte a los
franceses», fue creciendo el número de personas que buscaban
víctimas por las calles. Aunque en los primeros momentos caye-
ron muertos algunos soldados franceses, Murat contratacó con
una fuerza aplastante. El pueblo de Madrid combatió con las ar-
mas de que disponía —cuchillos, tijeras, leznas, piedras y algu-
nas armas de fuego—; sin embargo, la metralla y la caballería
francesas se encargaron de limpiar las calles con rapidez. Mien-
tras tanto, caía en manos francesas la bolsa de resistencia forma-
da por los regulares españoles del parque de artillería de Monte-
león. A media tarde la revuelta había terminado.
El alzamiento del Dos de Mayo estaba condenado a fracasar
desde su mismo comienzo. Madrid tenía una población de
176.000 habitantes, mientras que las tropas españolas de la capi-
48
pon INVASIÓN Y REVOLUCIÓN DE 1808 E
tal sólo contaban con 3.000. Los franceses tenían en la ciudad y
sus alrededores 36.000 soldados. Es muy posible que los france-
ses hubieran deseado el levantamiento desde un principio, aun-
que sólo fuera para demostrar que podían aplastarlo '?. Sin em-
bargo, la rebelión del Dos de Mayo sobrepasó con mucho las
expectativas francesas y dio lugar a que ambos bandos sufrieran
grandes pérdidas. Según Grouchy, entre 400 y 500 madrileños
murieron en el combate, Entre ellos, 80 civiles fueron ejecutados
por los franceses durante la noche del 2 de mayo y la mañana del
día 3”. También los franceses sufrieron bajas. Un testigo presen-
cial francés sostuvo que las pérdidas alcanzaron a los 500 hom-
bres, aunque esta cifra sea probablemente demasiado elevada !*,
Grouchy sólo informó de 150 bajas, 14 de ellas definitivas. Ade-
más, un tercio de los heridos había caído por efecto del lanza-
miento de tejas y piedras. La mayoría de los muertos y de las ba-
jas más graves tuvieron lugar durante el asalto al parque de
artillería español, mientras que las reyertas multitudinarias no
causaron grandes estragos. Por ejemplo, el legendario horror de
derramar agua hirviendo sobre las tropas francesas aparentemen-
te sólo produjo leves quemaduras '”.
1* Gómez de Arteche, La Guerra de la Independencia, vol. 1, pp. 322-35.
1% Según una reciente estimación, tras el levantamiento fueron ejecutados ochenta ci-
viles y un soldado. Alía y Plana, «El primer lunes de Mayo», p. 135. Murat sostuvo
que había ejecutado a cien civiles. Murat a Dupont, 3 de mayo de 1808, AHN, Esta-
do, legajo 13, núm. 4. Los especialistas no se ponen de acuerdo sobre el número toral
de españoles caídos. Pérez Guzmán identifica 409 muertos, mientras que Alcázar
piensa que el número debió estar en torno a los 500. Ninguna de las estimaciones in-
cluye los 1.000 campesinos que los franceses afirmaron matar después. Gómez de Ar-
teche, La Guerra de la Independencia, vol. 1, p. 356, considera que el número final de
españoles asesinados podría estar alrededor de los 1.200.
11], J, E. Roy, Les Frangais en Espagne, p. 62. Las estimaciones españolas sobre el núme-
ro de bajas francesas están infladas. Las cifras que con más frecuencia se citan son 1.600
franceses muertos y alrededor de 500 heridos. Un informe impreso en Valencia en 1808
sostenía que las pérdidas del conflicto, que el autor comparaba con el de los «hebreos
contra los fenicios», habían sido de 5.000 hombres para los franceses y sólo de 30 para
los españoles. Estas cifras, que incluso los lectores debieron percatarse de su ridiculez, sir-
ven, no obstante, para demostrar el celo religioso de la retórica patriótica. «Suplemento
al diario de Valencia», 6 de junio de 1808, BN, manuscrito núm. 18683/23.
'* Grouchy, «Etat des Officiers er Soldars Tués ou Blessés», AAT, C8, 6.
49
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
Aunque el levantamiento fue un fracaso militar, también fue
un punto de inflexión política. La resistencia española había
conseguido a sus primeros mártires, entre ellos algunas mujeres.
Los primeros relatos e ilustraciones del Dos de Mayo nos mues-
tran que la mayor heroína y mártir fue una mujer trabajadora
llamada Manuela Malasaña. Las tropas francesas dispararon so-
bre la legendaria Manuela cuando combatía en el parque de arti-
llería de Monteleón, punto focal del Dos de Mayo. Manuela
Malasaña llegó a encarnar el heroísmo y sirvió como símbolo del
sentir nacional que supuestamente unía hombres, mujeres y ni-
ños de todas las clases '*. Sin embargo, la realidad fue muy dife-
rente para Manuela. La joven, de quince años, probablemente
no tomó parte en el levantamiento, si bien tuvo la mala fortuna
de residir cerca del parque de artillería de Monteleón. Manuela
fue sorprendida por las tropas francesas el 2 de mayo cuando
volvía de su trabajo como bordadora, trabajo que requería el uso
de unas tijeras, que ella llevaba sujetas al cinturón. Los franceses
disparaban contra cualquier civil que llevase algo parecido a un
arma, por lo que fue la mala suerte de Manuela lo que hizo que
recibiese los disparos de las tropas francesas. Si la imagen de Ma-
nuela Malasaña fue la de una mártir heroica, en realidad fue una
víctima fortuita de los excesos franceses. La suya fue una muerte
sin sentido, aunque los patriotas españoles construyeron con ella
una leyenda significativa. Como sucede a menudo, la leyenda
consiguió más peso que la realidad, y la resistencia de Madrid y
de Manuela se convirtieron en símbolo de que toda España se
oponía a Napoleón e,
1 Véase Joaquín Ezquerra del Bayo, Guerra de la Independencia, Retratos; y Pérez
Guzmán, El Dos de Mayo, pp. 380, 383, 405-407.
1 Jesús María Alía y Plana, «El primer lunes de Mayo de 1808 en Madrid». La con-
tradicción entre la leyenda de Manuela y la triste realidad de su asesinato es emble-
mática de la tensión entre la imagen popular de la mujer combatiente y la realidad de
sus vidas en la guerra contra Francia. Ciertamente, algunas mujeres tomaron parte en
la resistencia del Dos de Mayo. Tres mujeres estuvieron entre los cinco individuos
que hicieron estallar el levantamiento frente al palacio real. Las mujeres también to-
maron parte en la lucha entablada en torno a la Puerta de Toledo, a las afueras de
Madrid. De los 409 individuos muertos y contabilizados por los franceses, 57 crar
50
INVASIÓN Y REVOLUCIÓN DE 1808
Fueron las noticias de los sucesos del Dos de Mayo las que
persuadieron al emperador de que debía dejar de lado su amabili-
dad y obligar a que Fernando abdicase. La demostración de poder
por parte de Francia en el Dos de Mayo convenció a la Junta de
Fernando, al Consejo de Castilla y al gobierno municipal de Ma-
drid de que debían aceptar a José como su nuevo rey y participar
en la pacificación de Madrid '*. En mayo, Napoleón maduró sus
planes para la formación de una asamblea constitucional en Bayo-
na que debía abrirse el 15 de junio. Se enviaron invitaciones a casi
150 notables españoles de los cuales noventa llegaron a jurar fide-
lidad a José y a discutir y ratificar un estatuto constitucional esbo-
zado de antemano por los franceses. Hacía mucho tiempo que se
esperaba la aprobación de una gran parte de las provisiones del es-
tatuto, tales como la abolición de la tortura y la supresión de la
Inquisición, por lo que encontraron muy poca oposición. Otras,
como las referentes a las autonomías regionales, prometían tras-
tornar la más sagrada de las tradiciones españolas, En materias
como éstas, los diputados no quisieron actuar como simples ceros
a la izquierda. Algunos advirtieron a José y a Napoleón de que, a
menos que se prestara atención a ciertas demandas, se enfrenta-
rían a una fuerte resistencia. Aquéllas incluían la preservación de
la Iglesia y sus propiedades, garantías, la integridad territorial de
España, la protección de los privilegios nobiliarios y regionales, y
la bajada de los impuestos. Los representantes españoles lograron
modificar efectivamente algunos de los aspectos más revoluciona-
rios del documento, ampliando los 68 artículos originales a 146,
con añadidos que aseguraban la posición de la Iglesia, la naturale-
za estatal de las Cortes nacionales y la protección de los intereses
nobiliarios y regionales '”.
mujeres, Y, desde luego, hubo mujeres combatiendo en Zaragoza, Gerona y otros lu-
gares. Sin embargo, la realidad de la resistencia femenina fue exagerada por motivos
propagandísticos,
1% Miguel José Azanza y Gonzalo O'Fárrill, Memoria de Miguel José de Azanza y
Gonzalo O'Fárrill sobre los hechos que justifican su conducta política, desde marzo de
1808 hasta abril de 1814, vol. 2, p. 173.
'" El artículo 144 de la constitución de Bayona preservaba los fueros de Álava, Gui-
51
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
El estatuto final fue probablemente un compromiso adecuado
cuyas provisiones podían haber conformado la base de una tran-
sición española desde la monarquía absoluta al gobierno consti-
tucional. Sin embargo, la debilidad de la constitución de Bayona
reside en la naturaleza de su origen, poderosamente simbolizado
para los españoles en la presencia más que evidente de la infante-
ría francesa en la ceremonia de ratificación *”. El hecho de que el
estatuto fuese impuesto a la nación por un poder extranjero que
operaba a través de un órgano extraordinario y no representativo
condenó desde el principio el trabajo consumado en Bayona. Ba-
yona no constituía el escenario para una nueva era de gobierno
constitucional. Por el contrario, ponía en evidencia los fines a los
que servía la retórica imperial de modernización, progreso y go-
bierno racional: una tapadera para la dominación francesa de
España.
4. La revolución urbana de 1808
En cualquier caso, el estatuto de Bayona resultaba irrelevante
para la rebelión generalizada que barría España a finales de mayo
y principios de junio de 1808. La abdicación de Fernando, que
vino pisándole los talones a las noticias del Dos de Mayo de Ma-
drid, generó una extensa revuelta urbana contra el dominio fran-
cés. En ciudades de todo el país, la multitud, manipulada por los
partidarios de Fernando, exigió a sus oficiales municipales que
dimitieran o se adhirieran a su proclamación de guerra contra
Francia. Los gobiernos provinciales que se mostraron demasiado
pasivos para oponerse a Napoleón fueron apartados del poder y
reemplazados por juntas revolucionarias. En otras áreas, las anti-
guas elites fueron cooptadas para la revolución e incluso algunas
púzcoa, Navarra y Vizcaya, pero prometía, ominosamente, alinearlos con «los intere-
ses de la Nación» una vez reunidas las primeras Cortes españolas. Pierre Conard, La
constitución de Bayonne; Juan Priego López, La Guerra de la Independencia, vol. 2,
pp. 140-53.
20 HN, Estado, legajo 28, núm. 34.
52
INVASIÓN Y REVOLUCIÓN DE 1808
la lideraron. Éste fue el caso de Asturias, una de las primeras pro-
vincias en levantarse contra Francia.
Álvaro Flórez Estrada, uno de los líderes de la generación de
1808 que estuvo presente en el Dos de Mayo, volvió a la capital
provincial, Oviedo, el 9 de mayo con su testimonio sobre el le-
vantamiento. Las noticias de la abdicación de Bayona llegaron
poco después. En Oviedo, presionado por una multitud alboro-
tada por elementos de la nobleza y la burguesía local que tenían
reputación de liberales y anglófobos, Flórez Estrada y sus amigos
declararon el 23 de mayo rey a Fernando, nombraron un junta
de resistencia y establecieron relaciones con Inglaterra. De este
modo, en Asturias, los líderes locales absorbieron el impulso re-
volucionario y lo encauzaron por un sendero bien ordenado ?'.
En Valencia las noticias sobre la abdicación de Fernando lle-
garon pronto, el 23 de mayo, y dieron lugar a la formación ese
mismo día de una junta revolucionaria. Sin embargo, el proceso
valenciano fue mucho más violento que el de Asturias. El día 23
de mayo, la multitud, compuesta por miles de personas, marchó
por las calles llevando escarapelas rojas y portando banderas con
la imagen pintada de la Virgen María, en una mezcla de símbo-
los revolucionarios y religiosos que revela la doble naturaleza de
la Revolución de 1808. Aunque la manifestación comenzó de
forma pacífica, fue adquiriendo, sin embargo, tintes cada vez
más violentos una vez que los líderes civiles, que temían más a la
muchedumbre trabajadora que a los mismos franceses, se nega-
ron a declarar a Fernando rey. En respuesta, una coalición popu-
lar, dirigida por un canónigo enloquecido llamado Baltasar Cal-
vo, derribó el antiguo gobierno, lo que provocó que el orden
público degenerase rápidamente. Según un testigo, «toda la no-
bleza» cayó bajo la sospecha de traición por «la apatía y egoísmo»
con la que al principio respondieron a la crisis. El resultado fue
una carnicería de más de 300 personas sospechosas de colabora-
ción y franceses que casi acabó con la resistencia. Sin embargo,
finalmente, los valencianos lograron movilizarse para la guerra.
* Justiniano García Prado, Historia del alzamiento, guerra, y revolución de Asturias.
53
_ LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
Se transformó a los gremios en milicias, se movilizó al clero regu-
lar y secular, y se concedió amnistía a todo desertor, contraban-
dista y convicto que accediese a alistarse?,
"También en Cádiz la multitud tomó el poder cuando el mar-
qués del Socorro, capitán general de Cádiz, vaciló en declarar rey
a Fernando. Los exasperados rebeldes tomaron el parque de arti-
llería y la armería, asaltaron la casa del marqués, y lo arrastraron
hasta el centro de la ciudad, donde lo ejecutaron. Situaron la ar-
tillería en las casas de los pudientes, en la Calle de la Caleta, y si
no llega a ser por la intervención de los monjes capuchinos, quie-
nes consiguieron calmar los ánimos, la violencia podía haberse ra-
dicalizado. Por entonces, sin embargo, los rebeldes habían estable-
cido en la ciudad una nueva junta y habían declarado la guerra a
Francia. Durante los siguientes seis años, el pueblo de Cádiz fue
uno de los principales actores de la defensa de su ciudad ”,
Zaragoza había sido durante mucho tiempo un bastión de
apoyo a favor de Fernando, de manera que cuando llegaron las
noticias de su agravio en Bayona, la ciudad se levantó en cólera.
Zaragoza estaba dominada por un sentimiento milenarista. El 17
de mayo, un milagro en la catedral de Zaragoza sacudía la ciu-
dad. En la misa del mediodía había aparecido una corona —al-
gunos dijeron que procedente de una nube que estaba encima de
la catedral, otros rodeada de palmas sobre el altar— con una ins-
cripción inverosímil: «Dios se declara por Fernando». El clero
sacó provecho del milagro con objeto de incitar al pueblo a la in-
surrección. Proclamó que el milagro era un signo de que la Vir-
gen del Pilar de Zaragoza concedería su protección a los patrio-
tas. Cualquier soldado que resultase herido en la lucha contra los
franceses tendría cien años de socorro en el purgatorio. Aquel
2 Juan Rico, Memorias históricas sobre la revolución de Valencia, p. 97. Rico informó
que la muchedumbre había asesinado a 330 personas por sus orígenes franceses o por
sus simpatías profrancesas. Véase también Priego López, Guerra de la Independencia,
vol. 2, p. 42. Algunos de los detalles se confirman en los informes de los espías fran-
ceses, AAT, C8, 6.
23 Ambrosio de Valencina, Los capuchinos de Andalucía en la Guerra de la Independen-
cia, pp. 38-76. Gómez de Arteche, La Guerra de la Independencia, vol. 2, pp» 11-12.
54
- - INVASIÓN Y REVOLUCIÓN DE 1808
que cayera muerto renacería en el paraíso tres días más tarde. Se
dijo que Murat había sido arrestado en Madrid y se extendieron
los rumores de que Fernando había regresado disfrazado para di-
rigir la guerra santa contra Francia. El día del juicio final estaba
en apariencia a punto de comenzar”.
El 24 de mayo se hizo pública en Zaragoza la abdicación de
Fernando. Los estudiantes y el clero llamaron al levantamiento y
la multitud con escarapelas, conducida por un cirujano local,
tomó la residencia del gobernador militar y se apoderó del casti-
llo de la Aljafería, que contenía un enorme arsenal de 25.000 fu-
siles y 80 piezas de artillería. El día 26, la multitud armada llegó
hasta la casa donde José Palafox y Melcí se había refugiado, y lo
condujeron a Zaragoza convertido en su líder, Palafox fue puesto
al mando de una junta de gobierno compuesta por miembros del
antiguo ayuntamiento, militares y clero. La junta adoptó la esca-
rapela roja, eliminó su simbolismo revolucionario e identificó al
nuevo gobierno con la insurrección. En los días siguientes un
gran número de oficiales y soldados retirados, así como de nue-
vos reclutas acudió a Zaragoza. Palafox desarmó al pueblo, puso
fin a las manifestaciones populares al declarar la ley marcial e im-
puso un férreo control sobre la ciudad. El 29 de mayo, 4.500
soldados realizaron su entrenamiento en los alrededores de la
ciudad y en los primeros días de junio se unieron a esta fuerza
otros miles más.
Entre el 24 de mayo y principios de junio, las juntas tomaron
el control en Cartagena, Badajoz, Sevilla, Córdoba, León, Ma-
lorca, Granada y La Coruña, ciudades que estaban entre los nú-
cleos más poblados de España. A mediados de junio, cada pro-
vincia se gobernaba por su propia junta revolucionaria, y a
finales de verano enviaron representantes a la Junta Central que
operaba para toda España. La movilización contra Francia incor-
Y Para los acontecimientos de Zaragoza me he basado en noticias y cartas AAT, C8,
6 y 7; Alcaide Ibieca, Historia de los dos sitios; José Palafox, Autobiografía; una narra-
ción diferente sobre el milagro del 17 de mayo en Mariano de Pano y Ruata, La Con-
desa de Bureta, pp. 109-110.
37
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
poró nuevos hombres al gobierno. Entre ellos, los liberales conci-
bieron la idea de que el pueblo español, gracias a la resistencia,
había recuperado su soberanía primitiva. Las juntas fueron las
primeras autoridades elegidas popularmente en España, € incor-
poraron nuevos ideales y programas a la agenda política, de la
que ya nunca serían completamente borrados, incluso en los mo-
mentos más oscuros de reacción durante los siglos XIX y XX. Las
juntas dieron nacimiento al gobierno liberal y constitucional y
trataron de construir un concepto moderno de nacionalismo en
España”,
El clima revolucionario sacó a la luz los mejores y peores ins-
tintos del pueblo. España había sido preparada para una explo-
sión xenófoba tras un siglo de dominación cultural y política
francesa, y 1808 resonó con el clamor de las más odiosas diatri-
bas contra Francia. La Junta Central, utilizando una retórica ra-
cista que pretendía movilizar al pueblo español, afirmaba que los
franceses sólo eran medio-hombres. Todo español tenía el dere-
cho y el deber de perseguir y destruir a aquellas «criaturas» de las
que se decía eran «nocivo[as] a la especie humana» 26. Esta propa-
ganda dio resultados. Cualquiera que apoyara a José, cualquiera
que se hubiera vestido o hubiera actuado como un francés, se
convirtió en víctima de la cólera popular. Á pesar de todo, es
probable que la retórica violenta sea inseparable de la moviliza-
ción popular que ayudó a provocar Bailén y Zaragoza. La revolu-
ción de 1808 fue uno de los puntos más altos y más bajos del na-
cionalismo español.
Se debe evitar, empero, que el ideal de la unidad nacional en-
mascare la realidad de la guerra civil. Incluso en junio de 1808,
la quiebra del viejo orden provocó conflictos de clase y conflictos
regionales que corrieron parejos al conflicto con Francia. En un
principio, los patriotas revolucionarios de cada una de las pro-
vincias, antes de poder movilizar al pueblo para la resistencia, tu-
25 La mejor síntesis de estos acontecimientos sigue siendo la de Toreno, Historia del
levantamiento, vol. 1, pp. 56-81.
26 AHN, Estado, legajo 13.
56
vieron que tratar con los colaboracionistas y los «chaqueteros»
procedentes de las elites locales. La lucha de clases del verano de
1808, evidente en lugares como Valencia y Cádiz, y menos obvia
en el caso de Asturias, precedió y fue condición de los diferentes
grados de unidad posteriormente alcanzados. Cuando no se lo-
graba captar a los notables locales para la causa popular, o se los
ignoraba o se los reemplazaba. La colaboración y la pasividad de
muchas elites españolas dieron oportunidad para que apareciesen
numerosos incidentes de violencia popular. El conde de Águila,
el conde de Torre del Fresno y el marqués de Perales estuvieron
entre algunos de los principales notables que perdieron sus vidas
en la revolución popular. Y los generales Borja, Trujillo, Saave-
dra, San Juan y el coronel Cevallos estuvieron entre los oficiales
del ejército que murieron en manos de sus compatriotas. La
revolución arrebató la vida de los capitanes generales de Cartage-
na y Cádiz, los gobernadores de Tortosa y Castellón de la Plana y
de los intendentes de Cuenca y Salamanca. Los oficiales munici-
pales fueron sacrificados en Cuenca, Reinosa, Jaén, La Carolina,
Talavera de la Reina y muchos otros lugares. El capitán general
de Galicia, Antonio Filanguieri, tras negarse a sacrificar su
vida en la lucha contra Francia, murió a manos de sus propias
tropas”.
En ocasiones, la rebelión contra Francia y sus simpatizantes
se desbordaba y adquiría la forma de una hostilidad generaliza-
da contra toda forma de gobierno, toda la nobleza, cualquier
elite, incluso contra aquellos que constituían el corazón del im-
pulso revolucionario. El periódico gaditano, El Robespierre espa-
ñol, expresó el resentimiento de clase que sentían muchas per-
sonas del movimiento patriótico. Los editores escribieron que
todo español que luchara a favor de los franceses debía ser cap-
turado, quemado vivo, esparcidas sus cenizas, y confiscados sus
bienes. La alta nobleza, sólo por ser simpatizante de los france-
ses, debía sufrir la misma suerte. Se debía perdonar a los nobles
que mostrasen neutralidad, si bien sus propiedades tenían que
* Rico, Memorias históricas, p. 82; Llorente, Memoria, p. 122.
IZ
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
ser confiscadas, e incluso a los nobles que lucharan junto a los
patriotas se les debían expropiar tres cuartas partes de sus tie-
rras *, De hecho, la revolución popular fue a veces más allá de
los ideales de Dios, rey y patria por los que supuestamente esta-
ban luchando los españoles. En Murcia, por ejemplo, la multi-
tud de clase trabajadora amenazó con acabar para siempre con
el dominio de la elite, por lo que la Junta tuvo que aplastar re-
almente la revolución, imponiendo la pena de muerte a una
buena parte de los delincuentes, incluyendo a uno que había
insultado a los monjes, curas, oficiales municipales y a otros lí-
deres municipales ”.
La necesidad de legislar para proteger al clero de la violencia
revolucionaria debería ponernos en guardia contra una identifi-
cación demasiado simplista de la resistencia con la Iglesia. Inclu-
so en Galicia, donde en 1809 se produjo uno de los movimien-
tos guerrilleros más extensos de España, los eclesiásticos no
fueron especialmente activos en la resistencia, salvo notables ex-
cepciones *. En algunos lugares el clero tuvo la función de líder
en la movilización del pueblo. Ya se ha hecho alusión a la activi-
dad que tuvieron los clérigos en Valencia. El 31 de mayo, la mul-
titud arrebató en Logroño el poder al alcalde y cedió la ciudad al
arzobispado. Cuando Logroño cayó una semana más tarde, casi
todo el clero regular estaba armado, según la información de
D'Agoult, y el general predijo que Francia tendría que hacer algo
respecto a los «canaille froqués» de España. Los curas del País
Vasco hicieron circular misivas en las que se exigía la guerra con-
tra Francia, y en Madrid, tras el Dos de Mayo, los clérigos co-
menzaron a hacer propaganda entre los soldados españoles y por-
tugueses adscritos a los ejércitos imperiales, animándolos a que
desertasen o vendieran sus armas, aparentemente con cierta for-
tuna. Por otro lado, el obispo de Pamplona colaboró de buena
28 El Robespierre español, núm. 1, 30 de marzo de 1811.
22 AHN, Estado, legajo 42, núm. 140.
31 El general Joaquín Blake a la Junta de Galicia, 28 de julio de 1808, AHN, Estado
legajo 42, núm. 23. Véase también Manuel Pardo de Andrade, Los guerrilleros galle
gos de 1809, pp- 80-81.
58
—
INVASIÓN Y REVOLUCIÓN DE 1808
gana con los franceses, como hicieron otros muchos. Incluso el
obispo de Calahorra, que había sido aclamado líder de la insu-
rrección en Logroño, en realidad se había visto forzado a aceptar
esta posición una vez que la multitud lo obligó a salir de su es-
condite”, En Cádiz, los capuchinos apoyaron la revolución, más
bien porque desmovilizaron a la muchedumbre y no porque se
unieran a ella. Al final, la mayoría de la jerarquía eclesiástica es-
pañola se puso del lado del régimen bonapartista, ya fuera por
necesidad, ya por preferencia, aunque la intensidad de su colabo-
ración varió enormemente según las diferentes provincias *. Por
tanto, es evidente que el papel de la Iglesia y la religión en la re-
volución de 1808 fue complejo y debe ser tratado con gran cui-
dado. Y lo mismo ocurre, como veremos, con el papel represen-
tado por el clero en la guerra de guerrillas,
El conflicto de clases no fue el único obstáculo en el camino
hacia la unidad nacional. Otro rasgo de los levantamientos urba-
nos de 1808 fue el dominio del patriotismo local sobre el na-
cionalismo, un precursor del federalismo que afectará a España
durante toda la era moderna. En los primeros días de la insurrec-
ción, las juntas de Asturias, Valencia y Sevilla se declararon sobe-
ranas. La junta de Sevilla rechazó ¿n extremis una propuesta para
invadir y subyugar Granada, ciudad que se había negado a reco-
nocer la superioridad de los sevillanos. En la provincia de Mur-
cia, las juntas de Lorca, Cartagena y Mazarrón simplemente
ignoraron las ordenes procedentes de la Junta de Murcia, elimi-
nando efectiva y temporalmente el gobierno conjunto provin-
cial. En el norte, Puigcerdá llegó a enfrentarse en la práctica con
Urgel en un conflicto relacionado con qué junta debía tener pre-
cedencia. Las juntas locales no sólo entablaron disputas entre sí,
sino también se enfrentaron con los comandantes militares y los
representantes de la Junta Central. De este modo, la unidad
nacional que los patriotas vieron en toda España nunca llegó a
% Estos detalles sobre el clero español proceden de la correspondencia francesa de ju-
nio de 1808 en AAT, C8, 7.
' Hans Juretschke, Los afrancesados en la Guerra de la Independencia, p. 174
y
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
existir realmente, incluso en los embriagadores días de junio
de 1808 >.
Con todo, el particularismo que amenazaba con disolver la
unidad patriótica en 1808 fue también, y paradójicamente, una
de las grandes fuerzas de la resistencia. Durante siglos, ni Habs-
burgos ni Borbones habían conseguido aplicar por completo en
España el programa absolutista. La resistencia al control central
constituía una honorable tradición que tomó formas diversas y
complejas, desde los movimientos partidarios de una total inde-
pendencia provincial o regional, al atesoramiento por parte de
los campesinos que guardaban sus ahorros en los huecos de pare-
des o en habitaciones falsas, fuera de la vista de los recaudadores
de impuestos, o al contrabando y bandolerismo endémico en las
regiones montañosas y fronterizas del país. Al pueblo español,
especialmente en algunas provincias de la periferia, se le había
permitido una libertad y autonomía sorprendentes para los ob-
servadores franceses habituados al despotismo de su país y acos-
tumbrados a creer que España era un país que se encontraba bajo
el yugo del absolutismo. Las tropas de Napolcón comparaban
sus experiencias en España con las de otros países ocupados en el
norte de Europa?*. Los alemanes y austríacos, condicionados por
el militarismo y la centralización, se habían mostrado incapaces
para o reticentes a actuar sin el permiso de sus superiores. Para
conseguir una paz favorable, hubiera bastado con ganar alguna
batalla importante contra los príncipes alemanes y contra Prusia
Austria. Incluso la tan cacareada movilización del pueblo ale-
mán de 1813 fue, en el mejor de los casos, parcial y anémica. En
España, sin embargo, Madrid nunca logró controlar con éxito las
bases provinciales y municipales de poder y liderato. Esta disper-
sión de la autoridad daba a los españoles la capacidad necesaria
3% Pedro María de Urries, marqués de Ayerbe, Memorias del Marqués de Ayerbe sobre
la estancia de D. Fernando VII en Valencay y el principio de la guerra de la independen-
cia, pp. 101-02; hay correspondencia relativa a estos problemas en el AHN, Estado,
legajo 28, nos. 15, 23, 35: legajo 42, nos. 97, 102; legajo 81, «A.» Véase asimismo
Priego López, Guerra de la Independencia, vol. 3, p. 15.
M4 Rocca, Memoirs, p. 3-
60
INVASIÓN Y REVOLUCIÓN DE 1808
para producir resistencia desde docenas de centros separados en
un torbellino de levantamientos que dejaron aislados efectiva-
mente a los franceses en unas cuantas capitales de importancia y
en campamentos militares.
Así, a pesar de la amenaza de disolución federalista y de la
violencia de clase, las juntas revolucionarias sobrevivieron, pros-
peraron y, en el otoño de 1808, constituyeron un gobierno na-
cional unificado en la Junta Central. En la Junta Central partici-
paron algunas de las mentes más lúcidas y algunos de los
mayores líderes de España. Y hombres como Blanco White,
Cienfuegos, Martínez de la Rosa y Quintana plasmaron su visión
radical de la sociedad española en los planes y pronunciamientos
del gobierno revolucionario. «La Providencia» había dado la
oportunidad de que la nación recobrase las libertades perdidas
con los Habsburgos en el siglo xV1. No obstante, los liberales de
1808 querían ir más allá de la simple recuperación de su anterior
dignidad. España conseguiría un nuevo grado de libertad al
tiempo que combatía por su independencia, y se convertiría en
«la envidia y admiración del mundo». En esta nueva España, las
leyes se basarían en el consentimiento de los gobernados, el pue-
blo sería libre de publicar y adorar a quienes deseara y se elimi-
narían las estructuras de la sociedad feudal. A la parálisis del Es-
tado arbitrario, que había corroído al país desde su interior,
debía imponerse un gobierno basado en «la utilidad general» de
la mayoría *. En los próximos seis años, los liberales convirtieron
estos ideales en legislación, primero dentro de la Junta Central y,
tras 1810, en las Cortes de Cádiz que dieron lugar a la constitu-
ción de 1812, la más elevada expresión política de la Ilustración
española. En el verano de 1808, sin embargo, la necesidad más
crucial era la movilización contra Bonaparte.
Las tropas francesas en España se vieron expuestas a un peli-
gro inmediato tras los levantamientos de las provincias. En ju-
nio, campesinos armados comenzaron a patrullar por los cami-
nos y a vigilar las entradas a las ciudades incluso en las regiones
” AN, Estado, legajo 13, núms. 3, 11.
61
- LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
ocupadas por los soldados franceses. Había terminado la etapa
en la que cualquier oficial francés o cualquier carro sin escolta
podía viajar libremente por el país. El espíritu de resistencia vol-
vió incluso a Madrid, que parecía acobardada tras la derrota del
2 de mayo. Una vez más, los madrileños se congregaron en las
plazas públicas, si bien ahora luciendo la escarapela roja de la re-
volución *.
Zaragoza representó un problema particular para los france-
ses. El general Lefebvre-Desnúettes puso sitio a la ciudad el
15 de junio con casi 6.000 hombres, pensando que caería rápi-
damente. En efecto, las fortificaciones de la ciudad parecían po-
bres. Incluso Palafox y algunas de sus tropas regulares habían
huido de Zaragoza creyendo que no podría ser defendida. Sin
embargo, la revolución de la capital aragonesa había producido
un poderoso y único consenso revolucionario. De hecho, la cer-
canía de la amenaza francesa y el astuto gobierno de Palafox ha-
bían evitado desde el principio los antagonismos de clase e inter-
regionales que caracterizaron la formación de juntas en Otros
lugares. En Zaragoza el mito patriótico de la unanimidad estuvo
a punto de verse realizado. Tras las pobres murallas y trincheras,
y apoyados por unos pocos soldados regulares, los zaragozanos se
prometieron a sí mismos defender su ciudad hasta la última gota
de sangre. La acción de Agustina en la puerta del Portillo el 2 de
julio fue sólo un episodio más en un asedio lleno de momentos
heroicos que culminó con la amarga defensa frente al gran asalto
lanzado por 15.000 soldados franceses el 4 de agosto. Tras la pa-
ralización de este enorme esfuerzo, los franceses parecieron per-
der fuelle, y con la llegada a mediados de agosto de fuerzas espa-
ñolas de reemplazo, los franceses se vieron obligados a levantar el
asedio *.
3% La situación fue descrita por Grouchy, AAT, C8, 381. Véase también Roy, Les
Erangaise en Espagne, p.79. Para reunir una multitud que apoyase la entrada triunfal
de José en la ciudad el 19 de julio, los franceses tuvieron que pagar a una banda de
vagabundos y atiborrarlos de licor. Rocca, Memoirs, p- 47.
5 Agustín Alcaide Ibieca, Historia de los dos sitios, op. cit. Charles Oman, A History
of the Peninsular War, Op. Cito, vol. 1, pp. 140-162.
62
PP e
INVASIÓN Y REVOLUCIÓN DE 1808
La mayor amenaza contra los franceses procedió sin duda de
la reorganización de las fuerzas regulares españolas. Durante
mayo y junio, las juntas comenzaron a reunir un ejército con las
unidades borbónicas que quedaban y con nuevos reclutas. La
Junta de Cádiz capturó un escuadrón francés en el puerto con
un importante arsenal que incluía 442 cañones, 830 toneladas
de pólvora, 1.429 fusiles, 100.000 balas, 1.000 espadas y cerca
de 4.000 prisioneros”. Las Juntas de Sevilla y Granada recluta-
ron en junio un numeroso, si bien inexperto, ejército de reclutas
que más tarde fue reforzado con veteranos. No se puede asegurar
el grado de peligrosidad que tenían estos ejércitos para los fran-
ceses. Evidentemente, el general Dupont, confiado en la invasión
de Andalucía, no se percató del peligro que suponía conducir
20.000 soldados por Sierra Morena y el valle del Guadalquivir. A
finales de junio, Dupont escribió desde Córdoba negándose a
creer en las historias sobre los ejércitos insurgentes de Sevilla y
Granada *, El 19 de julio, Dupont se dio cuenta del alcance de
su error cuando se topó en Bailén con 35.000 soldados andalu-
ces. Tras una serie de maniobras inconexas bajo un calor inso-
portable, los franceses se encontraron en una posición insosteni-
ble, y los españoles consiguieron hacer prisionera a toda la fuerza
tras haber combatido con menos de la mitad de soldados.
La victoria española de Bailén demostró ser de enorme im-
portancia. Era la primera vez que el ejército imperial era derrota-
do, Bailén, incluso aunque fuera de chiripa, terminó con el áurea
de invencibilidad que había llegado a rodear a las tropas imperia-
les. Los partidarios de Napoleón en España vacilaron, y algunos
descubrieron de repente su patriotismo. Las noticias de la batalla
provocaron un éxodo desde Madrid, dado que la gente salió en
desbandada para unirse a la insurrección. El 24 de julio, el Con-
sejo Real informó a José de que consideraba letra muerta el Esta-
tuto de Bayona“. Después de Bailén, los cada vez más numero-
% Valencina, Los capuchinos de Andalucía, p. 52.
** Dupont a Belliard, 7 de junio de 1808, AAT, C8, 7.
1 Informe de situación de Grouchy de 24 de julio de 1808, AAT, C8, 381; y AHN,
Estado, legajo 28, núm. 34.
63
sos ejércitos españoles comenzaron a dirigirse hacia el norte para
amenazar Madrid, y comenzó a ponerse en evidencia la peligrosa
situación de las fuerzas francesas en la Península. En Sintra el
ejército lisboeta de Junot, de más de 25.000 soldados, negoció
los términos de su rendición y fue evacuado, por cortesía de la
armada británica, hacia los puertos franceses del Atlántico.
Mientras tanto, los 9.000 hombres del ejército de Moncey, em-
pantanados en las planicies valencianas, que habían sido inun-
dadas para proteger la ciudad, abandonaban su misión en el su-
reste. Valencia no caería hasta 1812. El 30 de julio, José
evacuaba Madrid, ganándose el apodo de «El rey de las once no-
ches», mientras que las tropas francesas, oficiales del gobierno y
«colaboracionistas» atestaban los caminos hacia el norte, retirán-
dose hacia posiciones situadas tras el río Ebro y volviéndose a
concentrar en las Provincias Vascas, Navarra y Cataluña.
64
CAPÍTULO 3
EL CORSO TERRESTRE
1. Derrota y colaboración
En noviembre de 1808, Napoleón entraba en España con sus
yeteranas tropas, y poco después borraba la vergiienza de Bai-
lén. En pocos días los franceses tomaron Vizcaya y entraron
en Burgos el 11 de noviembre, dispersando al Ejército de la
Izquierda de Joaquín Blake. A finales de noviembre, los fran-
ceses volvieron a capturar Tudela y expulsaron del valle del
Ebro al Ejército del Centro al mando de Castaños, al tiempo
que Palafox se vio obligado a entrar en Zaragoza, sometida a
otro asedio. El 3 de diciembre, Napoleón entró en Madrid. La
temprana derrota de los ejércitos españoles puso en peligro
la fuerza expedicionaria de 34.000 ingleses, la cual fue compe-
lida a efectuar una épica retirada a través de la nieve que cu-
bría las montañas de Galicia a fin de escapar del cerco tendido
por el general Soult. En la mañana del 18 de enero fueron
evacuados los últimos restos del ejército británico, con lo que
hasta 1812 las fuerzas británicas se mantuvieron durante la
mayor parte del tiempo acantonadas en Portugal. Poco después
de la evacuación, una parte del ejército español fue liquidada
65
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
en la batalla de Uclés. Toda resistencia militar comenzó a re-
sultar útil !,
La «guerra unánime nacional», más un mito que una realidad,
fue liquidada desde el momento que Napoleón contratacó y des-
truyó a los ejércitos españoles. De repente el patriotismo se con-
virtió en un mal negocio, y aquellos españoles que se habían uni-
do a la resistencia tras Bailén descubrieron cómo acomodarse en
el nuevo régimen. En enero las ciudades de Galicia se rindieron
sin rechistar a las armas francesas, al tiempo que sus líderes civi-
les y religiosos caían en desgracia por facilitar la entrada a los ga-
los ?. En febrero caía Zaragoza, y durante el curso del año si-
guiente gran parte de Aragón se sometía a la ocupación francesa.
La gente, que había huido de sus hogares para salvarse de los
franceses, comenzó a considerar que su «ocupación firme y regu-
lar» podría convertirse en una etapa de prosperidad para Aragón.
Los alcaldes y corregidores dieron su «abierto apoyo» a la admi-
nistración del mariscal Suchet, el cual consiguió formar seis
compañías españolas y algunas milicias urbanas para contribuir a
la causa francesa?. El 4 de abril de 1809, Joaquín Blake escribía
abatido desde Tarragona a la Junta Central:
Cada día son más críticas las circunstancias del Reyno de Aragón
por [...] las ventajas que los enemigos sacan de la timidez de éstos y
de la infamia de muchos que, viendo lejos de sí la fuerza armada y
las personas que representan la legítima autoridad, persuaden a los
| En su retirada, los ingleses sembraron de desolación Galicia, por lo que los británi-
cos que quedaron rezagados sufrieron las consecuencias. Muchos fueron linchados
por los enfurecidos campesinos que demostraron saber cómo protegerse tanto de los
aliados como del enemigo. Bonaparte, 7he Confidential Correspondence, carta del
7 de enero; Martínez Salazar, De la Guerra de la Independencia en Galicia, p. 122;
Oman, A History of the Peninsular War, vol. 1, pp. 513-602, 646-648.
2 AHN, Estado, legajo 42, núm. 194.
í Louis Gabriel Suchet, Memoirs of the War in Spain from 1808 to 1814, 2 vols.
Londres, 1829, vol. 1, pp. 68, 76, 82, 156-157, 331. El mariscal Jean Lannes, tras
ocupar Zaragoza el 20 de febrero de 1809, escribió a Napoléon: «Es sorprendente,
Señor, como la captura de Zaragoza ha calmado el país. Todos los oficiales de la ciu-
dad han acudido procedentes de toda la provincia para someterse». Alexander, Rod of
Iron, p. 4.
66
: EL CORSO TERRESTRE
mismos Pueblos a que obedezcan y rindan vasallage al común ene-
migo de nuestra Nación. Así es que muchos de ellos han abierto las
Puertas al enemigo, le han recibido con aplauso, le han facilitado to-
dos los auxilios a pesar de las órdenes reiteradas de Y. M.”,
En Fuentes y Huesca, el comandante de la guarnición, Marc
Desbouefs, incluso se había hecho popular. Desbouefs se dedica-
ba a jugar «á la manille avec les bourgeois et les prétres, et 4
la balle avec les paysans». Los pobres lo llamaban «su padre» y los
niños le «gritaban con alegría» al verlo. Por tanto, los franceses
estaban muy cerca de la pacificación de Aragón en 1809
y 1810”.
En efecto, en 1810 la mayoría de España había pasado a cola-
borar con un régimen que parecía cada vez más estable. En gran
parte de Cataluña, a pesar de la impresionante resistencia de Ge-
rona y de los logros de las guerrillas en 1808, la mayoría de la
gente se había adaptado al nuevo gobierno en 1810“. En agosto
de 1809, el general Blake advirtió a la Junta Central de que ésta
no prestaba atención a las quejas de los catalanes «que solos, o no
se hubieran presentado al enemigo o le hubieran vuelto la cara,
viéndole más cerca» ”. Los franceses consiguieron reclutar con
éxito catalanes para el combate en formaciones contraguerri-
lleras. A los «caras girats» catalanes siempre los situaban en los
puestos de vanguardia para aprovecharse de su buena reputación
por su entrega despiadada en la batalla, un reputación sin duda
alentada por el temor de que en caso de captura, serían asesina-
1 Blake estaba particularmente disgustado con la ciudad de Jaca, cuyos líderes afran-
cesados se rindieron a los galos el 22 de marzo, según Blake, sin disparar un solo tiro.
AHN, Estado, legajo 42, núm. 118.
% Marc Desboeufs, Souvenirs du Capitaine Desbocuf, les étapes d'un soldat de lempire,
pp. 165-66.
“ Sobre la colaboración de Cataluña, véase Mercader Rica, Barcelona durante la ocu-
pación francesa, pp. 190, 219. En agosto de 1809 fracasó un complot para reconquis-
tar la ciudad de Barcelona cuando algunos de los conspiradores que se encontraban
en el interior de la ciudad decidieron en el último momento que estarían mejor bajo
el dominio francés. Carta de Pedro Berenguer a Blake, AHN, Estado, legajo 42,
núm. 63.
7 Carta de Blake de 1 de agosto de 1809, AHN, Estado, legajo 42, núm. 57.
67
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
dos por los guerrilleros. Los catalanes combatían generalmente
con más destreza que las mejores tropas francesas y se les conocía
como «los carniceros del ejército francés» *. Los territorios que
continuaron resistiendo, como Lérida, sufrieron el terror de Su-
chet hasta que se rindieron ?. Así pues, la idea según la cual la
guerra constituyó «el primer acto de españolismo colectivo de los
catalanes» resulta una manifiesta simplificación del proceso real
de resistencia y acomodación de Cataluña *”.
En la España meridional, la situación era todavía más deses-
perada. Córdoba, Sevilla, Granada, todas ciudades de Andalucía,
una tras otra, declararon su lealtad a José en enero y febrero de
1810, La cálida acogida otorgada al nuevo rey en el sur llamó in-
cluso la atención de los franceses, hecho que hizo que un oficial
francés escribiese: «La posterioridad rehusará creer que el herma-
no de Napoleón haya sido en 1810 ídolo de los pueblos de An-
dalucía y de Granada, y no obstante es la exacta verdad» !!. José
era un «turista coronado» en un «paseo botánico» !?. Escribió al
mariscal Suchet sorprendido de que «todas las ciudades me han
dado toda clase de pruebas de afecto como yo jamás las tuve [...]
todavía más que en el Reino de Nápoles» '*, Es más, en Andalu-
* Ayuda de campo |., Souvenirs de la Guerre d'Espagne par un adjutant de chaussenrs,
p- 108. Véase también Isidro Clopas Batlle, El invicro Conde del Llobregat y los hom-
bres de Cataluña en la Guerra de la Independencia, p. 49.
? Por alguna razón, Suchet se ganó la fama de general humanitario, Tras tomar Léri-
da, el 13 de abril de 1810, sometió a la ciudad a un saqueo generalizado y dos doce-
nas de habitantes fueron fusilados. Durante los siguientes cuatro años, 204 sujeros
fueron ejecutados en Lérida. Rafael Gras y de Esteva, «Notas sobre la dominación
francesa en Lérida», en 11 Congreso de la Guerra de la Independencia y su época,
pp. 51-60, 90.
1% La cita es de Soldevilla, Historia de España, vol. 6, p. 109, y aparece en Luciano de
la Calzada Rodríguez, «La Ideología política de la Guerra de la Independencia», en
La Guerra de la Independencia español y los sitios de Zaragoza, p. 285.
'! Bigarré, Mémoires, pp. 270-73. Bigarré narra la siguiente historia sobre la visita de
José a Granada. «Una de las mujeres más hermosas de esta ciudad, que pertenecía a
una de las mejores familias del reino, llevó el delirio de su entusiasmo por su nuevo
rey hasta suplicarle por escrito concederle el insigne favor de visitarla en el lecho.» Bi-
garré no dice cómo respondió José a esta proposición.
|? Geoffroy de Grandmaison, 1 Espagne et Napoleón, vol. 2, pp. 197-205.
15 AHN, Estado, legajo 3003, núm. 2.
68
EL CORSO TERRESTRE
cía y en la Mancha, José consiguió organizar milicias urbanas por
donde quiera que pasaba y reclutó ocho regimientos de infante-
ría **, En 1811 las milicias urbanas del sur se enfrentaron a los
pocos guerrilleros que se encontraban en activo sin contar con
ninguna ayuda de los franceses '?. Por su parte, en 1811 los últi-
mos patriotas se quejaban en La Mancha: «Nosotros tenemos el
enemigo a los umbrales de nuestra casa, y creemos demasiado sa-
crificio el cerrar la puerta para que no entre a violarla» '*. En Va-
lencia, la multitud derribó la estatua de Fernando VII y rindió la
ciudad en enero de 1812, después de lo cual desapareció la resis-
tencia en la región '”,
Finalmente, dos millones de españoles juraron lealtad a José
Bonaparte, incluyendo a la mayoría de la jerarquía eclesiástica y
a muchos de los grandes de España, pero también a individuos
que en 1808 habían apoyado la causa antifrancesa '*, Además de
1 Gómez de Arteche, La Guerra de la Independencia, vol, 8, pp. 41-65, 89; vol, 10,
pp. 69-71. Debe destacarse que la lealtad de estos regimientos fue siempre sospecho-
sa. En 1809 un regimiento de León desertó en masa con todas sus armas y pertre-
chos. Bonaparte, 7/he Confidential Correspondence, carta del 21 de febrero de 1809.
El temor a la deserción afectó incluso al «Regimiento José Bonaparte», fuerza de elite
que se suponía iba a ser enviada a Francia en 1810 para que llevase a cabo una acción
posterior en el norte de Europa. El proyecto fue abandonado porque José temió que
el envío de este regimiento por Navarra pudiera convertirse en un regalo de personal
y equipamiento para Mina. Carta del 28 de mayo de 1810 de Juan Kindelán a Gon-
zalo O'Fárril. AHN, Estado, legajo 3003.
1%. Gaceta de Sevilla, 3 de diciembre de 1811.
1£ Gaceta de la Mancha, núm. 1, 13 de abril de 1811.
17 Gómez de Arteche, La Guerra de la Independencia, vol. 2, pp. 264-66. La historia
de la rendición de Valencia fue tan «dolorosa» para Gómez de Arteche —quien sólo
aceptaba considerar la guerra como un esfuerzo unánime y patriótico— que comuni-
có a sus lectores que no podía continuar. En la corta visita de José a Valencia, duran-
te la breve ocupación británica de Madrid en 1812, los franceses se quedaron «atóni-
tos al comprobar que era posible seguir adelante sin escoltas, atravesar caminos y el
país y recibir correos desde Francia, sin temor a las bandas y guerrillas, que infesta-
ban las comunicaciones en todo los demás lugares». Suchet, Memoirs, vol. 2,
pp. 268-69.
1 Artola, Los afrancesados, p. 55; Jurerschke, Los afrancesados, p. 174, Merece la pena
volver a repetir que, a pesar del mito según el cual el clero fue «alma» de la resisten-
cia, la mayoría de sus miembros en la España ocupada colaboró. Por ejemplo, cuan-
do José entró en Córdoba en 1810, fue recibido con 37 cañones, por 11 sacerdotes y
7 miembros del gobierno de la ciudad, quienes le juraron lealtad. Gaceta de Madrid,
69
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
estos colaboracionistas, otros miles permanecieron, cuando me-
nos, neutrales. El desesperado llamamiento de la Junta Central y
la regencia en 1810 y 1811, implorando al pueblo que resistiese
a los franceses como había hecho antaño, constituye un restimo-
nio elocuente de la colaboración y la neutralidad *?. El semanario
patriótico se quejaba asimismo de la «resistencia que notamos en
la mayor parte de los pueblos para la extracción de la juventud»,
y condenaba el «tibio egoísmo» que había sustituido al «enarde-
cimiento patriótico que nos hizo vencedores en las llanuras de
Bailén» ?”. El más radical, El Robespierre español, declaraba que el
número de los «españoles envilecidos» que trabajaba en favor de
la sumisión de España al imperio había crecido tanto que única-
mente las medidas más agresivas de terror podrían salvar al país”.
No sólo era difícil reclutar soldados, sino que la deserción de los
ejércitos españoles había alcanzado proporciones alarmantes ”.
Es imposible, por tanto, sostener que en España se hubiera
hecho una guerra unánime y nacional contra Napoleón. Por el
contrario, debemos reconocer, con Mercader Riba, que «la masa
del pueblo español, aunque esto no se reconozca comúnmente,
aceptó [...] esta dominación de un rey extraño y de una admi-
nistración incomprendida» *. Esto era especialmente cierto en
1 de febrero de 1810. La campaña efectuada en 1809 y 1810 para que todos los ofi-
ciales del gobierno se reconfirmasen en sus puestos tras prestar juramento de lealtad
tuvo un gran éxito, aunque en Navarra, como mal augurio, no fue así. Gaceta de Ma-
drid, 20 de agosto de 1809.
1% AHN, Estado, legajo 13, núms. 8, 16, 17.
20 El semanario patriótico, 11 de abril de 1811, núm. 53. El número del 9 de mayo
de 1811 utilizaba un lenguaje similar: «Los alistamientos se eludían con sobornos y
otros medios indecorosos como en los tiempos anteriores, y no se hacía frente al ene-
migo con el denuedo que al principio de la revolución. Norábase además en muchos
pueblos una fría indiferencia 6 abandono quando se trataba de resistir a los franceses;
los padres de familia no presentaban ya espontáneamente sus hijos para sacrificarlos
en el ara de la patria; y en fin el descontento era general quando el enemigo invadió
las Andalucías».
2 El Robespierre español se editó desde marzo a agosto de 1811, momento en el que
fue suprimido por su extremo radicalismo. La cita es del segundo número, fechado el
3 de abril de 1811.
2 El semanario patriótico, 27 de marzo de 1811.
2 Mercader Rica, José Bonaparte, p. 6.
70
EL'CORSO TERRESTRE
las grandes ciudades y sobre todo en las provincias del sur y del
centro, concretamente tras los desastres militares de 1808-1809.
Lo que no significa, empero, que en España se hubiera termina-
do con la resistencia. Simplemente, la resitúa en el campo y la re-
considera como guerra de guerrillas. En 1808 la guerra se había
organizado en ciudades cuyas juntas revolucionarias habían for-
mado ejércitos regulares para combatir al francés. Una vez derro-
tados estos ejércitos y ocupadas las ciudades, cayó sobre las gue-
rrillas, especialmente en el norte de España, todo el peso de la
resistencia.
2. Galicia
En 1809 Galicia se convirtió en el asentamiento de la primera
insurgencia guerrillera generalizada de España ?*. En el verano de
1808, los levantamientos populares en Galicia pusieron el poder
en manos de una junta, la cual había conseguido reunir a miles
de soldados. El 14 de julio de 1808, éstos sufrieron una derrota
en Medina de Río Seco y formaron parte de la desastrosa campa-
ña de otoño e invierno de 1808-1809, De esta forma, cuando en
enero de 1809 el mariscal Soult invadió Galicia, descubrió una
provincia en apariencia exhausta y derrotada, Soult halló muchos
colaboradores en lugares como La Coruña, El Ferrol, Santiago de
Compostela y Vigo. En efecto, en las ciudades gallegas, la mayo-
ría de los nobles, clérigos y propietarios, ya fuera en abierta trai-
ción, como en El Ferrol, ya por cobardía, como en Vigo y Tuy,
recibió con los brazos abiertos a los franceses.
En las zonas rurales, sin embargo, la resistencia cobró nueva
vida. Desde febrero a junio de 1809, casi 56.000 campesinos
combatieron en una clásica campaña guerrillera contra un ejérci-
4 Los acontecimientos de la campaña gallega de 1809 se basan principalmente en
Pardo de Andrade, Los guerrilleros gallegos de 1809; Martínez Salazar, De la Guerra de
la Independencia en Galicia, Ramón de Artaza Malvarez, Reconquista de Santiago en
1809; Oman, The History of the Peninsular War, vol. 2; y María Figueroa Lalinde, La
Guerra de la Independencia en Galicia.
71
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
to francés de 40.000 soldados a las órdenes del mariscal Soult y
una fuerza adicional de 18.000 al mando del mariscal Ney.
Cuando los franceses se aproximaban a las villas, los campesinos
escapaban con su ganado y bienes, retornando a sus hogares sólo
cuando se habían marchado. Los oficiales franceses compararon
su paso por Galicia con «el progreso de un barco en alta mar:
corta las olas; sin embargo, estas se sitúan justo detrás, y en unos
instantes todo el trazo de su paso ha desaparecido» ”. Las guerri-
llas fueron tan efectivas que, cuando Soult dejó Galicia para in-
vadir Portugal, sólo contaba con 22.000 soldados armados frente
a la fuerza originaria de 40.000. La mayoría de sus bajas había
perecido, enfermado o había sido destinada a ayudar a Ney a
mantenerse en Galicia. En consecuencia, la fuerza de Soult resul-
tó inadecuada para la invasión de Portugal. En mayo, una pe-
queña fuerza aliada, al mando del futuro duque de Wellington,
obligó a Soult a salir de Oporto. Entretanto, Soult no había de-
jado suficientes hombres con Ney para pacificar Galicia *. Ayu-
dado por unos pocos miles de soldados regulares a las órdenes de
La Romana, los gallegos recuperaron Vigo en marzo, Tuy en
abril, Santiago en mayo y La Coruña y El Ferrol tras derrotar a
Ney en la batalla de Puente San Payo a principios de junio.
Cuando en el verano de 1809 los franceses abandonaron para
siempre Galicia, sólo conservaban la mitad de sus fuerzas origi-
narias de 60.0000 hombres que habían entrado en la provincia
desde enero 7. Una vez más, las principales fuentes inglesas iden-
tifican a Wellington como el héroe de Galicia. Según Charles
Oman fueron las operaciones anglolusitanas del norte de Portu-
gal las que obligaron a los franceses a retirarse de Galicia ”. La
verdad resulta bastante más matizable, y pone de manifiesto el
poder de las fuerzas regulares e irregulares trabajando en sim-
%% Goodspeed, The British Campaigns, p. 72.
26 Además de las fuentes ya citadas, véase Priego López, La Guerra de la Independen-
cia, vol. 4, p. 136; y Gómez de Arteche, La Guerra de la Independencia, vol. Vl,
pp. 92-102.
7 Gabriel Lover, Napoleon and the Birth of Modern Spaín, vol. 1, p. 41.
2 Oman, A History of the Peninsular War, vol. 2, p. 404-405.
42
EL CORSO TERRESTRE
biosis. Los gallegos realmente tuvieron suerte de que Wellington
expulsara de Portugal a los 23.000 soldados de Soult. No obstan-
te, Wellington también se benefició del hecho de que Soult hu-
biera dejado 37.000 hombres en Galicia, ya estuvieran enfermos,
muertos u ocupados en combatir a los insurgentes.
Galicia abrió los ojos de algunos comandantes franceses ante
las dificultades de su situación en España. El mariscal Soult dejó
un testimonio elocuente, si bien paranoico, sobre lo que había
combatido en Galicia. «Esta provincia está en continua fermen-
tación», escribió Soult. La resistencia de los civiles promete «ha-
cer la guerra de este país muy carnicera, infinitamente desagrada-
ble y de unos resultados muy remotos». Sería necesario un
prolongado conflicto, informaba Soult a José, antes de que se
pudiera conseguir en Galicia algo de valor ”, Los acontecimien-
tos de Galicia también enseñaron a los líderes españoles a respe-
tar la efectividad de la guerra de guerrillas. En concierto con los
regulares de Wellington y La Romana, los guerrilleros habían
ayudado a liberar Galicia y Portugal. El gobierno hispano apren-
dió que, a pesar de la colaboración, la pérdida de los centros ur-
banos y la destrucción de sus ejércitos, todavía podía defenderse
la España rural. Mediante la estrategia de la guerra de guerrillas,
era posible diseminar a las fuerzas francesas de tal modo que fue-
ran vulnerables al ataque e incapaces de concentrarse para hacer
frente a las fuerzas regulares aliadas *.
El ejemplo de la resistencia de Galicia, citado con frecuencia
como muestra de una guerra casi unánime contra Napoleón, ad-
vierte nuevamente contra la percepción según la cual la guerra
española fue nacional o nacionalista. Galicia se movilizó como
resultado de una combinación de factores, la mayoría de ellos
Y Esta traducción de la carta de Soult del 25 de junio de 1809 apareció en El sema-
nario patriótico el 27 de julio de 1809. La versión francesa fue publicada en Oman, A
History of the Peninsular War, vol. 2, pp. 642-43. Quizá fuera la desilusión de Soult
en Galicia la que más tarde le convertiría en un depredador aventurero de Andalucía,
en donde se dedicó a vaciar iglesias y residencias de sus riquezas y obras de arte en
cuanto podía organizar su transporte a Francia.
% El semanario patriótico, 27 de julio de 1809.
73
_ LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
poco relacionada con el apoyo al rey y la patria, y todavía menos
con Dios. Durante el invierno de 1808-1809, la región había su-
frido el continuo trasiego de los ejércitos españoles, ingleses y
franceses. Durante la retirada de las tropas españolas al mando
del general Blake en diciembre, Galicia fue saqueada de tal modo
que el ejército español tuvo que comenzar a fusilar a sus propios
soldados acusados de deserción y de crímenes contra la pobla-
ción *!, Siguiendo los talones de los españoles, venían las tropas
inglesas del general Moore, cuyo comportamiento fue incluso
peor, acometiendo pillajes sin ninguna compasión en el transcur-
so de su precipitada retirada hacia la costa y su evacuación *.
Cuando los franceses entraron en Galicia, la provincia ya había
sido devastada y su pueblo indispuesto. Esto obligó a los france-
ses en enero de 1809 a requisar por la fuerza alimentos y abastos
en detrimento del campesinado resentido. Tras el trato dado por
las tropas regulares españolas e inglesas, resulta difícil imaginar a
los campesinos gallegos uniéndose a las bandas guerrilleras por
lealtad a la causa española o aliada; tampoco es probable que la
colaboración de la mayoría del clero gallego, desde el arzobispo
de Santiago hacia abajo, inspirase la unión piadosa a la resisten-
cia; no obstante es fácil imaginar a los campesinos convertidos
en partisanos cuyo fin era detener la depredación francesa de los
últimos alimentos que les quedaban.
De hecho, no necesitamos imaginar nada ya que no existe
ningún misterio en explicar por qué se formó la primera partida
1 La correspondencia relativa al ejército de Blake en Galicia se encuentra en AHN,
Estado, legajo 42, nos. 155-160. El general La Romana pensaba que «la deserción es-
candalosa» había sido provocada por la cobardía de los oficiales de Blake; sin embar-
go, la falta de calzado, comida y paga que siguió a la derrora fue, con más seguridad,
la que provocó los problemas.
*2 El general La Romana escribía el 18 de enero: «Es criminalísima su conducta [de
Moore], nos ha perdido el Reyno de Galicia; ha infundido el desaliento, el terror, y
el desgusto en el exército [...]. Nos ha privado de todos los medios de subsistir, por
donde han pasado sus tropas, permitiéndolas la total desolación del país». Martínez
Salazar, De la Guerra de la Independencia en Galicia, p. 122. Napoleón escribió a José
que había escuchado que los «graneros de todas las villas de Galicia estaban llenos de
ingleses, ahorcados por los campesinos en venganza por su terrible depredación». Bo-
naparte, The Confidential Correspondence, carta del 9 de enero de 1809,
74
__EL CORSO TERRESTRE
guerrillera. El 9 de febrero, cerca de Tuy, Marcelino Troncoso y
Sotomayor, cura de Couto, reunió una banda de hombres que
constituyó el núcleo del ejército más importante de Galicia, la
poderosa División del Miño. Troncoso no movilizó a sus compa-
triotas con llamamientos al nacionalismo o la piedad, aunque
fuera sacerdote. Más bien se unió a ellos con objeto de combatir
a los franceses para detener una nueva contribución anunciada
por el mariscal Soult. Éste había ordenado que las ciudades de
Crecente y Alveos lo abastecieran de caballos, pienso y alimentos
para 20.000 raciones. Las ciudades cumplieron, pero Troncoso
embargó las raciones antes de que pudieran ser repartidas y orde-
nó la pena de muerte para los residentes jóvenes que no se unie-
ran a sus fuerzas. Ese mismo día su nueva partida de dispuestos
voluntarios dio muerte a quince soldados franceses y capturó a
otros 51. Durante los dos meses siguientes Troncoso emprendió
una clásica campaña guerrillera: aisló del campo al enemigo, hizo
que la recaudación fiscal fuese irregular, obligó a Soult y Ney a
enviar partidas de requisición con objeto de alimentar a sus tro-
pas a las que tendió emboscadas, y con las armas y alimentos
capturados incrementó el número de seguidores. A finales de fe-
brero, Troncoso fue nombrado general de la División del Miño,
la cual contaba con 8.000 hombres, alcanzando a finales de mar-
zo los 16.000.
Lo acontecido tras la retirada de Galicia por parte de los fran-
ceses nos da alguna pista sobre los motivos por los que los galle-
gos combatieron. En vez de perseguir a Ney y Soult por León y
Castilla, los gallegos permanecieron en su tierra *, Lo cierto es
que en Galicia nunca existió ninguna preocupación por liberar
España. El objetivo de la junta y de los soldados gallegos siempre
se limitó a despejar su provincia de soldados franceses. Ésta es la
razón por la que hasta el final de la guerra fracasó estrepitosa-
Y Ya en 1808 se habían producido ciertas dificultades para utilizar fuerzas gallegas
fuera de Galicia, lo que seguiría siendo problemático durante toda la guerra. La co-
rrespondencia sobre este asunto puede encontrarse en AHN, Estado, legajo 28, nú-
mero 23, legajo 42, núm. 102.
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LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
mente cualquier intento de mantener las unidades gallegas intactas
y de reunir nuevos reclutas, una vez que Francia hubo abandona-
do la provincia. Galicia, que había demostrado ser un sumidero
de tropas francesas en la primavera de 1809, no representaría casi
ningún papel durante el resto de la guerra.
En enero de 1810, cuando se comenzó a temer por una nueva
invasión francesa de Galicia, la Junta reclutó 20.000 hombres,
pero una vez que hubo pasado la amenaza, esta fuerza fue disuel-
ta y no se pudo utilizar fuera de la provincia, donde se precisaba
perentoriamente, Es más, no sólo desertaron estos reclutas, sino
que cientos de miles de jóvenes abandonaron Galicia hacia
Oporto y Lisboa a fin de escapar a su alistamiento en el ejército
español. El cónsul español en Oporto intentó apelar al patriotis-
mo de aquellos apátridas, invocando al rey, a la patria y a la reli-
gión. Por el lenguaje que utilizó, empero, no había lugar a dudas
de que comprendía bien los límites del patriotismo de sus con-
ciudadanos: la defensa,
..» del rey, de la Patria, y de la Religión, llama imperiosamente a to-
dos los naturales de Galicia, que se hallen en estado de tomar las ar-
mas, para que concurran con sus Paysanos a arrojar los crueles Inva-
sores de su Patria (en caso que sea nuevamente invadida), y defender
hasta los últimos esfuerzos sus hogares, y familias... %.
La clave para comprender esta apelación «patriótica» está en la
frase «en caso que sea nuevamente invadida», que sólo podía
aplicarse a Galicia, no a España, dado que la mayor parte de Es-
paña ya estaba ocupada. Ciertamente, el cónsul español com-
prendía que la «patria» que podría inducir a los gallegos a luchar
era Galicia, no España. En efecto, cuando se supo que Galicia es-
taba a salvo de la amenaza francesa y que se iban a enviar a los
reclutas a Cádiz y no a Galicia, se hizo imposible todo esfuerzo
de reclutamiento en Portugal. La Junta de Galicia se vio obligada
a despachar un agente, José Benito Munin, para que reuniese a
* Figueroa Lalinde, La Guerra de la Independencia en Galicia, p. 136.
76
EL CORSO TERRESTRE
los voluntarios expatriados, si bien tan sólo pudo reclutar 150
hombres, a pesar de pagarles generosamente por su patriotismo.
Todavía peor, de los 150 hombres que aceptaron el soborno de
Munin, 100 desertaron antes de alcanzar la frontera portugue-
sa. Munin no dudaba de que sus dificultades para reclutar se de-
bían a que los potenciales reclutas sabían de buena mano que no
iban a ser destinados a Galicia y no deseaban luchar en otros lu-
gares de España.
La historia de la guerra de guerrillas en Galicia muestra que
debemos ser más precavidos con las interpretaciones simplistas
que hacen de la resistencia en España un símbolo del nacionalis-
mo hispánico, o un signo de lealtad a Fernando y a la Iglesia ca-
tólica. Aunque estas lealtades no estuvieron ausentes de Galicia,
no fueron suficientes para hacer que los jóvenes pusieran en peli-
gro sus vidas. Á principios del siglo XIX, la nación todavía era ru-
dimentaria, distante, desconocida y rechazada. De la misma for-
ma, la Iglesia y el rey eran menos apreciados y «deseados» de lo
que la retórica patriótica hacía creer a algunos. Los gallegos lu-
charon contra la ocupación francesa en la primavera de 1809
porque no tenían otra elección si pretendían continuar sobrevi-
viendo, Cuando apareció la posibilidad de elegir, los campesinos
gallegos prefirieron quedarse en sus hogares, Un comportamien-
to que se repetiría en otros lugares de España.
3. La Junta y las guerrillas
El éxito de la campaña gallega convenció al gobierno español de
aceptar la guerra de guerrillas como medio de salvación. En el
verano y otoño de 1808, mientras España todavía contaba con
ejércitos aparentemente fuertes para presentar batalla, la Junta
Central se había opuesto a la formación de partidas guerrilleras *.
Lo que la Junta temía era que la existencia de guerrillas alentara
% Los líderes políticos y militares de España mantuvieron siempre un fuerte perjui-
cio contra las guerrillas. Cada cierto tiempo, cuando el gobierno se sentía lo sufi-
77
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
la deserción de las unidades regulares, Sin embargo, tras una se-
rie de derrotas entre noviembre de 1808 y enero de 1809, pare-
cía claro que España no podía mantener un ejército que hiciera
frente a los franceses. Las emboscadas a los franceses rezagados y
a los pequeños destacamentos, el aislamiento de las guarniciones
enemigas y el desmantelamiento de las requisiciones y recauda-
ciones fiscales de los franceses se presentaron como las estrategias
más efectivas de resistencia en la mayor parte de España. Esta
pérdida de confianza en las estrategias y tácticas basadas en el
ejército regular se incrementó tras la mediocre actuación del ejér-
cito español en la afortunada campaña de Talavera y tras su de-
rrota en la terrible batalla de Ocaña el 19 de noviembre. Rendida
Gerona el día 10 de diciembre, la guerra de guerrillas parecía el
único medio de resistencia, en especial en el fuertemente ocupa-
do norte de España”.
Por consiguiente, la Junta Central promulgó una serie de de-
cretos otorgando existencia legal a las guerrillas. El 28 de diciem-
bre de 1808, la Junta aprobó su primer «Reglamento de Partidas»
que fijaba los procedimientos necesarios para la organización de
partidas guerrilleras en toda España. El 1 de enero de 1809, la
Junta aprobó un «Manifiesto de la Nación Española a la Europa»
que justificaba la movilización de civiles. El manifiesto describía
los actos de indescriptible salvajismo perpetrados por las tropas
francesas contra los españoles. Sus soldados habían profanado los
hogares españoles «con la violación de las madres y de las hijas,
que tenían que sufrir todos los excesos de su brutalidad a vista de
sus padres y esposos despedazados: los niños eran clavados a las
bayonetas y llevados en triunfo como trofeos militares». Habían
saqueando conventos y monasterios, y los habían convertido en
cuarteles y prostíbulos, mientras que la violación de monjas y el
asesinato de monjes se habían convertido en una rutina. Los
cientemente fuerte desde el punto de vista militar, volvía a adoptar esta actitud nega-
tiva. AHN, Estado, legajo 13, núm. 4.
3% Las fuerzas españolas en Ocaña comenzaron la campaña con casi 60.000 hombres;
sin embargo, tres semanas más tarde sólo pudieron reunir 24.000, Oman, A History
of the Peninsular War, vol. 3, pp. 95, 530-31.
78
_ EL CORSO TERRESTRE
franceses eran «monstruos feroces, no hombres, contra los cuales
todos los medios de venganza, todos los caminos de exterminio,
por horribles, y sin exemplo que se los suponga, están autori-
zados...» >.
Esta violenta retórica no era simple exageración. La increíble
brutalidad francesa en España, capturada por Goya en las imáge-
nes espectrales de los «Desastres de la Guerra», no tenía muchos
precedentes y obligó al pueblo a redefinir sus ideas sobre la gue-
rra. La infame declaración del mariscal Soult del 9 de mayo de
1810, que definía toda resistencia al dominio francés como ban-
didaje y condenaba a todos los prisioneros españoles a la pena de
muerte, simplemente codificó las prácticas francesas que habían
tenido lugar desde el principio *, Incluso en Medina de Río Seco
en julio de 1808, los franceses asesinaron fríamente a sus prisio-
neros españoles y, en medio del saqueo generalizado, tuvieron
tiempo para pasar a cuchillo a todos los monjes franciscanos de
la ciudad *.
Esta sed de sangre comenzaba al más alto nivel. El 10 de ene-
ro de 1809, Napoléon aconsejaba a José que «ahorcase a unos
pocos» madrileños. Al día siguiente escribió a su hermano otra
carta todavía más sedienta de sangre, donde le pedía que «ahor-
case una docena de personas en Madrid». Finalmente, el 12 de
enero, con increíble sangre fría, ordenó a su hermano llevar a
cabo un asesinato en masa:
Debes colgar en Madrid a una veintena de los peores caracteres.
Para mañana tengo la intención de ahorcar aquí a siete que se han
destacado por sus excesos. Han sido secretamente denunciados a
mí por gente respetable a quienes su existencia molesta y quienes
recobrarán sus espíritus cuando aquéllos desaparezcan. Si Madrid
no se libera de al menos 100 de estos revoltosos, no podrás hacer
nada,
' _AHN, Estado, legajo 13, núm. 1.
' Toreno, Historia del levantamiento, vol. 3, pp. 265-66.
Y Thiry, La Guerre d Espagne, p. 224.
79
: LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
Napoléon escribía a su hermano desde Uclés, donde estaba a
punto de acabar con el Ejército del Centro español. Cuando
ganó la batalla el 13 de enero y la ciudad se rindió, su ansia de
sangre no se apaciguó con siete asesinatos: Napoleón ordeno ma-
tar a 69 notables *”.
En respuesta a las atrocidades francesas y a la derrota militar,
la Junta Central ordenó el 17 de abril de 1809 la formación de
«el corso terrestre», autorizando a que todos los habitantes se ar-
masen y se uniesen a bandas guerrilleras. En aquel año se forma-
ron numerosas partidas guerrilleras con soldados regulares dis-
persos que huían de los despojos y ruinas de batallas como la de
Ocaña. Algunos estaban dirigidos por oficiales procedentes de
los ejércitos españoles derrotados. Así, a finales de 1809, en la
zona sudoccidental de Zaragoza, tres oficiales, José Joaquín Du-
rán, Ramón Gayán y Pedro Villacampa, estaban al mando de
3.000 a 4.000 hombres, muchos de los cuales eran desertores
procedentes de formaciones regulares*'. Julián Sánchez, que diri-
gía una partida guerrillera en León, había comenzado su carrera
como sargento de caballería luchando por Salamanca con el ge-
neral Del Parque *?, Con todo, la mayoría de las unidades forma-
das a partir de regulares dispersos fue reintegrada en el Ejército
Español en 1810%,
A largo plazo fueron más prometedoras las partidas guerrille-
ras formadas por campesinos voluntarios o por los nuevos reclu-
tas incorporados a las milicias provinciales formadas por las jun-
tas. En algunos casos, los oficiales regulares encabezaron estas
fuerzas. El general Juan Díaz Porlier fue autorizado por el gene-
ral La Romana para operar con dos regimientos en Asturias. No
obstante, ésta fue una típica formación guerrillera muy vinculada
a Asturias. En efecto, la Junta de Oviedo le prohibió, en al me-
'* Bonaparte, The Confidential Correspondence; Oman, A History of the Peninsular
War, vol. 2, p. 12.
1! Alexander, Rod of Iron, pp. 28-31.
E «Expedientes personales de los generales», AHN, Estado, legajo 42, núm. 152.
1 AHN, Estado, legajo 42, núm. 220. Gómez de Arteche, La Guerra de la Indepen-
dencia, vol. 1, pp. 7-8.
80
EL CORSO TERRESTRE
nos una ocasión, utilizar a los reclutas asturianos fuera de la pro-
vincia y cuando intentó hacerlo se encontró frente a la oposición
y a la deserción *. Así pues, el modelo de patriotismo local ob-
servado en Galicia se repitió en Asturias.
El localismo es, de hecho, un rasgo de la guerra de guerrillas,
El principal propósito de la guerrilla es limitar los contactos del
enemigo con el campo. Para conseguirlo, las guerrillas atacan a
las partidas de requisición del enemigo, a sus recaudadores de
impuestos, sus sistemas de abastecimiento y a las columnas lige-
ras enviadas en incursiones punitivas. Asimismo disciplinan a los
colaboradores, que generalmente son más frecuentes en las áreas
urbanas. Al golpear a estos objetivos militares y a estos «traido-
res» urbanos, los campesinos guerrilleros protegen a sus familias
y a sus propiedades, lo que Mao denominó el «mar conveniente»
en el que las guerrillas operan y consiguen su sustento, Esta es-
trategia, junto a las tácticas de emboscada y retirada, requiere
unidades guerrilleras que permanezcan cerca de sus hogares, de
forma que puedan mezclarse con la población civil entre batalla
y batalla, adquirir alimentos que compensen la falta de intenden-
cia, y dedicarse a la agricultura. Cuando las fuerzas guerrilleras
tratan de operar como si fueran unidades regulares al servicio de
una idea estratégica nacional, los resultados suelen ser desastro-
sos. Ésta es la razón por la que la guerra de guerrillas nunca es
una guerra nacional, a pesar de que la propaganda afirme siem-
pre lo contrario.
A veces el localismo degeneraba en simple bandidaje. En el
período que va desde mediados de 1809 a 1810, el problema de
bandidaje fue especialmente grave. Uno de los más infames cor-
sarios de 1809, don Antonio Temprano, monje de la orden de
los Mercedarios Calzados, rechazaba abiertamente motivos más
elevados. A menudo evitaba a los soldados franceses y, por el
contrario, prefería aterrorizar y saquear villas alrededor de Ma-
drid, diciendo a sus hombres que España había entrado en «la
época de hacer lo que uno quiere». La trayectoria de Temprano
* «Partidas mandadas por guerrilleros», AHN, Estado, legajo 41, E.
8l
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
no fue una excepción aislada. Otros, como Saornil en Zamora o
Piloti cerca de Madrid, acabaron también por degenerar en me-
ros criminales *. Asimismo es cierto que en la mayor parte de
España las partidas guerrilleras todavía no habían aparecido o te-
nían una incidencia muy limitada. No obstante, en el norte de
España algunos de los guerrilleros, tras 1809, juntaron fuerzas
efectivas, si bien pequeñas. Longa en el País Vasco, Cuevillas en
La Rioja, Merino en Burgos, Julián Sánchez en León y muchos
otros, juntos hicieron que la ocupación del norte de España fue-
ra para los franceses una constante pesadilla. Uno de los guerri-
lleros más efectivos fue Juan Martín, el Empecinado, que alcanzó
sus mejores éxitos en Guadalajara.
4. El Empecinado
Juan Martín comenzó su carrera como guerrillero antes incluso
del 2 de mayo de 1808, cuando se dedicaba a atacar convoyes de
correos y a rezagados”, Aunque la información sobre sus prime-
ras actividades sea dudosa, parece que operó con una pequeña
banda de doce hombres a caballo —un número quizás más sim-
bólico que real — por la región de Aranda de Duero, a poca dis-
tancia de su hogar en la provincia de Valladolid. El 10 de junio,
Martín participó con su caballería en la batalla de Cabezón, cuyo
desastroso resultado lo convenció de volver a su estrategia más
efectiva y beneficiosa de golpear y huir, para trasladarse poste-
riormente a tierras segovianas. Durante el siguiente año, Martín
comenzó a relacionarse con la Junta Central y consiguió el grado
de capitán de caballería, con lo que empezó a operar menos
1 «Partidas mandadas por eclesiásticos», AHN, Estado, legajo 41, C.
1% Para la información sobre Juan Martín he contado con la reciente biografía reali-
zada por Andrés Cassinello Pérez, Juan Martín, «El Empecinado», o el amor a la li-
bertad. Aunque el autor carezca, en mi opinión, del escepticismo apropiado para
tratar el patriotismo de su protagonista, su trabajo es excelente, la mejor biografía de
todos los guerrilleros. Véase también Gómez de Arteche, «Juan Martin, el Empe-
cinado».
82
EL CORSO TERRESTRE
como un guerrillero y más como ayuda de campo de los ejércitos
españoles regulares que combatían sin éxito en el oeste de España.
Una vez más, la experiencia de la derrota obligó a Juan Mar-
tín a reconstruir su carrera como guerrillero, esta vez en Guada-
lajara. En el otoño de 1809, Martín tenía 300 hombres a caballo
y 200 de infantería. La incorporación de infantería a su fuerza es
un indicador de la transición hacia una formación más propia-
mente guerrillera. Los mejores ejércitos guerrilleros de la historia,
que dependen de campesinos armados, consisten siempre y prin-
cipalmente en una infantería vinculada a su territorio doméstico.
A medida que la fuerza de Martín crecía durante 1810, declina-
ba el porcentaje de desertores y de caballería, mientras que el de
infantería, procedente del campesinado de Guadalajara, se incre-
mentaba. Apoyado por la Junta de Guadalajara, Juan Martín ini-
ció una típica campaña guerrillera, atacando los convoyes de co-
rreos y avituallamiento, y protegiendo las comunidades rurales
de las partidas de requisición francesas y de las columnas ligeras.
En el verano de 1810, el Batallón de Tiradores de Sigienza, co-
mandado por Martín, oscilaba entre los 2.000 y 3.000 hombres.
El éxito de Juan Martín llamó una vez más la atención del go-
bierno. La regencia lo nombró brigadier y, de nuevo, El Empeci-
nado cayó en la tentación de actuar como si sus hombres fueran
tropas regulares. En noviembre de 1810, tras indisponerse con
sus hombres por haberles pedido que permanecieran movilizados
y que se comportasen con la disciplina propia de una unidad del
ejército regular, el Batallón de Tiradores de Sigiienza desertó. Así
comenzó una serie de terribles desastres para Juan Martín, todos
por una misma causa: la tensión entre el localismo inherente a
una guerra de guerrillas efectiva y el deseo de Juan Martín de ac-
tuar de acuerdo al horizonte estratégico más ambicioso del go-
bierno español y de los mandos militares.
A principios de 1811, el mariscal Suchet avanzó sobre Valen-
cia y el capitán general de esta ciudad pergeñó un plan de defen-
sa. Pidió al Empecinado, el cual había rehecho sus fuerzas en
Guadalajara, que atacase a Suchet por la retaguardia. Desafortu-
nadamente, no fue capaz de actuar con efectividad lejos de su
83
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN _
base doméstica debido a la resistencia de sus hombres y a la Jun-
ta de Guadalajara, quienes no le permitirían llevar a «sus» reclu-
tas a la lucha en Valencia. Los desencuentros de noviembre de
1810 resurgieron y comenzaron a minar la moral. Lo peor estaba
todavía por llegar. En junio Juan Martín recibió una vez más la
orden de atacar a Suchet en Valencia. En esta ocasión la orden
vino de su superior a la cabeza del Segundo Ejército, y Juan Mar-
tín decidió cumplirla. Sin embargo, la Junta de Guadalajara se
mostró inflexible en su negativa de que Martín extrajera tropas
de la provincia y, para ello, fomentó un motín con objeto de ase-
gurarse que no lo haría. La rebelión acabó con la total disolución
del ejército de Juan Martín, que había llegado a contar con
4.000 hombres”,
La lección que puede extraerse de aquí es que los voluntarios
de Guadalajara sólo fueron leales a su misión de proteger Guada-
lajara, y no a Juan Martín, ni a España y ni, evidentemente, a la
estrategia nacional ideada por el comandante del Segundo Ejér-
cito. Como consecuencia, los franceses capturaron a cientos de
tropas desorganizadas, mientras que los 400 soldados de caballe-
ría que permanecieron con el Empecinado no demostraron ser
muy buenos para las operaciones regulares. Los fracasos de 1811
acabaron con la independencia de Juan Martín como líder gue-
rrillero, y su mando fue totalmente integrado en el Segundo
Ejército. Por fortuna, Guadalajara consiguió mantener su impor-
tancia estratégica en 1812 y Juan Martín siguió disfrutando del
éxito mientras operó en Guadalajara, especialmente en los mo-
mentos en que la situación requería tácticas guerrilleras. No obs-
tante, cuando intentaba combatir fuera de la provincia, sus hom-
bres desertaban. Sus intentos por reclutar hombres en Aragón y
Otras provincias tuvieron resultados similares. En el momento
que alejaba demasiado a sus reclutas de sus hogares, éstos volvían
" El semanario patriótico del 1 de agosto de 1811 idenrificó (equivocamente) «el
maldito espíritu de provincialismo o sea de federalismo» como la raíz del problema
de Juan Martín, De hecho, fue el localismo lo que permirió a España derrotar a Na-
poleón. Las dificultades de Juan Martín surgieron de su intento de utilizar las fuerzas
guerrilleras como si éstas fueran regulares.
84
EL CORSO TERRESTRE
a desertar **, En realidad, resulta tremendamente irónico que el
hombre que, sin lugar a dudas, fue uno de los mejores comba-
tientes de la guerrilla española, no alcanzase a comprender cuán
superficial era el parriotismo de sus soldados ni cuán limitadas
eran las opciones estratégicas de una campaña guerrillera. En los
últimos años de la guerra, como parte del ejército regular, Juan
Martín abandonó la estrategia guerrillera de proteger las cosechas
en favor de una estrategia militar más tradicional, aunque en
esto tuvo menos éxito que como guerrillero.
¿Qué es lo que nos indican los acontecimientos de Galicia,
Asturias, Guadalajara y otras partes sobre la naturaleza de la gue-
rra en España? Primero, sabemos que la mayoría de España cola-
boró, especialmente desde Madrid hacia el sur. La resistencia se
hizo imposible en la mayoría de las ciudades que los franceses
habían ocupado a principios de 1810. Por otro lado, tras la des-
trucción de los ejércitos españoles, las guerrillas comenzaron a
combatir el control francés del norte de España con una estrate-
gia y unas tácticas inventadas para la ocasión. A primera vista, la
evidencia no parece apoyar la idea de que los partisanos luchasen
por Dios, por la patria y el rey. Por el contrario, el patriotismo
local e incluso los factores personales son los que parecen haber
motivado la resistencia. Merino, por ejemplo, se hizo guerrillero
porque los franceses lo humillaron al utilizarlo como caballo de
carga para portar un conjunto de instrumentos musicales. Julián
Sánchez formó una guerrilla cerca de Salamanca tras el asesinato
de su familia en manos francesas. Incluso Juan Martín, conside-
rado por algunos como un verdadero patriota, pudo haber em-
pezado su carrera tras la agresión sexual de su novia perpetrada
por los franceses Y. Parece también que muchas de las partidas
formadas en 1809 se nutrieron de desertores, sobre todo a caba-
1% Cassinello Pérez, Juan Martín, p. 179.
Y «Partidas mandadas por eclesiásticos», AHN, Estado, legajo 41, C; «Partidas man-
dadas por guerrilleros», AHN, Estado, legajo 41, E; Eduardo Ontañon, El cura Meri-
no; Fernando Solano Costa, «La resistencia popular en la guerra de la independencia:
el guerrillero», en La Guerra de la Independencia Español y los Sitios de Zaragoza,
pp. 387-423; Gómez de Arteche, «Juan Martín el Empecinado».
85
o
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
llo, y que principalmente realizaron operaciones que tomaron
prestadas, aunque no siempre, de la estrategia de la guerra de
guerrillas. La mayoría de estas unidades fueron reintegradas en el
ejército tras 1810, mientras que otras simplemente desaparecie-
ron. Otros movimientos guerrilleros provinciales, empero, con-
servaron su independencia y crecieron. El más importante de
ellos surgió en Navarra.
86
CAPÍTULO 4
EL FRACASO DE LA REVOLUCIÓN
EN NAVARRA
1. Zaragoza y Navarra
En el verano de la revolución de 1808, Navarra era una de las
provincias más pacíficas de toda España. Pamplona fue incapaz
de generar una revuelta como la del Dos de Mayo en Madrid o
un movimiento revolucionario como el de Valencia. La burgue-
sía conservadora, la nobleza residente y el rico clero de la peque-
ña capital vicerreal impidieron la persistencia de cualquier des-
orden espontáneo '. Además, la presencia de cerca de 2.400
soldados franceses y de sus tropas auxiliares españolas atrinche-
radas en la ciudadela desalentó cualquier resistencia ?. Finalmen-
te, la colaboración de los oficiales del gobierno de Pamplona
impidió que la rebelión de Navarra tuviera una dirección cen-
tralizada. En 1808 el virrey y la Diputación seguían las directi-
' Capitán De Choisy, informe de 2 de abril de 1808, AAT, C8, 3.
? El 8 de mayo de 1808 el comandante francés, el general D'Agoult, escribió que el
estupor generalizado reinaba en la ciudad. AAT, C8, 6. Los informes sobre la situa-
ción del general desde abril en adelante atestiguan la persistente tranquilidad de la ca-
pital, a excepción del breve período de desórdenes ocasionados por las fiestas de San
Fermín. AAT, C8, 381.
87
. LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN y
vas francesas con un entusiasmo innecesario, actuando como
nexo entre el poder de ocupación y el pueblo, y apelando a la
cooperación con Francia para conseguir la «regeneración» de la
nación ?.
Fuera de la capital hubo algunos indicios de resistencia. La
ciudad de Estella, en particular, fue escenario de un temprano le-
vantamiento contra los franceses *. El 25 de abril llegaron a Es-
tella noticias sobre las dificultades de Fernando en Bayona,
mientras que, al mismo tiempo, comenzó a circular el rumor de
que los franceses estaban alistando jóvenes navarros. La multitud
se echó a la calle portando la escarapela roja; sin embargo, como
en otros lugares, fueron las noticias sobre la abdicación de Fer-
nando las que precipitaron la rebelión abierta, El 1 de junio, la
muchedumbre obligó al ayuntamiento de la ciudad a disolverse,
y dos días más tarde el nuevo concejo, purgado ahora de «cola-
boracionistas», hizo circular una proclama por la región circun-
dante apelando al pueblo para que acudiese en defensa de Este-
lla. El virrey de Pamplona envió alguaciles para arrestar a los
líderes rebeldes, si bien fueron puestos en fuga tras una breve es-
caramuza en la que uno de ellos cayó muerto.
Mientras tanto, la petición de apoyo de Estella a sus vecinos
encontraba poca respuesta. En Viana, una junta especial de sa-
cerdotes y otros líderes neutralizó las demandas populares en fa-
vor de la distribución de armas. Los oficiales municipales de
Corella escribieron una carta a la Diputación que reflejaba no
* Decreto de la Diputación del 31 de mayo de 1808, AAT, C8, 7. Los oficiales del
gobierno coincidían con Miguel Azanza, navarro y principal colaborador de José Bo-
naparte, en que los borbones debían ser reemplazados por una monarquía bonapar-
tista, de la cual se esperaba una España rejuvenecida. AGN, Guerra, legajo 15, car. 5,
Los diputados y el virrey estuvieron presentes en Irún durante la entrada triunfal en
España de José el 9 de julio, y fueron de los primeros entre los muchos oficiales espa-
ñoles que prestaron juramento de lealtad en presencia del nuevo rey.
? Para la siguiente discusión sobre los acontecimientos de Estella y la respuesta dada
por otros municipios a sus disturbios he utilizado la «Relación histórica de los suce-
sos más notables ocurridos en Estella durante la Guerra de la Independencia», AGN,
Guerra, legajo 21, car. 21; y la voluminosa correspondencia de AGN, Guerra, legajos
14 y 15.
88
A _EL FRACASO DE LA REVOLUCIÓN EN NAVARRA.
sólo el grado de propagación del impulso revolucionario, sino
también la forma en que éste podía ser detenido si las elites
municipales permanecían unidas. La ciudad advirtió a Pamplo-
na que
,.- se alteró algún tanto la quietud y sosiego público por parte del
bajo Pueblo de esta Ciudad; exemplos de otros Pueblos vecinos y el
pasar por esta jurisdicción muchos sugetos con escarapelas encarna-
das, juntamente con la voz difundida entre Gentes sin educación, de
que las Tropas Francesas se llebaban consigo la Juventud de los Pue-
blos, fueron al parecer la causa del alboroto e inquietud que se dejó
ver en ésta.
Durante la primera semana de junio un intento de derribar
el gobierno municipal resultó abortado por parte de un grupo
de «sugetos de luces» que incluía curas y clero regular, «de quie-
nes me valí para el efecto, se esmeraron con el mayor ardor y
celo infatigable en coadyubar mis ideas, y cooperaron con tal
eficacia, que vi con la mayor complacencia restablecidos el so-
siego y quietud pública...». Ciertos aspectos destacan en esta
misiva «colaboracionista»: la importancia de la imaginería revo-
lucionaria —escarapelas encarnadas; la identificación entre re-
volución e ignorancia y entre orden e ilustración; las funciones
del rumor en el desencadenamiento de la sedición, especial-
mente ante el temor al alistamiento por los franceses; y la acti-
vidad del clero de Corella para paralizar la revolución munici-
pal, lo que ilustra, una vez más, el ambiguo papel de la Iglesia
en la resistencia española. Este mismo proceso tuvo lugar en al-
gunas otras ciudades de Navarra, especialmente en la Ribera,
donde los oficiales tomaron medidas activas para impedir la
movilización propuesta por Estella e informaron con orgullo de
los hechos a Pamplona.
El fracaso de la revolución en el resto de Navarra condenó al
aislamiento y al colapso todos los esfuerzos de Estella. Finalmen-
te, Estella reclutó tres compañías de hombres, armados con caya-
dos de pastor, viejas espadas y algunas rústicas armas de fuego. Se
levantaron barricadas en las calles y todo estaba preparado para
89
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
la respuesta francesa. Sin embargo, por sí misma Estella no era
un objetivo militar de importancia y los franceses pasaron por
alto la ciudad. De este modo, no hubo revolución de 1808 en
Navarra, por lo que el liderato rebelde efectivo tuvo que proce-
der inicialmente de fuera de la provincia, especialmente de la
cercana Zaragoza.
En Zaragoza, José Palafox y su junta revolucionaria habían to-
mado el control de la ciudad y habían comenzado a prepararla
para un ataque francés. Desde Pamplona, los franceses enviaron
una fuerza de casi 4.000 hombres al mando del general Lefebvre-
Desnóettes con objeto de hacer frente a los rebeldes zaragozanos.
Para llegar a Zaragoza, los franceses tenían que pasar por Tudela,
la segunda ciudad de Navarra, situada en la ribera del río Ebro, a
más de 24 kilómetros al norte de la frontera con Aragón. Palafox
esperaba detener el avance francés en Tudela, por lo que el 31 de
mayo se ofreció a mandar hombres y armas a dicha ciudad. En
un principio el gobierno municipal rechazó la oferta, ya que éste
no tenía ningún interés de sacrificarse por el bien de Zaragoza ?.
Sin embargo, había en Tudela quienes deseaban combatir y
cuando los detalles de la oferta de Palafox se filtraron al público
el 2 de junio, la multitud se congregó en las calles exigiendo que
el ayuntamiento presentara combate. La muchedumbre, reforza-
da con 200 jóvenes procedentes de la revolucionaria Estella,
obligó a los oficiales de la ciudad a retirarse a casa de un notable
local, José Yanguas y Miranda. Allí se reunió una junta especial
de líderes de la comunidad. El 3 de junio, esta junta se rindió
aparentemente a los revolucionarios y prometió aceptar la ayuda
de Palafox e intentar bloquear el paso del Ebro.
La ciudad tenía exactamente tres días para preparar un plan
de batalla; sin embargo, la junta actuó muy lentamente, por lo
* La siguiente historia de Tudela se ha reconstruido a partir de la «Relación de las
ocurrencias en la ciudad de Tudela durante la Guerra de la Independencia», AGN,
Guerra, legajo 19, car. 38; «La defensa de la Ciudad de Tudela», AGN, Guerra, lega-
jo 19, car. 32; materiales del AGN, Guerra, legajo 15, carpetas 6, 9, 15; las cartas e
informes del general Lefebvre-Desnóettes, AAT, C8, 7; y Gonzalo Forcada Torres,
Tudela durante la Guerra de la Independencia.
90
EL FRACASO DE LA REVOLUCIÓN EN NAVARRA
que Tudela fue abandonada sin apenas defensa. El 6 de junio
los campesinos avistaron una columna francesa a unos pocos
kilómetros. Era la fuerza de Lefebvre-Desnóettes que acababa
de aniquilar a los rebeldes en Logroño el 4 de junio. En el úl-
timo momento 2.000 reclutas llegaron desde Zaragoza, y se
unieron, tras de las barricadas levantadas con precipitación, al
millar de jóvenes mal armados procedentes de Tudela y de su
campo circundante. Justo antes de la batalla, la junta trató de
pedir la paz, si bien sus esfuerzos se vieron arruinados por la
acción de los zaragozanos, que abrieron fuego el 8 de junio.
Una vez iniciada la batalla, los franceses barrieron a los espa-
ñoles y pronto obligaron a la ciudad a rendirse. Lefebvre in-
formó de que sólo dos soldados franceses habían muerto
mientras que unos pocos habían caído heridos. Los españoles
sufrieron 24 bajas y la mayoría de los defensores escapó a Za-
ragoza. La junta de Tudela se pasó rápidamente a los franceses
y la calma quedó reestablecida.
Las condiciones de la resistencia y de la rendición de Tude-
la ponen de manifiesto el desarrollo incompleto en el que se
encontraban las fuerzas revolucionarias. Según el gobernador
de Aragón, los tuledanos «yacían en la indolencia» durante la
crisis y sus líderes estaban «envilecidos por la intriga». De he-
cho, los patriotas de Tudela, a diferencia de los de Zaragoza,
habían fracasado completamente en sus intentos de derribar o
cooptar el gobierno existente, lo que condenó al fracaso todos
los esfuerzos en favor de la movilización. Líderes indecisos
como Yanguas mantuvieron el poder efectivo en Tudela y ja-
más intentaron ofrecer resistencia. Como en Madrid durante
el 1 de mayo, la Junta se negó distribuir armas. Los quinien-
ros fusiles que habían llegado desde Zaragoza justo antes del
ataque francés nunca fueron repartidos. De este modo, los
franceses se enfrentaron a un oponente pobremente armado
que, a excepción de las tropas zaragozanas, no había recibido
ninguna instrucción. El 8 de junio los tudelanos se dispersa-
ron sin más y los oficiales municipales quedaron libres para
hacer lo que habían deseado durante días: entregar la ciudad a
91
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN -
los franceses. Tudela fue recompensada con el saqueo genera-
lizado *,
Tras la caída de Tudela, la insurrección de Navarra, tal como
estaba organizada, se desplomó. Durante esta primera fase de la
guerra, existieron ciertas razones que explican la falta de inicia-
tiva y de éxito de los rebeldes navarros. La primera fue la im-
portancia estratégica de la provincia. La seguridad de todas las
operaciones francesas en la península dependía de la domina-
ción de Navarra, dado que los franceses utilizaban los pasos de
los Pirineos occidentales para reaprovisionar y reforzar sus ejér-
citos en Portugal y en la mayoría de España. Por tanto, los
franceses elaboraron planes especiales para evitar la resistencia
consiguiendo afincarse con firmeza en la región ”, Esto era fácil
de llevar a cabo en 1808, cuando el problema aún estaba rela-
cionado con revoluciones urbanas aisladas, como en Logroño y
Tudela. Así, hasta mediados de 1809 y hasta el surgimiento de
las primeras guerrillas importantes en el campo, Navarra se
mantuvo relativamente tranquila y los soldados franceses se
consideraron afortunados de ser destinados en Navarra, ya que
a algunos les recordaba sus experiencias en la fácilmente pacifi-
cada Renania ?,
* En una carta a la Diputación, Félix Bergado, administrador de los fondos urbanos,
intentó exculparse a sí mismo y a sus conciudadanos de la colaboración. Sin embar-
go, sacó a la luz más información de la que hubiera querido al explicar que el ruinoso
saqueo de Tudela había sido en respuesta a los actos de «cien bárbaros» que habían
decidido resistirse neciamente a los deseos del gobierno municipal. Éstos eran res-
ponsables, según Bergado, del saqueo de Tudela. Bergado infravaloró el número de
«bárbaros» de su ciudad, si bien dejó escapar la verdad: las elites tudelanas nunca ha-
bían pretendido oponerse a los franceses. AGN, Guerra, Leg. 15, car. 16. Una orden
mandada por Napoleón el 11 de junio permite vislumbrar cómo los franceses tam-
bién sacrificaron la verdad. Según Napoleón, Lefebvre-Desnóerres sólo había sufrido
dos heridos en Tudela, mientras que de los 12.000 (!) insurgentes que habían dispa-
rado, 1.000 (1) habían caído muertos. AAT, C8, 7.
* El general Berthier explicó a Savary que si los navarros se sublevaban como los as-
turianos y valencianos, las tropas francesas que todavía permanecían en Madrid y
Burgos se verían condenadas a la aniquilación. Lo que significaba que debía hacerse
un enorme esfuerzo para detener cualquier levantamiento antes de que éste pudiera
propagarse. Bonaparte, Confidential Correspondence, carta del 3 de agosto de 1808,
* Alexander, Rod of Iron, p. 36.
92
EL FRACASO DE LA REVOLUCIÓN EN NAVARRA
El segundo factor que operó contra los navarros fue, curiosa-
mente, la victoria española en Bailén y la consiguiente retirada
francesa al norte del Ebro. Desde agosto a noviembre, mientras
que la mayor parte de España quedaba liberada, Navarra y las
Provincias Vascas se convirtieron, durante el invierno de 1808-
1809, en el teatro de operaciones de Napoleón para la reconquis-
ta de la Península. En la segunda mitad de 1808, por tanto, los
franceses situaron 100.000 soldados en Navarra, lo que hizo im-
posible toda resistencia.
Finalmente, el gobierno de Pamplona demostró ser un parti-
cipante entusiasta en la supresión de la rebelión. En otras provin-
cias se había combatido primero con las elites locales, cooptán-
dolas en las nuevas estructuras de poder o expulsándolas
totalmente del gobierno antes de que se impusieran las juntas re-
volucionarias. En Navarra este conflicto civil se resolvió en favor
de los antiguos «godoístas» y de los partidarios del régimen fran-
cés, como ocurrió en Corella y Tudela, debido a la presencia de
tropas francesas y a la afortunada acción de los afrancesados. Por
consiguiente, en Navarra no se desarrolló ningún liderato alter-
nativo hasta mediados de 1809, mientras los ejércitos guerrilleros
aprendían a actuar con autoridad propia. Sin embargo, en el ín-
terin la iniciativa de resistir a Francia tuvo que proceder de fuera
de Navarra, especialmente de Zaragoza.
Tras la caída de Tudela, Zaragoza era el único centro impor-
tante de resistencia en la España centro-occidental. Desde me-
diados de junio a mediados de agosto, las tropas francesas pusie-
ron a la ciudad bajo asedio. Los zaragozanos reconocían que la
clave para levantar el sitio estaba en Navarra. Las fuerzas envia-
das contra Zaragoza entraban en España a través de las ciudades
navarras de Irún y Roncesvalles y se abastecían en las ricas tierras
cerealistas de Navarra antes de descender por el valle del río
Ebro. Para interferir estas líneas de avituallamiento, la Junta de
Aragón trató de organizar la resistencia guerrillera de Navarra.
En los montes de Roncal y Valcarlos ya había habido indicios
de levantamientos desencadenados por el incremento de las re-
quisiciones francesas. Operando en los Pirineos occidentales y en
93
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
la frontera aragonesa alrededor de Sangiiesa se encontraba media
docena de bandas armadas, dirigidas por hombres con motes
pintorescos como Pesoduro y el Malcarado?. No obstante, nin-
guna de las partidas navarras era todavía lo suficientemente po-
derosa como para llevar a cabo operaciones que sobrepasasen ac-
ciones de ataque y huida contra franceses rezagados y contra
pequeños convoyes, por lo que la Junta de Aragón decidió enviar
a Navarra a sus propios agentes con el fin de intentar proporcio-
nar mejores líderes a los rebeldes.
2. Eguaguirre
La junta aragonesa envió en julio a Andrés Eguaguirre y a Luis
Gil con la misión de organizar a los voluntarios navarros para
que mantuviesen ocupados a los soldados franceses que efectua-
ban el sitio de Zaragoza '”. Gil encabezó una pequeña operación
en Ujué, cerca de Sangiiesa. Ujué, una remota aldea situada so-
bre las secas planicies de Navarra occidental, era especialmente
apropiada para los propósitos de Gil. El lugar se había converti-
do en un centro inesperado de rebelión después de que un grupo
de campesinos de Ujué hubiera robado a un oficial francés y a su
mujer cerca de Tafalla. La descripción posterior efectuada por el
oficial implicado sobre la tosquedad de la gente de montaña y la
de su lengua no dejaba lugar a dudas de que había sido abordado
por habitantes de Ujué. El 17 de julio una columna francesa lle-
gó para castigar a la villa. Sin embargo, la población local había
escapado hacia las montañas desiertas que rodeaban la villa. Allí
sólo permanecía su cura, Casimiro Javier de Miguel, el cual hizo
uso de su conocimiento de la lengua francesa para evitarse el cas-
tigo y para persuadir a los franceses de que no incendiaran la vi-
"A principios de junio el cura de Valcarlos, Andrés Galduroz, dirigía una partida en
las remotas montañas de la frontera francesa. Ésta parece haber sido la primera gue-
rrilla de Navarra. Olóriz, Navarra en la Guerra, p. 19.
10 AGN, Guerra, legajo 15, car. 20,
94
EL FRACASO DE LA REVOLUCIÓN EN NAVARRA
lla. Sin embargo, no pudo proteger a otros cinco individuos, de-
masiado ancianos o enfermos para escapar. Las tropas francesas,
irritadas ante la desolación con la que se les había recibido en
Ujué, pasaron por la espada a cuatro de ellos mientras que el res-
rante cayó herido.
La aldea fue despojada de todo lo que tuviera utilidad para un
ejército. Siguiendo una práctica que otras villas aplicarían cuan-
do se enfrentaban a la proximidad de fuerzas francesas, el pueblo
de Ujué había sacado de sus casas todo el ganado y todos los ali-
mentos. Incluso llegaron a derramar por las calles todas las reser-
vas de agua de sus casas, lo que hizo de la villa, situada en lo alto
de una colina en medio de una región árida y montañosa, un lu-
gar inhabitable a largo plazo. En consecuencia, los franceses no
pudieron quedarse, ni hacer siquiera un descanso. Si hubieran
podido prever el activo papel que la aldea y Miguel iban a tener
más tarde en la guerra de guerrillas, seguramente habrían incen-
diado Ujué y arrestado a su sacerdote.
De este modo, cuando Gil entró en escena, Ujué ya estaba
movilizada. Gil envió a los hombres de Ujué a Carcastillo, a es-
casa distancia hacia el sur de la planicie sobre la que se situaba la
villa, Allí debían ser asignados a unidades de un ejército de vo-
luntarios que se estaba reuniendo a partir de las villas de toda la
región de Sangiiesa. La banda de campesinos armados y condu-
cidos por el regidor de Ujué entró a su debido tiempo en Carcas-
tillo. Sin embargo, una vez que esta fuerza fue agrupada, Gil se
dio cuenta de que contaba con demasiada gente en comparación
con sus recursos y de que estaba demasiado mal instruida para
emprender una acción regular contra los franceses. Gil era inca-
paz de diseñar o dirigir una campaña guerrillera. Por el contra-
rio, envió de regreso a sus villas a los voluntarios, en grupos
acompañados por un soldado regular al que se le encargó dar en-
trenamiento a los campesinos. Los efectos de la decisión tomada
por Gil nunca han recibido los elogios que merece. Al librar a los
campesinos sin instrucción de la muerte segura de una batalla re-
gular con las tropas francesas y al proporcionarles entrenamien-
to, Gil contribuyó a crear una reserva de personal para Mina,
95
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
quien más tarde reclutaría sobradamente en la región de Ujué-
Sangúesa.
El segundo oficial enviado a Navarra, Andrés Eguaguirre, in-
tentó poner en práctica un proyecto más ambicioso que el de
Gil. A pesar de la falta de experiencia militar de Eguaguirre, el
general Palafox le había concedido el rango de coronel con auto-
ridad para organizar un ejército en la Navarra ocupada. En julio,
Eguaguirre se dirigió a Estella, área que consideraba adecuada
para comenzar a reclutar hombres para sus Escopeteros Volunta-
rios Móviles de Navarra. Estella había sido la ciudad más entu-
siasta de la revolución abortada en mayo y junio. Muchos estelle-
ses habían combatido en Tudela y habían regresado a sus hogares
con armas y afición por la lucha. En un principio Eguaguirre
consiguió algún éxito, hasta el punto de comandar un ejército de
casi 800 hombres. Ahora bien, tras semanas de estéril rebelión
Estella atrajo finalmente la respuesta francesa. Eguaguirre contu-
vo el primer asalto francés, pero en el transcurso de la acción, se
retiró a las montañas del noroeste de Estella con objeto de evitar
un segundo y más serio ataque de los franceses. Durante los si-
guientes dos meses, el ejército de Eguaguirre operó en el acciden-
tado territorio del noroeste de Estella, estableciendo su centro de
mando en la remota ermita de Santiago de Lóquiz. Estella conti-
nuó abasteciendo en secreto esta fuerza que, de otra manera, ha-
bría perecido de hambre en las montañas de Allín, hasta que el 9
de septiembre salió de su escondite *'.
A pesar del período inicial de fluido reclutamiento en los Es-
copeteros Móviles, la unidad de Eguaguirre se desintegró con
prontitud. Eguaguirre fue demasiado débil para enfrentarse a los
franceses y respondió a sus ataques ocultándose en montañas de-
masiado estériles para sustentar a sus tropas. Todavía no se había
descubierto la fórmula que permitiría a las fuerzas irregulares dis-
persarse y ocultarse en sus propios hogares cuando se enfrenta-
ban a franceses superiores en número, y reagruparse tan rápida-
mente como la situación lo permitía. Eguaguirre no pudo enviar
!! AGN, Guerra, legajo 21, car, 21.
96
EL FRACASO DE LA REVOLUCIÓN EN NAVARRA
a sus hombres a sus casas porque no tenía confianza en que re-
gresaran. Sus hombres llegaron a detestar a Eguaguirre casi tanto
como odiaban a los franceses.
Si Eguaguirre se había creado enemigos entre los navarros fue
porque confió en la fuerza para obtener abastos de las villas y en
el terror para alistar hombres en su ejército. El uso de la violen-
cia y el terror contra aquellos civiles que muestran preferencia
por el enemigo o que permanecen neutrales es un ingrediente
necesario de la guerra de guerrillas. Sin embargo, esta violencia
debe combinarse con una habilidad manifiesta para derrotar a
las fuerzas enemigas, para defender al amigo y para proteger a
las villas de las tropas y recaudadores de impuestos del poder de
ocupación. No obstante, si los Escopeteros Móviles sólo a duras
penas podían protegerse a sí mismos, mucho menos a la pobla-
ción civil. Por consiguiente, la mayoría de los navarros se negó a
ofrecer su apoyo a Eguaguirre, lo que él interpretó como una
traición '?. Finalmente, el terror se convirtió en el método prefe-
rido por Eguaguirre para poner en vigor su autoridad, un signo
de la inminente disolución del movimiento. Algunas ciuda-
des buscaron incluso la ayuda francesa contra los Escopeteros
Móviles '?.
El 11 de julio, Eguaguirre intentó conseguir el apoyo de la
ciudad de Tafalla para la causa patriótica. Tafalla no había mos-
trado ningún interés en resistirse a Francia, probablemente como
consecuencia de su situación en la principal ruta norte-sur por
12 Por ejemplo, cuando Eguaguirre llegó a Ujué (mucho después de que Gil actuase
por allí), ordenó que en tres días todos los jóvenes solteros se presentasen para su
alistamiento. Al no recibir respuesta, amenazó con fusilar a todo hombre potencial-
mente elegible para el alistamiento acusándolo de traidor. Afortunadamente,
Eguaguirre no cumplió esta amenaza y sus órdenes fueron ignoradas en Ujué, AGN,
Guerra, legajo 15, car. 34. Los campesinos de Echarri-Aranaz también ignoraron las
amenazas, ocultando sus armas para utilizarlas más tarde. AGN, Guerra, legajo 15,
car. 29.
1% Por ejemplo, Puente la Reina pidió que se enviasen soldados franceses para prote-
ger la ciudad de Eguaguirre. Las autoridades de Pamplona no pudieron remitir las
fuerzas francesas, pero recomendaron a los oficiales del concejo que escondieran sus
armas y abastos, y se preparasen a resistir por sus propios medios a los guerrilleros.
AGN, Guerra, legajo 15, cars. 21, 23, 30, 39.
97
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN ——
Navarra y de la consiguiente fuerte presencia de tropas francesas **
Eguaguirre se reunió con los oficiales municipales de Tafalla er
una ermita situada a las afueras de la ciudad y se encontró con
que la ciudad no quería ofrecerle ninguna ayuda. Eguaguirre ex-
presó su disgusto con «la simplicidad y ninguna energía» mostra-
da por Tafalla y la amenazó con que «lo que exijo en el día por
medio de la política, puedo conseguirlo al regreso de unos cuan-
tos días por el de la fuerza». La ciudad de Leiza llegó todavía más
lejos y delató a los Escopeteros Móviles a las fuerzas francesas
que se encontraban en las cercanías. Eguaguirre se olió la trai-
ción y, antes de que sus tropas pudieran ser expulsadas, salió dis-
parado de la ciudad. Eguaguirre prometió a sus líderes que regre-
saría y que Leiza «habría de ser incendiada dentro de poco
tiempo, quitando cabezas a muchos de sus individuos». Por for-
tuna para Leiza, los días del coronel como comandante de Nava-
rra estaban contados '”,
Con escaso poder en Navarra, Eguaguirre volvió al robo y a la
extorsión para satisfacer sus necesidades, convirtiéndose al final
en lo que los franceses afirmaban de cada guerrillero, un bandi-
do. Sin embargo, incluso el latrocinio demostró ser insuficiente
para satisfacer las demandas de Eguaguirre, y durante toda su
existencia, los Escopeteros Móviles estuvieron pobremente vesti-
dos, mal alimentados y mal pagados. El coronel pronto se en-
frentó a una generalizada insubordinación y deserción. Intentó
conservar el control sobre sus reclutas mediante rituales de hu-
millación pública, obligando a los voluntarios a arrodillarse y ju-
rar mientras los fusiles apuntaban a sus cabezas. Evidentemente,
estos métodos demostraron ser improductivos. A finales de sep-
tiembre sus fuerzas se habían reducido a tan sólo 280 individuos.
El primer experimento desfavorable de la guerra de guerrillas en
!% Montoro Sagasti, La propiedad privada. El autor señala la debilidad de Olite para
enfrentarse a la ocupación francesa como resultado de un gobierno municipal no re-
presentativo e impopular. Según la narración de los hechos escrita en Ujué, que pro-
bablemente exagera los hechos, la población urbana de Tafalla y Olite fueron entu-
siastas «colaboracionistas». AGN, Guerra, legajo 21, car, 22.
!* AGN, Guerra, legajo 15, cars. 15, 19, 48.
98
EL FRACASO DE LA REVOLUCIÓN EN NAVARRA
Navarra llegó a su fin en octubre, cuando los Escopeteros Móvi-
les fueron atrapados y derrotados en Sangiiesa. Tras la batalla, los
que consiguieron sobrevivir escaparon por la frontera aragonesa,
donde algunos se incorporaron a las unidades del ejército regular
español que por entonces avanzaban sobre la región.
3. La Diputación y la resistencia
Una de las consecuencias de la batalla de Bailén, que situó a los
ejércitos españoles en Aragón y en el sur de Navarra, fue que
permitió a los miembros de la Diputación navarra, por entonces
descontentos con el dominio francés, la huida tras las líneas es-
añolas establecidas al norte de Tudela. Poco después de llegar a
Tudela, los diputados redescubrieron su patriotismo. En octubre
y noviembre la Diputación proclamó un retorno a «la época fe-
liz» en la que «los valientes y generosos Navarros» podían hablar
«el idioma del honor». Los atropellos de los franceses contra la
religión y el rey exigían venganza, mientras que la constitución
de Navarra y «la autoridad venerable de su antiguo Fuero» reque-
rían que se armase a todos los hombres disponibles '*.
La Diputación llegó incluso a barajar la idea de formar su
propio ejército de voluntarios, proyectando cuatro batallones de
1.200 hombres cada uno. Los oficiales municipales de la Navarra
meridional liberada formaron listas de hombres elegibles para rea-
lizar funciones militares. No obstante, sólo se enviaron algo me-
nos de 1.800, y algunos de los individuos que aparecían en las
listas eran mutilados, personas desaparecidas u hombres ya enro-
lados con los aragoneses '”. Al final la escasez de los hombres ele-
gibles fue irrelevante. La Diputación no tenía recursos con los
15 AGN, Guerra, legajo 15, car. 43, legajo 16, cars. 2, 36. Las arengas de la Dipura-
ción eran, quisieran o no los diputados, documentos revolucionarios: legalmente sólo
las nuevas Cortes podían declarar la guerra, proclamar un monarca y aumentar los
impuestos. Algunas de las proclamaciones y acciones legislativas (sobre el papel) de la
Diputación desde mayo a julio pueden hallarse en AMC, legajo 85.
17 AGN, Guerra, legajo 16, cars. 8, 12, 13.
99
pe LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
que organizar ni siquiera a una parte de los mismos. Tres cuestio-
nes hicieron que el proyecto de la Diputación fuera inviable. Pri-
mero, la mayoría de Navarra estaba todavía en manos francesas,
y a mediados de octubre había en su territorio casi 100,000 sol.
dados galos preparándose para la reconquista de España '*. Se-
gundo, la Navarra meridional liberada sufría el trasiego de uni-
dades españolas cuyas requisiciones arbitrarias resultaban tan
onerosas como las de los franceses. Tercero, tanto la Navarra
ocupada como la liberada ya habían experimentado la devasta-
ción después de más de seis meses de guerra. Los habituales re-
cursos dedicados a impuestos, préstamos y donaciones de una
provincia antes acostumbrada a la exención contributiva se ha-
bían agotado. Finalmente, la Diputación recaudó 250.764 reales
en forma de préstamos y 72.366 como donativos, menos del
4 por ciento del ingreso habitual obtenido por el gobierno en ta-
rifas aduaneras antes de la guerra y evidentemente insuficientes
para equipar un ejército. En cualquier caso, el «batallón» de vo-
luntarios que reunieron los diputados en Tudela tan sólo estuvo
formado por once hombres y seis capellanes '?,
El gobierno legítimo de Navarra, maculado tras meses de co-
laboración, estaba sin duda mal preparado para levantar la pro-
vincia. Los oficiales municipales, a excepción de los de Estella
donde se había creado una nueva junta, temían más a los revolu-
cionarios que a las reformas francesas y no eran capaces de lide-
rar una rebelión. La agitación foránea procedente de Aragón,
más que inspirar, distanciaba a los navarros. El potencial revolu-
cionario de Navarra no recayó en ejércitos de voluntarios organi-
zados por los aragoneses y por la Diputación, ni pudo hallarse en
'* Informes sobre la situación de los ejércitos franceses en octubre de 1808, AAT,
C8, 377.
1" AGN, Guerra, legajo 15, car, 47, legajo 16, cars. 40-41; y AGN, Estadística, lega-
jo 49, car. 34. Un indicio del aislamiento del gobierno fue que casi dos tercios de su
limitado fondo de guerra procedió de sólo nueve individuos, residentes en Tudela y
otras ciudades de la Ribera, y el resto de unas pocas instituciones religiosas de la re-
gión del Ebro, sobre todo del obispo de Tudela y de los monasterios de Fitero y de
Tulebras.
100
_ EL FRACASO DE LA REVOLUCIÓN EN NAVARRA
Pamplona u otras ciudades navarras, donde reinaba el estupor
tras la derrota de Tudela. El poder de Navarra estaba en sus vi-
llas, donde adquiriría un nuevo tipo de liderato y nuevas estrate-
gias militares *, Todas éstas eran señales de advertencia de la
conflagración que se avecinaba. Más allá del alcance de la Dipu-
tación, de los municipios o incluso de los franceses, en la Nava-
rra rural se estaban tramando profundos disturbios, en tanto que
el campesinado se estaba preparando para entrar en el escenario
político y militar. A fin de comprender la naturaleza de la guerra
de guerrillas en la que se hundió Navarra tras 1808, el próximo
capítulo presentará un historia social de la provincia en vísperas
de la guerra.
20 Los franceses reconocieron que la única amenaza real de Navarra estaba en sus vi-
llas. Desde el principio, los campesinos navarros habían dado pequeños golpes contra
los franceses rezagados, e incluso habían herido en una emboscada al sobrino de
D”Agoult, por lo que los comandantes franceses estaban prevenidos de un levanta-
miento generalizado en el campo. Las armas de fuego habitualmente estuvieron pre-
sentes en la región, dado que la caza y el contrabando eran actividades económicas
importantes, y que en 1808 aparecieron dos nuevas fuentes de armas. Los aragoneses
facilitaron algunas. Á su vez, se generó una corriente de nuevos mosquetones por Na-
varra, dado que, cuando los refuerzos portugueses transitaban por la provincia rumbo
a sus destinos en Francia, pedían alojamiento a los campesinos navarros entregando
sus armas a cambio. El general Verdier (en Vitoria) advirrió al príncipe de Neucharel
de un posible levantamiento rural en una carta el 8 de mayo de 1808. Véase la co-
rrespondencia en AAT, C8, 5.
101
CAPÍTULO 5
LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA
DE GUERRILLAS
1. Un país guerrillero
España es famosa por la variedad continental de sus climas, des-
de las frías y húmedas montañas de Cantabria y las gélidas mese-
tas de Castilla a los jardines de Levante y desiertos de Murcia.
Navarra refleja estas enormes diferencias y las concentraba en su
pequeño territorio, un hecho por el que la provincia se ha gana-
do el apelativo de «Pequeña España». El visitante actual de Nava-
tra puede ir, en una hora de conducción, desde las verdes colinas
y plúmbeos cielos del noroeste a las tierras doradas y secas bajo la
alta bóveda azul del sur.
Con fines administrativos, la Navarra del Antiguo Régimen
estaba dividida en cinco merindades: Pamplona y Sangúiiesa en el
norte, Tudela y Olite en el sur, y Estella en medio de todas. No
obstante, los geógrafos dividen normalmente Navarra en dos re-
giones, el norte o Montaña y el sur o Ribera. Los fundamentos
de tal división son topográficos. Los Pirineos y las marcas orien-
tales de la cadena montañosa vasco-cantábrica crean dos hemis-
ferios distintos al norte y al sur de Navarra. La línea que va desde
la sierra de Leyre en el este a través de las sierras de Izco, Alaiz,
103
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
Perdón, Andía, Urbasa y Santiago de Lóquiz, para terminar en la
sierra de Codés en el oeste, define la frontera entre las «dos Na-
varras». Al norte de la línea Leyre-Codés la tierra tiene, en gene-
ral, una altura superior a los 610 metros por encima del nivel del
mar, y en algunas partes supera los 2.100 metros. Hacia el sur las
montañas se allanan en un paisaje más suave de valles y llanuras.
La altura de la Montaña no la hace particularmente destaca-
ble; incluso Madrid está más alto. Sin embargo, Madrid descansa
en el centro de una alta meseta, mientras que la Montaña de Na-
varra es tierra de espectaculares precipicios, barrancos, profundos
valles y cañones encajonados con salidas ocultas. Este tipo de tie-
rra, tan proclive a los requerimientos de la guerra partisana, fue
el primero de los factores que hicieron del norte de Navarra, jun-
to a zonas contiguas y similares de la España septentrional, una
pesadilla para las tropas francesas. Las montañas proporcionaban
un último refugio a los guerrilleros, quienes a menudo hallaban
asilo temporal en altitudes que resultaban inaccesibles a la caba-
llería francesa y a las unidades de artillería. De este modo, la geo-
grafía anuló en parte la superioridad tecnológica y organizativa
de los franceses. Por el contrario, los franceses pudieron conser-
var con más facilidad el territorio abierto del sur de Navarra, que
daba cierto margen de movimiento a la caballería y a la artillería.
El general Reille, uno de los muchos comandantes franceses a los
que se encomendó la infausta tarea de intentar contener la insur-
gencia navarra, destacó las dificultades ocasionadas por la topo-
grafía de la Montaña. Cualquier enlace con Pamplona, escribió,
tenía que cruzar barrancos extremadamente difíciles que daban
todo tipo de oportunidades a los «bandoleros» españoles y obli-
gaban a los franceses desplazarse por el norte de Navarra y en lar-
gas formaciones !. Los franceses Jamás se sintieron seguros en la
Montaña, donde quedarse rezagado o estar destinado en destaca-
mentos de avituallamiento podía conllevar una muerte indigna.
En la Ribera, por otro lado, las tropas de ocupación podían res-
' Charles Honoré Reille al príncipe de Neucharel, 12 de octubre de 1811. AAT,
C8, 268.
104
LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS
pirar con mayor facilidad ?, No obstante, la aspereza del terreno
fue sólo el principio de las dificultades francesas en la Montaña.
La región presentaba también una demografía, una economía,
política, cultura y lengua particulares (la línea Leyre-Codés esta-
blecía el límite meridional del vasco) que la separaba de la Ribera
y que otorgaba a la región razones y aptitudes especiales para la
guerra de guerrillas.
Las diferencias entre la Montaña y la Ribera tienen un origen
en parte climático y en parte histórico. La montañas de Navarra
actúan como una barrera contra las brisas húmedas que soplan
desde el mar Cantábrico. Contra este muro, el aire húmedo oceá-
nico se desvanece, lo que hace que en el noroeste de Navarra,
donde ciertas partes reciben 1.204,58 centímetros cúbicos de
lluvia al año, tenga un clima marítimo. Al sur de la barrera mon-
tañosa, en la vertiente seca de los macizos cántabros, la Navarra
meridional es una planicie seca que en algunos lugares sólo reci-
be 245,80 centímetros cúbicos de lluvia al año y que depende de
la irrigación del río Ebro y sus afluentes. Pocas zonas de Europa
poseen un contraste pluviométrico tan acentuado a tan escasa
distancia.
La inmunidad a la sequía y la proximidad del mar han contri-
buido a preservar a la población de la Montaña de las crisis de-
mográficas del siglo XVII, y en 1808 las merindades de Pamplona
y Estella estaban entre las áreas rurales de España con mayor
densidad de población. Por consiguiente, la Montaña estaba so-
brepoblada en comparación con sus recursos fijos?. En el sistema
1 Emmanuel Martin, La Gendarmerie Frangaise en Espagne, campagnes de 1807 á
1814, p. 207.
3 Según el censo de 1786, la merindad de Pamplona soportaba una densidad demo-
gráfica de 33 personas por kilómetro cuadrado, mientras que la de Estella era de 26
individuos. Las merindades de la Ribera, más vulnerables a la mortalidad y a la enfer-
medad, tenían una densidad de población de 18 personas por kilómetro cuadrado,
un cifra similar a la media española. Á menos que se especifiquen otros datos demo-
gráficos para Navarra, éstos proceden del censo de 1786-87 en AGN, Estadística, le-
gajos 6, 16, 20, 25, 31 y 49, y el censo de 1795-96, AGN, Estadística, legajos 7-8,
16-17, 20, 25-28, 31, 49. El estancamiento demográfico que se impuso en este perío-
do da cuenta de la sobrepoblación. Además de los censos ya citados, véase AGN,
105
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
dominante de primogenitura y régimen hereditario rígidos, la
sobrepoblación significaba que los hijos más jóvenes tenían que
emigrar o conseguirse el sustento bajo la tutela del hermano ma-
yor. Los jóvenes eran especialmente proclives a emigrar —a
América, a Madrid y a las ciudades agrarias de la Ribera, donde
había trabajo agrícola remunerado, disponible según las estacio-
nes *. Sin embargo, el bloqueo inglés de España y sus colonias
americanas tras 1796 había limitado las posibilidades de emigrar
a América, y la contracción económica producida por el bloqueo
hizo que además fuera más difícil el acceso al trabajo en Madrid
y en la Ribera. Por tanto, lo que en 1808 los franceses encontra-
ron en la Montaña fue una región accidentada, densamente po-
blada y llena de jóvenes sin perspectivas. De este modo, la dispo-
nibilidad de hombres para el ejército de guerrillas de Mina fue,
en parte, resultado de la particular coyuntura económica y de-
mográfica de la Montaña.
El clima también contribuyó a crear un tipo muy peculiar
de agricultura y geografía humana en la Montaña favorable a la
guerra de guerrillas. La húmeda tierra del norte de Navarra era
ideal para las pequeñas explotaciones. En una pequeña parcela
en la Montaña, el trabajo intensivo combinado con las lluvias
copiosas podía compensar las deficiencias intrínsecas del terre-
no. Por tanto, la tendencia era favorable a las pequeñas propie-
dades de subsistencia que, a su vez, ayudaban a dispersar la po-
blación en el campo. En efecto, las ciudades —a excepción de
Pamplona— eran estructuras históricamente aisladas de las
áreas rurales y, por el contrario, la mayoría de la gente vivía en
pequeños asentamientos y granjas aisladas. La Montaña tenía
700 poblaciones, casi tantas como toda Andalucía (753). La
Estadística, legajos 11, 20, 28, 31, 33 y 49 para los datos de 1637, 1646, 1810-11
y 1816-17; para 1678, véase Pedro Romero Solís, La población española en los si-
glos XVIII y XIX, p. 130.
* En 1787 y 1797, los registros muestran que este modelo de migración había gene-
rado un desequilibrio sexual entre la Montaña, con un excedente de mujeres, y la Ri-
bera, sobrepoblada de hombres. Además de los censos, véase Ángel García Sanz, La
respuesta a los interrogatorios de población, agricultura e industria de 1802, pp- 63-68,
106
LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS
media de personas por cada asentamiento en la Montaña era
de 207, y cientos de aldeas tenían poblaciones de 15 indivi-
duos o menos.
En contraste, las pequeñas propiedades no eran muy apropia-
das para la seca Ribera, donde los pequeños cultivadores tenían
serias dificultades para sobrevivir incluso un solo año de sequía.
La solución allí, como en la mayoría de España, fue una agricul-
tura extensiva, la puesta en marcha de proyectos de irrigación y
la aplicación de trabajo remunerado por cuadrillas, todo lo cual
alentaba la concentración de la propiedad de la tierra?. En víspe-
ras de la invasión napoleónica, los grandes señores poseían toda
la tierra de la Ribera, mientras que miles de campesinos sin tierra
trabajaban diariamente por un jornal. La historia había reforzado
este régimen agrícola: la cuenca del Ebro había sido la frontera
norte de la economía romana basada en el latifundio y el trabajo
esclavo, un tipo de economía preservada por los sucesivos con-
quistadores musulmanes y cristianos. Al precisar de la concentra-
ción de trabajo y generar excedentes comercializables, la agricul-
tura extensiva animaba el crecimiento de las ciudades. Las
merindades de la Ribera estaban incluso más urbanizadas que los
niveles contemporáneos. Por ejemplo, en la merindad de Tudela,
28.112 personas vivían sólo en 27 ciudades con una media de
1.041 en cada una de ellas. La ciudad de Tudela tenía una pobla-
ción de 7.295, Corella de 3.935 y Tafalla de 3.347 y otras 25
ciudades de la Ribera contaban con poblaciones entre los 1.000
y 3.000 habitantes.
Por el contrario, estos determinantes históricos habían pasado
de largo por la Montaña, en donde se había desarrollado un sis-
tema de propiedad de la tierra basado en pequeñas explotaciones
de tamaño familiar. En la Montaña la gente vivía en caseríos,
grandes casas, generalmente construidas en piedra, y diseñadas
para albergar a una familia extensa, incluyendo animales y cose-
* En Corella, por ejemplo, junto a 283 hectáreas de viñas y olivos, había 920 de re-
gadío y sólo 238 de secano en el año 1817. El resto de la tierra era demasiado árida
para ser cultivada. AGN, Estadística, legajo 43, car, 7.
107
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
chas *. En los barrancos de Pamplona y Lumbier, corazón de la
Montaña navarra y de la guerra de guerrillas, los caseríos tendían
a agruparse en aldeas y pequeñas villas. Los caseríos eran estruc-
turas impresionantes. Más que casas, parecían fortalezas, y para
los soldados franceses los caseríos daban a la Montaña la aparien-
cia de un campo cubierto de innumerables ciudadelas pequeñas”.
De hecho, tanto para las guerrillas como para los franceses, po-
dían tener o adoptar este uso.
La dispersión de la población en pequeñas villas y aldeas ofre-
cía a la Montaña destacadas posibilidades para la lucha*. Para fis-
calizar esta población, los franceses tenían que enviar pequeños
destacamentos a cada una de las villas, lo que los hacía vulnera-
bles al ataque guerrillero. La solución eran enviar una gran fuer-
za, aunque ésta no resultara eficiente, dada la limitada cantidad
de dinero y bienes que se podía recaudar en un pequeño munici-
pio. De este modo, los franceses nunca lograron mantener su
presencia en tierras de caserío, las cuales estaban muy bien adap-
tadas para la estrategia guerrillera. Por el otro lado, en la Ribera,
donde la población estaba concentrada en un puñado de ciuda-
des, la tarea era más fácil. Incluso las áreas de la Ribera que con-
tribuyeron con voluntarios al ejército de Mina, no pudieron
convertirse, debido a la misma naturaleza de su geografía huma-
na, en sedes del conflicto armado guerrillero.
2. Nobleza y cohesión
Otra de las ventajas de la Montaña para la guerra consistía en la
relativa ausencia de diferenciación social. Paradójicamente lo que
avala esta afirmación es el gran número de nobles de la región. El
* Caro Baroja, Vecindad, familia y técnica, pp. 59-112, contiene una discusión sobre
el caserío.
* Fantin des Odoards, Journal, p. 187.
* Uno de los comandantes franceses en Navarra, Charles Honoré Reille, reconoció
que fue la densa y dispersa población de las montañas, y no las montañas mismas, la
que dificultó el control de la Montaña. Reille al príncipe de Neuchatel de 12 de oc-
tubre de 1810, AAT, C8, 268.
108
LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS
censo de 1795-96 da cuenta de 19.010 nobles en Navarra, lo
que equivalía al 7-8 por ciento de la población, una cifra alta
para casi todos los promedios. La vasta mayoría de estos nobles
vivía en la montaña. Por ejemplo, al oeste de Pamplona, en el va-
lle de Larráun, el 80 por ciento de la población era noble; hacia
el norte de la capital, en el valle de Baztán, la cifra se situaba en
el 60 por ciento, y en los Pirineos de Sangiesa en casi el 30 por
ciento. En la Ribera, por el contrario, sólo cerca del 1 por ciento
de la población era noble por nacimiento”.
Sin embargo, los bienes se deprecian cuando abundan en ex-
ceso, y en el norte de Navarra los miles de hidalgos, el nivel más
bajo de la nobleza, difícilmente se distinguían de los comunes
campesinos entre quienes vivían. Los hidalgos de la Montaña (y,
por regla general, los del litoral septentrional de España) traba-
jaban como taberneros, zapateros remendones, herreros y carpin-
teros. Los extranjeros se daban inmediatamente cuenta de la falta
de estratificación social asociada a la nobleza en la región, hecho
que llevó a un observador francés a preguntarse si la institución
tenía algún sentido en una región «donde una tropa de muleros
son nobles, donde los domésticos, al adquirir esta condición,
muestran los pergaminos de sus ancestros» !”,
Habría sido más productivo preguntarse sobre los propósitos
a los que no sirvió la nobleza de la Montaña. Por ejemplo, no
sirvió para crear una base de apoyo profrancés como hizo la no-
bleza de la Ribera y de la mayoría de España meridional situada
geográficamente a partir de la demarcación Ebro-Duero. En es-
tas regiones, los nobles interesaban especialmente al gobierno
francés, el cual se los atrajo bajo las promesas de sofocar la revo-
lución popular y de compartir los expolios de la guerra. En la
Montaña esta táctica era imposible. El hidalgo del norte de Na-
" AGN, censo de 1796-97. Los nobles constituían el 5 por ciento de la población es-
pañola. Más significativo que el número total de nobles, sin embargo, era su distribu-
ción en España. Siete provincias a lo largo del litoral septentrional, entre ellas Nava-
rra, representaban el 84 por ciento de la nobleza. Las estadísticas para la totalidad de
España proceden de los censos nacionales publicados de 1786-87 y 1796-97.
10 Foy, Histoire de la guerre, vol. 2, pp. 278-279.
109
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN —
varra estaba más lejos del noble enriquecido de Madrid o de Se-
villa que del campesino común. Probablemente, sus lealtades se
articulaban mejor verticalmente con la comunidad local que ho-
rizontalmente con el estado noble. Éste era un hecho de enorme
importancia. En momentos decisivos, el temor y aversión al pue-
blo solidarizaron a los nobles aragoneses y castellanos en contra
del movimiento de resistencia y en favor del régimen impuesto
desde arriba por los franceses. La naturaleza de la nobleza en la
Montaña navarra —y en cierta medida en todo el norte de Espa-
ña— impidió este resultado.
Había otras razones para que el estatus noble fuera menos
distinguible en la Montaña que en otros lugares. Es cierto que
incluso el hidalgo más pobre gozaba de ciertos privilegios que lo
separaban de los pecheros, como la exención de la prisión por
impago de deudas y el acceso a ciertos cargos. Estos derechos no
eran insignificantes. Sin embargo, las principales instituciones de
las que los nobles obtenían su riqueza y poder, el señorío y el
mayorazgo, eran raros en el norte de Navarra. El número de
señoríos era elevado en España, donde sumaba casi el 50 por
ciento de todos los municipios ''. En Navarra, sin embargo, la
propiedad cargada de derechos y rentas señoriales era muy extra-
ña. Sólo 38 ciudades y 43 pueblos, que representaban el 10 por
ciento de todos los asentamientos navarros, caían bajo jurisdic-
ción señorial. Además, la mayoría de los señoríos eran extrema-
damente pequeños y a menudo no sobrepasaban uno o dos em-
plazamientos. De este modo, los señoríos sólo representaban el
10 por ciento de todas las villas, si bien menos del 1 por ciento de
la población vivía bajo jurisdicción señorial '?.
!! Cierto es que mientras las Cortes de Cádiz se preparaban para abolir el feudalismo
en 1811, los señores laicos todavía controlaban más territorios que la Corona y la
Iglesia juntas. Gonzalo Anes, El Antiguo Régimen: los Borbones, Madrid, 1975, p. 58.
Existían muchos beneficios procedentes de la posesión de un señorío aparte de la re-
caudación de rentas, que incluían, a veces, el derecho de nombramiento de oficiales
en las ciudades y villas dentro de su jurisdicción, el control de servicios esenciales y el
monopolio de derechos forestales y de pesca.
1? Por ejemplo, el señorío de Elio, estado del marqués de Vessolla, tenía poca impor-
rancia en el valle de Echauri. Elio ocupaba casi 27 hectáreas y mantenía a 15 perso-
110
LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS
El mayorazgo permitía a los nobles (tanto como a los peche-
ros enriquecidos) proteger sus propiedades del embargo, de la
enajenación y de la división. Éstos podían tener diferentes di-
mensiones que iban desde los grandes estados de Andalucía a las
pequeñas parcelas del País Vasco '?. Como en el caso de los seño-
ríos, la mayor parte de mayorazgos de Navarra así como los más
extensos y valiosos se encontraba en la Ribera, mientras que en la
Montaña tenían escasa entidad. Por ejemplo, una inspección rea-
lizada en 1802 puso de manifiesto la inexistencia de mayorazgos
en el valle de Ergoyena, al noroeste de Pamplona. La villa de
Echarri-Aranaz, también en el noroeste, sólo tenía «un vínculo
muy antiguo y pobre», cuya localización, tamaño y valor exacto
nadie parecía recordar '*.
Finalmente, los señores de la Montaña tendían a arrendar sus
tierras a muy bajos precios. La razón para ello era simple. Dado
el escaso desarrollo comercial de la Montaña, como consecuencia
de la falta de mercados urbanos, y dado que el exceso de pobla-
ción tendía a emigrar de la región, el valor de la tierra perma-
necía estable y no había presión para aumentar las rentas. En
efecto, a menudo los tenentes pagaban a sus señores sumas total-
mente simbólicas, meros recuerdos de la antigua propiedad seño-
rial, y las rentas normales de la región oscilaban entre el 2 y el 6
por ciento del valor medio de la cosecha '*. Ésta fue una de las
nas. En comparación con las otras nueve villas del valle, que contaban con una po-
blación de 1.780 habitantes que cultivaban casi 2.436 hectáreas de propiedad priva-
da, su tamaño es pequeño. Las tierras de señorío se arrendaban a bajos precios a cua-
tro campesinos que, a su vez, eran propietarios acomodados del valle. Pagaban una
renta a Vessolla equivalente al 6 por ciento del valor de la cosecha media producida
por la propiedad. Esta falta de rentas comerciales en una región cercana a Pamplona
indica que la Montaña estuvo durante muchos años fuera de la revolución comercial
de la agricultura. Sólo Vizcaya, donde no existieron señoríos, y en Guipúzcoa, donde
el 4 por ciento de todos los asentamientos pertenecía a los señores, el peso del régi-
men señorial fue más leve. APN, Pamplona, Velaz.
1% M. Artola, Los origenes de la España contemporánea, pp. 61-64.
1% García Sanz, La respuesta, pp.76, 114.
15 Las rentas también podían ser bajas en las tierras señoriales de la Ribera. El mar-
qués de Santa Clara, el mayor propietario de Corella, renovó cincuenta arrendamien-
tos en 1811 a precios originalmente fijados al menos hacía cien años, con un arren-
111
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN -
razones por las que la abolición bonapartista de los señoríos en
1809 fue recibida con poco entusiasmo en la Montaña '*. En
áreas de rentas bajas, las reformas agrarias francesas — inspiradas
principalmente en la necesidad de conseguir dinero y no tanto
en una preocupación real por la mejora económica—, más que
ayudar, perjudicaron al pequeño rentista. La tierra vinculada em-
bargada por el Estado y vendida en el mercado aumentó inevita-
blemente su precio, Á su vez, los nuevos propietarios, para recupe-
rar sus inversiones, probablemente incrementaron las rentas.
Además, uno de los resultados de estas reformas fue que los nue-
vos propietarios a menudo decidieron explotar directa y comer-
cialmente al menos una parte de sus tierras, lo que supuso la ex-
tracción del mercado rentista de una porción de la tierra
cultivable y la génesis de una presión adicional para la subida de
las rentas. Estas dinámicas no eran extrañas a las comunidades de
cultivadores y eran motivo suficiente para oponerse a la reforma
agraria, fuera ésta propuesta por los liberales españoles o por los
amos franceses.
La situación en la Ribera era completamente diferente. En la
ciudad de Tudela, 77 individuos, la mayoría de ellos nobles,
controlaban toda la tierra en una población que tenía 7.572 ha-
bitantes. Directamente explotaban el 67 por ciento de la tierra
cultivable, casi 2.960 hectáreas, y arrendaban las 1.200 restantes
a 250 individuos. Casi el 11 por ciento de este toral (472 hec-
táreas) estaba inmovilizado en 23 vínculos poseídos por 19 no-
bles '?, En Corella 16 nobles poseían 178 hectáreas de mayoraz-
damiento que daraba de 1636. APN, Tudela, Laquidáin. Lo mismo ocurría en toda
Navarra. En Echauri el precio medio de la tierra cultivable cedida en arrendamiento
oscilaba entre el 2 y el 6 por ciento del valor de la cosecha. APN, Pamplona, Velaz.
Esto era cierto también para las otras provincias vascas. En Álava, por ejemplo, se de-
cía que las rentas estaban en un promedio cercano al 2 por ciento de la renta anual
extraída de la cosecha. Georges Desdevises du Dezerr, L Espagne de l'Ancien Régime,
vol, 1, p. 261.
1% Las rentas señoriales eran bajas en gran parte de la España rural, pero especialmen-
te en el norte, incluso en Galicia donde los señoríos eran numerosos. Pardo de An-
drade, Los guerrilleros gallegos, p. 40.
17 García Sanz, La respuesta, pp. 76-77, 114.
112
LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS
go que sumaban el 12,5 por ciento de toda la tierra cultivable.
Los 1.244,8 hectáreas restantes estaban divididas entre éstos y
otros 49 propietarios, y la mayoría se explotaba directamente '*.
La propiedad urbana de la Ribera también se encontraba con-
centrada en unos pocos, generalmente nobles. En Corella la
familia noble de Virto de Vera poseía el 11 por ciento y el mar-
qués de Santa Clara el 5 por ciento de todos los inmuebles ur-
banos. La mayor parte de las casas restantes estaba en posesión
de un único grupo de personas, muchas de ellas interrelaciona-
das, lo que obligaba a la vasta mayoría de la población a alqui-
larlas *?.
La debilidad del régimen señorial y la falta de corresponden-
cia entre nobleza y riqueza en la Montaña limitaban la básica di-
visión social entre pecheros y nobles, tan característica del Anti-
guo Régimen en la Ribera y en la mayor parte de Europa. Pocos
campesinos pagaban algún tipo de renta feudal; y aquellos que lo
hacían, satisfacían rentas bajas; y en algunas áreas la mayoría de
los campesinos era asimismo nobles. El privilegio noble fue ex-
plotado por Napoleón para dividir a los pueblos conquistados de
Europa y le ayudó a consolidar el anillo de reinos satélites cons-
truido en torno a Francia %. Esta misma estrategia fue también
efectiva en gran parte de España, incluyendo la Ribera de Nava-
rra donde las elites temían más a la muchedumbre que a los fran-
ceses, por lo que era fácil inducirlos a la colaboración. Como ya
se señaló en el capítulo antecedente, las divisiones sociales con-
denaron al fracaso la defensa de Tudela en junio de 1808, una
18 «Interrogatorio político», AMC, legajo 81, núm. 3. Las dimensiones de las parce-
las se calcularon sobre la base de los arrendamientos establecidos entre 1806 y 1816
en la ciudad de Corella. APN, Tudela, Guesca y Alfaro, Laquidáin, Resa.
'% «Rolde de los propietarios», AMC, legajo 85, núm. 32. En la Montaña muchos de
los inmuebles estaban habitados por sus propietarios, Por ejemplo, en la villa de
Echauri más del 42 por ciento de los inmuebles se encontraba ocupado por sus pro-
pietarios y sólo diez individuos poseían más de una casa. APN, Pamplona, Velaz, car-
peta fechada el 22 de marzo de 1810.
1% En Nápoles, por ejemplo, el miedo y la aversión mutuos de la nobleza local y el
pueblo fueron manipulados por José Bonaparte con objeto de asegurarse su dominio.
Bigarré, Mémoires, pp. 201-06.
113
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
vez que la junta de la ciudad abandonó la resistencia tras el pri-
mer encuentro con las tropas enemigas. Los franceses continua-
ron explotando la división entre ricos y pobres en Tudela con el
fin de asegurarse la pacificación de la ciudad durante la guerra.
Mina recordó en sus memorias la poca ayuda recibida de Tudela.
En efecto, se quejaba de que en toda Navarra la nobleza titulada,
los propietarios de mayorazgos y otros individuos enriquecidos
raramente habían acudido en su ayuda ?'. No obstante, en la
Montaña, en donde los mayorazgos eran raros y en donde la ma-
yoría de los nobles no se distinguía de los pecheros, Mina encon-
tró muchos partidarios. Así, la naturaleza de la nobleza en la
Montaña permitió desafíar a la ocupación francesa desde una po-
sición de unidad y fuerza.
3. La piedad y el clero
Al igual que la nobleza, el clero era numeroso en Navarra, espe-
cialmente en la Montaña, si bien generaba menos divisiones so-
ciales que en otros lugares de España. En 1786 había en Navarra
762 sacerdotes y otros 1.748 clérigos seculares, lo que suponía el
1,1 por ciento de la población, dos veces la media nacional. Ha-
bía también 1.875 clérigos regulares, lo que equivalía al 0,82 por
ciento de la población, un porcentaje cercano a la media españo-
la. De este modo, los eclesiásticos constituían el 2 por ciento de
la población de Navarra, un 150 por ciento más que la media es-
pañola ”.
A pesar del número de personas que mantenía, la Iglesia de
Navarra recaudaba un diezmo más bajo y tenía menos propieda-
% Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, p..9.
* En España había 16.675 curas (0,16 por ciento de la población), otros 39.489 clé-
rigos seculares (0,38 por ciento) y 71.487 clérigos regulares (casi el 0,60 por ciento),
cuya suma representa el 1,23 por ciento de la población. El censo de 1796-97 divide
la partida encabezada como «otro clero secular» en 44 canónigos, 29 prebendarios,
950 beneficiarios, 63 clérigos ordenados por órdenes mayores y 242 por órdenes me-
nores, 467 sacristanes y acólitos, 19 sirvientes y 69 ermitaños.
114
_LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS
des proporcionalmente que la del resto de España ”. Los diez-
mos produjeron 12,2 millones de reales de media anual entre
1803 y 1807, lo que equivale al 11 por ciento del producto agra-
rio de Navarra. En toda España se ha estimado que casi la mitad
de las cosechas adquiría forma de diezmo ”*. La Iglesia sólo pose-
ía en Navarra derechos señoriales sobre tres ciudades y un pue-
blo. El clero regular tenía 54 kilómetros cuadrados de tierra y el
secular 23, menos del 1 por ciento de la superficie de Navarra en
comparación con el 8 por ciento de toda España ”. Así pues, el
clero de Navarra era más numeroso, más secular y más pobre que
el clero nacional.
2% La siguiente discusión sobre la propiedad de la Iglesia navarra se basa en AGN,
Estadística, legajo 20, legajo 49, car. 19; «Interrogatorio político», AMC, legajo 81,
núm. 3; Mutiloa Poza, La desamortización eclesiástica, pp. 124-27, 155-56, 263, 615-
18; y García Sanz, La respuesta, pp. 74, 92, 115.
2% Anes, El antiguo régimen, p. 65. La producción agrícola neta es la que queda tras
restarle la simiente y otros costes de producción. En algunos sectores de la agricul-
tura se recaudaba más de un diezmo. Los criadores de ganado lanar, por ejemplo,
pagaban diezmos por los animales que sacrificaban, por la lana, la leche y el queso.
Anes elaboró un cálculo que demuestra que los diezmos también habrían absorbida
la mitad del producto neto obtenido en una plantación de trigo. Sólo una pequeña
cantidad del diezmo, que en teoría se recaudaba por sacerdotes que actuaban como
agentes fiscales locales de la Iglesia, permanecía realmente en manos de los clérigos.
Del total de los 648 millones recaudados en 1797, las arcas reales se llevaron 24
millones en forma de excusado, una contribución hecha al gobierno que eximía a la
Iglesia de otros impuestos. Dos tercios de lo que quedaba fue a parar a laicos que
habían conseguido el derecho de recaudar diezmos, dejando a la Iglesia con cerca
de 200 millones de reales. Desdevises du Dezert, £ Espagne de l'Ancien Régime, vol. 1,
p- 48-55.
, A nivel nacional, un total de nueve grandes ciudades, 375 ciudades y 2.299 villas
y aldeas eran señoríos eclesiásticos, el equivalente al 14 por ciento de todos los muni-
cipios españoles, una cifra elevada para los niveles medios de Europa en aquel mo-
mento y fuente de desazón para los reformistas de Madrid. Los monasterios controla-
ban 1.123 jurisdicciones y el clero secular 1.560. La mitad de las villas y ciudades de
Galicia y La Mancha era de señoríos eclesiásticos. Desdevises du Dezert, £ Espagne de
l'Ancien Régime, vol. 1, p. 55. Según Richard Herr, Rural Change and Royal Finances
in Spain at the End of the Old Regime, p. 23, la Iglesia poseía entre el 15 y 20 por
ciento de la tierra cultivable de Castilla. Casi una catorceaya parte de toda la tierra
cultivable de Caraluña y más de la mitad de la tierra de Galicia pertenecían a la Igle-
sia. Mercader Riba, Barcelona durante la ocupación francesa, p. 31. Estas propiedades
generaban 565 millones de reales anuales de renta, el segundo concepto más impor-
tante de renta del presupuesto de la Iglesia tras los diezmos.
115
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
Las diferencias entre la Montaña y la Ribera son más pronun-
ciadas que las existentes entre Navarra y el resto de España. En la
Montaña los curas constituían un porcentaje relativamente eleva-
do de población (el 0,5 por ciento); sin embargo, la presencia de
clero regular era pequeña (el 0,3 por ciento). En la Ribera ocu-
rría todo lo contrario: el número de sacerdotes era escaso (0,1
por ciento de la población), mientras que la presencia de monjes
y monjas (el 1,3 por ciento) era manifiesta en todos los lugares.
El clero regular era tan numeroso en la merindad de Tudela que
casi igualaba el número de regulares del resto de Navarra, a ex-
cepción de la ciudad de Pamplona.
La Ribera también soportaba un gran proporción del «otro»
clero secular (el 0,8 por ciento de la población) que, si bien in-
cluía a algunos hombres y mujeres genuinamente piadosos, la
gran mayoría estaba formada por cientos de personas que ejer-
cían funciones poco discernibles a cambio de su exención fiscal y
de otros beneficios. Este tipo de clero, muy extendido por Espa-
ña, actuaba como un parásito y sólo servía para suscitar la duda y
el descrédito entre los siervos realmente devotos de la Iglesia. En
la Montaña sólo el 0,4 por ciento de la población caía en esta ca-
tegoría %,
Estas cifras sobre la distribución del clero en Navarra tenían im-
plicaciones para los modelos de piedad de la provincia. En la Mon-
taña los sacramentos eran administrados por un gran número de
sacerdotes, Lo que ocurría en la Ribera era simplemente que había
muy pocos pastores para decir misa, lo que debió de dar lugar a que
mucha gente careciese de las nociones básicas de la enseñanza cris-
tiana, una situación que se repitió en otras partes de España y en
otros países europeos, donde las iglesias no pudieron seguir el ritmo
impuesto por las poblaciones urbanas en crecimiento. Al mismo
tiempo, el clero regular y el «otro» clero secular, a quienes la imagi-
** Estas cifras excluyen a Pamplona, una ciudad que era, y todavía sigue siendo, un
gran centro eclesiástico. En tiempos de la invasión francesa nueve monasterios y dos
conventos albergaban a los 535 clérigos que residían en la capital. En 1808 la presen-
cia de eclesiásticos en Pamplona no podía pasar inadvertida al visitante de Pamplona,
donde constituían el 7 por ciento de la población y poseían 217 edificios.
116
_ LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS
nación popular representaba como una carga o un parásito de la so-
ciedad, despertaban el anticlericalismo en la región. El llamamiento
a las armas en defensa de la Iglesia, por tanto, tenía menos probabi-
lidades de recibir respuesta en la Ribera que en la Montaña.
Además, la Iglesia, al igual que la nobleza navarra, poseía más
tierra en la Ribera que en la Montaña. En Tudela, por ejemplo,
el 4 por ciento de la tierra cultivable pertenecía a seis conventos
de hombres y cuatro de mujeres, y casi el 20 por ciento de las
posesiones urbanas estaba en manos del clero. En Corella el 10
por ciento de la tierra cultivable pertenecía a dos conventos de
hombres y dos de mujeres. Entre los conventos y el cabildo cate-
dralicio, el 10 por ciento de la propiedad urbana de Corella esta-
ba asimismo en manos de la Iglesia 7. No es sorprendente, por
tanto, que la ciudad de Tudela apoyara el embargo de las propie-
dades conventuales con objeto de poner tierra en el mercado. Las
reformas francesas, que prometían hacer justamente eso, difícil-
mente podían alentar la resistencia. Por contra, al menos algunos
ribereños habían estado luchando durante mucho tiempo por la
repartición de las tierras de la Iglesia.
Por el contrario, la Iglesia poseía proporcionalmente menos
propiedad en la Montaña *. En la villa de Echarri-Aranaz, por
ejemplo, sólo 0,2 hectáreas pertenecían a la Iglesia, y en el valle
de Ergoyena el clero no tenía ni una sola hectárea. Á veces las vi-
llas de la Montaña controlaban incluso parte de la renta del cle-
ro. El cura de Echauri aceptaba lo que se le daba de la renta de
poco más de hectárea y media de tierra municipal, separada es-
pecíficamente para sustentar a la parroquia ”. Lo importante es
que la mayoría del pueblo de la Montaña no tenía contacto con
”
Y «Rolde de los propietarios», AMC, legajo 85, núm. 32.
34 En pocas ciudades de la Montaña, como Estella, Pamplona y Sangiiesa, el domi-
nio del clero fue también dominante. No obstante, esta preponderancia no se exten-
dió al campo, en donde residía la mayoría de la población.
APN, Pamplona, Velaz, legajo 89, núms. 27-34. En la guerra con Francia, cuando
las villas se vieron obligadas a echar mano de cualquier bien para satisfacer las exac-
ciones francesas, Echauri vendió esta tierra y acordó pagar al sacerdote (contra su
enérgica protesta) 50 reales al año en compensación, una forma de «constitución ci-
vil» del clero desde abajo.
117
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
clérigos que a su vez fueran sus señores territoriales, lo que hace
más fácil imaginar que defendieran la Iglesia espiritual,
Tal y como ocurría con las propiedades pertenecientes a seño-
res seculares, los eclesiásticos arrendaban tierra a los campesinos
por pequeñísimas sumas, generalmente bajo censo enfitéutico. El
censo permitía que los campesinos consiguiesen el usufructo de
un pedazo de tierra, por el que satisfacían un precio de «compra»
así como una suma anual, casi siempre pagadera en especie al
vendedor. Las tierras a censo eran hereditarias y pasaban de gene-
ración en generación sin experimentar aumentos de renta. Por
tanto, los campesinos que poseían tierras de la Iglesia pagaban
rentas tan bajas que virtualmente eran copropietarios de ellas, en
una posición casi tan envidiable como aquellos que poseían el
derecho absoluto de propiedad %. Las promesas de redistribuir
estas tierras en el mercado libre, lo que hubiera conducido inexo-
rablemente a aumentar el valor y la renta de la tierra, atrafan
muy poco a los campesinos de la Montaña. Sin embargo, las tie-
rras a censo rentaban más en la Ribera que en la Montaña. La
presencia de mercados urbanos y la elevada calidad de la tierra
irrigable de la ribera del Ebro habían hecho que el precio y la
renta se elevasen poco a poco en la Ribera ?!. Y debido a que la
1 Las rentas censuales se mantuvieron fijas o declinaron durante el período inmedia-
tamente anterior a la Guerra de Independencia. Por ejemplo, el prior de larte renovó
una cesión en 1789 al mismo precio de 1549, Según el promedio, las tierras censua-
les rentaban entre el 3 y el 10 por ciento de la cosecha anual. La mayoría de los seño-
res eclesiásticos arrendaba una gran porción de sus dominios en forma de censos. El
Convento de Nuestra Señora del Carmen, en Corella, cultivaba directamente poco
más de 7 hectáreas, la mayoría de olivos y viñas para su propio abastecimiento de
aceite y vino, Cedfa casi ocho hectáreas y media a censo enfitéutico. AMC, legajo 81;
APN, Tudela, Guesca y Alfaro, Laquidáin, Renault,
* El convento de Nuestra Señora del Carmen, de Corella, poseía 27 pedazos de tierra
cultivable cuya renta se registró en 1809, año en el que los franceses disolvieron el con-
vento. El precio medio de cada una de aquellas propiedades venía a representar el 12 por
ciento de la cosecha, siendo el de la parcela más cara el 35 por ciento. «Inventario de los
bienes del Convento», AMC, legajo 81. El cabildo catedralicio de Corella arrendó duran-
te aquellos años sus tierras cultivables por un precio medio del 8 por ciento del promedio
de las cosechas. APN, Tudela, Guesca y Alfaro. Toda esta tierra era de gran calidad, por
lo que no era extraño que los franceses la considerasen un premio ante la escasez dineraria
ocasionada por la ocupación y que, por tanto, pretendieran embargarla y venderla.
118
LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS _
[glesia recaudaba rentas más elevadas en la Ribera, especialmente
en tierra de regadío, era más probable que la gente de la Ribera
percibiese a la Iglesia como explotadora económica. Esto, a su
vez, tendría efectos sobre la disposición de los campesinos a res-
ponder a las peticiones de la Iglesia en favor de una «cruzada»
antifrancesa en defensa del catolicismo,
La Ribera sufrió de otra manera el enjambre del «otro» clero
secular. Un gran número de aquellas personas no era realmente
clero sino laicos enriquecidos que poseían tierra al amparo de
obras pías y capellanías, categorías de propiedad eclesiástica que
podían ser manejadas por laicos para vincular sus estados a la
protección de la Iglesia y para eximir el producto de tales pro-
piedades de la fiscalidad *. El monto de tierra cultivable que
poseían las capellanías no era sustancial, entre casi el 1 por
ciento de Tudela y el 3 por ciento de Corella; sin embargo, es-
tos porcentajes a menudo incluían algunas de las mejores tie-
rras 2. Por consiguiente, los programas borbónicos para embar-
gar y vender este tipo de propiedades fueron recibidos con
entusiasmo por algunos ribereños y tuvieron allí un éxito cla-
moroso **, Cuando los franceses extendieron los programas na-
cionalizadores a otras formas de propiedad eclesiástica, fue muy
fácil convencer a los anteriores compradores de obras pías y ca-
pellanías para que situasen su capital en otras tierras embarga-
%% ¿Ventas hechas en virtud de Reales Cedulas», APN, Tudela, Guesca y Alfaro. Las
capellanías y las obras pías incluían una gran cantidad de propiedades urbanas y tam-
bién de inversiones en obligaciones públicas.
% El análisis de las propiedades de cinco grandes capellanías en Corella vendidas en
1807 revela una renta media de 14 por ciento sobre 54 propiedades. AMC, lega»
jo 81. El monto total de obras pías y capellanías fue calculado según el inventario de
su desmantelamiento efectuado entre 1806 y 1815 en APN, Tudela, Guesca y Alfa-
ro, Renault, Laquidáin.
4 La cantidad de propiedades vendidas por el Estado entre 1805 y 1808 viene a es-
rar cercana al 30 por ciento de rodas las tierras de la Iglesia en Navarra, un cifra dos
veces más elevada que la de Casrilla. Mutiloa Poza, La desamortización, p. 263; Herr,
Rural Change and Royal Finances, p. 128. En Corella, por ejemplo, más de 40 hectá-
reas de propiedad cultivable eclesiástica, además de numerosa viñas, casas y corrales,
todas procedentes de obras pías y capellanías, fueron vendidas durante los tres años
que precedieron a la invasión francesa,
119
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
das a la Iglesia *. No existe ningún estudio adecuado sobre el
proceso de desmantelamiento de la Iglesia emprendido en Na-
varra en aquellos años. Lo que resulta evidente, sin embargo, es
que este tipo de reforma agraria en Navarra, ya fuera desarrolla-
da por Godoy, por Bonaparte o por Mendizábal, nunca provo-
có resistencia popular en la Ribera %,
Las pruebas presentadas hasta aquí sobre la Iglesia en Navarra
ponen de manifiesto varias razones por las que el pueblo de la
Montaña habría estado dispuesto a combatir por su religión, al
contrario que la población de la Ribera. La Montaña estaba bien
atendida en asuntos religiosos, y los campesinos mantenían una
intimidad con sus sacerdotes que llamó la atención de los obser-
vadores contemporáneos ”, Los soldados franceses que atravesa-
ban Navarra se sorprendían de ver a los sacerdotes «jugar al bi-
llar, fumar y beber aguardiente en un lugar público» %. La tosca
piedad de la Montaña, donde los sacerdotes se mezclaban con
naturalidad con sus feligreses, podía sorprender a los observado-
res franceses; sin embargo, era una muestra de la supervivencia
de una sensibilidad religiosa todavía capaz de producir cohesión
social.
Al mismo tiempo, la ausencia de órdenes regulares y del
«otro» clero secular, así como la escasez de tierras eclesiásticas en
la Montaña no habían dado lugar al tipo de sentimiento anticle-
rical que ya era evidente en la Ribera y en otras muchas zonas de
España. El programa francés para disolver monasterios, abolir
todo tipo de clero y embargar las propiedades de la Iglesia no ha-
bría sido comprendido en la Montaña, donde la mayoría de la
población conocía la Iglesia a través de sus párrocos, quienes no
* Los embargos franceses fueron en realidad menores que los efectuados por Godoy.
En Corella el gobierno francés embargó y vendió casi 57 hectáreas de tierra de la
Iglesia, el equivalente al 4 por ciento de la tierra cultivable. AMC, legajo 81.
'* Rafael Gómez Chaparro, La desamortización civil en Navarra, p. 11,
* En las merindades meridionales el clero regular seguía siendo incluso relativamen-
te popular, A diferencia de la mayoría de los monjes de España, los de la Montaña te-
nían menos relaciones aristocráticas y representaban a los diferentes estratos sociales.
Desdevises du Dezert, L Espagne de l'Ancien Régime, vol. 1, pp. 56-60.
* Blaze, Mémoire, p. 3.
120
LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS
eran más que «los primeros pobres de su parroquia» *. En esta si-
tuación, las reformas francesas sólo podían ser consideradas van-
dálicas y ofensivas a la piedad.
4. Pequeños campesinos y resistencia
Navarra poseía una rica economía agrícola, y el 68 por ciento de
su población activa era campesina %. Entre las actividades no
agrícolas, cerca del 17 por ciento eran artesanos, el 9 por ciento
criados domésticos y el 6 por ciento restante se dividía entre mi-
litares y personal gubernativo (el 1 por ciento cada uno), docto-
res, letrados y otros profesionales (el 2 por ciento), comercio e
industria (el 1 por ciento) y estudiantes (el 1 por ciento). Estos
datos no se desviaban mucho de la pauta española. Sin embargo,
lo que distinguía a la sociedad navarra era, una vez más, la tajan-
te diferencia entre la Montaña y la Ribera en relación a la estruc-
tura social y ocupacional de la población.
La proporción de estudiantes, mercaderes, profesionales,
criados reales y personal militar era muy baja en la merindad de
Pamplona, algo más elevada en Sangiiesa, Olite y Estella, y
aproximada a la media nacional en Tudela. La debilidad de es-
tas profesiones en la Montaña significaba que el clero, como
fuente de información y liderazgo, tenía pocos rivales en sus co-
munidades. Por el contrario, la relativa fuerza de aquellos gru-
pos en la Ribera alimentaba una de las bases naturales de la co-
laboración, ya que en toda España los sectores profesionales,
incluyendo oficiales del ejército español, estuvieron entre los
% Desdevises du Dezert, £ 'Espagne de l'Ancien Régime, vol. 1, p. 46.
1% Durante la invasión francesa, y teniendo en cuenta sus dimensiones, Navarra se si-
tuó en segundo lugar entre las 33 provincias españolas en volumen de producción de
trigo. Era la primera en producción de vino y licores, con 1/4 de todo el licor o
aguardiente producido en España. Era la decimotercera mayor productora de aceite
vegeral y se situaba en el noveno lugar en el valor de su ganado. Los datos y compara-
ción a nivel provincial con las cifras españolas se basan en el Censo de frutos y manu-
facturas de España e islas adyacentes. Los datos ocupacionales excluyen a nobles y clo-
ro, cuyas fuentes de ingreso eran también agrícolas en su mayor parte.
12]
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
primeros en jurar fidelidad al gobierno francés. Como ya he-
mos visto, en Tudela hombres como el erudito y flexible Yan-
guas y Miranda hicieron rápidamente las paces con la ocupa-
ción, con la esperanza de cosechar recompensas políticas y
económicas del régimen bonapartista *.
El sector industrial de la economía era también mucho mayor
en la Ribera que en la Montaña, aunque la industria no era pre-
cisamente floreciente en ninguna parte de Navarra ?. Según las
respuestas del censo de 1786, el 32 por ciento de la población
activa de la merindad de Tudela era artesana, en comparación
con el 19 por ciento de la merindad de Pamplona *. En la Mon-
taña había incluso algunas villas bastante grandes en las que casi
nadie parecía trabajar fuera de la agricultura. Por ejemplo, en
Echarri-Aranaz, una población de 774 habitantes, tan sólo 14
* «Relación de las ocurrencias en la ciudad de Tudela». AGN, Guerra, legajo 19,
car. 38.
Y Navarra se situaba en el vigésimo lugar entre las 33 provincias en producción ma-
nufacturera. Por regla general, Navarra exportaba materias primas e importaba pro-
ductos elaborados, especialmente de Francia, un síntoma de la subordinación cuasi-
colonial de la provincia a la economía francesa. Navarra vendía 733 toneladas de
lana anuales a Francia por valor de dos millones de reales y cada año compraba a
cambio ropa valorada en 10,8 millones. No obstante, la mayor parte de estos tejidos
era a su vez reexportada a Castilla y Aragón, y los beneficios iban a los comerciantes
y contrabandistas en detrimento de los manufactureros que podían haber empezado
la transformación económica de la industria rural de Navarra, Entre las manufactu-
ras navarras, el aguardiente representaba el 44 por ciento, los tejidos de lino el 25 y
los de lana el 12 por ciento. La mayoría de esta producción se consumía en el inte-
rior de la provincia. Navarra tenía pequeñas reservas de mineral de hierro y la mine-
ría representaba el 15 por ciento de la producción industrial, aunque el mineral se
exportaba a las provincias vascas y a Francia, y no se transformaba en metal acabado.
Además de los censos y otras fuentes citadas, véase Rodríguez Garraiza, Tensiones de
Navarra, p. 111.
1% Estos daros fueron inflados considerablemente, dado que el censo no incluyó a
los criados domésticos que representaban el 9 por ciento de la fuerza de trabajo to-
tal de Navarra. Esto significa que el número de población «total activa» era dema-
siado bajo, de manera que la proporción de todas las categorías ocupacionales está
sobredimensionada, Lo significativo, sin embargo, es que Tudela tenía casi dos ve-
ces más población artesanal, en proporción a su población actiya (menos los criados
domésticos), que Pamplona. Así, por ejemplo, los manufactureros generaban 1.190
reales de ingresos por persona en Corella, un región típicamente ribereña, y sólo 95
reales en Echauri, población media de la Montaña.
122
LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS —
personas trabajaban a tiempo completo en la industria *, Ade-
más, la industria estaba atrasada, especialmente en el norte de
Navarra: los artesanos utilizaban técnicas anticuadas, las tiendas
eran pequeñas, la productividad baja y Navarra no exportaba casi
nada *. Los manufactureros eran normalmente artesanos que,
como mucho, daban trabajo a un aprendiz y que producían para
los pequeños mercados locales**. La organización artesanal tradi-
cional estaba todavía menos incontestada en la Montaña. Ni la
integración horizontal del putting-owt system ni el desarrollo de
las factorías habían tenido lugar en la región. En otras palabras,
en la Montaña no había nada que se pareciera a una elite manu-
facturera, al proletariado industrial o incluso a la fuerza de traba-
jo protoindustrial.
Por el contrario, la mayoría de la población cultivaba la tierra,
y la mayor parte de los campesinos tenía sus propias tierras. En
toda Navarra, los labradores —campesinos que trabajaban sus
propias tierras o las arrendaban— superaban el número de jorna-
leros en una proporción de tres a uno. Esto convertía a Navarra
en una provincia insólita de por sí. En España había más jornale-
ros (el 53 por ciento) que labradores (el 48 por ciento). Si obser-
vamos con más detalle los datos sobre labradores en Navarra se
1" Evidentemente, muchos campesinos que eran básicamente pequeños explotado-
res debieron encontrar trabajo adicional en la industria, aunque los datos del censo
no lo reflejen. De hecho, en Echarri-Aranaz, una fuente muestra que las mujeres y
los niños trabajaban en el cardado de la lana y en el cáñamo, y que los hombres,
después de trabajar sus tierras, iban a ganar dinero extra en las cercanas minas de
hierro. García Sanz, La respuesta, pp. 122, 136. Del mismo modo, en la villa de
Echarri, el censo sólo revela la existencia de un maestro tejedor que no tuviera em-
pleados; sin embargo, según demuestra un informe policial, éste daba trabajo por
las noches a tres jóvenes (estos tres habían provocado un disturbio una noche tras el
trabajo, de ahí que tengamos noticia de su existencia). APN, Pamplona, Velaz, le-
gajo 88, no. 33. A pesar de todo, lo destacable es que la industria de la Montaña
no proporcionaba trabajo a tiempo completo a ninguna población digna de consi-
deración.
15 Éstas eran las quejas que hacían los intereses comerciales de la Ribera. Rodrigo
Rodríguez Garraiza, Tensiones de Navarra con la administración central, pp. 71-73,
1 Una prueba de la naturaleza primitiva de la industria navarra es la preponderancia
de los maestros artesanos sobre los aprendices y otros empleados en una ratio de dos
3 Uno.
123
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN -
produce un hecho igualmente destacable: el 70 por ciento de los
labradores poseía la tierra que trabajaban y sólo el 30 por ciento
era arrendatario. Esta situación era contraria a nivel nacional,
donde casi el 60 por ciento de los labradores arrendaba tierras y
sólo el 40 por ciento era propietario ”.
Una vez más, el contraste entre la Montaña y la Ribera es
todavía más sugerente. Por ejemplo, mientras que la propor-
ción de campesinos con tierra respecto a los jornaleros (de tres
a uno) era lo suficientemente notable a nivel provincial, en la
Montaña la proporción se situaba en 9 a 1. En las merindades
de Pamplona y Sangiiesa sólo el siete por ciento de la pobla-
ción activa eran trabajadores sin tierra *, En muchas zonas no
existían campesinos sin tierra. Aspiroz, una villa de 298 habi-
tantes en 1786, tenía 298 propietarios campesinos, 205 de los
cuales eran nobles (es de destacar que las mujeres y los niños
fueron registrados como nobles y propietarios). En la villa de
Echauri el 98 por ciento de la tierra cultivable era trabajada
por sus propietarios. Aunque hubiera unas pocas propiedades
en arrendamiento, éstas eran pequeñas parcelas a precios me-
dios que oscilaban entre el 2 y el 6 por ciento del valor de las
cosechas. Con tal facilidad para acceder a la tierra, los señores
no conseguían cargar más a sus tenentes %. En Echauri no ha-
bía jornaleros. Si se tiene en cuenta que la mayoría de los más
de 14.000 nobles de la región pertenecía socialmente a la mis-
ma clase de propietarios campesinos, se entiende por qué la
Montaña de Navarra fue la tierra par excellence del pequeño
cultivador,
La descomposición de labradores en propietarios y arrendatarios procede del
AGN, censo de 1796-97, Sólo las áreas vecinas de Aragón tenían una preponderancia
de propietarios sobre arrendatarios similar a la de Navarra. Y sólo las otras provincias
vascas y Galicia tenían menor proporción de jornaleros, aunque contaban con un nú-
mero mucho mayor de renteros.
1% En Estella el porcentaje era del 17 por ciento, si bien esto se debe a que la parte
meridional de Estella está situada en la Ribera.
" Por ejemplo, el conde de Guenduláin, residente en Puente la Reina, poseía en
Echauri 6,8 hectáreas de tierra divididas en 21 parcelas que cedía por un precio me-
dio del 2,5 por ciento del valor de la cosecha. APN, Pamplona, Velaz, legajos 88, 91.
124
LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS
Uno de los mecanismos que mantuvo bajos los precios de la
tierra en la Montaña y contribuyó a apuntalar la estructura de
propiedad fue un contrato conocido como la «carta de gracia».
A través de la carta de gracia, los campesinos podían comple-
mentar sus posesiones ancestrales consiguiendo el usufructo de
otras propiedades a cambio del pago de un único precio «de
compra» %, Al propietario real de la parcela vendida en carta de
gracia se le permitía recuperar su propiedad si reembolsaba al
usufructuario el coste de la tierra más las mejoras. Sin embargo,
esto ocurría con menos frecuencia de lo que podría esperarse *!.
Los propietarios tenían pocos incentivos para emplear su dinero
en reconstituir sus haciendas a partir de las tierras previamente
vendidas por carta de gracia. El estancamiento o declive de la
población y la falta de mercados para los productos agrícolas
hacían que la explotación comercial de la tierra no tuviese nin-
gún atractivo en la Montaña. Y al haber tanta gente en pose-
sión de derechos de propiedad, era difícil encontrar tenentes
para los arrendamientos: la población no quería pagar rentas
por cualquier tierra, sino por las mejores parcelas *. Los propie-
tarios que tenían más tierra de la que podían arrendar se con-
tentaban, por tanto, con obtener lo que podían con las ventas
de carta de gracia, ya que al menos en teoría les permitían recu-
perar la propiedad en el futuro.
El contraste con la Ribera no podía ser más acentuado. Los
jornaleros allí sobrepasaban con mucho a los campesinos que po-
seían o arrendaban tierras, en una proporción de 4a 1 en la me-
Y El precio medio en Echauri de la tierra vendida a carta de gracia era de 580 reales
por cada 0,40 hecráreas durante el período de 1798-1818, el equivalente a ciento
cuarenta y cinco días de salario de un carpintero. APN, Pamplona, Velaz.
5 APN, Pamplona, Velaz. En Echauri, entre los años 1798 y 1818, las nuevas ventas
a carta de gracia sobrepasaron en número a las recuperadas en un 36 por ciento. Las
ventas puras sobrepasaron con mucho a ambas.
% APN, Pamplona, Velaz. El precio de la tierra vendida era normalmente un poco
más bajo que el precio de la que se vendía por carta de gracia. Esto se explica por la
situación y calidad, generalmente más pobres, de las parcelas puestas a la venta pura,
al menos en Echauri. La gente evitaba deshacerse definitivamente de sus mejores y
más ancestrales tierras.
125
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
rindad de Tudela, donde el 50 por ciento de la población activa
estaba registrada como jornaleros. Había campesinos tenentes,
pero era difícil acceder a la tierra y los precios eran relativamente
altos, de forma que incluso los tenentes estaban obligados a tra-
bajar como jornaleros para complementar sus ingresos. En Core-
lla, donde sólo unas pocas familias controlaban casi toda la tie-
rra, no existe ni un solo caso de campesino arrendatario que
además no tuviera que trabajar, al menos temporalmente, como
jornalero en una de las grandes haciendas *.
Este modelo de propiedad de la tierra hizo que los franceses
dominasen con facilidad la Ribera. Un puñado de familias poseía
toda la tierra. Los franceses embargaron a estas familias para sa-
tisfacer sus impuestos y requisiciones, y les recompensaron con la
propiedad de la Iglesia y con cierta cantidad de poder público.
Mientras, el habitante medio de la Ribera no tenía nada. Los
hombres trabajaban como asalariados, tanto en la industria
como en la agricultura. Para esta gente resultaba irrelevante si los
salarios los pagaba un patrón o señor proborbón o probonapar-
tista. La mayoría de los hombres eran jornaleros, desempleados
durante meses al año, obligados a vagabundear o a cubrir gran-
des distancias para encontrar trabajo en las estaciones agrícolas
bajas *. Estos hombres eran en extremo vulnerables. ¿Qué les
podía obligar a arriesgarlo todo para defender el viejo régimen
contra los franceses? No era probable que la Iglesia infundiera a
los ribereños el ánimo de morir por su causa y, aunque alguno
hubiera querido enfrentarse a los franceses, ¿con qué medios po-
día hacerlo? La mayoría de los ribereños se enfrentó indefensa a
la ocupación francesa y sólo las circunstancias más extraordi-
narias pudieron hacer entrar a esta gente en el movimiento
guerrillero.
* «Interrogatorio político», AMC, legajo 81, núm. 3. El tamaño de la parcela se ha
calculado sobre la base de los arrendamientos registrados entre 1806 y 1816 en la
ciudad de Corella. APN, Tudela, Guesca y Alfaro, Laquidáin, Resa.
* «Interrogatorio político», AMC, legajo 81, núm. 3.
126
LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS
5. Agricultura de subsistencia y guerra
Una comparación más pormenorizada de la agricultura en la
Montaña y la Ribera revela diferencias adicionales. Los ribereños
tenían más contacto con los mercados regionales y tendían a es-
pecializarse en un menor número de productos comercializables,
mientras que en la Montaña se producía una amplia gama de
productos con objeto de garantizar el abastecimiento local de ali-
mentos. El trigo era el principal producto en ambas regiones. En
la merindad de Tudela, la cosecha de trigo representaba el 63 por
ciento de toda la producción agraria, y la cebada el 28 por cien-
to. En la merindad de Pamplona, por el contrario, el trigo sólo
representaba el 48 por ciento de toda la producción agraria. La
Montaña producía asimismo menos centeno, cebada y avena,
pero cultivaba ciertos cereales menores, piensos y legumbres cuya
producción era casi desconocida en la Ribera. En la región de
Pamplona, el maíz, que no se sembraba en absoluto en la merin-
dad de Tudela, era casi tan importante como el trigo.
Entonces, como ahora, la mayoría del vino producido en Na-
varra venía de la Ribera, aunque, en ciertas zonas de Pamplona,
de donde el vino se ha retirado en época contemporánea, tam-
bién se producía una importante cantidad de vino y aguardiente.
La Ribera era origen de casi todo el aceite de oliva de Navarra, si
bien, incluso en la Montaña se producían pequeñas cantidades
para consumo local. La importancia del castaño en la Montaña
—en la merindad de Pamplona, el volumen de la producción de
castaño era tan grande como cualquier otro cultivo a excepción
del trigo, el maíz y las judías — pone de manifiesto la pervivencia
de formas de silvicultura mucho tiempo después de su desapari-
ción en la Ribera *.
% Estos ejemplos demuestran la debilidad del mercado en Navarra. Si hubiera estado
bien desarrollado, la ley de la ventaja comparativa habría hecho que la Montaña deja-
se de producir vino y aceite y comprase los vinos más bararos y de mayor calidad de
la Ribera. De hecho, existen ciertos indicios que prueban que la producción de vino
de la Ribera ejercía presión sobre los productores de la Montaña. Las comunidades
de la Montaña fijaban el precio del vino y prohibían el consumo de caldos «foráneos»
127
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
La Montaña, al igual que producía una mayor variedad de
cultivos que la Ribera, también criaba ganado con mayor diversi-
dad y en mayor número. La mayoría de las familias tenía cerdos,
la fuerte de carne más común, y cabras, que transformaban la
basura y los pastos de los montes y comunales en leche, queso y
nata. Había también una gran cantidad de ganado vacuno y bue-
yes, utilizados para la producción de leche, carne y para el traba-
jo. Por el contrario, los cerdos y las cabras eran raros en la Ribe-
ra, y los bueyes prácticamente desconocidos. En el valle de
Echauri había un buey, un caballo, una cabra o un cerdo por
cada 1,5 personas, en comparación con uno por cada trece habi-
tantes de Corella. Las mayores cosechas de maíz y de castaños,
utilizadas principalmente como piensos, eran un signo de la im-
portancia del ganado en la Montaña.
El ganado ovejuno era importante tanto en la Ribera como en
la Montaña”, Sin embargo, mientras que en la Ribera un núme-
ro relativamente bajo de individuos poseía ovejas en grandes re-
baños, en la Montaña numerosos campesinos tenían pequeños
hatos de ganados. Por ejemplo, en Corella, cuatro nobles poseían
casi la mitad de la totalidad de las ovejas de la ciudad, y 16 indi-
viduos tenían el 95 por ciento de las ovejas *”. Por el contrario,
los cuatro principales ganaderos de Echauri controlaban sólo un
cuarto del total de ovejas, mientras que docenas de individuos
estaban en posesión de pequeñas manadas *,
A pesar de la orientación de los cultivos hacia la subsistencia
en la Montaña, los peculiares factores sociales y técnicos de la re-
gión habían creado una agricultura eficiente. Los campesinos po-
de la Ribera hasta que no se hubiera gastado toda la producción local. Las leyes que
ponían en vigor la «economía moral» no habrían sido necesarias si no hubiera existi-
do la presión de los superiores vinos de la Ribera. Puede consultarse un ejemplo so-
bre esta práctica de fijación de precios en APN, Pamplona, Velaz, legajo 84, no. 31.
% Las áreas más importantes de producción lanera se encontraban en Sangúesa y Es-
rella, si bien Pamplona producía el 20 por ciento de toda la lana de Navarra, y sólo la
ciudad de Tudela contaba con casi 41.000 cabezas de ganado ovino, el 5 por ciento
del total provincial.
Y AMC, legajo 85, núm. 29,
% APN, Pamplona, Velaz, legajo 33, car. 6.
128
LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS
seían su tierra en pequeñas parcelas situadas en diferentes cam-
pos abiertos. Esto aseguraba a cada familia la oportunidad de
plantar diversos tipos de cultivos en diferentes suelos y espacios,
y prevenir que una persona monopolizase las mejores tierras o
que se perdiese todo en un desastre extremadamente localizado
(por ejemplo, por una invasión de ovejas). La división de la tierra
era, en este sentido, un sistema juicioso y consagrado. Mientras
que los reformadores agrícolas estaban intentando aumentar la
productividad cercando la tierra e introduciendo nuevas técni-
cas, los campesinos de la Montaña, que conservaban una distri-
bución de la tierra relativamente igualitaria y empleaban méto-
dos anticuados, cultivaban con más eficacia que la mayor parte
de Europa. La producción por semilla era, en las mejores tierras,
de 1: 8 o más elevada, siendo la de Echarri-Aranaz la que regis-
traba la producción media de 1 : 6”. En comparación, la pro-
ducción media en Francia rondaba el 1 : 5, la de Alemania el 1 : 4
y la de la Rusia Blanca el 1 : 3%,
El clima suave y la lluvia adecuada, junto a la diversidad de
cultivos en rotación y la abundancia de fertilizantes del ganado,
eran responsables parciales de esta elevada productividad *'. Estas
ventajas estaban reforzadas por la organización social del trabajo.
La extendida propiedad privada de las pequeñas comunidades
había dado lugar a un esforzado campesinado, notable por su de-
voción a la tierra y al uso de formas laborales cooperativas”, Era
% García Sanz, La respuesta, p. 97.
% Jerome Blum, The End of the Old Order in Rural Europe, pp. 144-45.
0 Alexandre Joseph Louis Laborde, /tineraire descriptif de l'Espagne et tablean élémen-
taire des différentes branches de Ladministration et de Uindustrie de ce royaume, vol, 2,
p. 92. Este trabajo, cuya oportuna publicación en 1808 fue un tributo a la eficacia
del imperialismo intelectual francés, es una lectura fascinante, análoga a «la mayor
apropiación colectiva de un país por otro», la Description de l'Egypte, publicada en
París entre 1809 y 1828. La cita procede de Edward Said, Orientalism, Nueva York,
1979, p. 84.
02 Algunos contemporáneos consideraban que los vascos eran el pueblo más trabaja-
dor de España. Jean Francois Bourgoing, Nouveau voyage ou tableau de Létat actuel de
cette monarchie, vol. 3, pp. 218-19; Desdevises du Dezert, £ Espagne de l'Ancien Régi-
me, vol. 1, pp. xxx, 260; véase también Renato Barahona, Vizcaya on the Eve of Car-
lism; Politics and Society, 1800-1833, pp. 2-13.
129
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
esta ventaja social, por encima de todas las demás, la que ayuda-
ba a producir las elevadas cosechas del norte de Navarra, y no la
aplicación de capital o de avances tecnológicos. En efecto, los
campesinos de la Montaña utilizaban el instrumento agrícola
más antiguo de Europa, la laya neolítica, un tipo de pala, más
que (o además de) el arado. Aunque ya en tiempos de los roma-
nos la laya se consideraba como un atavismo, las ventajas que
ofrecía a los pequeños campesinos para remojar el terreno asegu-
ró la utilización de esta antigua técnica hasta bien entrado el si-
glo Xx. Por una razón, la laya era barata. Cualquiera podía tener
un juego de ellas, El acceso a los costosos arados y a los animales
de tiro fue un factor que operó a favor de la estratificación de los
campesinos europeos; sin embargo, en la Montaña la laya permi-
tía que incluso los campesinos más pobres compitieran con sus
vecinos más ricos, y esto reforzó la tendencia igualitaria de la so-
ciedad en la región.
Uno de los aspectos más importantes de la laya era que reque-
ría trabajo comunal. Dos o más familias, que incluían varias ge-
neraciones de hombres, mujeres y niños, trabajaban juntas, pri-
mero en la tierra de una de ellas, luego en la de la otra. Este
acuerdo comunal premiaba la cooperación interfamiliar y ayuda-
ba a mantener juntas a las comunidades como ningún otro fac-
tor podía hacerlo “%. Un atributo todavía más importante de la
laya era la forma en que ayudaba a dar poder a las mujeres. Des-
de tiempos de los romanos, los visitantes de la región vasca des-
tacaron, a la vez con satisfacción y horror, que sus mujeres pare-
cían tener un gran poder. Algunos antropólogos e historiadores
incluso han calificado a la sociedad vasca de «matrialcal», si bien
esto supera la realidad %. Sin embargo, es razonable suponer que
la laya eliminaba algunos de los obstáculos que para las mujeres
“2 Una buena descripción de la laya y su uso, puede verse en L. Louis-Lande, Basques
et Navarrais, p. 7.
** Para una interesante discusión sobre el mito del marriarcado, véase Celia Amorós,
Hacia una crítica de la razón patriarcal, pp. 273-88, y Teresa del Valle, Mujer vasca.
imagen y realidad. Un trabajo reciente que defiende la idea de la existencia de un ma-
triarcado vasco es la de Andrés Ortiz Osés, El matriarcalismo vasco.
130
LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS
renía la agricultura. Aunque el uso de la laya era extremadamente
duro, no requería el mismo tipo de fuerza o el mismo dominio
de los animales que el arado. El control de animales de tiro y de
la labranza es, según los antropólogos, un factor importante para
la dominación masculina sobre la mujer en las sociedades agra-
rias. Las mujeres de la Montaña no se enfrentaban a esta desven-
raja laboral y esto puede haber contribuido a confirmar su igual-
dad en otras esferas, como por ejemplo, en las costumbres
hereditarias.
Los campesinos de la Montaña practicaban una estricta pri-
mogenitura. Esto significaba que el hijo mayor, fuera éste mujer
u hombre, heredaba, lo que daba a las mujeres igual acceso a la
tierra %, Además, incluso después del matrimonio, la mujer con-
servaba el control sobre su propiedad. A su muerte, sus posesio-
nes territoriales, menos los gastos funerarios y cualquier dote que
hubiera entregado a la familia de su marido, revertía en sus pa-
dres, hermanas, hermanos y otros parientes %. Desde el punto de
vista de la guerra de guerrillas, el aspecto más importante de la
laya y del lugar que la mujer ocupaba en la sociedad vasca era
que las mujeres de la Montaña estaban acostumbradas a heredar
tierras y a tomar parte activa en todos los procesos de produc-
ción, incluyendo la labranza. Por tanto, la ausencia de un nume-
ro considerable de hombres —ya fuera por estar trabajando en la
Ribera o por estar luchando contra los franceses— no implicaba
la destrucción de la producción agrícola: las mujeres de la Mon-
taña podían continuar alimentando a sus familias mientras sus
hombres combatían. La situación de la Ribera era muy diferente.
En las ciudades agrarias de la Ribera casi no había trabajo asala-
riado para las mujeres y los niños. Si de repente los jóvenes de es-
0% Véase la exposición sobre el «matriarcado» vasco y sobre la laya en Caro Baroja,
Los pueblos de España, y por el mismo autor, Vecindad, familia y técnica.
“+ APN, Pamplona, Velaz. En el caso del matrimonio de la hermana propietaria de
Espoz, fue su marido —que evidentemente no era el mayor de su familia— quien
trajo al matrimonio la dote en dinero. «Contratos matrimoniales de Miguel Ramón
de Irure y Vicenta Espoz», 8 de julio de 1800, APN, Pamplona, Peralta, legajo 50,
núm. 90,
131
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
tas comunidades se veían obligados a echarse al monte, podía
significar la quiebra económica y conducir al desastre a aquellos
que se quedaban atrás 7. En otras palabras, el sistema de trabajo
de la Montaña favorecía la guerra de guerrillas, mientras que el
de la Ribera lo desalentaba.
La primogenitura tenía otros efectos favorables sobre la
Montaña. Aquellas regiones que no practicaban la primogenitu-
ra experimentaron con frecuencia un extremo minifundismo,
tal y como ocurría en Galicia, donde la tierra se dividía, arren-
daba y subarrendaba entre tantos herederos que la mayoría de
los campesinos de la zona apenas alcanzaba el nivel de subsis-
tencia. En Navarra la primogenitura preservó un campesinado
relativamente próspero con explotaciones de dimensiones ade-
cuadas. La familia Mina, por ejemplo, poseía una casa y otras
dependencias con un poco más de 35 hectáreas de tierra %%.
Desde luego, los hijos más jóvenes, a menos que no se casasen
con un heredero o con una heredera, quedaban desheredados
por este sistema y se veían obligados a emigrar, a ingresar en el
clero, o a buscarse otro empleo ajeno a la agricultura, incluyen-
do la guerra.
Todos estos factores crearon en la Montaña un próspero cam-
pesinado que producía ricas cosechas de cereal y ganado, y vino
y aceite suficientes para satisfacer sus propias necesidades. Aun-
que la región podía haber exportado cierta parte de las cosechas,
realmente lo hacía en pequeñas cantidades. El extenso reparto de
la propiedad lo aseguraba. Ni los mecanismos feudales ni los
de mercado, cuyo fin era extraer la producción excedentaria en
forma de rentas o trabajo mal remunerado respectivamente, no
habían penetrado en realidad en la Montaña. Con una distribu-
ción que repartía los productos de la agricultura entre cientos de
miles de productores independientes y entre miles de núcleos
de producción, la mayoría de la riqueza agrícola de Navarra se
* García Sanz, La respuesta, pp. 122, 136.
** «Contratos matrimoniales de Miguel Ramón de Irure y Vicenta Espoz», 8 de julio
de 1800. APN, Pamplona, Peralta, legajo 50, núm. 90.
132
LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS
consumía en o cerca del lugar de producción 62. Por tanto, pocos
eran los medios para extraer riqueza de los campesinos de la
Montaña”,
Esta característica de la Montaña fue uno de los grandes obs-
ráculos del régimen francés y una enorme fuente de poder para
el movimiento guerrillero. En la Ribera y en la mayoría de Espa-
ña, los franceses consiguieron imponer impuestos y requisiciones
sobre unos pocos grandes propietarios de la tierra. Estas recauda-
ciones afectaron a los beneficios, aunque no amenazaron la su-
pervivencia de la elite propietaria, ni tampoco afectaron directa-
mente a las más limitadas rentas de la masa asalariada, En la
Montaña, por el contrario, el control campesino sobre la pro-
ducción le colocaba en conflicto directo con el aparato de fiscali-
zación y requisición del gobierno galo. Los franceses tuvieron
que enviar agentes protegidos con escoltas armadas a cientos de
villas para imponer contribuciones que afectaban directamente a
la subsistencia de los propietarios individuales. Cada uno de los
miles de pequeños explotadores se veía obligado a tomar una de-
cisión política cada vez que se enfrentaba a los recaudadores de
impuestos y a las partidas enemigas que salían en busca de sumi-
nistros. Al empuñar las armas contra los franceses, se protegían a
sí mismos y a sus casas, tierras y modo de vida ancestrales de la
familia. Por tanto, no resulta sorprendente que en las villas de la
Montaña el punto de partida del ataque guerrillero fuera contra
las partidas de requisición francesas ya que, al proteger aquellos
'% Lo que Navarra exportaba rara vez iba a Castilla, Más del 62 por ciento del co-
mercio navarro se realizaba con las provincias vascas, el 37 con Francia y menos del
| por ciento con Castilla y Aragón. Rodríguez Garraiza, Tensiones de Navarra,
p. 177. La red viaria de Navarra pone de manifiesto una orientación hacia el comer-
cio interno y con Francia, ya que, si bien los navarros tenían los mejores caminos de
toda España, los de la frontera de Castilla y Aragón se habían convertido en misera-
bles sendas, un reflejo del aislamiento económico de Navarra del resto de la Penínsu-
la. José Canga Argiielles, Diccionario de hacienda, artículo titulado «Caminos».
7% En un año normal podía haberse exportado un tercio de la cosecha de cercal; por
el contrario, los campesinos consumían lo que producían. Éstas fueron las conclusio-
nes de la Diputación de Navarra en el informe escrito en 1778 a la Sociedad Vascon-
gada de Amigos del País, citado en Rodríguez Garraiza, Tensiones de Navarra, p. 101,
133
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
lugares de la explotación francesa, las guerrillas se ganaban la
lealtad del campesinado.
Los campesinos de la Montaña no sólo tenían motivos para
resistir a los franceses, sino que también tenían los medios. Dado
que la Montaña quedó fuera del sistema feudal y de los sistemas
de extracción mercantiles, el coste de la vida era más bajo que en
cualquier otro lugar de España ”'. Los limitados beneficios que
podían obtenerse de la agricultura disminuían asimismo el pre-
cio de la propiedad inmueble. La tierra de cereal que se situaba
alrededor de Pamplona podía pagarse con la renta de dos cose-
chas. Y el precio de 0,40 hectáreas de tierra blanca (tierra de se-
cano, sin cultivar y abierta) podía ser tan baja como 20-30 reales,
unas pocas semanas asalariadas de un jornalero. La mayoría de
los montañeros poseía sus propias casas, y aquellos que las arren-
daban, no pagaban demasiado ”?,
En esta situación, los campesinos podían conservar su propie-
dad inmueble y acumular propiedad mueble a un considerable
nivel. El 30 de enero de 1800, los oficiales municipales de
Echauri entraron con un auto del Consejo Real de Pamplona en
casa de un propietario local, Francisco Azanza, con objeto de
embargar la propiedad que le quedaba en pago de una deuda que
debía a otro propietario. Azanza poseía una impresionante colec-
ción de muebles: 14 sillas y dos pequeños bancos, dos mesas lar-
gas, cuatro cofres y un espejo, entre otros objetos de la casa. Te-
nía incluso cinco cuadros, objetos de lujo imposibles para los
5
El vino, por ejemplo, costaba a cuatro reales el cántaro, el precio más bajo de todo
el país, en donde el coste medio era de 13 reales, El precio del trigo en Navarra osciló
entre la década de 1780 al año de 1807 entre 7 y 25 reales por robo, de nuevo el más
bajo de España, donde el promedio (en 1799) era de 48 reales. APN, Pamplona, Ve-
laz. He transformado las medidas expresadas en fanegas en robos navarros. Una fane-
ga equivale a 19,65 kilogramos, un robo a 22, una relación de 1 a 1,1. De este modo,
he convertido el precio de una fanega de trigo en España, registrado en 1799 a 44 rea-
les, en el de 48 reales por robo.
En la valle de Echauri, la renta media de una casa era de 88 reales, comparada con
los 170 reales de Corella y los 253 de Tudela. Los precios se han calculado a partir de
un registro de yentas y arrendamientos de tierra efectuado entre 1798 y 1817 en
APN, Pamplona, Velaz, Echauri y en APN, Tudela, Guesca y Alfaro.
134
LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS
campesinos de la mayoría de España (los bienes de mayor precio
en la casa). En la cocina había un gran número de cazuelas y
ollas, cacerolas de cerámica, cántaros, platos, tazas, utensilios
un mantel ”*.
En casa de campesinos más prósperos, junto a aperos de valor
(layas, palas, arados, yugos, etc.) y ganado, el número de los bie-
nes domésticos era más grande y la calidad más elevada. Por
ejemplo, el propietario de Ansorena, un caserío de Echauri, tenía
un largo surtido de linos, mantas de lana, almohadas de lana y
algodón y alfombrillas; en la cocina había manteles damasquina-
dos y servilletas, cortinas y utensilios sorprendentemente ricos,
incluyendo una vajilla de plata, vinagreras y aceiteras de plata,
una gran cantidad de platos, tazones y otros platos de latón; el
mobiliario incluía ocho mesas, una librería con libros cuyos títu-
los, desafortunadamente, no fueron inventariados, cuatro cómo-
das, siete sillas normales y siete sillas moscovitas y un escritorio ”*.
Estas propiedades no estaban al alcance de los medios de lo ma-
yoría de los campesinos europeos, y evidentemente muy lejos de
las posibilidades de los jornaleros. Generaron en el campesino
propietario de la Montaña el interés de defender su sociedad y le
proporcionaron recursos adicionales para sobrevivir a la desorga-
nización de la producción provocada por la ausencia de hombres
en las campañas guerrilleras.
De este modo, la economía de la Montaña no sólo estaba
orientada en esencia hacia la subsistencia, sino que también era
ancestralmente rica. Industrialmente, la Montaña estaba sin
duda retrasada, con artesanos a tiempo parcial que producían
bienes de baja calidad para la venta local y el trueque. Por otro
lado, la Montaña producía excedentes agrícolas que, aunque no
fueran espectaculares, al menos permanecían en manos de los
campesinos que, por tanto, podían acumular propiedades raíces
y bienes mueble. Los observadores tenían en alta consideración a
los campesinos de la Montaña por su laboriosidad, independen-
'* APN, Pamplona, Velaz, legajo 84,
1 APN, Pamplona, Velaz, legajos 78, 84.
135
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
cia y relativa riqueza material ”?. La suya no era una autarquía
miserable, sino un espléndido aislamiento. A pesar de las dificul-
tades que la vida pudiera tener en tierra de caseríos, sus cultivos
eran más productivos, su alojamiento superior, y su gente estaba
mejor alimentada. Algunos observadores extranjeros llegaron in-
cluso a creer que en la Montaña podía encontrarse la mítica clase
.media rural tan deseada por los reformadores agrarios de la Ilus-
tración ”*,
El propósito aquí no es representar la vida de los campesinos
de la Montaña como si ésta hubiera sido fácil. Por el contrario,
sólo una diligencia y una aplicación inusuales les permitieron
sustentarse bajo las condiciones naturales y tecnológicas que en-
tonces prevalecían, Es más, si sus existencias fueron tan difíciles
y cortas como las de los campesinos de la mayor parte de Euro-
pa, también fueron menos despiadadas. Los montañeros conser-
varon un margen de subsistencia bastante mejor que el de los
campesinos de la mayoría europea. Fue en este margen en donde
las guerrillas sobrevivieron y florecieron. Así pues, no fue la po-
breza de España la que mató de hambre a los ejércitos franceses.
Los franceses sufrieron hambrunas en medio de un rico agro
porque la naturaleza de la sociedad y la guerra de guerrillas les
impidieron recaudar impuestos y efectuar requisiciones. El mun-
do campesino de la Montaña fue, tomando prestada una frase de
Mao, el «mar conveniente» en el que las guerrillas hallaron su
sustento mientras los franceses se agotaban.
* Laborde, entre otros, estaba maravillado con los emprendedores campesinos de
Navarra. Laborde, ltinéraire descriptif. vol. 2, p. 92.
** Desdevises du Dezert, /.'Espagne de l'Ancien Regime, vol. 1, pp. xxx, 260-68.
136
CAPÍTULO 6
LA ECONOMÍA FORAL DE NAVARRA
1. Los fueros
La peculiar constitución política de Navarra dio una enorme
fuerza al movimiento guerrillero de la provincia. Navarra —jun-
to a Álava, Guipúzcoa y Vizcaya— había conservado sus fue-
ros, incluyendo la preservación de sus Cortes, el órgano guber-
nativo más representativo de España antes de 1808. En efecto,
los fueros otorgaban a Navarra el poder para negociar un pac-
to social con cada uno de los monarcas españoles, los cuales
debían jurar fidelidad a los fueros como contraprestación a la
contribución fiscal de la provincia. Esta autonomía dio a Na-
varra cierto control sobre la fiscalidad, los aranceles, el gasto
público y las levas militares, y permitió a los navarros pre-
servar sus leyes consuetudinarias, menos rígidas y paternalistas
y más orientadas hacia la comunidad que el Derecho Romano
o el Germánico que habían sido adoptados en Castilla y en
Aragón ',
' Pascual Madoz, Diccionario geográfico-estadistico-histórico de España y sus posesiones
de ultramar, vol. 12, p. 112.
137
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
Navarra estaba gobernada por un virrey, el Consejo Real, las
Cortes y la Diputación. El virrey era nombrado por el rey y ejer-
cía en Navarra funciones ejecutivas regias ?. El Consejo Real era
el tribunal de justicia de Navarra. Los siete miembros del Conse-
jo mantenían, en consulta con las Cortes o la Diputación, el de-
recho de sobrecarta, una forma de poder de veto sobre las medi-
das reales que se consideraban contrafueros, esto es, violaciones
de las leyes fundamentales de Navarra. Dado que, por ley, cuatro
de los siete consejeros tenían que ser navarros, el Consejo, aun-
que fuera un órgano cubierto por nombramiento, podía de-
fender los intereses de Navarra frente a Madrid.
Las Cortes estaban divididas en tres estados: el clero, los no-
bles y los pecheros. Los tres se reunían para debatir, aunque vota-
ban en cámaras separadas. Sus resoluciones requerían la aproba-
ción de mayoría de cada cámara, lo que prácticamente aseguraba
el veto de cualquier resolución que pusiera en peligro el equili-
brio de poder establecido. Su brazo popular estaba formado por
38 municipios (que nominalmente representaban al 36 por cien-
to de la población de Navarra) cuya posición en las Cortes de-
pendía de su tamaño, riqueza e importancia. El número de
miembros del clero y de la nobleza con escaño en las Cortes so-
brepasaba con mucho el del estado pechero a fin de que el equi-
librio de poder nunca se inclinase del lado de las ciudades, sino
del de los dos primeros estados. Dado que los nobles y el clero
de la Montaña contaban con una elevada representación en las
Cortes, los delegados de la Montaña, por lo general, se salían con
la suya.
La mayor parte del tiempo los poderes de las Cortes se dele-
gaban en la Diputación, una asamblea permanente elegida en
cada reunión de Cortes antes de su disolución. La Diputación
estaba presidida por el obispo de Pamplona e incluía a otros seis
2 La siguiente discusión sobre las instituciones y atributos del gobierno de Navarra
procede de María Huici Goñi, Las Cortes de Navarra durante la edad moderna; María
Cruz Mina Apar, Fueros y revolución liberal en Navarra; y de discusiones con Deme-
trio Lloperena, cuando estuvo en la Universidad de Nevada, Reno.
138
LA ECONOMÍA FORAL DE NAVARRA
representantes: dos del estado nobiliario, dos de la ciudad de
Pamplona, con un voto para cada dos, y dos más procedentes
de otros municipios, igualmente con un voto. Esta estructura
aseguraba que los intereses urbanos estuvieran representados, al
tiempo que reservaba el poder final a los nobles y el obispo de
Pamplona, siempre que éstos desearan actuar de acuerdo. Tam-
bién en la Diputación, por tanto, los representantes de la Monta-
ña tenían la última palabra.
Uno de los derechos forales más valorados era el control sobre
la fiscalidad. La Diputación recaudaba impuestos y empleaba la
mayoría de los ingresos localmente, lo que contribuyó a crear
la relativa prosperidad y orden por los que Navarra era famosa ?.
Madrid recibía ingresos procedentes de Navarra en forma de una
donación anual. Sin embargo, antes de conceder el tributo, los
navarros podían elevar sus agravios relativos a los contrafueros.
Una vez rectificados, la Diputación ponía en funcionamiento la
maquinaria recaudadora. Los monarcas españoles, mientras no se
amenazase el ya de por sí escaso flujo de dinero procedente de
Navarra, se cuidaban de no contravenir los fueros navarros. La
excepción prueba la resistencia de constitución foral. En 1796 el
gobierno español inició una ofensiva contra los poderes fiscales
de Navarra, si bien los resultados fueron tan ineficaces que du-
rante la primera década del siglo XIX la Corona realmente gastó
en Navarra más de lo que consiguió extraer. Por consiguiente,
Navarra estaba eximida de sus deberes fiscales hacia el gobierno
central cuando se produjo la invasión francesa.
Los fueros dispensaban a los navarros del alistamiento mili-
tar, salvo si éste se destinaba a la defensa de Navarra. En 1803
y, de nuevo, en 1806, tras arduos enfrentamientos con Madrid,
Navarra fue obligada a acceder finalmente a las levas militares.
No obstante, en Navarra nunca se consiguió imponer la leva
$ Navarra estaba entre las provincias con mejores caminos y servicios públicos de Es-
paña. La buena administración de las comunidades navarras contrastaba con «la ne-
gligencia y el abandono en que vivían las poblaciones castellanas». Desdevises du De-
¿ert, L Espagne de l'Ancien Régime, vol. 1, p. 20.
139
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
total, según la cual se suponía que el gobierno podía reclutar
uno de cada cinco hombres en edad militar. En 1803 la pro-
vincia contribuyó con 800 hombres, y en 1806-07 con otros
1.498, la única «contribución de sangre» hecha por Navarra al
esfuerzo militar español en el período de preguerra. Una vez
más, cualquier amenaza de sus fueros, viniese ésta de Madrid o
de París, encontraba, casi con toda probabilidad, una enconada
resistencia.
Uno de los privilegios más valorados de Navarra era su fronte-
ra aduanera separada. En el resto de España los Borbones habían
creado un mercado único y nacional, y habían restringido la im-
portación de bienes manufacturados acabados y la exportación
de materias primas en un intento de incentivar el desarrollo in-
dustrial. Sin embargo, Navarra controlaba sus propias aduanas y
estaba exenta de tales restricciones. Miles de navarros dependían
de la venta a Francia de materias primas, especialmente lana.
Muchísimos más hicieron fortuna importando productos acaba-
dos de Francia y reexportándolos (ilegalmente) a Castilla y Ara-
gón. La exportación de lana era particularmente importante para
los monasterios de la Montaña que disfrutaban de un poder
enorme en las Cortes y en la Diputación, y que podían vetar
cualquier propuesta de cambio constitucional. Los transportistas
dependían del comercio terrestre, mientras que los consumidores
en general se beneficiaban de las manufacturas francesas más ba-
ratas. La ciudad de Pamplona, bien representada en las Cortes y
en la Diputación, era uno de los mayores centros comerciales de
bienes franceses en España y se oponía a toda reforma que afec-
tase a la frontera aduanera. En definitiva, todo el gobierno foral
creció engordado por sus ingresos arancelarios, por lo que no de-
seaba perderlos *. En resumen, en Navarra existían poderosos in-
tereses preparados para defenderse de cualquier amenaza contra
' Incluso durante la guerra, el gobierno de ocupación recibía 3.000.000 de reales al
año en concepto de tarifas aduaneras y esperaba aumentar la cantidad a 6.000.000 de
reales cuando se lograse establecer la paz. «Estado de la totalidad de rentas fijas del
Govierno del Reino de Navarra», AGN, Estadística, legajo 49, car. 19.
140
LA ECONOMÍA FORAL DE NAVARRA
el derecho foral a un sistema aduanero separado. Por lo tanto, los
Borbones evitaron amenazar este aspecto de la constitución foral *.
Los que más se beneficiaron del sistema aduanero separado
fueron los navarros que se dedicaban al tránsito ilegal de pro-
ductos franceses a España. Aunque resulte imposible contabili-
zar con exactitud el número de personas que se ganaba la vida
con el contrabando debido a la falta de documentación, éste era
probablemente más elevado que el de cualquier otra provincia
española, a juzgar por los registros policiales y las observaciones
de los contemporáneos. Uno de los efectos del contrabando era
la extensa disponibilidad de armas, aunque ésta también estu-
viera relacionada con la persistente importancia económica de
la caza en la Montaña. A principios del siglo XIX, Navarra tenía
más fusiles per cápita que cualquier otra provincia. La disponi-
bilidad de armas también tenía efectos sobre la ratio de críme-
nes, la cual era más alta en Navarra que en cualquier otra pro-
vincia a excepción de Madrid y Logroño. En efecto, en las
regiones fronterizas de Navarra, tales como Roncal y Salazar,
dominaba un clima de frontera en donde una gran parte de la
población llevaba armas de fuego y vivía fuera de la ley, contra-
bandeando o estableciendo relaciones económicas con contra-
bandistas. La posesión de armas ligeras y el hábito de estar fue-
5 La excepción demuestra una vez más lo importante que para los navarros era el sis-
tema de aduanas separado. En 1717 los Borbones habían intentado extender las
aduanas españolas hasta los Pirineos. Sin embargo, en muy pocos años, a medida que
el acoso de los oficiales aduaneros del rey alcanzaba proporciones de guerra y el con-
trabando absorbía el comercio antes legítimo, la defensa de las oficinas aduaneras a lo
largo de la frontera pirenaica de Navarra comenzó a costar más dinero de lo que
aquéllas podían recabar. En 1722 Madrid admitió la derrota y devolvió la dirección a
los navarros, haciendo retroceder la frontera aduanera española hasta el río Ebro.
Desdevises du Dezert, L'Espagne de l'Ancien Régime, vol. 1, p, 24. La seducción de
comercio ilegal era tan fuerte que ni la guerra pudo destruirla, En 1793 el gobierno
español, en guerra contra Francia, no fue capaz de impedir que los navarros comer-
ciasen con el enemigo. APN, Tudela, Guesca y Alfaro. Tampoco el régimen napolcó-
nico pudo suprimir en Navarra el comercio ilegal con Francia. Los guerrilleros conse-
guían incluso plomo y azufre a través de la frontera. Antonio Pérez Goyena, Ensayo
de bibliografía navarra, vol. 6, pp. 226, 251. Sobre las adquisiciones de la guerrilla en
tiempo de guerra a través de mercaderes franceses, véase Espoz y Mina, Memorias,
pp. 204-05.
141
__LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
ra de la ley fueron recursos importantes de la resistencia guerri-
llera tras 1808, cuando se comenzó a identificar el estar al mar-
gen de la ley con ser un patriota. Sin embargo, la presencia de
«ilegales» en una partida no tenía por qué acabar en bandoleris-
mo. En el ejército guerrillero de Navarra, los contrabandistas
actuaron como soldados, guías e, irónicamente, como oficiales
de aduanas al servicio de Mina”.
Así pues, la constitución foral no sólo daba poder a los nava-
rros, sino que también les aportaba algo digno de ser defendido.
Además, el gobierno foral se aseguró su propia popularidad me-
diante una legislación específica para controlar los precios y el
comercio. Entre otras cosas, Pamplona limitaba la extracción de
granos y otros productos de primera necesidad de Navarra.
Cuando en España caían las cosechas, los productores navarros
se veían muy presionados para exportar cereales a Castilla y Ara-
gón, donde la escasez era generalmente más dura, lo que provo-
caba una alza de precios superior a la de Navarra. Sin embargo,
la Diputación prohibía la exportación de granos durante los años
de malas cosechas, favoreciendo consecuentemente a los consu-
midores frente a los grandes productores de la Ribera”. En este
sentido, el gobierno actuó cerrando la puerta al espíritu adqui-
sitivo de los propietarios de la tierra y de los mercaderes que
* Rodríguez Garraiza, Tensiones de Navarra, pp. 73, 93-94; Madoz, Diccionario geo-
gráfico, vol. 12, pp.-68-70; Espoz y Mina, Memorias, pp. 15-16. En segunda posi-
ción, detrás de Navarra, en importancia del contrabando y disponibilidad de armas
estaba Málaga, asimismo una región montañosa «fronteriza» (cuya frontera era la lí-
nea costera mediterránea, estrechamente controlada). No fue una coincidencia que
Málaga se convirtiera en una de las pocas áreas meridionales que produjo una fuerza
guerrillera efectiva. Logroño fue también un centro de contrabando, ya que los bie-
nes conducidos a través de Navarra entraban en Castilla generalmente por allí.
* En el período 1803-1805, la escasez y los altos precios de Castilla tentaron a mu-
chos productores navarros a contravenir la ley sobre exportación de granos, Cuando
se descubrió a los mercaderes de granos culpables, la situación se convirtió en un pro-
blema nacional que requirió la redacción de un decreto real que obligase al gobierno
de Navarra a perdonar a los culpables y permitiese el comercio de grano en momen-
ros de escasez. Sin embargo, los navarros tardaron dos años en admitir la autoridad
del rey en este asunto y en cumplir el decreto. Pérez Goyena, Ensayo de bibliografía,
vol. 6, pp. 138-39.
142
LA ECONOMÍA FORAL DE NAVARRA.
podían haber exprimido en tiempos de escasez a los consumido-
res, tanto de Navarra como del resto de España.
Los gobiernos locales también podían controlar el precio de
los productos de primera necesidad. En momentos de escasez fi-
jaban los precios localmente. Urilizaban los fondos públicos para
adquirir cereales del exterior y prohibían a los productores loca-
les que hubieran tenido buenas cosechas la venta de grano fuera
de la Comunidad *. Tales controles sobre la industria y el comer-
cio fueron una constante fuente de irritación para los grandes
propietarios y mercaderes de la Ribera, los cuales consideraban
que el futuro de Navarra estaba en la agricultura de exportación”.
Sin embargo, tales medidas también garantizaban la posición
económica de los pequeños cultivadores y trabajadores sin tierra,
lo que aseguraba la popularidad del gobierno foral entre la ma-
yoría del pueblo.
Además de las ventajas materiales que ofrecían, los fueros
también contaban en Navarra con un fuerte atractivo emocional.
En teoría tenían pocos detractores. Incluso aquellos ribereños a
quienes les hubiera gustado contar con un mercado de granos li-
beralizado y con la apertura del comercio con Castilla y Aragón,
coincidían con el pequeño cultivador de la Montaña en el valor
de las exenciones de los impuestos regios. Igualmente importan-
ce, los navarros creían que la constitución de Navarra, según la
cual el rey gobernaba por contrato con el pueblo navarro, era un
modelo para toda España. Los navarros estaban orgullosos de
este hecho. En 1811 un representante navarro en Cádiz ensalzó
la constitución de Navarra como la encarnación de la soberanía
popular perdida en el resto de España desde los tiempos de los
Habsburgos. Todo lo que Castilla y Aragón tenían que hacer era
reclamar lo que los navarros nunca habían perdido, su derecho
natural y legítimo al autogobierno '”. En realidad, la alardeada
% APN, Tudela, Guesca y Alfaro, 1789.
1 Véase, por ejemplo, el informe del marqués de San Adrián, uno de los mayores y
más descontentos propietarios del valle del Ebro. Rodríguez Garraiza, Tensiones de
Navarra, pp. 109-11.
1% Informe de Ramón Giraldo y Arquellada, en Rodríguez Garraiza, ibid., p. 41,
143
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
soberanía del pueblo navarro no iba muy lejos. A pesar de todo,
lo que ocurría era que el pueblo creía en la idea de una sobera-
nía navarra. En la guerra contra Francia, los navarros tenían más
que defender que otros españoles ya que, entre otras cosas, esta-
ban combatiendo por un antiguo y practicado gobierno
constitucional.
La intensidad de la cuestión foral de Navarra nunca fue com-
pletamente comprendida por Francia. El impulso centralizador
de la Ilustración francesa, que los historiadores solían considerar
progresista, creó una gran presión en el imperio a favor de la
abolición de todos los privilegios y diferencias regionales. Cuan-
do en la primavera de 1808 corrió la noticia de que los franceses
habían hecho planes para Navarra y que iban a abolir con toda
seguridad el sistema foral, la reacción de los líderes navarros fue
inmediata. Miguel Izquierdo escribió a Madrid en la primavera
de 1808 describiendo el horror que sentirían los navarros si lle-
gaban a perder sus libertades tradicionales '!. Los consejeros de
José Bonaparte le advirtieron de que Navarra se alzaría en armas
si sus fueros resultaban amenazados. En 1810 Miguel Azanza,
navarro y miembro más importante del séquito de José, llegó in-
cluso a realizar un viaje especial a París, en parte para advertir a
Napoleón contra la consumación de su plan para hacer de Nava-
rra otro departamento francés. En la guerra con Francia, donde
los combatientes lucharon impulsados por una serie de comple-
Jas razones personales, religiosas y políticas, es difícil separar y
asignar valores a los diferentes factores de motivación. La turba-
ción que mostraron los «colaboracionistas» españoles ante el plan
francés para abolir los fueros pone de manifiesto, sin embargo, la
influencia que la cuestión foral y regional tenía entre los navarros !2.
1! Escoiquiz, ldea sencilla, p. 25,
12 La trayectoria posterior de Navarra durante las Guerras Carlistas, una vez que la
defensa del foralismo se hubo convertido en trasfondo del movimiento junto a los
objetivos religiosos y dinásticos, también puede considerarse como una muestra de la
fuerza del sentimiento regional. Véase Evarist Olcina, El carlismo y las autonomías re-
gionales.
144
LA ECONOMÍA FORAL DE NAVARRA
2. Gobierno municipal y economía moral
Al amparo de la constitución foral, los municipios de la Monta-
ña fueron sorprendentemente democráticos y poderosos. Lo que
también resultó ser una fuente de enorme fuerza para las guerri-
llas. En la Montaña era el concejo comunitario, abierto a todas
las cabezas de familia, el que ejercía el gobierno municipal. Los
cargos municipales rotaban entre los miembros del concejo, de
tal forma que a la larga todas las cabezas de familia participaban
directamente en el gobierno. En Echauri, donde se elegían un te-
sorero y tres regidores cada año, 28 hombres cubrieron las 32
cargos posibles entre 1793 y 1800, lo que ejemplifica el princi-
pio rotativo de gobierno de la Montaña '?, Entre estos 28 indivi-
duos se incluían hombres relativamente ricos, como Francisco
Jauregui, propietario de uno de los mayores rebaños de ovejas del
valle, y el rico labrador Bavil Armendáriz, quien poseía doce ca-
sas en la villa de Echauri; sin embargo, también se encontraban
campesinos con medios más humildes, como Gabriel Irujo que
poseía una pequeña casa y cuya cabaña ganadera se reducía a dos
cabras '”,
Madrid, en un intento de conseguir mayor control sobre Na-
varra, había pretendido echar abajo este sistema, presionando
por la abolición de las elecciones abiertas en favor de una selec-
ción azarosa entre un grupo selecto de hombres cualificados por
su propiedad para poder acceder al cargo '*. Con esta reforma
Madrid pretendía crear oligarquías municipales que pudieran ser
manejadas con mayor facilidad. El sistema ya había sido adopta-
do en la mayoría de Castilla y Aragón; sin embargo, en Navarra
la tenaz resistencia del gobierno foral redujo la insaculación a las
grandes ciudades. Así, la mayor parte de la Ribera siguió el nue-
1% APN, Pamplona, Velaz, legajos 81-84.
11 APN, Pamplona, Velaz, legajo 89, núms. 10, 51.
1% Anes, El antiguo régimen, pp. 321-23. Bajo el sistema de insaculación, sólo los
hombres de más de veinticinco años con 1.650 reales de renta anual podían ser elegi-
dos para el cargo de alcalde, y para ser candidatos a regidor debían tener 660. Los
nombres de los candidatos se introducían en un sombrero y se extraían al azar.
145
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
vo procedimiento, lo que hizo que los gobiernos por la veintena
o concejos de 20 oligarcas se convirtiesen en norma en lugares
como Tudela y Corella. Las elites locales, por tanto, dominaban
el proceso político de la Ribera. La Montaña, por el contrario,
preservó la totalidad de sus gobiernos locales democráticos a ex-
cepción de las ciudades más grandes '*.
Los gobiernos municipales tuvieron un gran poder bajo el ré-
gimen virreinal vigente hasta 1808. Los municipios fijaban los
salarios y los precios. Eran responsables de los servicios más esen-
ciales, que incluían la molienda de harina y el abasto de bienes
básicos, así como de los caminos, las escuelas y del cumplimiento
de las ordenanzas locales. La forma de gestión de los servicios
por parte del gobierno local pone de manifiesto la supervivencia
de una «economía moral» en la Montaña. Los contratos efectua-
dos con los panaderos, molineros, taberneros o cualquiera de los
otros artesanos locales eran documentos legales extensos y deta-
llados que demuestran cómo las ciudades y villas podían constre-
ñir los impulsos adquisitivos de sus vecinos.
A los taberneros, por ejemplo, solo se les permitía por contra-
to un nivel de beneficios fijado por la costumbre. Pagaban a la
comunidad por el derecho de comerciar, y no podían abandonar
sus deberes durante el período de vigencia del contrato a no ser
que satisfacieran fuertes multas. El privilegio y el deber eran par-
tes integrales de cualquier negocio. En los días de fiesta y de va-
caciones, la comunidad debía poder comprar vino sin que éste
estuviera cargado con ningún beneficio. La calidad del producto
estaba fuertemente controlada y el uso de uvas o vino de fuera de
la comunidad estaba prohibido mientras no se hubiera consumi-
do la producción local. Al mismo tiempo, al tabernero se le ase-
!* El objetivo borbónico al promocionar estos cambios era conseguir controlar las
enormes propiedades que todavía estaban en posesión de comunidades, En el si-
glo XIX, a esta seria ofensiva gubernamental contra la autonomía municipal se suma-
ría el embargo de tierras municipales y comunales en toda España. No obstante, Na-
varra resistió a tales confiscaciones, Por consiguiente, la mitad de la tierra en Navarra
sigue siendo hoy en día propiedad de las comunidades. Gómez Chaparro, La desa-
mortización civil.
146
y
2 LA ECONOMÍA FORAL DE NAVARRA Ñ
guraba que ningún competidor pudiera vender vino en la comu-
nidad. De este modo, se consideraba que el tabernero era provee-
dor de servicios a la comunidad más que un mercader. Su esfera
de iniciativa individual estaba extremadamente limitada, pero al
menos se le aseguraba una buena posición. En efecto, la sociedad
cerrada de la Montaña proporcionaba a los individuos seguridad
en lugar de oportunidad.
El conjunto de poderes que tenían los municipios era verda-
deramente sorprendente. Los gobiernos locales elegían a sus sa-
cerdotes y acordaban sus salarios. Controlaban el asentamiento y
la residencia dentro de las fronteras municipales, denegaban pri-
vilegios comunales a quienes consideraban que podían alterar la
comunidad. Asignaban el presupuesto fiscal comunicado por
la Diputación y gestionaban el reclutamiento militar localmente.
Regulaban los cultivos y las cosechas, se ocupaban de los conflic-
tos locales, y controlaban celosamente las posibilidades de libre
entrada en la villa de los viajeros, especialmente de vagabundos,
gitanos u otros forasteros '”.
Estos amplios poderes eran posibles gracias a los voluminosos
recursos financieros disponibles por los municipios. El primer
grupo de ingresos lo constituía las rentas del concejo. Los gobier-
nos locales subastaban algunos servicios y propiedades comunita-
rias mediante un procedimiento que había cambiado muy poco
durante generaciones. En Echauri éstos incluían el molino, la pa-
nadería, la pescadería, la carnicería, la posada, la taberna y una
concesión de pesca en el río Arga. Cuando llegaba el momento
de renovar la licencia, el municipio lo comunicaba a todas las vi-
llas del valle de Echauri. La subasta duraba el tiempo que tarda-
sen en consumirse tres velas. En cada nueva puja, el precio de los
servicios aumentaba un ducado (once reales). Como resultado, el
ingreso por rentas de la villa podía variar ampliamente de un año
para otro. En la primera década del siglo XIX, Echauri consiguió
un mínimo de entre 1.000 y 1.200 reales anuales procedentes de
"Las pruebas de todas estas prácticas abundan en los archivos notariales de Echaurj
y Ibargoiti. APN, Pamplona, Velaz y Peralta,
147
_ LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
estas rentas '*. Las ciudades más grandes proporcionaban muchos
más servicios. Corella arrendaba concesiones de venta de aceite
de oliva, sal, judías, licor y embutidos. La ciudad consiguió casi
24.000 reales anuales procedentes de tales recursos durante la dé-
cada anterior a la invasión francesa, y otros 1.500 a 2,000 reales
del valor del trigo procedente de la renta en especie de tres moli-
nos harineros '”,
El segundo tipo de recursos lo constituían las tierras del mu-
nicipio. Echauri arrendaba tierra para pagar el salario del sacer-
dote, apartaba ciertos pastos para que el carnicero alimentase a
su ganado, y arrendaba otras propiedades para sufragar sus gastos
ordinarios. Un último recurso eran las extensas tierras comunales.
En la Montaña era todavía la comunidad la que normalmente ex-
plotaba estas tierras, por lo general para pastos o leña, aunque los
gobiernos municipales a veces arrendaban temporalmente trozos
a individuos como medio para conseguir fondos extra %. Los ex-
tensos comunales de la Montaña ayudaban a preservar a los
miembros más pobres de la comunidad de la indigencia, ya que
podían mantener unos pocos animales sin tener pastos propios.
En la Ribera, por el contrario, los municipios habitualmente
arrendaban los comunales, por lo que su explotación comunita-
ria había caído en desuso. Los pobres de la Ribera, por tanto, de-
pendían completamente de sus salarios”.
La estructura democrática del gobierno municipal de la Mon-
taña afectaba naturalmente a las decisiones sobre la extracción y
la asignación de fondos, y sobre asuntos tan cruciales como el re-
clutamiento y el uso de los comunales. En 1807 la Diputación
1% APN, Pamplona, Velaz.
1! APN, Tudela, Guesca y Alfaro, Laquidáin, Renault.
* En algunas ciudades de los Pirineos toda la tierra era considerada comunal y tenía
que ser dividida anualmente o binualmente en lotes entre todos los vecinos.
*! Corella arrendaba 253 propiedades separadas en sus comunales en 1819, general-
mente por una cantidad de trigo. Sin embargo, estas cantidades eran tan pequeñas
que la renta toral casi sólo alcanzaba los 2.000 reales. En la Ribera el valor de los co-
munales era por lo general bajo, porque el clima seco hacía que la mayoría de esas
tierras no fueran más que un secarral. «Razón de los sugetos que han renovado Cen-
sos perpetuos», AMC, 28 de junio de 1819,
148
LA ECONOMÍA FORAL DE NAVARRA
accedió finalmente a reclutar soldados en Navarra tras un pro-
longado conflicto con Madrid sobre el asunto. Las comunidades
se reservaron el derecho de pagar por la exención de este requeri-
miento, y generalmente consiguieron el dinero a través de un im-
puesto de capitación. Al valle de Echauri le correspondió un
cupo de 30 individuos ”. Todas las villas de Echauri acordaron
que tal leva estaba fuera de lugar, puesto que allí no había vaga-
bundos que incorporar en el servicio *. En cambio, Echauri con-
siguió los 15.000 reales necesarios para comprar la exención del
servicio militar. El gobierno obtuvo el dinero fiscalizando a la
población masculina adulta, tomando un anticipo de la parro-
quia y utilizando los excedentes de sus fondos municipales ?*. Fi-
nalmente, el valle no consiguió reunir la cantidad requerida, por
lo que se supone que debieron escoger dos jóvenes al azar para su
alistamiento en el ejército (si bien no existe prueba alguna de
que esto se realizara) %. Por contra, la ciudad de Corella, gober-
nada por un grupo cerrado de familias nobles, no consideró
apropiado pagar por la exención del alistamiento militar. La ale-
gación más común de la ciudad fue que en los límites de la ciu-
dad existía un excedente de trabajadores y un gran número de
vagabundos indigentes. Corella incentivó incluso a sus jóvenes
para que se alistasen: más del 10 por ciento de las fuerzas arma-
das extraídas de Navarra procedió de Corella, la cual contribuyó
a la defensa de España con mucho más de la quinta parte de su
población en edad militar %,
En tiempos de crisis de subsistencia, la estructura democrática
del gobierno local de la Montaña contenía los impulsos codicio-
sos y limitaba la severidad de aquellas crisis. En 1789 hubo una
carestía de cereales en el valle de Echauri, como en toda España.
2 Este procedimiento fue seguido en Monreal, en el valle de Elorz y en el valle de
Ibargoiti, hogar de Mina. APN, Pamplona, Peralta, legajo 54, núms. 54, 57, 90.
APN, Pamplona, Velaz, legajo 87, núm. 88.
2 La villa de Echauri tenía 1.400 reales propios. Los fondos de otras villas debían ser
menores, aunque se desconocen las cantidades con las que contribuyeron,
5 APN, Pamplona, Velaz, legajo 87, núm. 55.
16 «Interrogatorio político», AMC, legajo 81, núm. 3,
149
__ LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
Se reunió una junta formada por todos los regidores del valle a
fin de resolver el problema comprando trigo y maíz con recursos
locales e incluso foráneos, a través del puerto de San Sebastián.
La compra y el transporte del grano desde el puerto fue gestiona-
da por un residente en Pamplona al que se ordenó que ofreciera
17 reales por robo de trigo, precio muy por encima del de un
año normal. El precio del grano subió todavía más como conse-
cuencia del coste de transporte y los salarios que hubieron de pa-
garse al agente de compra. Finalmente, el coste por robo llego a
sobrepasar los 22 reales, de los cuales el municipio pagó el 47
por ciento con las rentas de la ciudad. El precio final para la po-
blación de Echauri fue sólo de 12 reales, un poco más elevado
que el alcanzado en un año normal ”,
Por el contrario, en la Ribera los mercaderes, en contra de los
deseos del gobierno foral, a menudo conseguían exportar grano a
Castilla, aun cuando en Navarra las cosechas hubieran sido ma-
las”. Aunque se pudiera reservar cierta cantidad de grano con fi-
nes asistenciales, la mayoría del tiempo la migración estacional
de trabajadores desde la Ribera a las ciudades de Aragón y Casti-
lla mitigaba las responsabilidades del gobierno municipal hacia
los desempleados ”. Los franceses consiguieron acceder al trigo
de la Ribera simplemente dominando las elites comerciales y po-
líticas que con frecuencia estaban dispuestas a cooperar. Los ribe-
reños pobres y sin tierra, por el contrario, no tenían ninguna ra-
zón para defender una constitución que no hacía nada por ellos.
Existían pocas probabilidades para que los ribereños, desmovili-
zados y privados del derecho al voto a nivel municipal y provin-
cial bajo el régimen foral, se levantasen en apoyo de tal sistema.
Aunque, como veremos, hubo algunos jóvenes de la Ribera que
se unieron al movimiento de resistencia, especialmente en el ve-
rano de 1808 y tras mayo de 1812, fue la Montaña la que con-
7 APN, Pamplona, Velaz, legajo 79, núm. 21.
2% Pérez Goyena, Ensayo de bibliografía, pp. 138-39.
* APN, Tudela, Guesca y Alfaro, 1793; «Interrogatorio político», AMC, legajo 81,
núm. 3.
150
_ LA ECONOMÍA FORAL DE NAVARRA
tribuyó con la vasta mayoría de los hombres y pertrechos al ejér-
cito guerrillero.
En la Montaña los fueros fueron de gran utilidad y motivaron
al pueblo para defender Navarra contra Francia, Al mismo tiem-
po, las instituciones democráticas forales y municipales dieron
poder y movilizaron a los montañeros, y se convirtieron en un
nuevo obstáculo para la ocupación francesa. La presión de las
imposiciones francesas, más que a dividir, tendió a unir a la gen-
te de la Montaña, la cual consiguió satisfacer los impuestos con-
sensuadamente, antes que por la fuerza, y retrasar la extracción
de granos y animales a través de su control sobre la administra-
ción local. De este modo, los fueros motivaron y movilizaron a la
población de la Montaña. Además, bajo la ley foral, la Montaña
había desarrollado algunos arbitrios especiales con los que com-
batir al francés. Los montañeros estaban muy bien armados, no
sólo porque la caza siguiera siendo un derecho común y no un
privilegio nobiliario, sino también porque los contrabandistas
utilizaban las armas contra los agentes fiscales del Estado. Cono-
cían los pasos secretos para escapar de los soldados y policías del
rey, y sabían construir barcas y balsas para cruzar el río Ebro. To-
dos estos recursos de la Montaña estarían dispuestos contra los
franceses una vez que el ejército español fue destruido por Napo-
león en el otoño e invierno de 1808-1809,
151
CAPÍTULO 7
EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA
DE GUERRILLAS EN NAVARRA
1. Javier Mina
La guerra de guerrillas reapareció en Navarra en 1809, una vez
que la resistencia en Aragón se hubo derrumbado y se permitiese
que las fuerzas navarras que combatían allí regresaran a Navarra.
Zaragoza capituló el 23 de febrero y el 21 de marzo los franceses
tomaron la fortaleza de Jaca, eliminando a la última fuerza regu-
lar que quedaba a kilómetros de distancia de Navarra. La noche
anterior a la caída de Jaca, un grupo de voluntarios navarros es-
capó saltando sus murallas. Entre los huidos se encontraba un
soldado recién reclutado llamado Francisco Espoz e Ilundáin, el
futuro Espoz y Mina. En Jaca y en Zaragoza hombres como
Mina habían aprendido a utilizar las armas, a cargar y a disparar
con sólo contar hasta doce, y a hacer frente al enemigo. Ahora
regresaban a Navarra para convertirse en la base de un nuevo
movimiento guerrillero '.
1 A menos que se indique lo contrario, se ha reconstruido la historia de este período
a partir del «Resumen histórico del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21,
car. 20; la «Relación de las operaciones militares del tercer regimiento», AGN, Gue-
153
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
Pronto surgieron docenas de pequeñas bandas que vagaban
por el campo, una veces atacando a los franceses rezagados y
otras a los correos, aunque la mayoría del tiempo mostraron es-
casa resistencia a la ocupación. En el extremo norte, el cura de
Valcarlos tenía una pequeña cuadrilla de seguidores. En Baztán,
Antonio Zabaleta operaba con una banda que vagaba tan al sur
como Estella. Las bandas a las órdenes de Sarto, Fidalgo, Marca-
láin, Juan Ochotorena, Manuel Gurrea, Félix Sarasa, Juan de Vi-
llanueva, Vicente Carrasco, Pascual Echeverría y del sacerdote
Hermenegildo Garcés de los Fayos eran sólo algunas de las otras
guerrillas que acosaban a los franceses. A pesar de todo, ninguna
de estas bandas fue lo suficientemente numerosa como para te-
ner gran efectividad. Y algunas estaban incurriendo en el error
de Eguaguirre, perdiendo adeptos antes que ganarlos. Otras em-
pezaron a actuar como los hombres de Temprano, eludiendo el
enfrentamiento con los franceses y dedicándose, por el contrario,
a robar a civiles españoles.
Lo que Navarra necesitaba era un mando unificado que im-
pusiese disciplina entre los guerrilleros. La Junta Central inten-
tó conseguirlo nombrando al cura de Ujué, Casimiro Javier de
Miguel e Irujo, para que organizase Navarra. Miguel había sal-
vado Ujué de las tropas francesas en junio de 1808 y había ayu-
dado a Gil en julio. En 1809, con la ayuda del cura de Alaiz y
el de Lárraga, estableció una red de agentes de inteligencia (que
con frecuencia también eran sacerdotes) en Pamplona, Zarago-
za, París, Bayona y en villas situadas a ambos lado de la fronte-
ra estatal. El sistema de espionaje de Miguel contaba con la
ventaja de la lengua vasca, común a los campesinos de ambos
lados de los Pirineos. Se decía que Miguel sabía a la mediano-
che de cada día todo lo que se había dicho la noche anterior en
la mesa del general D'Agoult, gobernador militar francés de
Pamplona.
tra, legajo 17, car. 51; la «Relación de Estella», AGN, Guerra, legajo 21, car. 21; la
«Relación de Ujué», AGN, Guerra, legajo 21, car. 22; Andrés Martín, Historia de los
sucesos militares; y Espoz y Mina, Memorias.
154
T
EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA
Miguel no era, sin embargo, una buena alternativa para diri-
gir la resistencia. No consiguió inspirar a otros a combatir, por-
que él mismo no participó en la lucha. Por algún tiempo, dio la
impresión de que los roncaleses podían proporcionar el liderato
militar que Miguel no tenía. Á finales de 1808, los hermanos
Gambra ya tenían formada en el valle del Roncal una banda de
casi 50 hombres que se enfrentó a los franceses en algunas oca-
siones y que incluso puso en fuga a una pequeña guarnición em-
plazada en Aoiz. En marzo de 1809, los roncaleses atacaron un
convoy francés con prisioneros procedente de Zaragoza con des-
tino a su internamiento en Francia. Entre los hombres que libe-
raron había navarros capturados en Aragón, y entre ellos el re-
cientemente nombrado brigadier general, Mariano Renovales.
Renovales tomó a su cargo la banda de Gambra, que experimen-
tó un espectacular crecimiento en Roncal. Su ejército de campe-
sinos aisló el valle del resto de Navarra, rechazando sucesivas in-
vasiones francesas e infligiéndoles más de 1.000 bajas. En julio
los franceses situados en Pamplona hicieron una tregua con Ron-
cal, prometiendo abandonar el valle a cambio de una contribu-
ción de ovejas y un juramento de no beligerancia”. Tras defender
con éxito su valle, los roncaleses perdieron su interés en extender
la guerra contra los franceses en el resto de Navarra, de la misma
forma que los guerrilleros de Galicia, los cuales se negaron a lu-
char en otros lugares de España. La tarea de crear un amplio mo-
vimiento fue encomendada a Javier Mina, el joven pariente del
más famoso Espoz y Mina.
Martín Javier Mina y Larrea era hijo de unos prósperos labra-
dores que vivían en Otano, un pequeña villa situada a los pies de
la Sierra de Alaiz, a medio camino entre Ujué y Pamplona.
Cuando los franceses tomaron la ciudadela, Javier era un semina-
rista de dieciocho años de edad que acababa de trasladarse a estu-
diar de Pamplona a Zaragoza. Javier se había declarado, como
otros estudiantes, en favor de Fernando cuando le llegó la noticia
> José Miranda Rubio, La Guerra de la Independencia en Navarra, p. 84; Olóriz, Na-
varra en la Guerra de la Independencia, pp. 34-41.
155
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
del golpe de Aranjuez. Tras participar en el levantamiento de Za-
ragoza, Javier regresó a Navarra y comenzó a trabajar como espía
para Miguel. En el otoño e invierno de 1808, Javier se unió a la
resistencia de Aragón, y en febrero de 1809 asistió a la tragedia
final de Zaragoza desde los cerros situados a las afueras de la ciu-
dad. De regreso a Navarra, Javier se unió a un pequeño grupo de
buenos amigos en Pamplona y decidió intentar unificar, bajo su
autoridad, algunas de las bandas guerrilleras existentes. En agos-
to ya estaba a la cabeza de su propio corso terrestre?.
Entre los seguidores iniciales de Javier Mina se encontraba
Félix Sarasa, un campesino hidalgo procedente de una villa situa-
da a las afueras de Pamplona y «el vascongado más cerrado que
había existido en Navarra». Sarasa no sabía ni escribir ni leer ni
hablar castellano, pero en las villas vascas alrededor de la capital
era conocido por ser un astuto mercader que nunca perdía la
oportunidad de vender los productos de su extensa explotación
agrícola en cualquier mercado y feria. Sarasa asumió con el tiem-
po el control de las operaciones aduaneras establecido por Espoz
y Mina en 1810*,
Junto a Javier Mina se encontraba también Lucas Górriz, que
sería comandante de regimiento bajo las órdenes de Espoz y
Mina, y su hermano José, a la cabeza del erario de la División de
Navarra, una vez más a pesar de su incapacidad para leer. El mis-
mo Espoz y Mina, cuyo lugar de origen, Idocín, estaba a pocos
kilómetros al este de Otano y que, por tanto, estaba en estrecho
contacto con su sobrino en el verano de 1809, también fue se-
guidor de Javier desde el primer día. Espoz y Mina recordaría
posteriormente a este grupo con cierta nostalgia: Lucas Górriz
* Iribarren, Espoz y Mina, el guerrillero, p. 67. El padre de Javier Mina era un hom-
bre de cierta consideración a nivel local, a juzgar por su prominencia política (fue
diputado por Otano en las asambleas del valle) y su riqueza, En 1802 el viejo Mina
decidió asumir la considerable deuda de María Teresa de llundáin, madre de Espoz y
Mina; en 1807 compró una obra pía confiscada y vendida por el Estado; y durante la
guerra, el viejo Mina prestó grano a diferentes individuos y comunidades. En efecto,
el padre de Javier parece haber sido uno de los beneficiarios de la guerra. APN, Pam-
plona, Peralta, legajo 51, núm. 11, 143; legajo 54, núm. 53, 54, 63.
' Espoz y Mina, Memorias, p. 20,
156
Y
murió en acción durante la guerra; José Górriz fue fusilado por
las fuerzas de la Restauración por defender la Constitución de
1812; Sarasa fue encarcelado por la Restauración entre 1816 y
1820, perdió su fortuna y vio a sus hijos reducidos a la pobreza.
Mina fue capturado por los franceses en 1810, encarcelado en
Francia hasta el final de la guerra, exiliado por la Restauración y,
finalmente, asesinado mientras combatía en México. Espoz y
Mina fue condenado por la Restauración a pasar un tercio de su
vida en el exilio, aunque su reputación, a diferencia de las de los
otros cuatro, fue finalmente rehabilitada. En el verano de 1809,
estos hombres, tres de los cuales no conocían más que el uso del
arado, la laya o la podadera, se embarcaron en una aventura que
durante cierto tiempo les daría un poder casi absoluto sobre
Navarra.
Javier Mina prometió ocho reales diarios a cada voluntario en
concepto de salario, mucho más que el real que Gil o Eguaguirre
habían ofrecido en años anteriores. Estos sueldos se sufragaban
con los diezmos que el corso se apropiaba donde quiera que fue-
re, lo que demuestra lo poco que los guerrilleros estaban motiva-
dos por el deseo de defender la propiedad de la Iglesia contra los
«ateos» franceses. Á los soldados también se les prometieron ra-
ciones diarias de pan, carne y vino y el derecho de beneficiarse
del botín y del rescate de prisioneros. En cada pueblo y ciudad
de Navarra, Javier y el cura de Ujué elegían espías, con frecuen-
cia el párroco o el alcalde, que recibían salarios regulares, de igual
forma que los mismos voluntarios.
El 7 de agosto de 1809, con sólo doce hombres, el corso em-
prendió su primera acción al capturar diez artilleros franceses lo
suficientemente ingenuos para viajar solos por el camino que iba
de Tafalla a Pamplona. Con las armas capturadas, Javier dobló el
número de seguidores. A finales de mes, tras incorporar a algu-
nas de las bandas más pequeñas de Monreal, a mitad de camino
entre Idocín y Otano, Javier ya estaba a la cabeza de casi 200 vo-
luntarios.
Al principio, las actividades de Javier se centraron en capturar
convoyes y pequeños destacamentos. Los guerrilleros se desplaza-
157
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
ban de un extremo a otro de Navarra a fin de conseguir armas,
municiones, caballos y dinero. A principios de septiembre, el
corso se apropió de sesenta mulas procedentes del acuartelamien-
to de Puente la Reina, situado al suroeste de la capital. A mitad
de mes, ahora con 300 hombres, Javier dirigió sus operaciones a
la región de Irún, donde capturó un convoy que transportaba
prisioneros de guerra españoles hacia Francia. Algunos de estos
prisioneros se unieron al corso y, con este mayor número de
fuerzas, Javier regresó a su tierra en el este de Pamplona. Allí al-
gunos de los hombres de Roncal rompieron su armisticio con los
franceses, y se unieron al corso. Entre estos nuevos reclutas se en-
contraba Gregorio Cruchaga, quien se convertiría en el segundo
en el mando después de Javier.
La mayoría de las armas y los uniformes utilizados por los
voluntarios en estos primeros meses fueron capturados a los
franceses, aunque también Pamplona suministró ropa manufac-
turada en la ciudad y contrabandeada por el propietario de una
funeraria, Miguel Iriarte, y el vicario del hospital, Clemente
Espoz, hermano mayor de Francisco Espoz y Mina. Estos dos
ocultaban los uniformes bajo los cadáveres que eran acarreados
desde el hospital al cementerio, situado fuera de las murallas
de la ciudad. Luego llevaban la ropa a Badostáin, una villa ubi-
cada al este de Pamplona, donde su párroco, Andrés Martín,
que se convertiría en el primer historiador de la División de
Navarra, se aseguraba de que fuera repartida entre los guerrille-
ros. Estos detalles son relevantes porque con frecuencia las
fuentes inglesas y francesas asumen que las guerrillas fueron
creadas y mantenidas con el dinero y pertrechos ingleses. En
Navarra, el mayor centro de la guerra de guerrillas, nunca se
dio el caso.
Las monturas eran más difíciles de conseguir. Las reglas no es-
critas de la guerra de guerrillas sostenían que cualquier soldado a
pie que pudiera procurarse un caballo entraba automáticamente
en la caballería, Los guerrilleros se convirtieron en ladrones con-
sumados de los caballos que robaban a los franceses, entre sí o a
ciudadanos privados. Tras penetrar en el valle de Aézcoa en octu-
158
_ EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA
bre, el corso «liberó» 85 caballos *. Esta nueva aportación de bes-
tias aumentó la fuerza de caballería a casi 100 hombres que se
sumaron a los 300 infantes que estaban a las órdenes de Javier. A
finales de octubre el corso regresó a las regiones del sur y este de
Pamplona. Allí, los guerrilleros se apoderaron de un convoy de
municiones, capturaron a un agente de correos y hicieron 37 pri-
sioneros franceses. Éstos fueron conducidos, como siempre, por
caminos secretos a Lérida, y desde allí a Valencia, bastión de la
resistencia de la España sudoriental.
La vieja Diputación, ahora escondida fuera de Navarra, reac-
cionó con horror ante los logros de Javier. Los diputados se que-
jaron de que bandas de campesinos armados, que se denomina-
ban a sí mismas guerrillas, habían entrado en Navarra y habían
violado e insultado a gente distinguida. Las así llamadas guerri-
llas comprometían a las ciudades navarras y a sus oficiales, y esto
provocaba la represalia francesa y la desmoralización de los líde-
res locales. Peor aún, a los ojos de los antiguos gobernadores de
Navarra, estas bandas guerrilleras habían comenzado a requisitar
bienes, algo intolerable en un campesino. Los diputados conside-
raban que los guerrilleros no eran más que bandidos, y pronosti-
caron su destrucción en manos francesas.
La actitud de la Diputación hacia los insurgentes pone de
manifiesto los límites del ardor y de la imaginación revolucio-
naria de los diputados. Sus principales preocupaciones seguían
siendo el mantenimiento del orden social y la protección de la
propiedad privada. El gobierno depuesto, incapaz de movilizar
Navarra, no comprendía con claridad la naturaleza de la guerra
de guerrillas. En esto no estaban solos. Con las excepciones de
Soult, Ney y otros hombres que estaban al corriente de lo que
se había conseguido en Galicia, eran pocas las personas que
comprendían en su totalidad la importancia de las guerrillas.
* Olóriz, Navarra en la Guerra de la Independencia, p. 20.
% Correspondencia entre la Diputación y los generales Blake y Areizaga, AGN, Gue-
rra, legajo 17, cars. 3, 4. Petición de los delegados navarros a la Junta Central, AHN,
Estado, legajo 41, núm. 78.
159
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
La mentalidad militar todavía no había aceptado que una de
las condiciones esenciales del éxito de la guerra de guerrillas
—en tanto que se combinase con victorias sobre las fuerzas de
ocupación— era comprometer a las autoridades y elites muni-
cipales y exponerlas a la posibilidad de ser represaliadas por los
franceses.
En noviembre, Javier se unió a una banda guerrillera proce-
dente de La Rioja al mando de Cuevillas, un contrabandista y
guerrillero de cierta fama en la región, con objeto de atacar a los
800 soldados franceses que estaban estacionados en Los Arcos.
Ésta fue la primera acción a gran escala de las fuerzas guerrilleras
en Navarra fuera de Roncal. En total, Javier comandaba casi 700
hombres reforzados por cientos de campesinos locales que utilizó
para hacer retroceder a los franceses hacia Estella, tras un enco-
nado enfrentamiento en las montañas de Sansol el 20 de no-
viembre. Las pérdidas francesas fueron de 50 muertos y 100 he-
ridos, mientras que las de las guerrillas se limitaron a 8 muertos
y 40 heridos, según Andrés Martín.
Las cifras de bajas procedentes de esta primera gran acción
sirven para indicar la efectividad de las tácticas partisanas. Los
franceses tenían dos grandes ventajas sobre las guerrillas. Conta-
ban con una caballería efectiva y presentaban en la batalla una
potencia de fuego superior, especialmente de artillería. Sin em-
bargo, las guerrillas conseguían neutralizar estas ventajas evitan-
do presentar batalla salvo en las circunstancias más idóneas. La
primera condición para la victoria guerrillera era el propio terre-
no. En un campo de batalla llano, los ejércitos franceses, con su
excelente caballería y artillería, eran capaces de derrotar incluso a
una infantería experimentada. Sin respaldo suficiente de la caba-
llería, sin artillería y sólo con unas pocas lanzas, fusiles y muni-
ción, si los inexpertos insurgentes resultaban atrapados en terre-
no abierto significaba su aniquilación instantánea. Las guerrillas,
por lo tanto, atravesaban las llanuras por la noche, a la carrera y
sólo cuando la situación era extrema. En las escasas ocasiones en
las que guerrillas se vieron atrapadas en campo abierto, la victo-
ria francesa fue, como veremos, inevitable.
160
EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA
El segundo requisito para los guerrilleros era contar en cual-
quier enfrentamiento con un número superior de hombres. El
corso no tenía ni el entrenamiento ni las municiones suficientes
para defenderse de una fuerza superior a la suya en el transcurso
de una retirada prolongada y ordenada que hubiera resultado de
una batalla desfavorable. Por tanto, cuando los franceses se apro-
ximaban en grandes columnas, las guerrillas evitaban la batalla
dispersándose u ocultándose en las montañas, utilizando para es-
capar su conocimiento del campo y la solidaridad del pueblo,
Normalmente, se ordenaba el ataque sólo cuando se podía asegu-
rar la ventaja numérica. La insurgencia tenía que contrarrestar su
falta de municiones utilizando su excelente red de inteligencia y
su movilidad para generar sorpresa. Se comunicaba a los insur-
gentes dispersos que descendieran por diferentes rutas para en-
contrarse en un punto acordado previamente, donde Javier espe-
raba que pasase algún convoy o algún destacamento francés. Los
guerrilleros, superiores en número, se situaban para efectuar una
emboscada, disparaban una única vez y cargaban inmediatamen-
te sus bayonetas. Con frecuencia, se asocia el espíritu que había
detrás de esta forma de lucha con el de los ejércitos franceses re-
publicanos; no obstante, en el momento que Napoleón ocupaba
Navarra, todo el ímpetu estaba del lado navarro. Por esta razón,
siempre había un número desproporcionado de muertos entre
las bajas francesas, y las guerrillas conseguían tomar un gran nú-
mero de prisioneros al superar a sus oponentes en el combate
mano a mano. Las bajas de la batalla en el lado navarro eran ge-
neralmente bajas, aunque los franceses compensaban este déficit
ejecutando civiles y guerrilleros capturados, y llevando a cabo las
terribles carnicerías que tenían lugar en las escasas ocasiones en
las que las guerrillas eran sorprendidas por fuerzas muy superio-
res de enemigos a caballo en las llanuras del sur de Navarra y de
Castilla.
El 28 de noviembre, poco después de la batalla de Sansol, Ja-
vier se unió de nuevo con su corso a Cuevillas y, reforzado por
uno de los escuadrones de caballería de Porlier, invadió Tudela.
La guarnición se refugió tras las fortificaciones, pero los tudela-
161
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
nos no fueron tan afortunados. Las indisciplinadas tropas de Ja-
vier se dedicaron a saquear la población antes de ocuparse de los
franceses. Los guerrilleros se apropiaron de caballos y de un gran
número de ovejas. Llenaron sus bolsillos y mochilas de dinero,
plata y de cualquier cosa de valor que pudieron encontrar en las
casas y se retiraron a la cercana Corella, donde se pelearon por
los despojos, y, finalmente, se disolvieron. El 29 de noviembre, el
general Buget —comandante de la guarnición de Tudela— asal-
tó Corella con su caballería y acabó con la vida de doce hombres
de Javier que se habían quedado allí.
En diciembre de 1809, Javier estableció su cuartel de mando
en Los Arcos, una zona montañosa al suroeste de Navarra poco
frecuentada por las tropas francesas. Esta tregua dio a sus hom-
bres el respiro necesario. El corso ascendía a casi 500 soldados de
infantería y 150 de caballería, pero muchos eran nuevos reclutas
que carecían de entrenamiento militar. En Los Arcos, Javier se
aseguró de que recibieran una instrucción rudimentaria, organi-
26 el corso en compañías, eligió a sus oficiales e ideó la bandera
que estaría en vigor durante los siguientes cinco años. Gregorio
Cruchaga fue nombrado segundo en el mando. Lorenzo Calvo,
antiguo sargento de caballería, fue puesto a cargo de la infante-
ría, y Severino Iriarte, anteriormente soldado de caballería, tomó
el mando de la caballería. La fuerza de Javier pasó rápidamente
de ser una pequeña e irregular formación que luchaba por so-
brevivir a convertirse en un cuerpo ordenado y disciplinado,
compuesto en parte de soldados dispersos y retirados, que operó,
al menos parte del tiempo, bajo las órdenes de un comandante
regular, el general Areizaga”.
El descanso en Los Arcos sólo duró hasta finales de diciem-
bre, momento en el que se inició una nueva ronda de persecu-
ciones contra el corso. Por entonces, las fuerzas enemigas que
ocupaban Navarra se habían incrementado sustancialmente. Los
" Areizaga era un coronel retirado que vivía en Goizueta (situada al noroeste de Na-
varra) cuando se produjo la invasión francesa. Se reintegró al ejército y Mina estable-
ció contacto con él en el otoño de 1808,
162
EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA
franceses habían reforzado las iglesias, conventos y caseríos con
robustas construcciones de terraplenes, diques y empalizadas de
madera, convirtiéndolos en pequeñas fortalezas bien abastecidas.
Si en abril de 1809 D'Agoult contaba con menos de 2.500 sol-
dados en Navarra, a mediados de verano el número total ascen-
día a casi 4.500 a fin de contrarrestar la creciente amenaza gue-
rrillera, y en diciembre se les unieron muchos más. Algunas de
estas tropas estaban, evidentemente, dispersas en guarniciones *.
Sin embargo, su ausencia se compensaba con la presencia de los
miles de soldados del mariscal Suchet que, procedentes del exte-
rior de Navarra, se unieron para dar caza a Javier en diciembre
de 1809. En toral, en enero de 1810, casi 10.000 soldados fran-
ceses estaban intentando arrinconar al elusivo corso terrestre de
Javier.
Con tales fuerzas persiguiéndolo, Javier Mina comenzó el
nuevo año atravesando de un lado a otro de Navarra, desde Los
Arcos a Lumbier, y, desde allí, a Roncal. En lo más intrincado de
las montañas, Javier se enteró de que Sucher había traído tropas
procedentes de Aragón y de las guarniciones del valle del Ebro
para operar conjuntamente con Harispe y D'Agoult con el obje-
tivo de cerrar el valle de Roncal ?. Desde el inicio de la guerra
para las guerrillas siempre fue de gran ayuda evitar la persecución
con sólo cruzar a la provincia vecina. Las comunicaciones eran
demasiado pobres y los comandantes franceses demasiado celo-
sos de su autonomía para emprender operaciones conjuntas. La
* En el verano de 1809, había guarniciones en Alsasua, Burguere, Caparroso, Espi-
nal, Huarte, Huarte-Araquil, Trurzún, Lecumberri, Lumbier, Monreal, Orbaiceta,
Pamplona, Sangiiesa, Zubiri, Tafalla, Tudela, Urroz y Valtierra. Otras guarniciones
que se agregaron más tarde o que, en algunos casos, reemplazaron a aquéllas fueron
las de Aoiz, Argúedas, Arriba, Biscarret, Bocal, Elizondo, Estella, Fuenterrabía, Irati,
Irún, Lodosa, Los Arcos, Mendigorría, Olcoz, Peralta, Puente la Reina, Roncesvalles,
Santistcbán, Tiebas, Urdax y Villafranca. AAT, C8, 377, 387.
' El general Harispe se convirtió en uno de los oponentes más determinantes y exito-
sos de las guerrillas a lo largo de la guerra. Era narivo de la ciudad fronteriza de Bai-
gorry, lo que prácticamente le convertía en navarro. Al hablar vasco, consiguió ganar-
se la confianza de algunas de las villas de la Montaña, algo que ningún otro
comandante francés pudo lograr.
163
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
persecución concertada de enero de 1810 dejó a Mina perplejo,
Era la primera vez que las fuerzas francesas al mando de distintos
comandantes colaboraban contra el corso. Javier escapó por poco
al cerco de Roncal y cruzó con rapidez al otro extremo de Nava-
rra, a los montes de Dicastillo, perseguido de cerca por los fran-
ceses. Finalmente, rodeado de enemigos por todas partes, Javier
dispersó sus fuerzas, ocultó su armamento en las montañas y en-
vió a la mayor parte de sus tropas a sus hogares. Unos pocos per-
manecieron unidos en pequeñas bandas que se escondieron en
las montañas al oeste de Estella. El mismo Javier Mina, con seis
guardias personales, se refugió en los montes de Álava y de Nava-
rra occidental. Así pues, al descubrir la futilidad de sus operacio-
nes, las numerosas columnas francesas abandonaron la persecu-
ción. La gran ofensiva de D'Agoult para capturar a Mina había
fracasado.
La incapacidad de D'Agoult para proteger Tudela y para cap-
turar a Mina provocó que el comandante Suchet presionase para
conseguir su dimisión. A finales de enero, el general Reynier
tomó el mando de Navarra y de las tres provincias vascas. En fe-
brero, Reynier fue reemplazado por Dufour quien, a su vez, fue
relevado el 28 de julio por el general Reille, ayuda de campo de
Napoleón. De este modo, durante un período de seis meses, la
sucesión de cuatro generales dominó Navarra, mientras Napo-
león buscaba en vano al comandante adecuado para pacificar la
provincia. Dado que cada nuevo nombramiento alteraba y revo-
caba las políticas de sus predecesores, estos rápidos cambios ser-
vían además para dificultar los esfuerzos contrainsurgentes en la
provincia.
Una vez que hubo cesado la persecución de Mina, los france-
ses intentaron implicar a los oficiales civiles en la destrucción de
los insurgentes. El 10 de enero de 1810, el duque de Mahón, el
cual había reemplazado a Vallesantoro como virrey de José el año
anterior, ofreció recompensas por cualquier información que
condujera al arresto de guerrilleros. Como esta estrategia no
daba ningún resultado, el tribunal real de Pamplona unió su voz
a la de Mahón en una circular más amenazadora fechada el 25
164
W
EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA
de enero. Se ordenó a los oficiales municipales que hiciesen listas
de aquellas personas que hubieran abandonado sus hogares o que
se hubieran ausentado de ellos recientemente, con los nombres
de todos sus parientes. Las ciudades debían informar al gobierno
sobre si su clero había predicado en favor del orden y la paz o ha-
bían intentado inflamar los ánimos de sus habitantes contra los
franceses. Los que no cumpliesen esta orden o fueran hallados
culpables de proteger a los insurgentes debían ser conducidos a
Pamplona para ser ejecutados '”.
Éste era un momento muy crítico para la insurgencia en Na-
varra, y los franceses lo sabían. Intentaron explotar el desconcier-
to que el corso tenía para hacer que su presencia se volviera a
sentir en las villas. Con todo, no podían combatir a brazo parti-
do ni a la misma banda de Javier, y tampoco tenían fuerzas sufi-
cientes para mantener indefinidamente una presencia tan intensa
en Navarra. Las tropas de Suchet volvieron a Aragón, los hom-
bres de D'Agoult a Pamplona, y Javier aprovechó el respiro para
reunir a una parte de sus seguidores,
Reynier ya era comandante de Álava poco antes de recibir el
mando de Navarra. Acababa de felicitarse porque los navarros no
habían conseguido destruir a sus tropas en Vitoria, cuando Javier
decidió trasladar la guerra a la provincia. A mediados de enero,
basándose en una información según la cual una columna de casi
300 hombres procedentes de Vitoria iba a buscar provisiones en
las villas cercanas a la frontera navarra, Javier ordenó que sus tro-
pas se reunieran en Santa Cruz de Campezo, en Álava. Allí obli-
go al enemigo a retroceder hacia Vitoria, matando a 50 de sus
hombres e hiriendo a otros 100, antes de ordenar otra dispersión
en previsión de una nueva persecución francesa.
Reynier envió 20.000 hombres tras el corso, pero lejos de
capturarlos, acabaron malgastando todo el mes siguiente en una
persecución vana, lo que impidió el cumplimiento de su verda-
dera misión: reforzar a las tropas francesas en España occi-
10 Las circulares están editadas en Olóriz, Navarra en la Guerra de la Independencia,
pp. 28-32.
165
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
dental *'. Suchet se volvió a unir a Reynier, el cual entró en Pam-
plona el 20 de enero decidido a luchar a brazo partido con Javier
tras la vergiienza de Santa Cruz. Los dos comandantes intenta-
ron pacificar Navarra con una fuerza arrolladora. Javier respon-
dió ordenando que algunas de sus tropas dispersas se dirigiesen,
a través de pasos secretos, hacia Aibar, situada al otro lado de
Navarra, donde se estaba volviendo a reunir una pequeña fuerza,
En Aibar, Javier se enteró de que se le requería en Lérida para re-
cibir instrucciones del gobierno español. A principios de febrero,
por tanto, Javier partió para Cataluña, traspasando el mando de
las guerrillas a Gregorio Cruchaga.
Debido a la fuerte presencia de tropas enemigas, Cruchaga no
tuvo otra alternativa que ordenar una nueva dispersión total del
corso. Durante las tres primeras semanas de febrero, por tanto, el
corso permaneció inactivo. Sin embargo, a finales del mes, Cru-
chaga reunió a 300 hombres y atacó la guarnición de 100 soldados
de Burguete, ocasionando 28 bajas, tomado 30 prisioneros y obli-
gando a los restantes a huir a Roncesvalles. El 6 de marzo, Crucha-
ga regresó de nuevo al sur y atacó la guarnición de Lumbier, obli-
gando a la totalidad de sus 70 soldados a rendirse. Los prisioneros
fueron enviados a Lérida justo antes de que Mina regresara.
La reaparición de Javier provocó la excitación general de sus
hombres. Desafortunadamente, el regreso del líder, ahora como
capitán del ejército, coincidió con la marcha de Miguel, el párro-
co y espía de Ujué, el poder secreto que estaba detrás del corso.
La posición de Miguel como cabeza del espionaje y del sistema
de abastecimiento del corso había llegado a conocimiento de los
franceses. Comprometida su identidad, Miguel consideró nece-
sario abandonar Navarra. Se presentó y consiguió ser elegido
para representar a la provincia en las Cortes nacionales cuya reu-
nión estaba prevista en Cádiz. El 2 de marzo, Miguel dejó Nava-
rra. En menos de un mes, y como resultado del fracaso del servi-
cio de inteligencia, algo que nunca había ocurrido mientras
Miguel estuvo cerca, Javier cayó en manos francesas.
!! Correspondencia de Reynier, AAT, C8, 252.
166
EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA
En el poco tiempo que le quedó, Javier continuó operando en
la región de Aibar y al noroeste de Aragón. El corso reunió 600
soldados de infantería y 100 de caballería, plantó batalla a las
guarniciones de Ejea y Zuera, y atacó las columnas francesas que
marchaban entre Pamplona y Aragón antes de que se le agotasen
las municiones y de tener que buscar nuevamente refugio en la
región situada al este de la capital. En el transcurso de estos últi-
mos enfrentamientos, las tropas de Javier mataron 80 enemigos,
según las registros del segundo regimiento. En Labiano y Aran-
guren, Javier permitió descansar a sus tropas.
En la mañana del 20 de marzo Javier recibió la noticia de que
las tropas francesas habían descubierto su posición y se acercaban
rápidamente desde Pamplona. Ya fuera porque se había llegado a
creer en demasía en su propia leyenda de invulnerabilidad, o
porque juzgó erróneamente la capacidad de su nuevo adversario,
Dufour, Javier permaneció en Labiano hasta el último momento.
Sin saber que los franceses ya habían ocupado los cerros situados
detrás de Labiano antes de entrar en la villa, Mina intentó esca-
par al monte con unos cuantos hombres montado a caballo. Allí
fue sorprendido, su caballo derribado de un disparo y, tras reci-
bir una herida de sable, fue hecho prisionero.
La trayectoria seguida por Javier Mina puede analizarse desde
diferentes perspectivas. Por un lado, el número de bajas infligido
a las tropas francesas no fue tan elevado. Según los archivos del
segundo regimiento, durante la vida del corso las guerrillas mata-
ron a 211 soldados franceses, hirieron a 280 y capturaron a 114.
Durante el mismo período las guerrillas perdieron 34 muertos y
129 heridos '?. Aunque estos datos no resulten impresionantes,
resulta sorprendente que los franceses siguieran considerando
Navarra como un territorio todavía sin pacificar en marzo de
12 Estos datos no están completos. Las bajas francesas en tres enfrentamientos están
registradas simplemente como «algunos» o «número desconocido» de muertos y heri-
dos. Además, hubo sin duda escaramuzas de las que el escritor del diario del regi-
miento no estuvo al tanto, Sin embargo, la falta de estos datos probablemente pueda
compensarse con la tendencia a exagerar las pérdidas del enemigo que los insurgentes
posiblemente no pudieron conocer con precisión, dado que, tras numerosos enfren-
167
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
1810 y que sus hombres sintieran pavor al enfrentarse a los gue-
rrilleros navarros **. Además, las guerrillas había desviado tropas
del frente occidental, contribuyendo a generar una situación de
parálisis militar en Portugal y España occidental. En diciembre
de 1809 y enero de 1810, cerca de 10.000 soldados estaban ocu-
pados persiguiendo a los guerrilleros desde la región de Estella a
Sangiiesa y en los Pirineos orientales. Durante algún tiempo, en-
tre finales de enero y principios de febrero de 1810, había quizás
20.000 soldados emplazados en Navarra que no se habían en-
contrado con soldados regulares españoles desde octubre de
1808, En marzo fueron destinadas permanentemente en Navarra
unidades complementarias de gendarmes franceses (otras compa-
ñías fueron enviadas a las vecinas provincias vascas y al Alto Ara-
gón, fuertemente afectadas por la presencia de Mina y de otros
guerrilleros). Y mientras tanto, los franceses no contaban con su-
ficientes hombres para tomar Valencia, y se malgastaba todo un
ejército en Portugal por falta de refuerzos.
Finalmente, la resistencia guerrillera hizo que los franceses tu-
vieran que gastar copiosas sumas de dinero en Navarra. Hasta la
primavera de 1810, París sufragó el coste de la ocupación, pero a
medida que la guerra de guerrillas se iba calentando, la creciente
pérdida de ingresos hacía enfadar a Napoleón, por lo que éste
mandó a sus tenientes a Navarra con el fin de hacer todo lo ne-
cesario para que la guerra se financiase a sí misma. Esta directiva
terminó acarreando nuevos impuestos punitivos en marzo de
1810, como se verá más adelante. Estos impuestos resultaron tan
elevados que los habitantes de las villas sencillamente se negaron
a cumplir con sus asignaciones. Para evitar el encarcelamiento,
tamientos, se vieron obligados a retirarse con rapidez como consecuencia del acerca-
miento de columnas francesas de refresco. Finalmente, por ambos lados existía la
tendencia a minimizar las propias pérdidas. Las bajas entre los guerrilleros fueron, sin
duda, más altas que las admitidas por el cronista del segundo regimiento y las de los
franceses más bajas. Desafortunadamente, las cifras francesas que bien podrían haber-
se utilizado para comprobar o corregir las aportadas por las guerrillas no estuvieron
disponibles hasta la primavera de 1810, tras la destrucción del corso. AAT, C8, 387.
El primer informe completo fue dado por Dufour el 1 de abril de 1810,
!% Correspondencia de enero y febrero de 1810, AAT, C8, 252.
168
W
huyeron y se unieron a las guerrillas, lo que los convirtió en «pa-
triotas» por defecto. De este modo, las guerrillas, al hacer que la
ocupación de Navarra resultase muy costosa, se aseguraron indi-
rectamente de que un número cada vez mayor de navarros se
uniese a la resistencia ante la exasperación hacia la política fiscal
del régimen francés,
Si se trazan los movimientos y batallas del corso, puede
conseguirse un buen cuadro de la «base doméstica» que los gue-
rrilleros mantenían y, por el contrario, de las áreas que considera-
ban demasiado peligrosas para establecerse durante mucho tiem-
po. Los lugares más frecuentados por las tropas de Javier se
encontraban en tres regiones. La más importante era el área entre
Sangiiesa y Pamplona. Cuando se veían acosados por los france-
ses, esta base se desplazaba hacia el norte, en los Pirineos, espe-
cialmente en el valle del Roncal, aunque a veces llegaba tan al
veste como Burguete y Roncesvalles. Ésta era la región mejor co-
nocida por Javier, Espoz y Mina, Cruchaga y todos los reclutas,
desde Ujué a Roncal. La segunda región más frecuentada era Es-
tella y su territorio occidental, escenarios ambos de importantes
operaciones y una de las regiones que más apoyaron al corso. Las
guerrillas se salvaron en más de una ocasión tras ocultarse en las
montañas de Lóquiez y Andía. El tercer territorio era menos una
base que un punto estratégico para efectuar ataques. La región
de Carrascal, un lugar angosto en el camino de Pamplona, al sur
de la guarnición francesa de Tiebas, fue lugar de frecuentes em-
boscadas guerrilleras, y continuó siendo un tramo peligroso del
camino durante toda la guerra. En una sola ocasión el corso pe-
netró en el corazón de la Ribera, pero la incursión de Tudela en
el otoño de 1809 sólo tuvo un éxito parcial y los guerrilleros re-
almente sufrieron más pérdidas que las que pudieron infligir en
la acción.
Esta orientación hacia la Montaña se ejemplifica mejor si
consideramos el origen geográfico de los guerrilleros. En el últi-
mo capítulo se desarrollará un detallado estudio sobre el personal
del ejército guerrillero de Navarra. Sin embargo, por el momento
es conveniente poner de relieve que los cronistas de la División
169
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
de Navarra identificaron Ujué, Roncal, la cuenca de Lumbier,
Estella, Los Arcos y la cuenca de Pamplona como las regiones
que más contribuyeron con hombres al corso. Lo que confirma
el cuadro de los guerrilleros como hombres de la Montaña.
2. El terror francés
A pesar de la captura de Javier Mina en marzo de 1810, para los
franceses era claro que la ocupación de Navarra no estaba mar-
chando bien. Navarra había sido obligada durante los dos prime-
ros años de la guerra a contribuir fiscalmente por encima de
12 millones de reales '*, A pesar de todo, el gobierno de Pamplo-
na todavía precisaba de los subsidios de París y el gobernador
militar se veía obligado a recurrir a requisiciones ad hoc, que en-
cendían todavía más la resistencia. El fracaso de la ocupación era
señal del éxito de Javier y de la imposibilidad de gobernar Nava-
rra desde París o desde Madrid. Por tanto, Napoleón estableció
un gobierno autónomo en Navarra a través de la normativa de
8 de febrero de 1810 (al mismo tiempo los franceses crearon dis-
tritos militares independientes en Álava, Cataluña, Guipúzcoa y
Vizcaya). Un mes más tarde, Napoleón envió a Navarra un nue-
vo gobernador general, Georges Dufour '”,
Napoleón pidió a Dufour que cumpliese dos objetivos inter-
relacionados en su nueva satrapía: terminar con la resistencia y
generar más rentas. Aunque a largo plazo estuviese destinado a
fracasar en ambas empresas, Dufour desmanteló la insurgencia
'1 Existen dos trabajos sobre los impuestos franceses y otras exacciones en Navarra,
J y
Joscba de la Torre, Los campesinos navarros ante la guerra napoleónica: financiación bé-
lica y desamortización civil; Miranda Rubio, La Guerra de la Independencia en Nava-
rra. La cantidad total del impuesto puede apreciarse si se compara con los 6.821.000
reales extraordinarios que Godoy quiso imponer en 1799. En aquel momento el im-
puesto de Godoy fue considerado tan elevado y generó tanta resistencia que nunca
pudo recaudarse por completo,
2 j i l má do, al que
Dufour fue uno de los mejores oponentes, y ciertamente el más afortunado, al que
los navarros hubieron de enfrentarse: tan sólo bastaron tres semanas en su cargo de
comandante de Navarra para que Javier Mina fuera capturado en Labiano.
170
EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA
mientras gobernó Nayarra. Proclamaba que la resistencia civil era
obra de unos pocos demagogos y criminales, Pensaba que, si se
pudiera capturar a éstos, entonces los campesinos mal aconseja-
dos que los habían seguido depondrían sus armas. Ya durante el
verano anterior, D'Agoult había ofrecido recompensas por la
captura de Javier Mina, con lo que esperaba conseguir, mediante
la traición al jefe de la guerrilla, lo que no había logrado en la ba-
talla '*. D'Agoult no había conseguido nada con esta táctica,
pero la captura de Javier en Labiano infundió en Dufour el opti-
mismo de que Navarra podría ser finalmente pacificada.
En la administración francesa hubo ciertas personas, inclu-
yendo a Napoleón, que demandaron la sangre de Javier Mina.
Suchet anunció la captura del líder guerrillero con una mezcla
despreocupada de inexactitudes, mentiras y barbarie imperial:
«El Salteador Mina ha sido hecho preso en el Bosque del Carras-
cal», escribió Suchet, sin percatarse de que Labiano estaba muy
al norte del Carrascal. «Bien creyó escaparse ofreciendo un bolsi-
llo lleno de oro y un rico reloj, que había robado hacía tiempo;
pero nada hizo efecto en nuestros valientes.» El pueblo, según
Sucher, «ha manifestado su alegría al ver libre a esta Provincia de
semejante malvado [...] Se va a formar causa, y todo indica que
será ahorcado, hecho quartos y expuesto en los caminos pú-
blicos» '”.
Por fortuna para Javier, el deseo de venganza no estaba en
consonancia con la estrategia de pacificación de Dufour. El nue-
vo gobernador se dio cuenta de que podía obtener grandes bene-
ficios de la captura de Javier si lograba inducir a los guerrilleros a
deponer las armas a cambio de la vida de su líder y de una am-
nistía general. El 2 de abril, Dufour ofreció la amnistía a todo
16 La oferta adquirió forma de proclama. Una de sus copias fue publicada por el go-
bierno de Tudela anunciando que los franceses habían puesto precio (la cantidad no
aparece) por la captura de «un tal Javier Mina, de origen judío». El antisemitismo po-
pular siempre resultaba un recurso fácil. La resistencia también se aprovechó de él
para calificar a Napoleón como un «protector de judíos», ya que las leyes aprobadas
garantizaban a los judíos la igualdad civil. AGN, Guerra, legajo 19, car. 38.
"Iribarren, Espoz y Mina, el guerrillero, p. 85.
171
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
aquel que dejara las armas o se uniese a la milicia francesa. Algu-
nos de los voluntarios, de acuerdo con las memorias de Espoz y
Mina, aceptaron la oferta, si bien la mayoría simplemente se dis-
persó (con sus armas) entre la población '*,
En la España meridional, los esfuerzos franceses para gran-
jearse colaboradores tuvieron un gran éxito, pero no así en la
Montaña de Navarra. Por ejemplo, cuando los franceses intenta-
ron formar una guardia civil en Estella, el gobierno municipal
sencillamente se dedicó a retrasar la elaboración de las listas de
candidatos para tal obligación hasta que los guerrilleros libera-
ron la ciudad '”. No había modo de proteger a los simpatizantes
allí donde la población se dispersaba entre más de 700 villas.
Y sin la promesa de protección francesa, muy pocos individuos
deseaban trabajar junto a los franceses. En efecto, fuera de la
Ribera, fracasó todo intento de formar en Navarra una milicia
urbana.
Al no conseguir adeptos en Navarra, Dufour volvió al terror
con objeto de imponer la obediencia. La verdad es que Dufour
heredó un sistema de terror iniciado por su predecesor, el ge-
neral D'Agoult. En julio de 1809, D'Agoult había requerido a
los oficiales municipales que le procurasen los nombres de los
que se ausentaran de sus hogares. Si los franceses capturaban
algún «bandido» que no hubiera sido registrado como ausente,
entonces se impondría una multa de 4.000 reales contra el
municipio que no lo hubiera reseñado. D'Agoult había decreta-
do además que cualquiera que tuviera un hijo combatiendo al
lado de los insurgentes tendría que presentar a su costa un
hombre que cumpliese servicio en el ejército francés, y a cual-
!% La discusión que sigue sobre los esfuerzos pacificadores franceses se basa extensa-
mente en Pérez Goyena, Ensayo de bibliografía, vol. 6, pp. 160-61, 166-169, 172-
173, 182-185. Dufour anticipó el fracaso de la amnistía partiendo de la experiencia
de su predecesor. La orden anterior de D'Agoult ofreció amnistía y un doblón para
todo guerrillero que rindiese sus armas en veinte días. En aquella ocasión los navarros
respondieron con un golpe atrevido, la invasión y saqueo de Tudela.
Y «Relación de Estella», AGN, Guerra, legajo 21, car. 21. El comandante del acuar-
telamiento de Estella abandonó su misión en la ciudad durante la última mitad del
1810. Nunca pudo restablecerse un cuartel permanente en Estella.
172
_ EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA
quiera que fuera descubierto fuera de su hogar por un período
de tiempo no autorizado, sufriría la confiscación de sus bienes
y propiedades”.
La efectividad alcanzada por estas regulaciones puede com-
probarse en la necesidad administrativa de Dufour de reiterar
sustancialmente el mismo código en marzo de 1810. No obstan-
te, bajo el mandato de Dufour, las penas por violar el reglamento
fueron más severas. Se suponía que todo aquel que se ausentara
de su hogar era un guerrillero y que debía ser ejecutado tras su
captura. Los curas y alcaldes que no proporcionasen nombres se-
rían entregados a tribunales militares, especialmente formados
con tales fines, para ser sometidos a procesos de deportación. Los
clérigos que fueran sospechosos de provocar la resistencia serían
arrestados y deportados. Afortunadamente, Dufour sólo pudo
reforzar estas medidas en regiones ya ocupadas por guarniciones
o de fácil acceso a las mismas.
D'Agoult había aprobado reglamentos muy estrictos contra
la actividad política y había creado una nueva fuerza de policía
para defenderlos. Bajo su mandato, Pamplona y otras ciudades
de Navarra se convirtieron en lugares desiertos y sombríos. A
principios de 1809, los navarros fueron inscritos en registros
gubernamentales y se les exigió jurar fidelidad al nuevo régi-
men. Los franceses prohibieron las reuniones que sobrepasaran
un número reducido de personas y suspendieron las fiestas pú-
blicas. Se terminó con los partidos de frontón y las corridas de
toros. Para los franceses estas ocasiones escondían, bajo el dis-
fraz del deporte y el espectáculo, reuniones en donde se mezcla-
ba esporádicamente gente de diferentes clases sociales y diversas
inclinaciones políticas en una atmósfera patriótica. Bajo el ojo
vigilante de la policía, el pueblo de Pamplona abandonó incluso
sus paseos diarios. Un testigo francés consideró la deserción de
las calles como una muestra del fanatismo y servilismo del pue-
blo, aunque aquélla sólo fuera indicativa de este último, ya que
1% Algunos de estos decreros fueron publicados en la Gaceta de Madrid, el 22 y 23 de
julio de 1809.
173
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
los franceses habían convertido la ciudad en una auténtica pri-
sión *. A los que regentaban casas públicas o alquilaban habita-
ciones en Pamplona se les exigió registrar los nombres, profesio-
nes, lugar de nacimiento y residencia y propósito y duración de
la estancia de sus inquilinos. Cualquier viaje requería un pasa-
porte que debía ser presentado a los oficiales municipales y a
los mesoneros. Todas estas prácticas, iniciadas por D'Agoult,
fueron continuadas por Dufour.
Si D'Agoult había reservado un trato más severo para los
insurgentes capturados, aquí también Dufour continuó las
prácticas de su predecesor. Dado que los franceses consideraban
a los guerrilleros como bandidos, no tuvieron ningún escrúpu-
lo en negar a los cautivos españoles los derechos debidos a los
prisioneros de guerra. Por ejemplo, en la lucha por Roncal en
el verano de 1809, los roncaleses capturados fueron conducidos
a Pamplona y ejecutados sin juicio alguno. Durante días sus
cuerpos colgaron de los árboles situados fuera de la puerta
oriental de la ciudad, frente al valle de Roncal, de forma que
cualquiera que se acercara por aquella dirección pudiera recor-
dar la suerte que esperaba a los prisioneros. Las respuesta de
Roncal fue el simple «no importa» que se convertiría en lema
de la resistencia española. En efecto, aquel otoño el pueblo de
Roncal contribuyó al corso terrestre con el hombre que se con-
vertiría en el segundo a las órdenes de Mina, Cruchaga, y ade-
más con uno de los más extensos y experimentados contingen-
tes de tropas ”.
De este modo, los intentos franceses de aterrorizar a los civiles
tuvieron el efecto contrario desde el principio. Incluso en Pam-
plona, la «justicia» francesa sólo sirvió para encender el fuego de
*1 Desbouefs, Souvenirs, p. 143.
*” Durante un corto período en el otoño de 1809, Javier Mina tuvo el tiempo nece-
sario para que sus tropas descansaran y para acordar un intercambio de prisioneros.
Sin embargo, tales intercambios sólo sirvieron para legitimar a los guerrilleros y para
alentar a los jóvenes a tomar las armas con el corso. Ninguno de los dos bandos man-
tuvo un comportamiento humanitario hacia los prisioneros durante mucho tiempo,
Espoz y Mina, Memorias, p. 24.
174
EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA _
la resistencia. En octubre de 1809, los franceses fusilaron a tres
hombres que habían sido descubiertos elaborando cartuchos en
una iglesia, y sus cuerpos fueron colgados públicamente en Pam-
plona. Con este acto se intentó humillar a la ciudad, aunque por
el contrario, provocó un tumulto que rápidamente puso en peli-
gro el control francés de Pamplona. En la noche de los ahorca-
mientos, tres granaderos no consiguieron regresar a sus puestos
en la ciudadela. A la mañana siguiente fueron descubiertos col-
gados en el lugar de los tres patriotas ejecutados, y del pecho de
uno de los soldados apareció colgado el siguiente cartel en fran-
cés: «Vosotros colgad a los nuestros. Nosotros colgamos a los
vuestros». En respuesta, D'Agoult ordenó que 15 monjes, elegi-
dos por su popularidad e influencia entre los 57 que por enton-
ces estaban encarcelados en Pamplona, fueran ejecutados y colga-
dos durante veinticuatro horas a la vista del público. El pueblo
de Pamplona recaudó 20.000 francos para pedir el rescate de los
hombres condenados, mientras que la multitud ingobernable
rodeó la casa del gobernador francés a fin de presionarlo. Sin
embargo, sus peticiones de clemencia fueron ignoradas y los
15 hombres murieron en el patíbulo después de que las tropas
francesas se vieran obligadas a rechazar por dos veces a la enfada-
da multitud con sus bayonetas ”.
Dufour continuó la obra de D'Agoult, recabando datos de
hombres ausentes de sus hogares y suprimiendo la disidencia
política. Encarcelaba y multaba a los cabezas de familia que no
pudieran dar cuenta de sus hijos y nietos ausentes. La pena mí-
nima por cualquiera que se hallase ausente era de 200 reales al
mes. El impago significaba la deportación. Cada sábado se exi-
gía a los sacerdotes que leyesen estas normas desde sus púlpitos,
y aquellos que se negaban sufrían también el arresto y la depor-
tación. Tras recibir una respuesta poco entusiasta a su oferta de
amnistía, Dufour dio órdenes a sus comandantes de ejecutar sin
23 Estas escenas se describen en Ayuda de campo 1, Souvenirs de la Guerre, pp. 1-12.
Este auror anónimo fue uno de los encargados de escoltar a los monjes desde la pri-
sión al lugar de la ejecución.
175
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
juicio alguno a todo guerrillero que fuese capturado, y de col-
gar sus cuerpos en los árboles de los principales caminos más
cercanos ?*.
Estas medidas, combinadas con la derrota militar del corso,
situaron a los franceses en la primavera de 1810 más cerca que
nunca de la pacificación de Navarra. Junto a los miles de solda-
dos bajo sus órdenes, Dufour tenía a su disposición compañías
de gendarmes franceses y podía reclamar la ayuda de las guarni-
ciones de Sucher en el Alto Aragón y en el valle del bajo Ebro ”.
La derrota del corso permitió a Dufour enviar fuerzas a zonas
que habían estado reservadas a las guerrillas durante el mandato
de Javier Mina. Las villas que se habían mostrado demasiado le-
ales a Javier o que habían continuado dando señales de resisten-
cia fueron incendiadas con antorchas de resina ”.
Dufour se sintió además lo suficientemente fuerte como para
emprender la segunda parte de su mandato: una mayor explota-
ción de los recursos económicos de Navarra. En marzo y abril
decretó una serie de nuevos impuestos que ascendía a más de 22
millones de reales, casi un cuarto de la producción bruta agraria
de Navarra. Sin embargo, la ejecución de tales exacciones no fue
automática y se desconoce la cantidad exacta de lo recaudado.
Del primer impuesto de Dufour, de 3.300.00 reales, casi un ter-
cio no pudo recaudarse en 18117, A pesar de estas dificultades,
las perspectivas de los franceses parecían claras en abril de 1810.
Como resultado de la aplicación de terror, de la fuerza militar y
de una dosis de buena suerte, el movimiento guerrillero en Na-
varra había sido reducido a un estado sin parangón desde la de-
rrota de los «Escopeteros Móviles» de Eguaguirre en 1808.
* Emmanuel Martin, La Gendarmerie Frangaise, p. 213.
*% En abril se habían desplegado cuatro escuadrones de gendarmes entre la capital y
otras once ciudades. Emmanuel Martin, La Gendarmerie Frangaise, p. 50. Suchet te-
nía más de 11.000 hombres acuartelados en la zona en la primavera de 1810. Alexan-
der, Rod of Iron, p. 33.
** Ayuda de campo L., Souvenirs de la Guerre, pp. 34-39. Las villas de San Gregorio y
Santa Cruz de Campezo fueron incendiadas en esta época.
7 Miranda Rubio, La Guerra de la Independencia en Navarra, pp. 167-68.
176
EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA
3. La Idea
En abril de 1810, Navarra entró en un período de anarquía y
guerra civil. La provincia se llenó de docenas de bandas de me-
rodeadores, difícilmente dignas del nombre de ejércitos guerri-
lleros, que luchaban unas contra otras y contra la población
civil por el botín cada vez más escaso de la economía sobrefis-
calizada de Navarra. En verdad, la anarquía de la guerra civil y
el bandidaje siempre habían quedado ocultos bajo la superficie
del movimiento, a pesar de los intentos de Javier Mina de im-
poner orden *,
Tras la captura de Javier Mina, desapareció el control más
importante contra la anarquía. Pequeños tiranos vagaban por la
provincia arrebatando todo lo que podían de las iglesias, mo-
nasterios, edificios municipales y residencias privadas y, en al-
gunos casos, compeliendo a los jóvenes a unirse a sus partidas,
una práctica que nunca se vieron obligados a adoptar ni Javier
Mina ni Espoz y Mina. Fue, tomando prestada una frase de
Temprano, la era en la que cada hombre buscaba su propio in-
terés ”,
Los jefes bandidos elevaron sus robos a la categoría de un sis-
tema teórico (no muy elaborado): denominaron el nuevo mode-
lo de «guerra» individualizada con el simple nombre de Idea. An-
drés Martín, describió la descomposición del movimiento y el
nacimiento de la Idea en la primavera de 1810. Había algunos
hombres, escribía Martín,
... que querían conservar su libertad y su idea. De aquí tomaron
su nombre los de la Idea. Éstos deseaban una cosa y la destruían
18 Espoz y Mina, Memorias, p. 11. Ni siquiera la disciplina de Javier fue muy riguro-
sa, como se evidencia en la transformación de la aventura de Tudela de noviembre de
1809 en una orgía de robos.
1 Estella sufrió el robo de la plata de sus iglesias y sus armas fueron confiscadas. En
Berelu fue saqueada la casa de un criollo, y en Urdax la casa de un maestro herrero
fue víctima del pillaje. Tales acciones produjeron un torrente de quejas contra los
guerrilleros. Iribarren, Espoz y Mina, el guerrillero, pp. 102-104.
177
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN —
con otra. Querían pelear por su patria, pero sin sujeción; querían
vencer, pero sin obediencia; querían finalmente una milicia perfec-
ta sin disciplina. Esto era imposible y contradictorio *.
Los hombres de la Idea creían que por naturaleza ninguna perso-
na estaba subordinada a otra. En su opinión, todas las estructu-
ras de poder que subvertían la igualdad natural de los hombres
eran asimismo corruptas y despreciables. Así pues, los guerrille-
ros que creían en la Idea se oponían a la villa, a la provincia y a la
nación casi tanto como al gobierno francés. En asuntos militares,
los hombres de la Idea pensaban que la energía del pueblo se
aprovecharía mejor si se daba a cada individuo la libertad para
apropiarse de aquella porción de poder y de territorio que pudie-
ra dominar con energía. Se debía combatir a los franceses con
cientos de bandas separadas que se movieran en la sombra por
Navarra y que se sustentaran totalmente con el botín de la bata-
lla. Esta «guerrilla perfecta» se desperdigaría en las montañas
cuando se aproximase el enemigo para surgir más tarde en opera-
ciones de acoso contra los rezagados y contra las líneas de comu-
nicación.
La derrota del ejército regular español en 1808-1809 significó
que el camino hispánico hacia la victoria no iba a ser andado por
fuerzas convencionales. A pesar de todo, la guerra de guerrillas
anárquica sólo fue una pequeña molestia para la ocupación. Las
partidas guerrilleras de cualquier parte de España sólo resultaban
realmente efectivas en la medida en que impusieran disciplina y
orden, y conservaran todavía el localismo y la flexibilidad reque-
rida para el éxito de la guerra de guerrillas. En 1810, los hom-
bres navarros de la Idea carecían de esta disciplina, por lo que su
impacto militar fue pequeño.
La disciplina del corso de Javier radicó en el origen social de
su personal. Entre sus filas hubo muchos estudiantes y «mucho
! Andrés Martín, Historia de los sucesos militares, p. 62. Evidentemente, la contra-
dicción se resuelve si admitimos que los hombres de la Idea sólo pretendían enri-
quecerse.
178
_ EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA
honrado labrador» de la región de Pamplona, principal tearro de
operaciones. Había pocos ribereños *. Los hombres de la Mon-
taña obedecían las reglas porque eran propietarios que operaban
en su propio territorio doméstico. No se les podía pedir que sa-
queasen sus propias posesiones y las casas de sus vecinos. Incluso
así, Javier Mina tuvo que trabajar duro para establecer la discipli-
na militar entre sus tropas.
Por el contrario, los hombres de la Idea que sucedieron al cor-
so carecían por completo de disciplina, La mayoría de los nuevos
líderes procedía de la Ribera, como Pascual Echeverría, carnicero
de Corella, o eran «forasteros» de Aragón y Castilla. Muchos ha-
bían desertado de sus formaciones regulares o escapaban de si-
tuaciones personales difíciles y estaban intentando, ante todo,
enriquecerse a expensas del pueblo. La más infame de estas ban-
das estaba dirigida por Echeverría, un hombre que, según Mina,
nunca buscó la batalla contra los franceses y que tenía todos los
vicios imaginables *. Con su guardia pretoriana de desertores del
ejército imperial, la presencia de Echeverría era tan temida como
la de los franceses, incluso en Estella, región que ya había dado
pruebas de sus lealtades *?. Otras dos figuras importantes de este
período fueron Miguel Sádaba, quien encabezaba una banda que
dependía en parte de la de Echeverría, y Juan Hernández, al cual
se había unido un gran segmento de la caballería del antiguo cor-
so. Éstos eran los personajes más cercanos a la Idea en 1810, ya
que ésta les permitía excusar su incapacidad para enfrentarse a
los franceses en combate y justificar sus ataques contra civiles.
La indisciplina afectó a la mayoría de los ejércitos guerrilleros
de España en un momento u otro. Ya hemos visto cómo a finales
de 1810 y 1811, Juan Martín tuvo que hacer frente a serios pro-
blemas de deserción y desorden. La Junta Central tomó medidas
para detener la formación de partidas guerrilleras inspiradas en la
llamada Idea. Había descubierto que tales partidas no tenían
3 Espoz y Mina, Memorias, pp. 15-16.
2 Espoz y Mina, ibíd., p. 14.
33 AGN, legajo 21, car. 21.
179
otro fin que el de «amedrentar y saquear los Pueblos por un plan
bien combinado». Los guerrilleros elegían un villa en el camino
de las tropas francesas y, «disparando tiros, y corriendo con los
caballos, aparentan ser una avanzada enemiga». Entonces estable-
cían un cordón para evitar que los habitantes escaparan o alerta-
ran a los franceses. Una vez tomadas estas medidas de seguridad,
los guerrilleros procederían a atacar la villa. En un solo episodio,
una banda saqueó en una noche al menos siete ciudades y villas
según este modelo. Las guerrillas, «en vez de ser el apoyo y con-
suelo de los Pueblos, se aprovechan de su conflicto y situación
apurada para ganar por la mano al enemigo en su barbarie y fe-
rocidad» *,
Como resultado de esta situación, el apoyo popular a la gue-
rra estaba comenzando a desfallecer precisamente en las regiones
que estaban dominadas por los hombres de la Idea *. Evidente-
mente, éste era el caso de Navarra en la primavera de 1810, Ade-
más de los crímenes cometidos por Echeverría y otros jefes loca-
les de las guerrillas, la provincia estaba asimismo infiltrada por
numerosas bandas que vagaban hacia el norte procedentes de
Castilla y Aragón. El Empecinado, el Capuchino, Cuevillas y
otros jefes guerrilleros llenaban, junto a sus fuerzas (que precisa-
mente en aquella coyuntura también se estaban fragmentando
por la indisciplina), el vacío dejado por la destrucción del corso.
La provincia, en palabras de Mina, era un «cuadro de horrorosa
desmoralización» y caos *. Los navarros comenzaron a aceptar
con bastante naturalidad la idea francesa según la cual los parti-
sanos eran bandidos y buscaron la ayuda francesa para combatir
a guerrilleros como Echeverría *,
Dos acontecimientos de este período muestran el grado de
hundimiento al que había llegado la guerrilla. El marqués de
Ayerbe, pariente de Palafox y patriota de irreprochable integri-
?1 AHIN, Estado, legajo 42, núm. 38,
* El semanario patriótico, 9 de mayo de 1811.
Y Espoz y Mina, Memorias, p. 15.
Y Espoz y Mina, ibíd., p. 14; Iribarren, Espoz y Mina, el guerrillero, p. 104.
180
EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA
dad, había planeado una malograda conspiración para rescatar a
Fernando en Valengay en el verano de 1809. Después de recibir
poco apoyo de la Junta, Ayerbe perdió el barco que supuesta-
mente iba a depositarlo en secreto en la costa occidental de Fran-
cia. No tuvo otra elección que correr el riesgo de atravesar los Pi-
rineos por Navarra.
A principios de verano de 1810 (la fecha exacta se descono-
ce), Ayerbe y un capitán del ejército español entraron en Nava-
rra haciéndose pasar por dos campesinos, «Tío Lorenzo» y
«José». Sin embargo, cerca de Tafalla fueron detenidos por un
destacamento guerrillero de relaciones inciertas. Al llevar Ayer-
be y su ayudante pasaportes franceses para facilitar su misión,
se sospechó que eran traidores. Sus disfraces, que sólo preten-
dían ocultar de los franceses su alto nivel social, probablemente
encolerizaron aún más a sus captores. El comportamiento y el
acento de Ayerbe también sugirieron la posibilidad de obtener
un botín fácil de las grandes alforjas. Y de hecho, el marqués
portaba una gran suma de dinero con la que esperaba ayudar a
liberar a Fernando. Este dinero fue su perdición. Ayerbe y su
ayudante fueron conducidos a Andosilla, donde fueron apuña-
lados hasta la muerte y enterrados en una fosa poco profunda
situada en un corral que fue cubierta con una pila de estiércol.
Tras la guerra sus cuerpos fueron descubiertos y devueltos a Za-
ragoza. Así pues, la resistencia perdió a un líder capaz para los
hombres de la Idea *,
Un incidente todavía más horrible, acontecido algo más tar-
iS Ayerbe, Memorias, pp. 220-250. Estos detalles proceden del testimonio ofrecido
tras la guerra por el guía de Ayerbe, un tercer hombre de la partida a quien los asesi-
nos permitieron escapar. Las pruebas aparecen en un apéndice de las memorias de
Ayerbe. En una versión del asesinato de Ayerbe, escrita por Antoní Puigblanch, se
cuenta que Espoz y Mina había ordenado la ejecución con el fin de eliminar a un ri-
val. Antoni Puigblanch, Opúsculos gramático-satíricos, vol. 1, pp. xxxv-xli. La versión
de Puigblanch no corresponde, sin embargo, a las pruebas del testimonio oficial ni
con las acciones siguientes de Mina, el cual emprendió su propia investigación sobre
los rumores de los asesinaros, Ante todo, la historia de Puigblanch no está de acuerdo
con la lógica de la situación, en la que Mina tenía muchos rivales más serios en la lu-
cha por el liderato de Navarra.
181
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
de, demuestra el elevado grado de desmoralización al que habían
llegado las guerrillas. Una banda guerrillera, posiblemente un
destacamento de la partida del Empecinado, entró en Villafranca
en agosto de 1810, período en el cual Mina estaba todavía lejos
de haber constituido su ascendente en Navarra. Los guerrilleros
capturaron a 15 granaderos acuartelados en la ciudad junto con
una mujer de la localidad que había cometido el error de casarse
con uno de los soldados franceses. La mujer fue desnudada, un-
tada con brea y golpeada mientras era conducida, montada de
espalda sobre una mula, por toda la ciudad con un cartel colgado
a su espaldas que decía «Puta de los Franceses». Al día siguiente
fue puesta en un jaula de madera en una plaza de la ciudad para
que asistiera a la muerte de cinco de los quince granaderos. Un
oficial francés describió la escena:
Los cinco desafortunados designados por la vía de la suerte fueron
conducidos a un terreno llano situado fuera de la villa. Allí fueron
enterrados vivos en la tierra hasta el cuello, a distancia uno del
otro, con sólo la cabeza fuera de la tierra alineadas como un juego
de bolos. Y después, alejándose un tanto con una gran bola de ma-
dera dura en las manos, comenzaron la partida [...]. Cuando un
jugador tocaba una cabeza era aplaudido por la multitud. Este jue-
go infame continuó hasta que los desdichados franceses dieron su
último suspiro y las cabezas se rompieron *.
La pobre mujer, tras habérsele cortado una de las orejas —tortu-
ra practicada por ambos bandos—, fue llevada a Puente la Reina,
donde fue clavada a la puerta de la iglesia, desangrándose hasta la
muerte. Tras dos años viendo hombres fusilados, ahorcados y
empalados en los árboles de las calles, se había producido una
fractura total en las normas éticas de conducta. Y el terror se
agravaría todavía mucho más y se haría más sistemático antes de
que las cosas comenzasen a mejorar.
* Ayuda de campo 1, Souvenirs de la Guerre, pp. 109-120.
182
EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA
4. Espoz y Mina
En abril de 1810, de los 900 hombres que habían servido en el
corso, sólo Francisco Espoz y Mina (por entonces todavía co-
nocido por su verdadero nombre, Francisco Espoz e llundáin)
y otros seis continuaban considerándose como la «partida de
Mina». El resto había regresado a sus hogares o se había unido
a alguna de las otras bandas que combatían en Navarra y en las
provincias vecinas *. En sus memorias Espoz y Mina identificó
a cuatro de aquellos seguidores iniciales: Manuel Gurrea, natu-
ral de Olite, quien ya en 1809 había dirigido su propia partida
surtida con hombres que no eran de Ujué; Tomás Ciriza, la-
brador de la villa de Azcárate, en la frontera con Guipúzcoa;
Luis Gastón, un joven de Tafalla y buen amigo de Espoz y
Mina durante y tras la guerra, y Pedro Miguel Sarasa, un rico
labrador de Aibar, villa situada entre Ujué y Sangiiesa. Estos
hombres se encontraron cerca de Idocín y acordaron que fuera
Francisco Espoz quien tomase el mando de un corso terrestre
renovado y que adoptase el nombre de Mina como un símbo-
lo en el que todo el mundo reconociese sus intenciones de se-
guir los pasos de su famoso «sobrino» Y, Desde aquel momen-
to, Espoz fue conocido como Espoz y Mina, o simplemente
como Mina.
Lo que al principio necesitaba Mina era realistar soldados. El
modo más rápido para llevarlo a cabo era asumir el mando de al-
1 En abril de 1810 fracasó un nuevo intento, el de Francisco Glaría, clérigo del valle
de Roncal, de crear un mando unificado en Navarra. Glaría solicitó y consiguió la
aprobación de su liderato en las guerrillas de Navarra de una junta que rodavía ope-
raba en secreto en Lérida. No obstante, en lo que debe considerarse como un acci-
dente trascendental, Glaría cayó en combate antes de enterarse de su reconocimiento,
Su muerte facilitó el camino a Espoz y Mina. «Relación del tercer regimiento»,
AGN, Guerra, legajo 17, car. 51.
1 Espoz y Mina, Memorias, p. 14; Andrés Martín, Histaria de los sucesos militares,
vol. 1, p. 61. Espoz y Mina era primo, y no hermano, de Juan Martín de Mina, pa-
dre de Javier, lo que hacía que la relación entre Javier Mina y Francisco Espoz y
Mina fuera menos cercana de lo que normalmente se reconoce, APN, Pamplona, Pe
ralta, legajo 50, núm. 90.
183
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
gunas de las bandas ya existentes que se habían formado una vez
disuelto el corso terrestre. En primer lugar, Mina eligió como
blanco una partida dirigida por Miguel Sádaba, a quien Mina
había estado muy unido en el corso. Sádaba tenía veinte hom-
bres en la región de Echarri-Aranaz, donde su nombre se había
convertido en anatema, debido a su dependencia de la extorsión
y de la violencia a la hora de conseguir suministros. Los oficiales
municipales de Lacunza, villa cercana a Echarri-Aranaz, le infor-
maron de la aproximación de Sádaba, y, con sólo seis compañe-
ros, Mina consiguió tender una emboscada a Sádaba mientras
éste cabalgaba a la cabeza de sus tropas. Con Sádaba bajo custo-
día, Mina arengó a las tropas de su rival, condenándolos por los
crímenes que habían cometido contra los campesinos. Con enga-
ños, ocultando que sus propios seguidores no eran más que unos
pocos, Mina consiguió la lealtad de Sádaba y de toda su banda.
Por vez primera, Mina se ponía a la cabeza de su propio, aunque
pequeño, ejército *?.
Este logro constituye una prueba temprana de los dos factores
que trabajaron a favor de Mina. Primero, Mina disfrutó de la co-
laboración de las autoridades municipales y de los párrocos fren-
te a las pretensiones de otros rivales. A su favor jugaba el hecho
de que los regidores de las villas le apoyaran porque rechazaba es-
crupulosamente la fiscalidad directa, en contraste con otros gue-
rrilleros, y porque sólo requisaba bienes y servicios en áreas don-
de contaba con alguna posibilidad de defenderlas de los
franceses. El segundo factor que operó en favor de Mina en La-
cunza fue su habilidad para farolear, En el curso de la guerra,
Mina se defendió echando bravatas en numerosas situaciones
igualmente tensas, y su valentía personal, rayana en la fe ciega en
su propia invulnerabilidad, convirtió a muchos de sus oponentes
en fieles devotos *,
Y Espoz y Mina, p. 15. Estos acontecimientos tuvieron lugar el 10 y el 11 de abril.
1 En abril de 1812, la bravura de Mina le salvó de uno de los momentos más peli-
grosos de su carrera. En Robres, Aragón, un destacamento de caballería francés, ad-
vertido por un traidor, sorprendió a Mina mientras se encontraba solo en sus aposen-
tos. Mientras los franceses trataban de forzar la puerta, Mina apareció asiendo una
184
EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA
Tras Lacunza, Mina hizo circular la noticia de su «nombra-
miento» como jefe del renacido corso. De hecho, Mina no re-
cibió el reconocimiento oficial de ninguna autoridad superior
hasta el 13 de mayo, cuando la Junta de Aragón aceptó su
preeminencia. Por entonces, sin embargo, su circular había
conseguido el efecto deseado, provocando que varias partidas
guerrilleras, superiores en tamaño a la suya propia, se sometie-
ran al dominio de Mina. Entre aquellas partidas estaba la de
Lucas Górriz, un labrador de Subiza (cerca de Otano) y el
mayor de los tres hermanos Górriz que servirían a las órdenes
de Mina. Górriz fue el primer líder importante del tercero de
los tres batallones que se formaron más tarde, durante aquel
año *,
De importancia todavía mayor que la adhesión de Górriz
fue la absorción por parte de Mina de la banda de Cruchaga
procedente de Roncal y Salazar, que se habían convertido a me-
diados de abril en la más efectiva de las partidas que por enton-
ces quedaban en Navarra. Cruchaga era el único hombre cuya
destreza militar había rivalizado con Javier. Por su reputada
equidad era además el único líder que había conseguido ser tan
popular como Javier. A principios de mayo, Cruchaga, con más
de cien seguidores, se encontró con Mina, escoltado por cin-
cuenta soldados de infantería y su pequeña caballería, en la ciu-
dad de Aoiz, lugar de la desintegración del corso en marzo. Allí
decidieron que Mina debería continuar a la cabeza del corso,
con Cruchaga como segundo en el mando. La integración de
los hombres de Cruchaga aportó a la fuerza de Mina 500 solda-
vara de mando y, al tiempo que fanfarroneaba exigiendo la rendición de los enemigos
que se encontraban más cerca de él, les gritó: «¡Lanceros, a mi retaguardia! ¡Mayor de
caballería, con el primer escuadrón, sobre la izquierda!» Los franceses pensaron que
eran víctimas de una trampa y se retiraron justo el tiempo suficiente para que su de-
seada víctima escapase a caballo. Andrés Martín, Historia de los sucesos militares, vol.
2, pp. 53-54.
$4 Espoz y Mina, Memorias, pp. 17-18; «Relación del tercer regimiento», AGN,
Guerra, legajo 17, car. 51. Ni siquiera esta junta tenía legitimidad en Navarra, ya que
ésta se encontraba bajo la jurisdicción de la recién instalada Regencia de Cádiz. Los
guerrilleros no distinguían entre los términos «regimiento» y «batallón»,
185
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
dos, la concentración de guerrilleros más grande de Navarra en
aquellos momentos *.
A primera vista, parece inexplicable el ascenso de Mina al man-
do de la partida guerrillera más numerosa de Navarra en un espa-
cio de tiempo tan corto. Mina tan sólo tuvo un rango subalterno
en la caballería de Javier y, tras la disolución del corso, sólo contó
con seis partidarios en comparación con los cientos que permane-
cían fieles a Echeverría, Hernández, Sádaba y Cruchaga. ¿Qué es
lo que hizo que Mina se convirtiera en centro de atención?
Mina sufrió ataques difamatorios desde el momento en que
comenzó su carrera militar hasta el día de su muerte en la Navi-
dad de 1836. Es difícil separar la verdad sobre Mina de las men-
tiras difundidas por sus detractores, así como por su propia pro-
paganda. Los mayores enemigos escritores de Mina, Puigblanch
y Saint Yon, pensaban que era un bruto, cuyas cualidades para el
liderazgo se limitaban a la rudeza combinada con una buena par-
te de fortuna *. Había algo de verdad en esta afirmación, si bien
estas dos cualidades no tienen por qué deducirse necesariamente
de la reputación de un soldado. Mina promocionó una imagen
de sí mismo que tendía a equipararlo a un simple campesino
perseguido por la amenaza del hambre. También hay algo de ver-
dad en esto. Pero a pesar de todo esto, la capacidad de Mina para
convertir una multitud ingobernable de casi bandidos en un
ejército disciplinado muestra que, bajo la apariencia del simple y
45
«Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20. En la villa
de montaña de Ziridin, en una de las últimas acciones independientes de abril, Cru-
chaga mató o capturó a todos los 104 hombres que viajaban en columna entre la
frontera francesa y Pamplona. Muchos de los cautivos estaban mal heridos y, a pesar
de las ejecuciones sumarias llevadas a cabo por los franceses cuando capturaban in-
surgentes, Cruchaga permitió que los soldados franceses heridos regresasen a Pam-
plona para que recibiesen arención médica. Este incidente fue recogido por Mina
como muestra de la humanidad de Cruchaga.
'* Como «experto» militar sobre España, se pidió a St. Yon que enjuiciase los rasgos
de los principales militares españoles. Su idea de Mina estaba reñida por el impacto
que St. Yon y los franceses recibieron en Navarra durante la guerra, aunque es intere-
sante. Mina era «cruel hasta la ferocidad», según St. Yon, y no tenía amigos. Era
«grosero, ingrato, falso, habitualmente pérfido» y tenía una reputación militar sobre-
valorada, AAT, MR 1349, 10.
186
EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA
rústico campesino de Idocín, latía un individuo complejo y po-
deroso responsable de su propio destino.
Mina nació en 1781; era el más pequeño de cuatro hermanos.
Pertenecía a una familia de campesinos acomodados que residían
en Idocín, una pequeña villa de once casas amontonadas en la es-
trecha hendidura del río Ibargoiti, rodeada de montañas, y a mi-
tad de camino entre Sangiiesa y Pamplona. En 1800 la propie-
dad de la familia abarcaba 33,6 hectáreas de tierra cultivable de
trigo, roble, maíz, alfalfa y judías, un jardín de 0,40 hectáreas, y
poco más de 1,6 hectáreas de viñedo. La casa, a la que corres-
pondían derechos comunales, incluía corrales, graneros, una am-
plia bodega y prensa para vino, así como un impresionante surti-
do de muebles: 8 bancos, 24 sillas, 7 mesas, 11 camas y un
montón de linos y utensilios de cocina que incluían un antiguo
juego de piezas de plata. Había cuadros y láminas en cada dor-
mitorio y una escultura de Cristo en la habitación principal.
Una de las pruebas más claras de la riqueza de la familia se en-
cuentra en el ganado que poseía. La hacienda de Mina contaba
con 6 bueyes, 6 mulas, 10 cerdos y 143 ovejas y cabras “. Así
pues, Francisco y su familia se hallaban muy lejos de ser los sim-
ples rústicos que memorias y hagiografías retrataban.
No obstante, la vida de Francisco en Idocín fue dura. Su pa-
dre murió en 1796. Su hermano mayor, Clemente, se había mar-
chado a Pamplona para seguir el sacerdocio cuando Francisco era
un niño. Como único varón de la casa, Francisco tuvo que so-
portar una carga desproporcionada para ayudar a mantener a su
madre, María Teresa llundáin, y a sus dos hermanas, Vicenta y
Simona. En 1800 Vicenta se casó. Como primogénita de la fa-
milia, heredó la casa y las tierras. Simona, la pequeña, contrajo
matrimonio poco después y se trasladó a Pamplona. Francisco
tenía todavía dieciocho años cuando ocurrieron estos hechos y se
quedó en el hogar trabajando para Vicenta, su nuevo hermano
político y su madre, quien conservó los derechos de usufructo
hasta su muerte. Ésta era la costumbre en Navarra. Para un hom-
7 APN, Pamplona, Peralta, legajo 50, núm. 90.
187
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
bre joven como Francisco lo más probable era que la vida trascu-
rriese trabajando en una posición subordinada en el hogar de su
familia extensa. Por tanto, para Francisco la invasión francesa fue
al mismo tiempo una oportunidad y una amenaza %.
Los primeros años de la vida de Mina fueron también duros
en otro sentido. En su niñez asistió a la dramática crisis de Ido-
cín. En la década de 1790, la población de la villa disminuyó de
107 a 71 individuos. Idocín sufrió cruelmente la guerra contra la
República Francesa, y se recuperaba lentamente. Idocín era una
de las villas más prósperas de la región, pero en una economía de
subsistencia, donde no había trabajo asalariado, las pérdidas de-
mográficas eran difíciles de reemplazar ”.
A pesar de estas dificultades, Mina recordaba Idocín como un
lugar feliz, donde vivió «en el seno de la más profunda paz y una
tranquilidad perfecta» hasta la invasión francesa de 1808 *. Sin
embargo, la suya no era añoranza por una falsa vida pastoral, ya
que Mina se había curtido personalmente en el duro trabajo del
campesino. Como más tarde recordaría, él y sus compañeros eran
hombres «que no conocíamos más manejo que el de la laya, el aza-
dón y podadera, ni más negocio que el de recoger el producto que
nuestras pequeñas posesiones nos rendían» *!. Es difícil saber con
qué grado de seriedad puede tomarse la caracterización de Mina
sobre sí mismo. Mina sabía cuál era el valor que la propaganda te-
nía para su propia leyenda. Como gobernador general de Galicia
en 1821, se tomó su tiempo ayudando a los campesinos durante la
cosecha o, al menos, se aseguró de que tales historias circulasen en-
tre sus tropas. Y en sus últimos años se aseguró de que sus layas
personales quedasen custodiadas en museos de Madrid y Pamplo-
na *. Evidentemente, Mina promocionaba su propia imagen. Sin
embargo, existe cierta verdad en la leyenda del layador, incluso
'* APN, Pamplona, Peralta, legajo 50, núm. 90; Espoz y Mina, Memorias, p. 7.
* AGN, Estadística, legajo 25, car. 2; legajo 26, car, 2.
* Espoz y Mina, Memorias, p. 9.
* Espoz y Mina, ibíd., p. 21.
*% María Juana de la Vega, Condesa de Espoz y Mina, Memorias íntimas, p. 363; Iri-
barren, Espoz y Mina, el guerrillero, p. 34.
188
_ EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA
aunque la familia de Mina nunca hubiera padecido una pobreza real.
El mercado fue la unión de Mina con la vida más compleja
de la ciudad y el reino. Los sábados, Mina vendía la producción
en la capital. Sin embargo, a diferencia de su hermano o su pa-
riente, Javier Mina, Francisco no estaba hecho para la universi-
dad. De hecho, debía parecer el miembro menos aventurero de
su familia, porque desde muy tierna edad estuvo entregado por
completo a las labores del campo.
Mina no sabía leer ni escribir en castellano y sólo era verdade-
ramente fluido en vasco, la lengua que se hablaba en el hogar de
Mina. Esto no suponía una desventaja. En efecto, los partidarios
de Mina probablemente lo habrían considerado incluso una ven-
taja, dado que en su mayoría también eran campesinos vascos
analfabetos. Francisco aprendió lo suficiente como para saber fir-
mar durante la guerra, aunque en muchos aspectos tenía algo del
patán que pintaban sus enemigos y partidarios *,
Mina no fue un personaje destacado de la vida de Idocín an-
tes de la guerra. Después de todo, acababa de cumplir la mayoría
de edad en 1806, y no tenía herencia *. En efecto, el nombre de
Mina sólo se registró una vez en los documentos generados por
el notario local antes de la guerra. Por otro lado, esta única cita
es extremadamente significariva. Mina, justo antes de la invasión
francesa, dirigió un grupo de seis jóvenes en un ataque contra
don Eusebio Garcés de los Fayos, señor de la cercana Lecáun.
Desafortunadamente, los archivos no dan cuenta del resultado
exacto de aquellos hechos. La banda de Mina fue detenida y con
certeza pasó cierto tiempo en la cárcel de Monreal, aunque la
duración del encarcelamiento y el tipo de juicio al que le some-
tieron sean desconocidos. Es posible que los acontecimientos
den muestra de algunas cualidades de liderato que no aparecen
en otros documentos históricos. La banda de los seis de Mina di-
rigida contra De los Fayos fue un antecedente de la del mismo
número con la que Mina reconstituyó las guerrillas de Navarra, y
3 Olóriz, Navarra en la Guerra de la Independencia, p. 51; Iribarren, ibíd., p. 35,
% Galería militar contemporánea. Biografías, vol. 2, p. 168.
189
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN .
es posible que ya ejerciera alguna atracción carismática entre sus
compañeros. Esto puede ayudar a explicar la buena disposición a
cooperar en 1810 de talentos militares superiores como Crucha-
ga y Lucas Górriz, a quien Mina conoció antes de la guerra, y a
aceptar su liderato con tal prontitud >”.
Otro de los rasgos personales que ayudaron a Mina fue su in-
tegridad personal, que al parecer se extendió a sus seguidores. Es
bien conocido que, a pesar de disfrutar de una autoridad absolu-
ta para recaudar rentas de la Iglesia, derechos aduaneros, impues-
tos y requisiciones, Mina y sus lugartenientes acabaron la guerra
con las mismas humildes pertenencias con las que entraron en
ella “. En muchos sentidos, Mina fue incluso un puritano. Por
ejemplo, ni durante la guerra ni durante su posterior carrera per-
mitió que en torno a él se formara algo parecido a una camarilla
de seguidores ”.
Otra cualidad que dio a Mina la capacidad para dirigir las
guerrillas navarras fue su crueldad. La guerra partisana, como la
que se practicó en Navarra, llevó a sacrificar muchas víctimas
inocentes. Los franceses estaban bien curtidos en el uso del terror
para intimidar a las poblaciones dominadas. Para sobrevivir, los
guerrilleros tuvieron que superar a los franceses, ejecutando a los
«renegados» españoles capturados y castigando a quien intentara
permanecer neutral. En 1812, como veremos, Mina consiguió
eliminar prácticamente el «colaboracionismo». Los hombres que
entraban al servicio de los franceses llevando mensajes, carretean-
do alimentos, conduciendo animales o poniendo en vigor sus
edictos eran asesinados, secuestrados, mutilados o despojados de
sus propiedades. Los franceses descubrieron que nada de lo que
APN, Pamplona, Peralta, legajo 55, núm. 91.
MA pesar de que el jefe de los servicios aduaneros de Mina manejaba constantemen-
te inmensas sumas de dinero, después de la guerra su situación económica era peor
que la de antes de ella; el tesorero de Mina murió en 1814 con sólo tres piezas de oro
a su nombre, Espoz y Mina, Memorias, p. 21. Mina también vivió con modestia, in-
cluso en sus momentos de triunfo bajo los gobiernos liberales posteriores a la guerra.
Condesa de Espoz y Mina, Memorias intimas, p. 363.
7 Espoz y Mina, ibíd., pp. 367, 423-44.
190
EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA
pudieran hacer generaba tanto terror como el que inspiraba
Mina. Incluso cuando los franceses amenazaban con la prisión y
la muerte a los que cooperaban con Mina, los hombres obligados
a llevar mensajes para la ocupación corrían inmediatamente al
lado de las guerrillas, una vez que se encontraban fuera del alcan-
ce del enemigo. Este tipo de control sobre la población civil fue
una de las claves del éxito de Mina. A pesar de todo, para domi-
nar de este modo a la población se requería una persona que
consiguiera imponer su voluntad de una manera firme y brutal.
Lo que era muy fácil para Mina.
El general reveló más de lo que hubiera querido sobre este
lado de su personalidad en una historia que relató en un aparta-
do de sus memorias. Durante la guerra, pero especialmente du-
rante el primer año, era práctica común entre los guerrilleros
quedarse con cualquier pieza militar que fuera capturada al ene-
migo. La captura de una lanza significaba la calificación de lan-
cero; el conseguir un buen mosquete incrementaba el estatus de
cualquiera dentro de la infantería; la presa más ansiada era un ca-
ballo, dado que significaba la entrada inmediata en la caballería,
el cuerpo más prestigioso, más seguro y que requería menos des-
gaste físico en la actividad militar. Mientras se encontraba a las
órdenes de Javier como soldado raso, Mina capturó una montura
francesa de mejor calidad que cualquiera de las que por entonces
había en la caballería del corso. Uno de los superiores de Mina,
haciendo caso omiso de la Idea que debió animar incluso a Mina
en su primera época, decidió que aquel caballo tenía que ser
suyo. A cambio, ofreció a Mina cualquier caballo del corso, pero
éste deseaba tanto al animal que prefirió mutilarlo antes que ver-
lo en posesión de otra persona *. Mina recordó este episodio con
objeto de destacar que un comandante no debía codiciar la pro-
piedad de sus subordinados, aunque no debemos limitarnos a
esta interpretación. El caballo fue una víctima, como lo serían
otros muchos, del cruel orgullo de Mina. Por otro lado, éste era
el tipo de acción contundente, tomada sin remordimientos, que
5% Espoz y Mina, ibíd., p. 22.
191
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
contribuyó a que Mina dejase de ser un oscuro seguidor de Javier
para convertirse en pocos meses en jefe de todos los guerrilleros
de Navarra.
La situación en abril de 1810 premió todos estos rasgos de su
personalidad. Lo que las guerrillas necesitaban era orden, ya que
algunos de los que podían imponer la disciplina sobre los hom-
bres habían abandonado la guerra patriótica para dedicarse al
robo. Los hombres de la Idea que Mina había incorporado cons-
tituían un grupo peligroso, lo que obligó a Mina a mantener un
permanente anillo de guardias de corps en torno a su persona.
Sin embargo, el temperamento de Mina resultaba idóneo para
esta situación. Si alguien podía conseguir tener éxito con tales
hombres, éste era el layador de Idocín.
Además, el mismo nombre de Mina, al que por entonces se
añadió el de Espoz, traía a la memoria los logros del corso de Ja-
vier. Javier había traído orden a Navarra, y algunos navarros em-
pezaban a desear únicamente orden, incluso aunque éste fuera
impuesto por los franceses. Éste era el mayor peligro para la in-
surgencia. Era crucial que Mina eliminase a sus rivales menos
idealistas a fin de evitar la desafección de la población. Los hom-
bres que se sumaron a Mina en mayo comprendían la psicología
del momento y la idoneidad de Mina para resolver la situación.
Sin embargo, incluso con los hombres de Sádaba, Górriz y Cru-
chaga, Mina era todavía demasiado débil para proceder inmedia-
tamente contra sus rivales más fuertes. Por el contrario, comenzó
su primera campaña de prueba contra los franceses.
5. La construcción de la División de Navarra
A la cabeza de una pequeña pero cada vez más numerosa banda,
Mina se enfrentó en tres ocasiones a los franceses desde abril a
julio en la región situada entre Pamplona y la frontera guipuz-
coana, una vez cerca de Sangúiiesa, y cuatro veces en la zona alre-
dedor de Carrascal. De este modo, el teatro de operaciones de
Mina coincidía con el de su predecesor, a excepción de la cre-
192
EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA
ciente actividad en el extremo nororeste. En estos encuentros los
franceses perdieron 201 muertos o capturados según los registros
conservados por Mina, mientras que las guerrillas perdieron 40
muertos y 93 heridos *”. Los archivos franceses confirman la
plausibilidad de estas cifras. En efecto, sugieren que las pérdidas
de los franceses fueron mucho más elevadas de lo que Mina ja-
más sospechó. Dufour dio cuenta de 77 muertos, 235 prisione-
ros de guerra y 54 desertores en un período de tres meses, así
como de un numero creciente de soldados hospitalizados“.
Por entonces, el registro de combates de Mina ya competía
con el del antiguo corso. A medida que se extendía la fama de la
nueva banda, Mina comenzó a atraer reclutas. Partiendo de un
número de casi 500 seguidores a principios de mayo, la partida
de Mina se incrementó en casi 1.200 soldados de infantería y
200 de caballería a primeros de julio, sobrepasando la máxima
fuerza jamás reunida por Javier. Los principales focos de recluta-
miento, siguiendo el realistamiento de los roncaleses de Crucha-
ga y de los de la banda formada por los hermanos Górriz, fueron
Lumbier y Echauri, lugares que las guerrillas utilizaron como ba-
ses durante la mayor parte de junio y julio *”.
La estrategia de Mina derivaba de la de Javier. Las embosca-
das contra los convoyes representaron seis de las ocho batallas
que tuvieron lugar durante estos tres meses. Tales encuentros,
por su misma naturaleza, casi siempre fueron bien. Un convoy
francés de 105 hombres se rindió sin ofrecer ninguna resistencia
cerca de Carrascal. Otro, compuesto por 60 hombres, fue liqui-
dado tras buscar refugio en una ermita situada en las montañas
*% «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20,
4% AAT, C8, 387. El informe del 1 de junio de 1810 se ha perdido, de forma que las
cifras francesas deben ser todavía más altas. Los datos más elevados de los registros
franceses pueden esconder otras pérdidas sufridas por otras bandas guerrilleras distin-
ras de las de Mina.
El mayor número de soldados reunido por Javier fue de 1.200 de infantería y 40
de caballería en diciembre de 1809, según el «Resumen del segundo regimiento».
AGN, Guerra, legajo 21, car. 20. No obstante, la misma fuente da cuenta de sólo
200 soldados de caballería y 800 de infantería a las órdenes de Javier en una fecha
algo posterior.
193
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
del norte de Pamplona. Como ya habían aprendido los guerrille-
ros, la mayoría de estas escoltas francesas estaba demasiado can-
sada, mal preparada y sin el personal adecuado para resistir un
ataque por sorpresa.
Por aquel tiempo, Mina descubrió, casi por accidente, una
táctica idónea para este tipo de guerra y que casi siempre tuvo
éxito. En sus primeras batallas, la escasez de munición obligaba a
Mina a enfrentarse inmediatamente a los franceses en combate
cuerpo a cuerpo. La primera vez que se utilizó esta ráctica, en
una de las emboscadas de junio de 1810 en el Carrascal, Mina
tan sólo contó con un cartucho por hombre. Al dividir su fuerza
por la mitad, dispuso de un grupo de fuego con las bayonetas ca-
ladas, mientras el otro permanecía en la retaguardia por si era ne-
cesario cubrir la retirada con otra descarga. Mucho tiempo des-
pués, incluso durante los momentos en que la División estuvo
bien surtida, Mina continuaría utilizando este sistema en sus em-
boscadas a las columnas y convoyes franceses. Éste producía dos
resultados deseados. Primero, las pérdidas contra fuerzas mejor
armadas, pero menos entusiastas, podían mantenerse bajo míni-
mos recurriendo inmediatamente a la bayoneta. Segundo, los en-
frentamientos podían acabar rápidamente, aspecto éste impor-
tante dado que la presencia de fuerzas enemigas adicionales en
acuartelamientos cercanos significaba que los franceses siempre
podían convertir la derrota en victoria o la desbandada en una
retirada ordenada ?.
Para la estrategia guerrillera era importante eliminar las guar-
niciones enemigas. A principios del verano de 1810, sin embar-
go, ésta era una misión todavía muy alejada de las posibilidades
del corso, que no poseía artillería. El único ataque sobre una
guarnición en este período terminó en desastre. Cuando Mina
rodeó la guarnición de Oyarzún, los franceses permanecieron en
su interior dando muerte a 24 hombres e hiriendo a otros quince
antes de que Mina se percatase de la futilidad de la aventura. Los
62 «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20; Espoz y
Mina, Memorias, pp. 22-23,
194
franceses contaban con muchos lugares fortificados. Habían ocu-
pado conventos y caseríos en cada punto estratégico, y construi-
do sus propios fuertes en los trechos de los caminos más remotos
entre Pamplona y la frontera francesa o guipuzcoana. Una vez
que las guerrillas consiguieron artillería, fue este último tipo de
guarnición el primero en caer. No obstante, en 1810 los france-
ses no podían ser desafiados dentro de sus fuertes %.
En julio, Mina ya era lo suficientemente fuerte como para
embarcarse en la eliminación de sus últimos rivales. Pascual
Echeverría fue la primera víctima. Echeverría, respaldado por
400 hombres, continuaba siendo el principal competidor del
corso en el verano de 1810. Sin embargo, Echeverría, como
antes de él Eguaguirre y Sádaba, había cometido el error de
enajenarse el apoyo civil sin ofrecer ninguna protección contra
las tropas francesas. Su banda era particularmente odiosa para
la población de Estella, que se había visto obligada no sólo a
abastecer diariamente las raciones de los soldados de Echeve-
rría, sino también a entregar recursos de las tiendas e indus-
trias de la ciudad %. Por tanto, la entrada de Mina en Estella el
13 de julio para encontrarse con Echeverría, acantonado allí,
fue recibida con entusiasmo. Tras un breve encuentro en los
aposentos de Echeverría, Mina tomó prisionero a su rival antes
de que ninguno de sus hombres pudiera intentar salvarlo. Jun-
to a cinco de sus más cercanos seguidores, Echeverría fue es-
coltado al monasterio de Irache, donde los seis hombres mu-
rieron a manos de un escuadrón de fusilamiento. El pueblo de
Estella se echó a las calles para celebrar la muerte de Echeve-
rría, mientras sus tropas eran utilizadas para engrosar el núme-
ro de los propios seguidores de Mina. Al mismo tiempo, llega-
ron 136 guerrilleros aragoneses, atraídos por la fama de Mina,
para unirse al corso“, Otro rival, Juan Hernández, surgido de
«Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20.
«Relación del tercer regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car. 51.
0 «Relación de Estella», AGN, Guerra, legajo 21, car. 21.
0 Espoz y Mina, Memorias, p. 26.
195
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
la ruptura del ejército de Javier con el grueso de la caballería,
huyó a La Rioja para escapar a la misma suerte. Sin embargo,
en pocos meses Mina arrestó y ejecutó a Hernández, el cual se
había desplazado ingenuamente hacia el norte con la idea de
hacer las paces con el despiadado layador. Los hombres de
Hernández formaron, por consiguiente, el corazón de la caba-
llería de Mina 7.
Tan pronto como Mina hubo eliminado a Echeverría apareció
en escena un rival aún más peligroso. En la primera semana de
agosto, Casimiro Javier de Miguel, antiguo cura de Ujué, regresó
tras una prolongada ausencia portando órdenes del gobierno de
Cádiz para tomar el poder de las guerrillas en Navarra %, Desde
abril, cuando su hermano Clemente fue enviado como emisario a
Cádiz, Mina había estado intentando conseguir la aprobación del
gobierno. No obstante, durante el verano de 1810, Mina se en-
contraba totalmente aislado del resto de España. Su único contac-
to fuera de Navarra, en mayo, se había producido con la junta de
Aragón, la cual le había nombrado para encabezar las guerrillas
incluso aunque no tuviera el mando de Navarra. En relación a su
hermano, Mina recibió noticias mucho más tarde de que había
sido asesinado en Portugal sin llegar a completar su misión. Fue,
por tanto, un duro golpe el que Miguel, ahora nombrado coro-
nel, llegase para relevarlo de una posición que había consolidado
tan recientemente. Con la presencia de Miguel, Mina perdía toda
legítimidad para demandar autoridad.
En un principio, los partidarios de Mina se mostraron rebo-
santes de entusiasmo, El cura de Ujué tenía cierta reputación en
la provincia; había conseguido el reconocimiento oficial de la
guerrillas; y acababa de convencer al nuevo comandante francés,
el general Honoré Charles Reille, de que paralizase las ejecucio-
nes sumarias de guerrilleros capturados; finalmente, Miguel pro-
metió conseguir ayuda económica del gobierno de Cádiz. Supe-
rado en el juego, Mina se vio obligado a reconocer la legitimidad
(7 Espoz y Mina, ibíd., p. 37.
* «Relación de Estella», AGN, Guerra, legajo 21, car, 21.
196
EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA j
de las pretensiones de Miguel y a dejar el mando del corso”. El
á de agosto, poco después de la llegada de Miguel, los guerrille-
ros acamparon en la región de Estella, mientras que las tropas
francesas, cuyo número había aumentado recientemente a los ni-
veles del invierno anterior, se aproximaban por diversas direccio-
nes. En esta situación, la falta de experiencia militar del sacerdo-
te se puso rápidamente de manifiesto. Miguel fue preso del
terror y corrió a Estella con una docena de seguidores. Allí decre-
tó un impuesto mensual sobre Navarra e intentó recaudar el pri-
mer pago de la ciudad ”. En este contexto, Mina reasumió el
mando y sacó a sus tropas del cerco. Más tarde arrestó a Miguel
y lo deportó a Valencia, donde en 1812 cayó enfermó y murió ”.
En el mes de septiembre, Mina apareció como el «pequeño
rey» de Navarra y recibió el reconocimiento formal de la Re-
gencia de Cádiz. Irónicamente, éste llegó en uno de los mo-
mentos más difíciles para las guerrillas. Tras el éxito del verano,
a principio de septiembre el corso se encontraba acosado desde
un extremo al otro de Navarra. Los logros de Mina en el vera-
no de 1810 habían llamado la atención de Napoleón en París.
La capacidad de los guerrilleros para penetrar por la frontera
francesa había obligado a Napoleón a reforzar sus tropas fron-
terizas y a aumentar el número de gendarmes en Vizcaya, Na-
varra y Aragón. Dufour, que había asumido con tales esperan-
zas el mando en marzo, comenzó a ocultarse en Pamplona,
provocando así el descontento del emperador al no conseguir
poner fin a los «banditti». De esta forma, Napoleón reemplazó
a Dufour por su ayuda de campo, el general Reille. Éste llegó el
27 de julio con 8.000 hombres determinado a pacificar la pro-
vincia ??.
0% Espoz y Mina, Memorias, pp. 28-29,
"1 Espoz y Mina, ibíd., pp. 28-29. Estos detalles sólo existen en la narración dada
por Mina,
1 Puigblanch, Opúsculos, p. xli.
2 Bonaparte, The Confidential Correspondence, cartas de Napoleón a Berthier del
9 de abril, 29 de mayo y 10 de julio de 1810; Gaceta de la Navarra, 2 de agosto de
1810; y Andrés Martín, Historia de los sucesos militares, vol. 1, p. 59.
197
La primera acción de Reille fue evaluar la situación de Nava-
rra. Su primer despacho desde Pamplona es digno de atención,
ya que describe el sentimiento de pesar en el que había caído la
ocupación francesa en aquel verano ”. La situación, escribió, era
peor de lo que había imaginado. Dos días antes de su llegada, fue
aniquilado un convoy de 360 hombres en el Carrascal y casi 200
de ellos fueron capturados por Mina. Las guerrillas contaban con
2.500 soldados de infantería y entre 300 y 440 de caballería.
Peor todavía, Mina había conseguido tantas armas de los deser-
tores franceses y prisioneros que se esperaba que las dimensiones
de su ejército aumentasen en los meses siguientes incluso a ma-
yor velocidad.
Los éxitos insurgentes habían conseguido envalentonar a los
guerrilleros y habían elevado el espíritu de la provincia. Por el
contrario, las tropas francesas estaban tan desalentadas que a du-
ras penas tenían ánimos para combatir.
Las guerrillas habían paralizado la recaudación de impuestos y
habían destruido el sistema aduanero, de tal forma que «sólo a
mano armada se [podía] [...] obtener algo». Esto indisponía to-
davía más a la población. Además ya no se podía persuadir a la
gente que anhelaba la pacificación para que cooperase con los
franceses, ya que los insurgentes habían «inspirado el terror por
todas partes».
En combate, Mina tenía la ventaja de conocer perfectamente
los movimientos de las tropas francesas a través de la informa-
ción enviada por jóvenes de las villas. Cuando se los perseguían,
los insurgentes podían dividirse y dirigirse a las montañas, de
forma que sólo combatían cuando disfrutaban de ventaja. Cuan-
do marchaban, los hombres de Mina recorrían doce leguas en el
mismo tiempo que los franceses hacían seis. Las guerrillas eran
«realmente los señores del país. Nosotros sólo lo somos de los
puntos que ocupamos», En seis meses de lucha, a veces utilizan-
do 12.000 soldados, los franceses sólo habían capturado cuatro
73 «Informe sobre la situación de Navarra de 30 de julio de 1810» y Reille 4 Neucha-
tel, 30 de julio de 1810, AAT, C8, 268.
198
EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA
hombres y habían conseguido, ante todo, alimentar la rebelión
mediante una violencia generalizada y sustentada en la frustra-
ción. Reille sostenía que para hacer algo necesitaba 12.000 sol-
dados de infantería, preferentemente vascos y otras tropas acos-
cumbradas a la lucha en las montañas, y 1.000 soldados de
caballería.
Las recomendaciones de Reille no lograron actuar con la rapi-
dez necesaria para salvarlo de dos derrotas humillantes durante la
primera semana de mandato, El 31 de julio, cerca del paso de El
Carrascal, los hombres del corso eliminaron una columna fran-
cesa de 2.560 soldados, obligándola a retirarse a Pamplona. En el
encuentro, las guerrillas mataron a 40 hombres y capturaron a
otros 30, mientras que ellos sólo perdieron siete vidas y 35 fue-
ron heridos. De los cautivos, 19 eran navarros «renegados» que
fueron ejecutados acto seguido ”*. Fue esta práctica la que movió
al gobernador francés a continuar las ejecuciones rutinarias de
guerrilleros capturados.
El siguiente encuentro fue todavía más gravoso para las fuer-
zas de Reille. El 3 de agosto, el corso atacó a los 300 hombres
de la guarnición de Puente. Una vez más, la mayoría de las fuer-
zas de Reille se encontraba en el lugar equivocado. En esta oca-
"1 «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20. El informe
de Reille sobre la baralla data del 1 de agosto de 1810 y registra 8 muertos y 70 heri-
dos, aunque no dice nada sobre los renegados navarros capturados. AAT, C8, 268.
Probablemente, la verdad esté en algún lugar entre estas dos relaciones partisanas. La
fuente navarra señalaba que los guerrilleros hirieron a 400 soldados enemigos. Esto
pone de manifiesto el grado de exageración de las guerrillas respecto a las pérdidas
enemigas, especialmente en relación al número de heridos. Los combatientes siempre
uredondeaban» o cambiaban los recuentos de cuerpos, pero las estimaciones navarras
deben ser tomadas con especial escepticismo, dado que los guerrilleros casi nunca
permanecían en el campo de baralla (hasta principios de 1812), aun cuando ganaban,
y los franceses, por regla general, podían retirarse de manera ordenada con sus heri-
dos. Estos datos sobre la batalla se enviaban a oficiales situados a cientos de kilóme-
tros, en Valencia o en Cádiz, sin ningún medio de verificación, lo que constituye
otra buena razón para no tener en cuenta las cifras dadas por los guerrilleros. En la
mayoría de los casos, he preferido descartar simplemente los datos navarros relativos
a franceses heridos. Por regla general, esto hace que se produzca una fiel correspon-
dencia entre las estimaciones de bajas francesas y las españolas, y probablemente sea
la estimación más precisa que podamos conseguir.
199
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN L
sión, estaba muy al oeste, limpiando las montañas de Urbasa y
Andía, que los guerrilleros acaban de abandonar. Mina y sus
hombres habían dejado las montañas durante la noche y mar-
charon hasta el amanecer para coger la guarnición de Puente de
improviso. Sin contar todavía con artillería, pero con la infor-
mación de que las tropas francesas más cercanas se encontraban
a muchos kilómetros de distancia, las guerrillas recogieron con
cuidado vides y ramas secas con objeto de incendiar la guar-
nición. El fuego acabó con la vida de 70 hombres antes de que
los 230 restantes se rindieran ”. El informe de Reille sobre el su-
ceso difiere ligeramente: reconocía la pérdida de 50 muertos y
198 prisioneros ”*. En total, en agosto Mina causó casi 1.570
bajas a los franceses, al tiempo que evitó cuidadosamente sufrir
serias pérdidas ”.
En aquellos momentos, el ejército de Mina alcanzaba los
3.000 hombres, una fuerza demasiado difícil de manejar para
operar unida bajo las condiciones impuestas por la guerra de
guerrillas. Por tanto, el 8 de agosto, Mina creó tres batallones, el
primero bajo sus órdenes, el segundo a las de Cruchaga y el ter-
cero a las de Lucas Górriz. Sin embargo, hasta entonces, estos
comandantes no tuvieron ni reconocimiento oficial de su rango
ni oficiales subordinados a través de los cuales dar órdenes. En
% «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20.
'" AAT, C8, 387 y 268.
7 Probablemente esta cifra sea moderada. Primero, excluye algunos de los encuen-
tros para los que no existen datos. Además, las bandas que no pertenecían al corso to-
davía estaban en activo en Navarra durante este período y, a pesar de su desorganiza-
ción, tuvieron que tencr algún efecto. Finalmente, he descartado las cifras de la
guerrilla sobre enemigos heridos, que en algunos casos alcanzaban la dudosa ratio de
diez veces el número de los muertos. He preferido citar los datos más moderados po-
sibles en todas partes a fin de anular la tendencia de los cronistas españoles a exagerar
sus victorias y a minimizar sus derrotas. Las fuentes francesas son un correctivo, si
bien tampoco existe razón para creer que tengan una exactitud total. En el período
que va desde el 1 de abril al 30 de septiembre, las fuerzas francesas en Navarra per-
dieron 1.077 hombres, entre muertos, capturados, heridos y desertores, de acuerdo
con los informes y correspondencia franceses, si bien durante el período que corre
desde mediados de julio a octubre, Reille también registró un número duplicado de
soldados hospitalizados.
200
EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA
vez de una cadena de mando, cada jefe de batallón dependía de
su propio prestigio entre sus tropas para imponer su autoridad ”*.
Esta organización casi tribal tenía desventajas terribles, sobre
todo cuando alguno de los líderes resultaba herido. En mayo de
1812, Mina cayó víctima de una herida de bala en la pierna
cuando regresaba de una expedición para conseguir avitualla-
mientos en la costa cantábrica. Mina traía información vital,
como los nombres de los espías y la localización de sus propios
escondites de arsenales y suministros. Más importante, su in-
fluencia personal era crucial para mantener el espíritu combativo
de sus tropas. Por tanto, como consecuencia de su ausencia, el
corso quedó paralizado desde mayo a julio de 1812. Como más
tarde comprobaremos, en el momento que alguno de los líderes
de la guerrilla resultaba herido o muerto, se generaba la confu-
sión o incluso la disolución.
Reille consiguió finalmente el apoyo de tropas que había soli-
citado, una vez que Pannetier se le unió en agosto y se desviaron
algunos de los soldados del mariscal Masséna del Ejército de Por-
tugal en septiembre. Reille contaba con casi 15.000 hombres
preparados para presentar batalla a los 3.000 hombres del corso,
casi el número de tropas regulares requeridas para hacer frente a
las guerrillas con efectividad. Por consiguiente, los hombres de
Mina comenzaron a verse tan presionados que rara vez se detu-
vieron desde finales de agosto hasta diciembre ””. Si observamos
sus movimientos, podemos apreciar, junto al extremo aguante de
los hombres que estaban bajo las órdenes de Mina, las zonas que
servían de refugio a las guerrillas cuando se veían obligadas a
adoptar una postura defensiva.
Desde Puente, los insurgentes escaparon hacia su base favorita
de operaciones, la región situada alrededor de Lumbier y San-
gitesa. Allí se vieron obligados a separarse en batallones a fin de
dividir a sus perseguidores. El primer batallón, al mando de
Mina, se movió escasos kilómetros al oeste, hacia Monreal, una
78 ¡Relación del tercer regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car. 51.
% Informe de situación del 15 de septiembre de 1810, AAT, C8, 387.
201
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
villa que Mina conocía desde su niñez. El segundo batallón se
dirigió hacia el sur, hacia Ujué, y el tercero retrocedió hacia las
montañas de Andía, al norte de Estella, dos de las bases favoritas
de los guerrilleros, El 28 de agosto, el corso se reunió en las
montañas de Ulzama, al norte de Pamplona, Perseguido de cer-
ca, huyó hacia el norte, a Baztán, y desde allí hacia al oeste, a la
escabrosa región situada a lo largo de la frontera guipuzcoana *.
Durante todo este tiempo, Mina consiguió evitar la batalla.
Como se quejaba Reille, la gran dificultad no era combatirlos,
sino encontrarlos *'.
6. La destrucción de la División de Navarra
Septiembre supuso el regreso del corso a las montañas de Andía,
donde finalmente los hombres pudieron tomarse un descanso de
cuatro días. Tras este breve intervalo, se dieron cuenta de que es-
taban cercados por 12.000 soldados enemigos, Las columnas
francesas habían ocupado Estella y sus valles occidentales;
Echauri y Puente, al este, estaban vigiladas; la región de Echarri-
Aranaz, al norte, se encontraba bajo un firme control; y la llanu-
ra de Vitoria, al oeste, era una trampa mortal para una infantería
sin apoyo. El comandante del tercer batallón recordaría más ade-
lante que en aquel momento pensó que su carrera militar había
llegado a su fin. Sin embargo, el mejor conocimiento de la re-
gión y la connivencia de la población permitieron que el corso
escapase indemne incluso de esta trampa. Los franceses recibie-
ron informaciones falsas de su inteligencia sobre que los guerri-
lleros estaban planeando escaparse en dirección a Estella, por lo
que dejaron casi sin protección el estratégico puente sobre el
Arga, en el valle de Echauri. El corso lo atravesó, tomando siete
prisioneros en Belascoáin, antes de marchar durante toda la no-
%0 Éstos y los movimientos siguientes de las guerrillas se han reconstruido utilizando
el «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car, 20; «Relación
del tercer regimiento», legajo 17, car. 51.
5! Reille a Neucharel, 4 de sepriembre de 1810, AAT, C8, 268.
202
EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA
che hacia el otro extremo de Navarra y hacia las montañas de
Aláiz. Los franceses persiguieron y rodearon de nuevo a los gue-
trilleros tras ocupar Ujué, Monreal y Lumbier. Sin embargo, una
vez más la información errónea hizo que los franceses de Mon-
real se dirigieran hacia el este mientras que el grueso del corso, a
las órdenes de Cruchaga, pasaba hacia el norte, justo a través de
Montreal, para refugiarse en el valle de Salazar y en el Alto Piri-
neo. Mientras tanto, la caballería y los 200 soldados de infantería
conducidos por Mina fueron enviados a Soria con la esperanza
de distraer la persecución de los franceses sobre Cruchaga.
No obstante, los franceses ignoraron a Mina y a la caballería y
condujeron 13.000 soldados al valle de Salazar, donde pensaban
embotellar a Cruchaga. Sin embargo, los valles que corren en di-
rección norte-sur hacia la frontera francesa y que, para el forá-
neo, parecen estar aislados unos de los otros, tenían salidas secre-
tas sólo conocidas por los habitantes locales, y Cruchaga y sus
roncaleses conocían muy bien esta parte de Navarra. Atravesan-
do los altos pasos que, en palabras de Mina, casi nunca habían
sido cruzados por el hombre, Cruchaga escapó del cerco y regre-
só a las montañas, al oeste de Sangiiesa. Tras un breve descanso
nocturno, las tropas se movieron de nuevo, marchando durante
un día y una noche sin detenerse. Los guerrilleros habían viajado
más de 185 kilómetros en dos días. Tras esta proeza de resisten-
cia, Cruchaga consiguió abrir el espacio suficiente entre sus
hombres y los franceses para cruzar las llanuras de Navarra meri-
dional, vadear el Ebro y unirse a Mina en Soria. La caballería
francesa les dio alcance justo cuando los últimos guerrilleros al-
canzaban la otra orilla del río, donde Mina les estaba esperando.
Aquí, los franceses, exhaustos, abandonaron la persecución. Du-
rante el resto del mes de septiembre, el corso permaneció en las
montañas de Soria antes de retirarse el 28 de septiembre hacia el
sur, a Molina de Aragón.
Con todas las fuerzas que estaban situadas en Molina, Mina
mejoró la estructura de mando del corso. Primero, lo renombró
como la División de Navarra. Segundo, nombró oficiales subor-
dinados para cada uno de los tres batallones en los que dividió su
203
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
ejército, Mina despachó mensajeros a Cádiz con noticias de sus
hazañas y pidió el reconocimiento formal de su División. Du-
rante casi un año no recibió respuesta alguna *.
En la segunda semana de octubre de 1810, Mina decidió salir
de su escondite para atacar la guarnición de Tarazona, a pocos
kilómetros de Tudela. Aquí, el 11 de octubre, la División sufrió
una derrota significativa que preparó el camino para su próxima
destrucción en Belorado, un mes más tarde. Debido al terreno y
la calidad de su caballería, los franceses de Tarazona obligaron a
la División a que adoptara una línea regular. La pequeña caballe-
ría de Mina tuvo que soportar la carga de 1.200 húsares france-
ses en campo abierto, mientras la infantería buscaba terrenos ele-
vados y una salida por la retaguardia, El resultado fue la masacre
de los insurgentes. Entre los muchos heridos se encontraban
Cruchaga y Mina, el primero con una herida de arma blanca en
el cráneo, el segundo con una de fuego en la pierna. La lucha de-
generó en un conflicto ilíaco de los navarros por salvar a sus líde-
res caídos. El desenlace fue una retirada confusa y precipitada, en
la que la caballería francesa limpió el terreno de soldados rezaga-
dos. No iba a ser ésta la última vez que la mala suerte de un capi-
tán destruía el orden y la resolución de la División *.
Desde mediados de agosto a mediados de octubre, la División
había quedado reducida a la mitad. Muchos hombres prefirieron
quedarse atrás, en Navarra, con objeto de esperar una coyuntura
más propicia. Tras Tarazona, Mina regresó a su hogar con los res-
tos de la caballería. Su objetivo era reunir algunos de sus hom-
bres dispersos y reiniciar la guerra en la Montaña de Navarra. El
grueso de la infantería que había dejado atrás se escondió en las
montañas de Aragón, Soria y La Rioja, intentando simplemente
sobrevivir y evitar cualquier contacto con los miles de soldados
que los perseguían y los aislaban de Navarra.
E Espoz y Mina, Memorias, p. 35.
*3 Como complemento a los diarios del regimiento, véase Andrés Martín, Historia de
los sucesos militares, vol. 1, pp. 94-95; Espoz y Mina, Memorias, p. 36; y la narración
de Reille en AAT, C8, 268.
204
EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA
A mediados de noviembre, cuando los guerrilleros intentaban
volver a entrar en Navarra por Logroño, fueron divisados por
una columna de 7.000 soldados franceses de infantería y 1.100
de caballería, que los persiguieron por el interior de Castilla la
Vieja, donde los acorralaron. En los campos de Belorado, la Di-
visión perdió casi 500 soldados, un tercio de las tropas que per-
manecían activas por aquellas fechas. Muchos fueron muertos a
bayonetazos mientras yacían heridos o fueron hechos prisioneros
y ejecutados más tarde. Fue la victoria francesa más importante
hasta entonces conseguida sobre una fuerza guerrillera *,
Uno podría preguntarse qué hacía Mina operando fuera de
Navarra en aquel momento. Los ejércitos guerrilleros de Galicia
y otros lugares habían demostrado ser notoriamente incompe-
tentes y díscolos fuera de sus propias provincias, y la ribera meri-
dional del Ebro no era bien conocida por Mina ni por ninguno
de sus oficiales, ya que todos ellos eran hombres de la Montaña.
Tarazona, objetivo de una operación ofensiva en mitad de los
meses de retirada, contaba con un guarnición sólidamente forti-
ficada, situada a escasa distancia de los miles de soldados estacio-
nados en Tudela, y localizada en una llanura que ofrecía condi-
ciones perfectas para la caballería y artillería francesas. A pesar de
todo esto, Mina atacó.
Fueron las noticias recibidas por Mina cuando se encontraba
en Molina las que le hicieron arriesgarse a atacar frontalmente
Tarazona. Por el primer comunicado recibido en meses desde
Cádiz, Mina se enteró de que se le había otorgado el rango de
coronel, incluso aunque sus tropas no hubieran obtenido aún el
estatus de regulares. Al mismo tiempo, se le informó de que las
tropas que le estaban persiguiendo iban a socorrer a Massena en
$ ¿Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car, 20. Sólo el se-
gundo batallón perdió 200 hombres. Martín da la cifra de 350 muertos y 80 fusila-
dos posteriormente para los tres batallones. Mina sostenía que había perdido 400 y
que el número de los ejecutados fue de 70. Espoz y Mina, Memorias, p. 37. En todos
los encuentros de octubre y noviembre, las fuerzas francesas a las órdenes de Reille
perdieron sólo 60 hombres, entre muertos y prisioneros. AAT, C8, 387, informes de
octubre y noviembre.
205
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
Portugal, por lo que, durante las próximas semanas iban a cruzar
por Navarra nuevos refuerzos franceses. Al distraer estas fuerzas,
Mina podía contribuir de forma espectacular, en su primera ac-
ción como coronel, a la más ambiciosa estrategia aliada. Tal ex-
pectativa resultó sin duda irresistible para Mina. Era un conflicto
constante convencer a los políticos de Cádiz, la mayoría de los
cuales se mostraba escépticos hacia o abiertamente opuestas a las
operaciones guerrilleras, de que los voluntarios navarros debían
ser reconocidos como una división regular. ¿Qué mejor camino
para persuadirlos que reducir las filas de los oponentes de We-
llington? Por tanto, por razones políticas, Mina intentó convertir
sus guerrillas en una fuerza regular. Sus hombres eran capaces de
llevar a cabo grandes acciones, pero no podían combatir en cam-
pañas abiertas en un terreno desconocido y abierto mejor de lo
que lo habían hecho los voluntarios gallegos de 1809 y los hom-
bres que habían luchado con Juan Martín en 1810 y 1811. Tara-
zona y Belorado fueron el resultado de la pérdida de fe de Mina
en la estrategia guerrillera. Sólo tras volver a emprender una
campaña guerrillera dentro de Navarra conseguiría reconstruir el
movimiento.
206
CAPÍTULO 8
EL REINO DE LA GUERRILLA
1. El terror de Reille
El general Reille intentó aprovecharse al máximo de su victoria
sobre la División en Belorado, difundiendo a bombo y platillo la
noticia de la carnicería. «Navarros», proclamó Reille,
Vuestros voluntarios fueron deshechos en Castilla: los campos de
Belorado se hallan teñidos con su sangre, y sus tristes cadáveres ya-
cen allí para pasto y sustento de las aves. Los jefes principales fueron
heridos mortalmente en Tarazona, y las míseras reliquias de esas
bandas errantes por esos montes solitarios se entregarán al fin o cae-
rán por fuerza en nuestras manos. Desengañaos de vuestro error;
poneos de nuestra parte, y prestad obediencia a las órdenes del go-
bierno!.
Por una vez, una proclama francesa no estaba lejos de la verdad.
De hecho, el desastre en Castilla completó el largo proceso de des-
integración que había estado afectando a la División desde que
Mina comenzó a utilizarla en operaciones fuera de Navarra. A fi-
1 Andrés Martín, Historia de los sucesos militares, vol. 1, p- 105.
207
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
nales de octubre, el ejército de Mina había dejado virtualmente de
existir. Muchos de sus hombres habían quedado incapacitados tras
el esfuerzo de tenerse que ocultar constantemente en las montañas.
Muchos más simplemente habían abandonado la causa, algunos
obedeciendo las instrucciones de Mina, para aguardar tiempos
mejores. Mientras que los restos de la División se escabullían a tra-
vés de las montañas de Aragón y Castilla, en el interior de Navarra
el entusiasmo por la guerra decaía al tiempo que las autoridades ci-
viles comenzaban a buscar un modus vivendi con los ocupantes.
Reille utilizó todos sus recursos políticos para hacer frente a las
guerrillas. Uno de sus primeros actos, del 4 de agosto, había sido
abolir el Consejo de Estado, órgano de inspiración francesa crea-
do por Dufour y reemplazado por una «reimprovisada» Dipu-
tación. Reille, que evidentemente conocía la importancia que los
navarros otorgaban a la preservación de sus instituciones autóno-
mas tradicionales, hizo públicas estas nuevas disposiciones. Sin
embargo, nombró a los miembros de su nueva Diputación, lo
que mitigó considerablemente su afirmación de que había resta-
blecido «una representación nacional» para Navarra. Había seis
diputados, uno por cada merindad y uno por el comercio, si bien,
de hecho, todos tenían importantes relaciones con el mundo del
comercio. Los intereses mercantiles de los nuevos diputados co-
rrespondían bien con su función, que les era explicada en detalle
en instrucciones recibidas de Reille. La Diputación simplemente
tenía que fijar y recaudar impuestos, y cuatro días más tarde del
establecimiento de la nueva corporación, Reille decretó un im-
puesto adicional de 8.621.000 reales. En los meses siguientes, los
diputados se mostraron dignos de la confianza de Reille, ya que
probaron ser infinitamente más capaces en distribuir y recaudar
impuestos de lo que había sido el consejo de Dufour. De este
modo, la nueva Diputación, al regularizar las recaudaciones im-
positivas, contribuyó a la relativa pacificación lograda durante los
primeros meses de dominio de Reille?.
* Olóriz, Navarra en la Guerra de la Independencia, p. 60; Iribarren, Espoz y Mina,
el guerrillero, p. 149; Miranda Rubio, La Guerra de la Independencia en Navarra,
208
EL REINO DE LA GUERRILLA
Junto a una administración más eficiente vino un uso más in-
discriminado del terror, Reille ordenaba ahorcar rutinariamente a
los prisioneros insurgentes junto a los caminos a fin de desmorali-
zar a la población. El 11 de octubre fueron ejecutados dos guerri-
lleros de esta forma. Dos días más tarde, los franceses hallaron a
dos de los suyos colgados de los árboles a las afueras de Pamplona.
Reille respondió a esta represalia con una de las suyas, reemplazan-
do los cadáveres de los franceses con ocho insurgentes recién eje-
cutados. En su comentario sobre este episodio, Reille destacó que
había declarado su intención de colgar a cuatro bandidos por cada
soldado francés asesinado, Y cuando se le agotaron los guerrilleros,
prometió que encontraría un nuevo surtido de víctimas entre los
no combatientes, una promesa que pronto cumplió *,
Para extender el terror a los civiles, Reille necesitaba una fuer-
za de policía y un tribunal militar más efectivos. Estableció am-
bos bajo la dirección de Jean Mendiry. El 18 de agosto fueron
delineadas las competencias de Mendiry en un decreto publicado
y anunciado por toda la provincia. Mendiry tendría autoridad
sobre «todos los delitos contra el Estado», que cubrían un amplio
abanico de actividades, incluyendo la expresión de opiniones o la
publicación de obras contrarias al régimen. Cualquier forma de
cooperación con los insurgentes o de comunicación con ellos
caía también bajo la jurisdicción de la nueva policía, así como la
«seducción» de los soldados imperiales y «todo hecho o dicho»
que denotase «desafección, desaprobación, o desobediencia a las
disposiciones de Gobierno». Mendiry dispuso agentes en iglesias,
tabernas, frontones y en las esquinas de las calles. Se convirtió en
el símbolo más detestado de la ocupación *.
pp. 171-773; la Diputación presentó sus recomendaciones finales para regularizar los
procedimientos de recaudación de impuestos el 26 de septiembre de 1810, mientras
Mina se encontraba en el sur. AGN, Guerra, legajo 17, car. 8.
* Carta del 13 de octubre de 1810, AAT, C8, 268.
1 Olóriz, Navarra en la Guerra de la Independencia, p. 78. Andrés Martín llamaba a
Mendiry «aquel fétido aborto de los Bajos Pirineos». Décadas después de la guerra,
los padres navarros todavía pronunciaban su nombre como si fuera el coco con el fin
de asustar a sus hijos, diciéndoles que «el Mendiry» les iba a coger. Andrés Martín,
Historia de los sucesos militares, vol. 2, p, 69.
209
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 0
Reille puso en funcionamiento inmediatamente su nueva ma-
quinaria de represión en una serie de expediciones punitivas con-
tra civiles. Contaba con dos fuentes de información para ayudar-
lo en este proyecto. Se benefició de las respuestas dadas a las
encuestas demográficas y económicas iniciadas por sus predece-
sores. Como cabría esperar, estas encuestas nunca se completa-
ron para todas las localidades, si bien constituyeron una herra-
mienta poderosa en manos de la policía. Una fuente todavía más
importante de información, proyecto propio de Reille, fue una
encuesta elaborada a nivel de la comunidad relativa a los hom-
bres que se habían ausentado de sus hogares sin dar explicacio-
nes. Estas listas, perdidas una vez más en la mayoría de las comu-
nidades, comenzaron a llegar a las manos de Reille a finales de
1810 y principios de 1811. Acto seguido empezó el arresto de ci-
viles por parte de la policía francesa.
Existen dos fuentes de información que posibilitan, en cierta
medida, la cuantificación de la represión policial. La primera es
el registro de entradas en prisión conservado en el convento de
Recoletas de Pamplona, convertido en cárcel durante la guerra,
Este libro muestra que el 2 por ciento de la población de Nava-
rra pasó por las Recoletas. Casi el 80 por ciento de los prisione-
ros fue finalmente liberado, el 17 deportado a Francia, y el 2 por
ciento murió en prisión o fue ejecutado. El carcelero registró el
lugar de origen del 48 por ciento de los internos. La mayoría (el
82 por ciento) de estos prisioneros procedía de la Montaña. Los
franceses golpearon con especial intensidad en Estella, Falces,
Huarte, Lárraga, Mendigorría, Olite, Pamplona, Puente la Reina
y Sangiiesa. Sólo el 2 por ciento de los prisioneros tenía su ori-
gen en la merindad de Tudela”.
A pesar del elevado número total de los prisioneros de las Re-
coletas (3.323), sólo representa una fracción de detenidos por los
franceses. Los sospechosos no sólo eran enviados a las Recoletas,
sino también a prisiones situadas en Logroño y Zaragoza, y es
3
«Relación auténtica que contiene las personas que fueron aprisionadas en Navarra
por la policía francesa durante la guerra», AGN, Guerra, legajo 21, car, 19,
210
EL REINO DE LA GUERRILLA
robable que algunos ribereños en particular hubieran sido en-
carcelados allí. Existían además algunas prisiones más pequeñas
en lugares como Irurzún. Afortunadamente, los datos de Recole-
tas se pueden completar con una segunda fuente de información.
En 1817 se pidió a las comunidades de Navarra que rellenasen
una encuesta indicando, entre otras cosas, el número de civiles
arrestados por los franceses durante la guerra. Las respuestas son
alarmantes *. Sabemos, por ejemplo, que en el valle de Echauri,
del que sólo aparecen ocho presos en las Recoletas, los franceses
realmente encarcelaron, deportaron o asesinaron a 259 perso-
nas”. Del mismo modo, se supone que Erroz había perdido siete
de sus residentes en las Recoletas, cuando los datos locales mues-
tran que fueron 38 las personas realmente encarceladas, tanto en
Pamplona como en Irurzún *.
Si se mantuvieran tales proporciones para otras áreas no re-
presentadas en los datos de las Recoletas, entonces el número
global de gente encarcelada o deportada por los franceses sería
increíblemente elevado. Desafortunadamente, la exactitud de la
encuesta resulta desigual. En la merindad de Pamplona, el 56
por ciento de las comunidades respondió, lo que representaba el
53 por ciento de la población. En Estella el 49 por ciento de la
población estuvo representada en las respuestas, en Sangúiesa el
44, en Tudela el 42 y en Olite sólo el 31 por ciento. Á pesar de
los defectos de la fuente, si se toman con cuidado los datos por sí
solos podemos verificar ciertas tendencias y conclusiones sobre la
naturaleza de la represión francesa.
El rasgo esencial de la represión, como el del servicio de inte-
ligencia en el que se basaba, era su desigualdad. Algunas áreas,
como la región de pequeñas villas a lo largo del río Araquil y sus
afluentes, al noroeste de Pamplona, sufrió el apresamiento de
casi un tercio de su población por parte de la policía militar. Sin
embargo, en la mayoría de las ciudades y villas el número de
6 Estos materiales se encuentran en AGN, Guerra, legajos 18-21.
* AGN, Guerra, legajo 21, car. 1.
$ AGN, Guerra, legajo 20, car. 53.
211
_LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
detenidos fue pequeño. Si los franceses sospechaban que alguna
villa estaba ayudando a la División, detenían por regla general al
párroco, al regidor o algún otro líder comunitario. Incluso el que
alguna región simplemente se retrasara en el pago de sus impues-
tos, era causa suficiente para arrestar al regidor, y la mayoría de
las comunidades que registraron encarcelamientos de civiles des-
tacó la pérdida de al menos un regidor. Como objetivo de la po-
licía, los curas ocupaban el segundo lugar tras los regidores. Los
franceses se llevaron a docenas de sacerdotes por haber leído las
proclamas de Mina en sus feligresías o por haber protegido a
guerrilleros heridos ?. A pesar de todo, la constante amenaza del
ataque guerrillero impidió que Mendiry mantuviese una presen-
cia policial regular, a excepción de Pamplona y de otras pocas
ciudades. Por consiguiente, la mayoría de la Navarra rural pudo
escapar al terror francés.
No obstante, los regidores, y con menos frecuencia los sacer-
dotes, fueron también objeto de represalias por parte de las gue-
rrillas, ya que Mina esperaba que los oficiales locales ayudasen a la
División y estuviesen dispuestos a sacrificar sus personas y bienes
por la causa. Cuando sus esperanzas se veían defraudadas, Mina
no dudaba en marcar, cegar o cortar las orejas de o asesinar a los
regidores que colaboraban. De este modo, las elites locales que es-
capaban al terror de Reille todavía podían ser presas del de Mina.
Aunque la mayoría de la población no fue, desde luego, obje-
to de encarcelamiento, hubo excepciones significativas. Las de-
tenciones en masa sólo fueron emprendidas por Reille como últi-
mo recurso contra aquellos municipios que se hubieran
mostrado comprometidos con la insurgencia. Los arrestos masi-
vos tuvieron lugar principalmente en la merindad de Pamplona,
en cierto grado en Sangiiesa, Estella y Olite, y a duras penas en
Tudela. Asimismo las respuestas demuestran que fueron aquellas
ciudades y pueblos que sufrieron la mayoría de los arrestos en
masa las que continuamente daban información y suministros a
los guerrilleros o las que eran conocidas por haber contribuido
7 AGN, Guerra, legajos 18, 19, 20, 21.
212
EL REINO DE LA GUERRILLA
con un gran número de voluntarios. Si alguna fuerza francesa su-
fría una emboscada en o cerca de un determinado pueblo o ciu-
dad, todos sus habitantes debían responder por no haber avisado
de la presencia de guerrilleros. Cáseda fue saqueada en diciembre
de 1810 porque las guerrillas habían sorprendido a un destaca-
mento cerca de la ciudad '”. En Monreal, uno de los baluartes in-
surgentes situado cerca de Idocín, los franceses incendiaron los
hogares de diecisiete patriotas en una ciudad que sólo tenía
84 casas ''. En otros lugares, los franceses fueron más selectivos.
Noáin, situada estratégicamente a mitad de camino entre Carras-
cal, Pamplona y Monreal, fue completamente destruida por los
franceses en 1812 '*”. Y el valle del Roncal debió generar una fu-
marola casi constante. Los franceses incendiaron 311 casas en
Roncal durante el curso de la guerra. Isaba, que perdió 153 ca-
sas, y Burguí, con 126 destrucciones, fueron en ocasiones prácti-
camente borradas del mapa '?.
Las detenciones también tendían a sucederse en oleadas, nor-
malmente cuando los franceses capturaban una ciudad defendida
por las guerrillas o cuando decidían actuar teniendo como re-
ferencia las listas de voluntarios y sus parientes que los oficiales
municipales y colaboradores debían elaborar en cumplimiento
de las órdenes francesas. Fue en las localidades más pequeñas,
cerca de la capital, donde los franceses utilizaron estas listas para
llevar a cabo su venganza. En la villa de Erroz, localizada en el
principal camino que iba desde Pamplona a Guipúzcoa, los fran-
ceses asesinaron, deportaron o encarcelaron al 28 por ciento de
su población, y la cercana Beasoáin perdió el 30 por ciento
de sus habitantes '*. Belascoáin, con casi 220 habitantes, vio cómo
80 personas fueron conducidas a prisión y dos más fueron de-
portadas, el equivalente al 37 por ciento de su población '?. Estas
10 AGN, Guerra, legajo 21, car. 9.
!! AGN, Guerra, legajo 19, car. 26.
!* AGN, Guerra, legajo 19, car. 25.
!* AGN, Guerra, legajo 21, car. 11.
!* AGN, Guerra, legajo 20, car. 53.
!* AGN, Guerra, legajo 21, car. 1.
213
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
villas, situadas en una región estratégica y vulnerable al oeste de
Pamplona, horquillaban las rutas que los guerrilleros tomaban
entre Andía (o las provincias vascas) y la llanura de Pamplona.
Por consiguiente, suministraron recursos, información y, como
veremos, un gran número de voluntarios a la División. Sin em-
bargo, tuvieron que pagar un elevado precio en forma de terro-
rismo francés, De manera similar, Lorca, situada en el camino
real entre Puente y Estella, presenció el envío a prisión de casi el
20 por ciento de su población '*. En general, estas tendencias re-
fuerzan las que conocemos a través de los datos de las Recoletas y
lo que sabemos sobre las preferencias de Mina por ciertos cam-
pos de batalla y sobre las regiones en las que la División buscaba
refugio. El territorio de las guerrillas se situaba en la Navarra
centroseptentrional y fue en esta región donde los civiles sufrie-
ron la mayor parte de las acciones de la policía francesa.
El escrutinio de los datos refuerza en otro sentido esta con-
clusión. Llama la atención que en la merindad de Tudela, Fite-
ro fuera la única ciudad que registró el encarcelamiento o de-
portación de un número significativo de civiles. Aunque
parezca un hecho improbable, está apoyado por la escasez de
prisioneros de Tudela registrados en las Recoletas '”. Además,
incluso las pérdidas de Fitero se quedan en nada si las compara-
mos con cualquiera de los datos consignados para las pequeñas
villas de Echauri, Olza u otros valles de montaña. Una vez más,
de las muertes registradas en la merindad de Tudela, la mayoría
tuvo lugar en la ciudad de Tudela como resultado de las batallas
libradas el 8 de junio y el 23 de noviembre de 1808. En reali-
dad, no estuvieron relacionadas con el terrorismo de la con-
trainsurgencia '*, Por ello estamos seguros de que la resistencia,
al menos a juzgar por la evidencia tangible de la represión poli-
cial emprendida contra ella, difícilmente se dejó sentir en el va-
lle del Ebro.
!0 AGN, Guerra, legajo 21, car. 5.
"AGN, Guerra, legajo 21, car. 15.
! AGN, Guerra, legajo 18, car. 19.
214
EL REINO DE LA GUERRILLA
En la merindad de Olite, las ciudades más afectadas por las
medidas policiales de los franceses fueron Mendigorría, Olite,
Santacara y Ujué, Este último municipio debería agruparse, des-
de un punto de vista geográfico, social y económico, con otras
villas de la Montaña. El primero, situado en el extremo norte de
la Ribera, se convirtió en un lugar de parada muy frecuentado
por los guerrilleros en sus viajes desde las montañas de Estella a
las de Sangúiesa. Sólo Olite y Santacara resultan algo sorprenden-
tes. Esta tendencia se duplica en los datos de Recoletas, donde la
mayoría de los encarcelados de la merindad de Olite procedía de
la zona de combate situada entre Ujué y Estella.
Sin duda, los datos completos que incluyen las respuestas de
Tafalla, Corella y de algunas de las otras grandes ciudades de la
Ribera mostrarían que un gran número de ribereños sufrió las
consecuencias del terror francés. Sabemos, por los datos de
las Recoletas, que al menos 46 personas de Tafalla fueron envia-
das a prisión en Pamplona y fueron registradas en la encuesta de
1817. A pesar de todo, la ausencia de datos de ciudades como
Corella y Tafalla, que no estuvieron implicadas de forma destaca-
da en la lucha en ningún momento de la guerra, es mayor que la
falta de información sobre lugares como Batzán, Salazar y Val-
carlos, siendo este último uno de los primeros centros de la resis-
tencia. Así pues, aunque las respuestas completas habrían mos-
trado un número mucho mayor de pérdidas y encarcelamientos
civiles en toda Navarra, no es probable que las proporciones en-
tre merindades o entre la Montaña y la Ribera hubieran cambia-
do sustancialmente.
El efecto de la represión de Reille, combinada con la ausencia
de la División mientras ésta se desplazaba desde las regiones más
remotas de Navarra a las montañas de Castilla y Aragón, fue que
el ardor de la población civil se enfrió en el otoño de 1810. La
perorata dirigida por Reille a los civiles tras Belorado para que se
unieran a la causa francesa produjo varias defecciones en la resis-
tencia. El cronista del tercer batallón recordaba el ánimo de
aquel tiempo. La derrota militar de la División y la constante
persecución de civiles habían acobardado el espíritu de Navarra.
215
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN —
Los oficiales municipales habían sucumbido a los franceses en-
tregando sus armas e informando sobre los jóvenes que las ha-
bían tomado. Aparentemente, muchos creían que los guerrilleros
nunca más regresarían '”,
2. La reconstrucción de la División
No obstante, a mediados de octubre de 1810 Mina ya estaba de
regreso en Navarra recuperándose de las heridas que había recibi-
do en Tarazona. Pronto se percató de que su ausencia en Castilla
había provocado una seria disminución de la confianza de la po-
blación civil en las guerrillas. Mina encargó a uno de sus oficia-
les, Ramón Ulzurrún, la tarea de localizar y realistar a las tropas
desmovilizadas y descorazonadas para hacer ver a la población ci-
vil que el movimiento guerrillero no había sido destruido por
completo. A finales de octubre, Ulzurrún consiguió proporcio-
nar a Mina una pequeña banda de hombres reconstituida a par-
tir de voluntarios dispersos. Con aquellos hombres Mina regresó
a su táctica original de golpear y huir?
A finales de octubre, un destacamento francés penetró en
Monreal para arrestar a voluntarios desmovilizados y a sus fami-
lias. Mina recibió noticias sobre esta acción francesa a tiempo de
avisar a Monreal, y el resultado fue que los guerrilleros desmovi-
lizados de la ciudad se vieron obligados, ante la anticipación de
la campaña francesa, a realistarse en la División. En este sentido,
el terrorismo de Reille tuvo el efecto contrario al pretendido y
acabó impulsando el alistamiento de las nuevas tropas insurgen-
tes que Mina urilizó para defender Monreal. El destacamento
francés fue rechazado con facilidad. Otra fuerza francesa con una
misión similar en Aibar había conseguido realizar algunos arres-
!* «Relación del tercer regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car, 51.
% «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20; Andrés
Martín, Historia de los sucesos militares, vol. 1, p. 105, sostiene que el 17 de noviem-
bre eran 60 los hombres bajo las órdenes de Mina.
216
mm _ EL REINO DELLA GUERRILLA 2.
ros. Mina atacó este destacamento a su regreso a Pamplona y libe-
ró a todos los prisioneros, incorporándolos de nuevo en su Divi-
sión, Estas acciones dieron nuevos ánimos a la resistencia y pro-
vocaron que muchos renunciaran a colaborar con los franceses *!.
El 17 de noviembre, Mina atacó a un grupo de 33 gendarmes
que escoltaba un cargamento de municiones a través del paso del
Carrascal. La captura de este convoy de municiones fue, en mu-
chos sentidos, el logro más importante de este período, ya que
los guerrilleros casi no contaban con municiones. De hecho, la
magnitud de la derrota de Belorado tuvo que ver, en cierta medi-
da, con la falta de balas y pólvora. A medida que los restos desar-
mados y desincentivados de la División se infiltraban en Navarra
y se volvían a unir a ella, se iba haciendo necesario encontrar
nuevas armas y municiones para equiparlos. La emboscada del
Carrascal tuvo lugar en el momento preciso y permitió a Mina
volver a equipar a sus hombres ”.
Mina pasó el final de noviembre y diciembre reconstruyendo
su destrozada fuerza. Las tropas enemigas que habían hostigado
a la División desde agosto partieron finalmente hacia Portugal,
demasiado tarde, empero, para tener algún impacto sobre los
acontecimientos que allí estaban sucediendo. Las propias fuer-
zas de Reille estaban tan fatigadas como las guerrillas y eran in-
capaces de continuar su ofensiva. Por consiguiente, entre sep-
tiembre y octubre, Mina consiguió establecer un cuartel general
en Lumbier y atraer a cientos de nuevos reclutas y voluntarios
dispersos. Este patrón se repitiría en otras veces durante los
próximos dos años: intensos períodos de persecución francesa a
los que seguían otros de inactividad en los que la insurgencia
podía reponerse.
Mina utilizó la tregua para eliminar a sus rivales y para casti-
gar a sus soldados más rebeldes. Ejecutó a Juan Hernández, su
antiguo comandante de caballería en el corso terrestre, el cual
(según Mina) había continuado enemistándose con la población
3 «Relación del tercer regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car. 51.
2 Ibid.
217
__ LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
civil con «su feroz brutalidad» %. También se desembarazó de
«Belza», uno de los primeros guerrilleros que operó en el extre-
mo noroeste ”. A pesar del cruel e injusto asesinato de Belza, el
suceso permitió a Mina comenzar a reclutar con intensidad en
Baztán, Cinco Villas y las tierras fronterizas de Guipúzcoa. En
un mes creó un cuarto batallón con 800 hombres de la región.
Mina se ganó además la confianza de sus seguidores más dís-
colos por medios menos violentos que los utilizados contra Belza
y Hernández. En aquel tiempo era usual que los hombres que
querían independencia y autoridad llevaran el pelo largo. Una
cabeza rasurada era signo de subordinación. Los reclutas llevaban
el pelo corto; los oficiales lo llevaban largo. Naturalmente, para
los hombres de la Idea sólo era posible llevar el pelo largo, tren-
zado o recogido tras las orejas y a veces complementado con
grandes patillas. Por confesión propia, Mina era tan devoto
como cualquiera del corso a esta moda, que debía hacer de los
sucios voluntarios un grupo pintoresco y piojoso. A principios
de diciembre de 1810, cuando la moral de las guerrillas estaba en
su punto más bajo, Mina utilizó buenas dosis de autoridad para
cambiar la apariencia de sus hombres, reimponiendo sumisión e
inculcando confianza. Contra las protestas de sus subalternos,
preocupados de no poder controlar a sus tropas, Mina ordenó
que a todos los que estuvieran bajo sus Órdenes se les cortara el
pelo. Una vez que sus rebeldes soldados fueron rasurados y se
aseguró su sumisión, Mina permitió que se le afeitara el cabello
en pública ceremonia. Más tarde se repartieron nuevas ropas en-
tre sus hombres y se embarcaron en una de las campañas más
exitosas de la guerra ”. El resultado de los esfuerzos de Mina fue
que, a finales de diciembre, la División contaba otra vez con
3.000 hombres, por lo que en enero Mina creaba dos batallones
% Espoz y Mina, Memorias, p. 41.
2% Iribarren, Espoz y Mina, el guerrillero, pp. 197-98. Resulta significativo que la eje-
cución de Belza no figure en las memorias de Mina, donde por lo general intentó
justificar sus actuaciones más desagradables. Puede ser que esperase que el mundo no
se enterara del asunto Belza.
%% Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, p. 41,
218
EL REINO DE LA GUERRILLA
más. A pesar de todos los sufrimientos de la guerra, los navarros
se habían reunido una vez más en la resistencia.
A finales de diciembre, Mina volvió a llamar la atención del
general Reille. Éste envió una columna de 700 soldados desde el
oeste y una segunda de 1.700 hombres desde el sudeste, muchos
de los cuales procedían de las guarniciones que Suchet tenía a lo
largo del Ebro, con objeto de atrapar a Mina en Lumbier. Sin
embargo, esta fuerza, que en noviembre podían haber arrollado a
los hombres de Mina, era ya demasiado pequeña en diciembre
para realizar esta misión. Mina emboscó a la primera columna en
Idocín el día de Navidad, matando a 48 hombres y capturando a
70, 20 de los cuales fueron fusilados por ser españoles renegados.
Un día después de Navidad, Mina tendió una nueva emboscada
a la segunda columna en un barranco cercano a Lumbier. Los
guerrilleros, ayudados por docenas de campesinos locales, de-
jaron caer una lluvia de piedras y disparos sobre el enemigo y los
persiguieron durante su retirada a Caparroso, en el extremo sep-
tentrional de la llanura del Ebro. En el informe oficial del 1 de
enero de 1811, los franceses dieron cuenta de la pérdida de
112 hombres, entre muertos y prisioneros, en aquellas dos bata-
llas, a los que se sumaron otros 46 moribundos hospitalizados en
Pamplona durante las siguientes dos semanas. Con estos dos en-
cuentros, los guerrilleros anunciaban al mundo su total recupe-
ración ”.
Durante casi dos semanas, Reille dejó una vez más que las
guerrillas descansaran en Lumbier. Mina utilizó este tiempo para
establecer hospitales en los valles del Roncal, Salazar y Áezcoa, en
los Pirineos. Envió el cuarto batallón a Echarri-Aranaz y al valle
de Araquil para entrenar y reclutar más hombres. Ya se ha señala-
do que el cuarto batallón dependía sobremanera de las poblacio-
1% La correspondencia francesa data del 1 de enero de 1811, AAT, C8, 387; otra
fuente francesa reclama 162 bajas, mientras que las españolas hablan de 225 hombres
muertos y 200 más capturados. Emmanuel Martin, La gendarmerie frangaise, p. 225;
Andrés Martín, Historia de los sucesos militares, pp. 106, 109; véase rambién «Resu-
men del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20; Espoz y Mina, Me-
morias, vol. 1, p. 42.
219
nes del noroeste. Los comandantes del batallón, Ramón Ulzu-
rrún y Francisco de Asura, procedían de las villas de Asiáin y
Amezqueta, respectivamente. Asiáin estaba situada a pocos kiló-
metros al norte de Echauri, y Amezqueta era la última villa gui-
puzcoana entre la frontera navarra y las montañas de Aralar. Fue
en estas áreas donde el batallón buscó el personal necesario con
el que llenar sus filas.
Los otros batallones habían sido reclutados de forma similar.
El primer batallón, dirigido por Mina, se nutrió sobre todo en
Monreal y en las aldeas situadas al oeste de Sangíiesa, origen de
Mina. El segundo batallón estuvo comandado por Cruchaga y
más tarde por Antonio Barrena, el primero de Roncal y el segun-
do de Salazar, y sus hombres procedían de aquellas poblaciones.
Finalmente, el tercer batallón estaba a las órdenes de los herma-
nos Górriz, de la aldea de Subiza, localizada al sur de la capital y
no lejos del Carrascal. Este batallón incluía a muchos hombres
procedentes de la llanura de Pamplona y de Estella. Mina creó, o
mejor absorbió, un quinto batallón en el mes de enero de 1811.
Este batallón estaba formado principalmente por alaveses que ya
estaban integrados en la partida guerrillera dirigida por el patrio-
ta alavés Sebastián Fernández. Así pues, todos estos batallones
fueron formados con hombres procedentes de la Montaña.
Cuando se unían, lo que nunca ocurrió durante este período, el
número total de hombres de la División bien podía aproximarse
a la marca de los 5.000”.
No obstante, a mediados de enero, comenzó de nuevo la
persecución. Los franceses recientemente habían limpiado de
guerrilleros el Alto Aragón, y Suchet, que acababa de presen-
ciar cómo algunas de sus tropas eran masacradas en Lumbier,
decidió intervenir de nuevo en Navarra. Mandó al general Ha-
rispe a dar caza a Mina. El 12 de enero, 5.000 franceses se
aproximaron a Lumbier para encontrarse con que el puente de
la ciudad había sido cortado y que se defendía la orilla opues-
ta del río Irati. Mina conservaba una posición ventajosa, y sus
* Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, p. 43; AGN, Guerra, legajo 21, car. 6.
220
EL REINO DE LA GUERRILLA
hombres defendieron la ciudad hasta que se les hubo acabado
la munición y se vieron obligados a huir hacia los Pirineos.
Los navarros tan sólo sufrieron cuatro bajas, según Andrés
Martín. Los franceses sufrieron 18 muertes, 31 capturas y cin-
co deserciones ?. Tras perseguir a Mina a través de un corto
trecho montañoso, los franceses regresaron a Lumbier, saquea-
ron la ciudad y mataron a 16 civiles que se habían quedado
atrás ”,
Desde el 24 de diciembre y durante todo enero, la División
mató o capturó en total a 341 combatientes franceses e hirió a
cientos, especialmente en las batallas del 24 y del 26 de di-
ciembre. Los totales franceses no difieren significativamente, y
muestran 338 muertos, capturados o desertores, sin estimar el
número de heridos. En cambio, los franceses sólo fueron real-
mente efectivos con los desafortunados civiles de Lumbier. Esta
mancha en el honor militar francés exigía venganza, por lo
que, una vez más, decidieron situar en Navarra una fuerza
arrolladora que comenzó a llegar a mediados de enero. Los ge-
nerales Cafarelli y Chlopiski se unieron a Harispe y Reille en la
persecución de Mina, Juntos contaban con casi 13.000 solda-
dos, reforzados por otros 9.000 procedentes de Aragón y del
valle del Ebro, lo que una vez más obligó a Mina a dispersar
su División para ponerla a salvo *, Mina llevó el grueso de sus
tropas a través de Navarra hacia las montañas de Andía a prin-
cipios de febrero. Allí se dividieron todavía más. El primer y el
segundo batallón se retiraron a la relativa seguridad de los Piri-
neos y se acantonaron en los valles del Roncal, Salazar y Aéz-
coa, al este, y en Baztán, al oeste. El tercero y el cuarto ocupa-
ron las montañas de Estella y Santa Cruz de Campezo, en la
frontera con Álava. Una vez más, estas disposiciones ilustran
3% Informe de Reille del 15 de enero de 1811, AAT, C8, 387.
19 Andrés Martín, Historia de los sucesos militares, vol. 1, p. 111; «Relación del tercer
regimiento». AGN, Guerra, legajo 17, car. 51. Espoz y Mina, Memorias, vol. 1,
p- 46. Un individuo, hallado escondido en un horno de pan, fue obligado a quedarse
en su interior mientras prendían el horno, quemándolo vivo.
W Alexander, Rod of Iron, p. 51.
221
cómo la División sobrevivía en los períodos difíciles mezclándo-
se con las poblaciones campesinas de la Montaña *,
La División permaneció en esta situación de dispersión hasta
finales de mayo, cuando, tras meses de inútil persecución sobre
Mina, Harispe y sus hombres dejaron Navarra ?. A pesar de todo,
Reille todavía contaba con 4.700 hombres bajo su mando junto
con los 2.400 que estaban a las órdenes del general Cafarelli. En
aquel momento, el número total de hombres de la División de
Mina casi llegaba a los 5.000, y cada uno de los cinco batallones
contaba con aproximadamente 1.000 soldados y la caballería con
alrededor de 150, Sin embargo, el quinto batallón «alavés» rara
vez operaba junto a los cuatro primeros batallones navarros. Por
tanto, los franceses gozaban de una significativa ventaja numérica
sobre las guerrillas, si bien se encontraban lejos de alcanzar la su-
perioridad de diez a uno, considerada necesaria para llevar a cabo
una contrainsurgencia realmente efectiva. Además, la aparente
ventaja francesa fue neutralizada por las necesidades de acuartela-
miento en el campo. De las tropas de Reille, 2.700 cumplían
obligaciones de guarnición permanentes, quedándole libre una
fuerza móvil de 2.000 hombres. Por tanto, incluso cuando consi-
guió unirse a los 2.400 hombres de Cafarelli, Reille sólo logró
igualar en número a los guerrilleros *. La dispersión de los recur-
' Las fuentes francesas confirman estas disposiciones. El 1 de marzo los espías de
Reille situaban a las guerrillas en cuatro bases: Goñi, Lecumberri y Baztán, todas en
el noroeste, y en Aoiz, en los Pirineos orientales. Carta del 1 de marzo de 1811,
AAT, C8, 268.
* Hubo pocas acciones en estos tres meses. En el espacio de una semana, a finales de
marzo, los guerrilleros se unieron para dar muerte o capturar a 46 hombres de la
guarnición de Estella, rechazaron una columna de 3.300 estacionada en Los Arcos, y
sorprendieron y capturaron una partida de requisición de 90 hombres en Aragón,
dispersándose antes de que los franceses pudieran responder. En abril, Mina reunió
de nuevo a una parte de su fuerza, capturó 98 fusiles y un convoy de municiones en
Azagra, y sorprendió a los 150 hombres de la guarnición de Ejea de los Caballeros en
Aragón, la cual tomó tras matar a 7] soldados franceses y capturar al resto. «Resu-
men del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20; «Relación del tercer
regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car. 51; cartas del 21 y 28 de marzo de 1811,
AAT, C8, 268; cartas del 4, 5 y 18 de abril de 1811, AAT, C8, 268.
Y Alexander, Roel of Iron, p. 97.
222
_ EL REINO DE LA GUERRILLA
sos enemigos en funciones de ocupación es, desde luego, uno de
los resultados deseados de la guerra de guerrillas. En toda la Pe-
nínsula fue este resultado el que permitió que los ejércitos regu-
lares españoles y británicos supervivieran frente a los franceses,
Dentro de Navarra dio a Mina la capacidad de reunir a sus tropas
para realizar campañas sabiendo que Reille, sin Harispe o sin otra
ayuda exterior, no podía vencer a la División.
Mina respondió a la retirada de Harispe reuniendo en Estella
a sus cuatro batallones navarros a finales de mayo. En Álava se
enteró por Fernández de que una columna formada por 100 carros
de heridos y enfermos franceses, 1,070 prisioneros españoles y
58 ingleses, y un enorme botín, que incluía los efectos personales
del mariscal Masséna y la posibilidad de que estuviera el mismo
mariscal tuerto, iba a dejar Vitoria el 25 de mayo. Mina decidió
combatir. En dos días marchó con sus hombres más de 84 kiló-
metros hacia el paso de Arlabán, en la frontera entre Álava y
Guipúzcoa, por donde la columna francesa debía pasar. En Arla-
bán, Mina empleó su táctica habitual, disparando una sola vez y
atacando con la bayoneta calada. Los resultados fueron los habi-
tuales. De los 1.650 hombres que formaban la escolta, 240 mu-
rieron y 160 fueron hechos prisioneros. El resto huyó a Vitoria,
donde avisaron a Massena, que se había quedado rezagado en la
ciudad. El dinero, las armas y los otros bienes capturados pro-
porcionaron la mayor recompensa jamás disfrutada por las gue-
rrillas. Arlabán fue el Bailén de Mina. Representaba la victoria
más grande conseguida hasta el momento por un ejército guerri-
llero. Lo más importante fue el rescate de los 150 prisioneros
aliados, ya que esto extendió la fama de Mina y la División de
Navarra por toda España *,
%%* Informe de 1 de junio de 1811, AAT, C8, 378. El informe dado por Cafarelli so-
bre esta acción está incompleto, dado que el general sólo comunicó las bajas (130)
del Trigésimo Segundo Regimiento de Fusileros. Cafarelli aportó un breve relato de
la batalla. El acontecimiento más interesante a destacar de este informe es que los pri-
sioneros ingleses, en vez de aprovecharse del ataque para escapar, sin vergúenza algu-
na, recuperaron las armas francesas y dispararon sobre los guerrilleros. Para estimar
las bajas me he basado en Andrés Martín, Historia de los sucesos militares, pp. 128-132,
223
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
La sorpresa de Arlabán obligo a que Cádiz por fin cambiase
su opinión sobre Mina. El gobierno había negado repetidas veces
el reconocimiento de la División. Mina había enviado represen-
tantes a Cádiz, pero habían sido rechazados. El gobierno pensaba
que las tropas navarras eran todavía medio bandidos, y Mina se
vio obligado a mantener en secreto el contenido de las cartas de
rechazo que recibía de Cádiz para no desmoralizar a sus hom-
bres *. Es cierto que algunos miembros del gobierno estaban dis-
conformes con el funcionamiento del ejército regular español y
que habían comenzado a acoger con simpatía el caso de Mina.
En el primer número del órgano oficial de la Junta de la Mancha
se defendió a Mina, en aquel momento a escondidas, en los si-
guientes términos: «Este héroe navarro sabe el arte de vencer y
no ser vencido», escribieron los editores de periódico de la junta,
aludiendo al fracaso de los ejércitos españoles para proteger La
Mancha. «Nada importa a la patria que ignore la táctica de las
academias» *, Despúes de Arlabán, la Regencia se puso del lado
de aquellos que sostenían que la guerra de guerrillas era el cami-
no para la liberación, reconociendo finalmente a los hombres de
la División como tropas regulares el 5 de junio de 1811 7. Tras
Arlabán, Mina evacuó rápidamente sus tropas a fin de evitar que
fueran perseguidas por una columna enviada desde Vitoria. El
quinto batallón permaneció al este de Álava. Los batallones ter-
cero y cuarto fueron enviados al norte, donde empujaron a la
fuerza estacionada en Irún a través del Bidasoa hacia Hendaya,
cerrando rápidamente la frontera francesa e incautándose de un
valioso cargamento de ropa de algodón e indigo antes de retirar-
se hacia el sur por los Pirineos. El resto de la División atravesó
Navarra hacia Carrascal *,
cuyas cifras son mucho más bajas que las que aportan otras fuentes. Mina y los dia-
rios del batallón sitúan las bajas francesas en 800 muertos y 600 capturados. Sólo se
conocen las bajas navarras para el segundo y el tercer batallón, cuyas pérdidas fueron
de 13 muertos y 49 heridos.
% Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, pp. 52-53,
Y Gazeta de la Mancha, 13 de abril de 1811.
7 Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, p. 57.
% «Relación del tercer regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car, 51,
224
EL REINO DE LA GUERRILLA
Los franceses lo intentaron todo para controlar a las guerri-
llas. Levantaron un sistema de fortificaciones y torreones en
Álava y Navarra para comunicar las ciudades del interior con la
costa. Se erigieron diez torres entre Vitoria e Irún, y se edificaron
otras en el camino Irún-Pamplona-Tudela. Las torres se comuni-
caban entre ellas a través de un sistema de luces «para notificar lo
que estaba ocurriendo en las montañas» a las fuerzas de Vitoria,
Irún y Pamplona antes de que éstas se aventurasen en territorio
guerrillero. En teoría, los fuertes alertarían a las columnas de la
presencia de guerrillas y servirían de refugio a los convoyes y des-
tacamentos rezagados. Los fuertes nunca fueron efectivos en el
cumplimiento de la primera tarea. Como islotes de desolación en
un campo dominado por insurgentes, no recibían información y
no eran de gran ayuda para las guarniciones de las ciudades. Sin
embargo, fueron paraísos de seguridad para las tropas francesas
aisladas en las montañas. En 1812 un fuerte construido en el fa-
tídico paso de Arlabán salvó a cientos de soldados franceses, si
bien no evitó que se repitiera otro ataque por sorpresa *.
Tras la humillación de Álava, los franceses decidieron actuar
de nuevo de común acuerdo. El general Bessiéres, comandante
del distrito militar de Vizcaya, prestó miles de hombres para que
actuaran en Navarra. En resumen, casi 20,000 hombres, a las ór-
denes de veteranos generales como Cafarelli, Harispe, Pannetier,
Arnaud, Severolli, Abbé y Bertholet, entraron en Navarra *. El
13 de junio, el primero de los cuatro batallones de la División
fue interceptado y rodeado en las llanuras al norte de Tafalla por
dos columnas de una fuerza combinada de 7.000 soldados de in-
fantería y 800 de caballería. Mina perdió 200 soldados entre
muertos y heridos, y sus hombres tuvieron que tomar diversos
caminos en dirección a sus hogares y tierras *'. Otros encontra-
ron refugio donde pudieron. El segundo batallón se dividió entre
% Napoleón a Berthier, 10 de junio de 1811 y 31 de julio de 1811, Napoleón Bona-
parte, The Confidential Correspondence, pp. 185-187.
1 Espoz y Mina, Memorias, pp. 59, 67.
1 Andrés Martín, Historia de los sucesos militares, vol. 2, p. 9.
225
__ LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
Roncesvalles, Salazar, Ronzal y el Alto Aragón. El cuarto perma-
neció en el noroeste, cerca de Guipúzcoa, de donde era origina-
ria la mayoría de sus hombres. El primero y el segundo batallón
enviaron algunas tropas hacia el oeste, a la región de Echauri, y
otras hacia el este, hacia Lumbier, La división no fue capaz de
volver a reunirse otra vez hasta finales de julio *.
Al no tener que enfrentarse al desafío de las guerrillas, la poli-
cía francesa podía ahora, en el yerano de 1811, desahogar toda
su rabia por la derrota de Arlabán. Mendiry envió a cientos de
civiles a las prisiones de Pamplona y ejecutó a docenas de «es-
pías» y parientes de guerrilleros. Reille describió estas medidas en
una carta de 11 de julio «Hice [...] fusilar hace tres días a 40 de
esos salteadores que están en la Ciudadela.» Además, mantuvo a
otros 170 individuos como rehenes por si acaso era necesario dar
más lecciones *, Andrés Martín describió la atmósfera de terror
que reinaba en Pamplona en uno de los pasajes más conmovedo-
res escritos por un superviviente de la guerra. «Si salen por las ca-
lles», escribió Martín,
... oyen los ayes lastimeros de sus amigos conducidos a las cárceles y
al suplicio; si huyen de la ciudad, ven una horca elevada en que pen-
den los inocentes españoles; si bajan a tierra los ojos compasivos,
ven el suelo empapado en la sangre de sus hermanos y parientes; si
claman contra el tirano, ven al furioso Mendiri que les amenaza con
la muerte; no se oyen otras voces que la prisión, el destierro y el de-
gúiello de los hombres más honrados; y en tan terrible situación, no
hay lugar ni licencia para el desahogo. Una simple queja, una ojeada
de compasión, eran delitos suficientes para la prisión, para el destie-
rro, para el suplicio. Las gentes de humor pierden su alegría, dejan
las concurrencias, se privan de la amistad y se entregan al silencio y
al dolor*,
1% «Relación del tercer regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car. 51; «Resumen del
segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20; Espoz y Mina, Memorias,
vol. 1, p. 62.
1 Reille a Neuchatel, 11 de julio de 1811, AAT, C8, 268,
* Andrés Martín, Historia de los sucesos militares, vol. 2, pp. 91-92.
226
Uno de los resultados inesperados de la concentración de Reille
en la represión de civiles fue que dio a Mina otro respiro necesa-
rio. Y Mina empleó este tiempo en extender su presencia con
mayor intensidad por Navarra e incluso por Guipúzcoa y Vizca-
ya. Desde el 5 de junio, la División de Mina quedó nominal-
mente integrada en el séptimo ejército, a las órdenes de general
Mendizábal. Como única fuerza armada efectiva en la región, se
encomendó a Mina que dominase Álava (que ya estaba parcial-
mente controlada por el quinto batallón) y se le autorizó a apo-
yar al incipiente ejército guerrillero de Antonio Jaureguí, «el pas-
tor», en Guipúzcoa. Se le ordenó además coordinar sus esfuerzos
con los del guerrillero vizcaíno Longa, y por todas estas razones
estuvo ausente en Vizcaya desde el 4 de julio al 21 o 22 de julio *,
A su regreso, Mina reunió a todas sus tropas para llevar a cabo
un ataque conjunto sobre una columna francesa que marchaba
por Piedramillera, en las estribaciones occidentales de Estella. El
23 y 24 de julio, los 4,000 hombres de Mina hicieron retroceder
a los 2.000 hombres de Pannetier hacia Estella, tras dar muerte a
150 y capturar a 16. Los españoles perdieron menos, si bien, se-
gún Mina, fueron muchos los heridos, incluyendo a Gregorio
Cruchaga, que sufrió su tercera herida seria desde el inicio de la
guerra“, Ahora, sin embargo, la coordinación y la resolución de
los franceses tras las secuelas de Arlabán cogieron a los guerrille-
ros por sorpresa. Mina se había enterado de que una columna de
2.000 franceses estaba estacionada en la frontera alavesa, en San-
ta Cruz del Campezo, y salió en su persecución. No obstante,
esta fuerza no era sino un cebo, y mientras Mina marchaba con
sus hombres por el interior de Álava se dio cuenta de que Panne-
15 Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, p. 63; Iribarren, Espoz y Mina, el guerrillero,
pp. 289-92.
16 Sólo conocemos las bajas españolas del segundo batallón, con 16 muertos y 70 he-
ridos. Sin embargo, el segundo batallón llegó tarde y sólo entró en acción al final. Las
bajas de la División, por tanto, fueron probablemente casi tan altas como las que su-
frieron los franceses. «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21,
car. 20. Reille sólo admirió 70 bajas francesas. Carta del 26 de julio de 1811, AAT,
C8, 268.
Ze 7
h LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
tier no se había quedado en Estella, sino que tras recibir refuer-
zos, había comenzado a aproximarse a la División por la reta-
guardia. Siguiendo sus métodos habituales, Mina intentó escapar
al peligro volviendo sobre sus pasos con objeto de cruzar por la
noche las llanuras del centro de Navarra y llegar a las montañas
de Sangúiesa.
No obstante, en esta ocasión la naturaleza frustró los planes
de Mina. Durante la marcha nocturna, el tiempo empeoró tanto
que sus hombres sólo podían ver con la luz de los relámpagos. El
barro descalzaba las botas de sus pies y el chaparrón dejaba inser-
vibles sus armas. La División, que había marcado registros prodi-
giosos de dureza marchando en una ocasión casi 128 kilómetros
en veinticuatro horas, sólo pudo hacer unos pocos kilómetros en
toda la noche, poniéndose a tiro de la columna de Reille, forma-
da por 5.000 soldados de infantería y 500 de caballería en Los
Arcos. Por razones quizás relacionadas con las heridas de Cru-
chaga, Mina, Cruchaga y una pequeña escolta abandonaron la
División en aquel angustioso momento y huyeron hacia el norte.
Dejaron al tercero en el mando, Barrena, para que cruzara las lla-
nuras de Navarra con sus hombres descalzos y desarmados al al-
cance de un enemigo muy superior, bien cubierto con artillería y
caballería. En las colinas cercanas a la ciudad de Lerín, los guerri-
lleros fueron rodeados y aniquilados. Los franceses mataron a
400 hombres y capturaron a 200, si bien sus pérdidas fueron
escasas dada la indefensión de los navarros. Muchos de los que es-
caparon se deshicieron de sus armas inutilizadas y retornaron a la
vida civil 7.
Tras Lerín, Reille intentó dividir las guerrillas renovando las
ofertas de amnistía, poniendo precio a las cabezas de Mina, Cru-
chaga y otros comandantes, e incluso intentando sobornar a
Mina. Este último esfuerzo dio lugar a un peculiar episodio en el
que Mina, por un momento, pareció a punto de aceptar la oferta
1 Andrés Martín, Historia de los sucesos militares, vol. 2, p. 18. Reille situó las pérdi-
das navarras en 300 muertos y 204 capturados. Informe del 1 de agosto de 1811,
AAT, C8, 268.
228
EL REINO DE LA GUERRILLA
francesa de empleo a cambio de desmovilizar la División, Tras
un intercambio de cartas con el gobierno, Mina acordó encon-
trarse con un grupo formado por dos mercaderes navarros y un
agente francés en una aldea escogida por Mina por su seguridad.
Sin embargo, una vez que las dos partes se hubieron juntado,
Mina tomó a la parte contraria como rehén. Quizás sospechara
de que se trataba de una trampa. No obstante, es más probable
que Mina aceptara la farsa con objeto de conseguir una tregua
como condición previa para llevar a cabo la negociación. Lo con-
siguió, y la División, o lo que quedaba de ella tras Lerín, obtuvo
un más que necesario descanso tras la persecución. El hecho de
que a los enviados, alguno de los cuales, según se supo más tarde,
realizó operaciones secretas para Mina durante la guerra, se les
permitiera «escapar» enseguida de sus captores, demuestra que
Mina no sospechaba que su lealtad pudiera hacer fracasar el
asunto *,
Hasta mediados de octubre, lo que quedaba de la División
fue enviado, en la última gran dispersión antes del final de la
guerra, a los Pirineos y a las montañas al oeste de Estella, y a
Álava y Guipúzcoa, donde comenzaron a hacer imposible la vida
a Thouvenot, comandante de Álava. La recuperación comenzó
casi de inmediato. A principios de octubre, la división sólo dis-
ponía de 950 hombres *. Sin embargo, los batallones fueron
pronto recompuestos a partir de dos fuentes. Primero, la total
destrucción de la resistencia organizada de Cataluña y la mayor
parte de Aragón durante 1811 dio lugar a un flujo de hombres
procedentes de aquellas regiones que se unieron a Mina en el
otoño ”. Segundo, Mina hizo circular una orden donde se reque-
ría que todos los voluntarios que hubieran regresado a sus hoga-
res se uniesen a la División. Aquellas personas que hubieran
1% Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, pp. 69-71; Olóriz, Navarra en la Guerra de la
Independencia, pp. 129-43. Mina temía por las vidas de los enviados, ya que sus
hombres querían tratarlos como traidores. Formó una guardia especial a la que se en-
comendó que dispusiera la fuga.
1% «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20.
9 Jouffroy, «Operations de l'Armée d'Aragon», AAT, MR, 770.
229
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
aceptado la amnistía gala serían fusiladas junto a sus padres u
otros tres parientes”.
Pronto Mina pudo volver a tomar la ofensiva. En una barrida
por todo el Alto Aragón, Mina suprimió y tomó la guarnición de
Ejea y luego destruyó una columna enviada en su ayuda desde
Zaragoza. De los 800 hombres de la columna, los guerrilleros
mataron a 198 y capturaron al resto, a excepción de tres soldados
de caballería franceses que escaparon para dar cuenta del desastre ?.
Los prisioneros fueron trasladados al tercer y cuarto batallón,
que los llevaron al puerto vizcaíno de Motrico y los pusieron en
manos de los ingleses, junto a 51 prisioneros más —la totalidad
de la guarnición de Motrico— capturada en el camino. A cam-
bio, las guerrillas consiguieron de los ingleses una valiosa carga
de armas, que incluía su primera pieza de artillería *. A finales de
octubre, Mina situó su cuartel en Santa Cruz de Campezo, en
Álava, para dirigirse de nuevo hacia el este, a Sangilesa, a princi-
pios de noviembre donde pudo permanecer durante casi dos me-
ses sin ser molestado por las fuerzas de Reille, situadas en Pam-
plona. Durante este tiempo, la División no emprendió ninguna
acción en Navarra, aunque continuó haciendo sentir su presen-
cia en el Alto Aragón, enfrentándose en dos ocasiones a los fran-
ceses y provocándoles 270 bajas, mientras que sólo sufrió unas
pocas pérdidas *,
Aún más que el año anterior, cuando la falta de actividad de
Reille a finales del otoño e invierno de 1810-11 permitió que la
División tuviera la oportunidad de recuperarse de Belorado, el
respiro facilitado a las guerrillas a finales del otoño e invierno de
1811-12 se convirtió en la ruina de la ocupación. La campaña
1 Thouvenor descubrió una copia de la orden e informó de su contenido en una
carta del 6 de octubre de 1811, AAT, C8, 206.
% La información en Espoz y Mina, Memorias, p. 79, y en el «Resumen del segundo
regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20, presenta unas cifras algo más exagera-
das. He utilizado las que proporcionó Jouffroy, un oficial francés destinado en Ara-
gón, en su relato sobre las operaciones, AAT, MR 770.
%> «Relación del tercer regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car. 51.
% Andrés Martín, Historia de los sucesos militares, vol, 2, p. 27; «Resumen del segun-
do regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20.
230
: EL REINO DE LA GUERRILLA
del mariscal Suchet en el suroeste contribuyó a dar este respiro a
Mina. Reille había prestado a Suchet muchas de las tropas esta-
cionados en Aragón y Navarra para el sitio de Valencia. Por con-
siguiente, la región quedó poco guarnecida. En diciembre de
1811, sólo había 6.396 soldados para ocupar Navarra, más de la
mitad destinados en guarniciones y casi 800 en el hospital *.
Aragón era todavía más vulnerable: la guarnición de Zaragoza
había quedado reducida a sólo 1.600 hombres. Una vez más, la
simbiosis entre los ejércitos regulares y las guerrillas no pudo ser
más clara. Mina sabía que se enfrentaba a una resistencia testi-
monial, especialmente en el Alto Aragón, de ahí que en este perÍ-
odo se concentrase en esta región. Finalmente, Suchet obligó a
Valencia a rendirse, con lo que pudo volver a dirigir sus tropas a
Aragón y Navarra, pero por entonces Mina ya se había converti-
do en señor de la región.
Durante aquel invierno, Mina cortó las comunicaciones entre
Francia y Aragón. Incluso obligó a Napoleón a movilizar a la
guardia nacional a fin de evitar incursiones en Francia. Éste era
un asunto especialmente sensible, dado que se había descubierto
que ciertos asentamientos fronterizos de Francia estaban ayudan-
do a Mina, suministrándole comida y proporcionándole guías
que le ayudaban a pasar al lado francés de los Pirineos*%. En di-
ciembre se encomendó al general Louis Nicolas Abbé la misión
de reducir el número de tropas francesas en Navarra. Como en
ocasiones anteriores, el cambio de mando demostró ser ventajoso
para Mina, dado que durante cierto tiempo Abbé se vio obligado
a ocuparse de asuntos administrativos más que a buscar el com-
bate. El resultado fue que las guerrillas experimentaron su reclu-
tamiento de mayor éxito en el invierno de 1811-12. De este
modo, a pesar de haber perdido casi 1.000 hombres durante la
campaña de 1811, la División de Navarra podía, en enero
%% Informe del 15 de diciembre de 1811, AAT, C8, 387.
56 Alexander, Rod of Iron, pp. 126-27. Por ejemplo, en marzo de 1811, Mina había
conseguido escapar del cerco de Baztán buscando refugio ¡en el interior de Francia!
Allí, en la región de Alduides, se encontró con una amigable acogida. Carta de Reille
del 8 de marzo de 1811, AAT, C8, 387.
231
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
de 1812, contar con más hombres que antes de Lerín. En el otro
lado, los franceses, aunque mantuvieron la ofensiva durante
1811, habían perdido muy por encima de los 2.500 hombres ”.
Incluso durante el año más difícil de su existencia, por tanto, la
insurgencia pudo continuar siendo efectiva contra los franceses.
Y cuando comenzó el año de 1812, había menos fuerzas de ocu-
pación que guerrillas, lo que despejaba el camino a la ofensiva
navarra.
3. La extensión de la guerra
En diciembre de 1811, Mina no sólo había logrado reconstruir
la División tras el desconcierto de Lerín, sino que incluso había
comenzado a extender la guerra por el Alto Aragón. El mariscal
Suchet acababa de eliminar del Alto Aragón a su principal fuerza
guerrillera, tras la captura y ejecución del partisano Larrodé, co-
nocido como «el Pesoduro». La tortura y muerte de Larrodé pu-
sieron de relieve el tratamiento patológico que los franceses, y es-
pecialmente Suchet, aplicaban a los guerrilleros. Los galos
cortaron las manos a Larrodé mientras todavía estaba con vida y
las clavaron a la vista del público antes de arrastrarlo al patíbulo.
El ahorcamiento de los franceses resultó sin embargo, desastroso,
ya que la cuerda se rompió varias veces hasta que, al cuarto in-
tento, Larrodé murió *.
El sucesor de Larrodé, José Tris, apodado «el Malcarado», era
ya en diciembre de 1811 una persona profundamente odiada por
sus extorsiones ”. Asimismo se detestaban sus conexiones con los
7 El recuento de los muy incompletos registros conservados por Reille, Soulier, Ca-
farelli y Jouffroy de sus batallas con Mina da como resultado una cifra de 2.565 ba-
jas, dejando fuera datos de muchos enfrentamientos.
% «Manifiesto de las acciones del Mariscal de Campo Don Francisco Espoz y Mina»,
AGN, Guerra, legajo 17, car. 53. Era costumbre entre los españoles enseñar las ma-
nos cortadas de los ladrones convictos, pero al menos los ejecutaban primero.
% Tbíd.; Espoz y Mina, Memorias, p. 111; y Andrés Martín, Historia de los sucesos mi-
litares, vol. 2, p. 52.
232
EL REINO DE LA GUERRILLA
franceses, que sólo salieron a la luz en abril de 1812, cuando es-
tuvo a punto de poner a Mina en manos enemigas 60 Mina, sin
embargo, no conocía todavía el alcance de la corrupción de Tris
y cuando se trasladó a Aragón con tres batallones y la caballería a
finales de diciembre de 1812 intentó actuar de acuerdo con él.
Al igual que en el otoño anterior, el objetivo de Mina fueron las
guarniciones que habían quedado mermadas por Suchet y sus
campañas en Valencia y Almería. La guarnición de Zuera huyó
tras recibir noticias sobre la presencia de Mina en la región, y el
7 de enero de 1812, tras cinco días de asedio, los 200 hombres
de la guarnición de Huesca se rindieron “. Con estos éxitos, el
espíritu de resistencia navarra se afianzó en el Alto Aragón, y se
sentaron las bases para la formación de un batallón aragonés, el
sexto de la División, configurado aquella primavera.
Durante su estancia en Aragón, Mina había dejado atrás úni-
camente al cuarto batallón para que protegiese Sangiiesa y la ruta
de regreso a Navarra. El general Abbé intentó sacar partido de
esta situación mandando una fuerza de casi 2.000 hombres, que
incluía una columna procedente de Aragón a las órdenes de Ca-
farelli, con el objetivo de eliminar el cuarto batallón. No obstan-
te, Mina llegó con los tres primeros batallones y la caballería, casi
6.000 hombres en total, justo cuando Abbé se aproximaba. La
presencia de la División unificada cogió a Abbé por sorpresa, y se
vio obligado a adoptar una posición defensiva contra un ejército
tres veces mayor que el suyo.
La batalla de Rocaforte, desarrollada el 11 de enero en un ce-
rro a las afueras de Sangiiesa, demostró ser la acción más impor-
00 Ésta fue la sorpresa de Robres (relatada en un capítulo anterior) cuando Mina
fanfanorreó para conseguir su libertad. Tris debía saber que Mina había regresado a
Aragón en abril expresamente para relevarlo del mando. Lo que tuvo que ver con la
traición. Mina mandó fusilar a Tris y a su asistente, a algunos regidores de las comu-
nidades de los alrededores, a un sacerdote local y a un «espía» de Zaragoza por tomar
parte en la conspiración.
$! Informe de Cafarelli del 15 de enero de 1812, AAT, C8, 378; Andrés Martín,
Historia de los sucesos, vol. 2, p. 29; en el «Resumen del segundo regimiento», AGN,
Guerra, legajo 21, car. 20, se afirma que la guarnición estaba formada por 300 hom-
bres, tal y como sostiene Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, p. 87.
233
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
tante desde el ataque por sorpresa de Arlabán. No sólo fue una
destacada victoria de las guerrillas, sino también la primera ac-
ción que era presenciada por un alto oficial del ejército español,
ya que el general Gabriel Mendizábal, comandante del Séptimo
Ejército e inmediato superior de Mina, había llegado para en-
contrarse con él justo antes de la batalla. Mendizábal había veni-
do, en parte, para comunicar a Mina su ascenso a brigadier gene-
ral, lo que tuvo lugar en el momento preciso para presenciar
cómo la División destruía la columna de Abbe.
Por una vez, los franceses contaban con menos caballos, dado
que Mina tenía a su disposición la caballería de Mendizábal,
concertada con la suya propia. Los guerrilleros disfrutaban tam-
bién de un margen de experiencia decisivo, puesto que la mayo-
ría de los franceses eran nuevos reclutas. Sin embargo, Abbé ha-
bía ocupado un cerro dominante y poseía piezas de artillería que
inicialmente provocaron la confusión entre los guerrilleros. Tras
casi cinco horas de fuego sin resultados definitivos, Mina, que no
tenía munición suficiente para una batalla prolongada, ordenó
un ataque con la bayoneta calada. Esta táctica, dada la posición
de fuerza de los franceses, sorprendió tanto a Mendizábal que
pensó que los navarros se estaban pasando al enemigo. Sin em-
bargo, las tropas de Mina pusieron pronto de manifiesto su ex-
periencia en la lucha cuerpo a cuerpo y tomaron la posición
francesa, capturando su artillería. Los guerrilleros infligieron 600
bajas, mientras que ellos sólo perdieron la mitad de ese número.
Abbé escapó a Pamplona con el resto de su ejército y fue incapaz
de salir de la ciudad durante algunas semanas %. La batalla de
Rocaforte inició una nueva fase de la guerra de guerrillas. Por sí
0% La batalla está narrada en el «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra,
legajo 21, car. 20; «Relación del tercer regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car. 51;
Andrés Martín, Historia ee los sucesos militares, vol. 2, p. 34; y Espoz y Mina, Memo-
rías, vol. 1, pp. 88-89. El general Abbé dio pocos detalles de esta baralla, si bien re-
giscró 264 bajas y 110 heridos que fueron evacuados a Francia en el mes de encro.
Estas cifras no incluyen las bajas de Cafarelli, y éste no aportó ningún dato en sus in-
formes. Si sus pérdidas fueron similares a las de Abbé, puede que las bajas fueran
600. AAT, C8, 387 y 378.
234
EL REINO DE LA GUERRILLA
mismas, las fuerzas francesas de Navarra ya no pudieron conser-
var por más tiempo la ofensiva. En efecto, a duras penas podían
guarnecer Pamplona, Tafalla, Tudela y las otras cinco plazas que
todavía mantenían tras abandonar las regiones de Estella y San-
giiesa. Tras Rocaforte, los franceses pasaron a ser presas antes que
cazadores, mientras que sus guardias se vieron obligados a per-
manecer en sus puestos en constante alerta, incluso en los alrede-
dores de Pamplona, y los correos tuvieron que ser enviados con
escoltas de 600 hombres **.
Mendizábal no sólo fue testigo de una importante victoria,
sino también de la mayor atrocidad jamás perpetrada contra los
franceses por parte de Mina. No hubo prisioneros en Rocaforte,
porque Mina los ejecutó en el mismo sitio. No está documenta-
do el número de muertos provocado por este método, ni la reac-
ción de Mendizábal, aunque, a juzgar por el ulterior entusiasmo
mostrado hacia el comportamiento de Mina, no debió molestar-
le demasiado. Por tanto, como resultado de la batalla de Roca-
forte y del apoyo de Mendizábal a Mina, el gobierno lo ascendió
poco después al grado de mariscal de campo. La orden de asesi-
nar a los cautivos fue dada por Mina el 14 de diciembre de
1811, Decía: «Los oficiales y soldados franceses que sean cogidos
con armas o sin ellas, en acción de guerra o fuera de ella, serán
ahorcados y colgados en los caminos públicos, conservándoles su
uniforme y fijando en sus cadáveres una nota de su filiación» %.
Rocaforte fue la primera oportunidad para aplicar esta nueva po-
lítica. Entre los guerrilleros había sido práctica común ejecutar a
los traidores españoles, y los franceses habían asesinado con fre-
cuencia a los insurgentes capturados, pero la ejecución de galos
cautivos no era habitual en Mina. Con anterioridad, los cautivos
eran conducidos a las prisiones de Valencia. Sin embargo, la nue-
(5 Informe de Abbé, 1 de febrero de 1812, AAT, C8, 387.
14. El decreto fue escrito por el ex capuchino Uriz, quien servía de escribano a Mina,
En realidad, el decreto tenía 23 largos artículos e incluía otras medidas, como la im-
posición de la pena de muerte para cualquiera que murmurase contra su contenido,
Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, p- 86.
235
_ LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
va política de rigor emprendida por Mina era respuesta a la esca-
lada de ferocidad del régimen francés una vez que éste entró en
su etapa agónica.
Tras el desastre de Lerín, los franceses actuaron con total im-
punidad contra los partisanos desmovilizados, sus parientes y
simpatizantes. El 8 de julio, Reille ordenó ejecutar a 40 volunta-
rios encarcelados en Pamplona como represalia a las ejecuciones
efectuadas por Mina de «chacones» capturados, como llamaban
los guerrilleros a los españoles que servían bajo la bandera fran-
cesa. En agosto, Reille ejecutó a 22 «bandidos» y a su «feroz» ca-
pitán en Pamplona. Ya se ha hecho mención al destino padecido
por Larrodé en Ejea, pero no así el de los 69 hombres capturados
con él, que también fueron ejecutados. El 27 de octubre, 16 gue-
rrilleros capturados en Araquil fueron fusilados al instante. Nun-
ca sabremos el número real de voluntarios asesinados de esta for-
ma por los franceses. Las fosas comunes representadas en los
aguafuertes de Goya sugieren que muchos insurgentes debieron
desaparecer sin dejar rastro %.
Los no combatientes también sufrieron el terror. En Tafalla
fueron fusilados durante aquel otoño 11 civiles, y en Pamplona
14 sacerdotes, monjes y otros «bandidos» se vieron obligados a
hacer frente al escuadrón de fusilamiento el 2 de octubre. En Ai-
bar el párroco y otros cinco hombres fueron fusilados, ocho mu-
rieron en Sangiesa en un solo día de octubre y el 22 del mismo
mes, otros 22 fueron ahorcados o fusilados en Estella, atrocida-
des todas ellas registradas por Reille. Desde luego, se arrestaron a
muchos más de los que fueron ejecutados. Ya en agosto, Reille se
había quejado de que las cárceles estaban demasiado llenas, ya
que a lo sumo necesitaba tener a mano 200 prisioneros para lle-
var a cabo ejecuciones públicas. Pero los arrestos continuaron.
Desde principios de septiembre a mediados de octubre, Reille
'% Los datos de estas ejecuciones, detenciones y deportaciones proceden de la corres-
pondencia de Reille en AAT, C8, 268, 269. Reille dejó un relato derallado de su rei-
nado de terror, ya que se veía constantemente obligado a responder a la acusación de
que era ¡demasiado indulgente!
236
_ EL REINO DE LA GUERRILLA
encarceló a casi 600 padres de guerrilleros, y planeó quemar sus
hogares y fusilar a algunos de ellos con el fin de desalentar a los
jóvenes para que no se unieran a Mina. Las cárceles empezaron a
estar atestadas, por lo que Reille tuvo que comenzar a deportar
en masa a sus prisioneros. En los meses siguientes, centenares de
ellos fueron enviados a prisiones de Francia. En un solo día de
octubre, Reille deportó a 300 civiles que, según él, debían acabar
sus días en algún calabozo francés, dado que eran bandidos y
siempre serían enemigos %.
Abbé radicalizó el terror nada más tomar el mando en no-
viembre. El 3 de diciembre, anunció que 20 «bandidos» custo-
diados en Pamplona, junto con todos los parientes de los insur-
gentes que estuvieran encarcelados, serían ejecutados. El 4 de
diciembre, 22 personas fueron colgadas en Pamplona, y al día si-
guiente 11 más en Estella por el único crimen de ser parientes de
voluntarios. Cuatro días más tarde, Mendiry ejecutó a otros
17 soldados y 17 parientes de los insurgentes. Sus cuerpos fueron
colgados a ambos lados del camino de Tafalla, en un lugar situa-
do a pocos kilómetros al sur de Pamplona”.
Fue en respuesta a todo esto por lo que Mina decidió impo-
ner su propio estilo de terror. Antes de los asesinatos de Rocafor-
te, Mina había creado una prisión destinada a prisioneros france-
ses en el valle del Roncal. Estos hombres se convirtieron en
chivos expiatorios del terror guerrillero. Cuando los franceses
ejecutaban a un oficial navarro, morían cuatro oficiales franceses.
Cuando asesinaban a un soldado, Mina mandaba ejecutar a 20
soldados franceses *. Se desconoce el número real de prisioneros
franceses ejecutados de este modo, pero las atrocidades, según
Mina, consiguieron su propósito: llamar la atención del general
Abbé. Movido, sin duda, por el reconocimiento de que caerían
muchos más hombres en manos de la resistencia que al contra-
rio, Abbé finalmente dejó de tratar a los hombres de la División
4 AAT, C8, 268, 269.
67 AAT, C8, 268, 269; Iribarren, Espoz y Mina, el guerrillero, pp. 3535-57.
6% Iribarren, Espoz y Mina, el guerrillero, p. 360.
237
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
y a sus parientes como si fueran criminales. Mina volvió más tar-
de al sistema de dar cuartel a los enemigos capturados, disminu-
yendo el clima de barbarismo (al menos entre los combatientes)
durante el último año de guerra %.
Como resultado de la batalla de Rocaforte, Mendizábal se
convirtió en un partidario de Mina y su División, consiguiendo
para él el reconocimiento oficial de su creciente influencia en
Álava y el Alto Aragón 7”. Con Abbé confinado en Pamplona,
Mina pudo entonces acantonar sus tropas con seguridad en Este-
lla, Lumbier y Puente la Reina, donde descansaron durante
quince días y atrajeron nuevos reclutas. Mientras, sin embargo,
los acontecimientos que estaban teniendo lugar en otros lugares
amenazaban con acabar con todos estos logros.
El 9 de enero, Suchet tomó finalmente Valencia. Lo que
potencialmente representó un duro golpe para las guerrillas,
dado que en 1811 obtenían muchas de sus armas y municiones
desde Valencia. En los primeros días del movimiento, en 1809 y
1810, las armas de fuego y municiones robadas a los franceses o
contrabandeadas fuera de Pamplona habían sido suficientes. Se
crearon tiendas de reparaciones para las armas, y Mina estableció
«fábricas» en los Pirineos a fin de producir armas y pólvora ex-
tras, aunque la inseguridad de estas operaciones impidió que se
expandieran lo suficiente para cubrir las necesidades de la Divi-
sión a medida que ésta iba creciendo a finales de 1810 y 1811.
No obstante, las fuerzas españolas en Valencia se las habían inge-
niado para satisfacer la sed de armas de Mina. En efecto, los con-
tactos de Mina con Valencia fueron durante meses su única co-
nexión con la guerra española. Ahora que Valencia estaba en
manos enemigas, las líneas de suministro de armas e información
quedaron cortadas ”!.
*% Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, p. 100.
7% Mina también presionó, en vano, para que se reconociera su autoridad sobre La
Rioja y Guipúzcoa. Ibíd., pp. 92-98.
“l «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20. «Fábricas»
como las representadas por Goya en sus grabados «Fábrica de pólvora» y «Fábrica de
balas» tuvieron que ser desplazadas constantemente a fin de evitar su detección.
238
EL REINO DE LA GUERRILLA
Por fortuna, Mina logró encontrar una nueva fuente de mu-
niciones casi de inmediato. Ya en 1810 la Armada Real británica
había convertido el golfo de Vizcaya en un dominio inglés, con-
siguiendo que el tráfico costero fuera casi imposible para los
franceses ”?. Los ingleses efectuaban pequeños envíos ocasionales
a los guerrilleros en Asturias, Santander y Vizcaya a cambio de
prisioneros. Mina ya había probado esta fuente de recursos en
1811, y ahora estableció contactos regulares a lo largo de la costa
de Vizcaya ”?. A través de los pequeños puertos de Motrico y Zu-
maya, la División comenzó a conseguir las armas y municiones
que necesitaba, casi el doble del número tras 1812. En cuestión
de ropa, la División se abasteció de sus propios pintorescos uni-
formes durante la mayor parte de la guerra. Los guerrilleros lle-
vaban pantalones y chaquetas marrones y altos sombreros. Por
entonces, en marzo de 1813, los ingleses comenzaron también a
abastecerles de uniformes ”*.
Mina no siempre conseguía cambiar prisioneros por suminis-
tros, aunque también podía efectuar pagos en metálico a los in-
gleses. Sin embargo, el dinero era abundante dado que en 1812
Mina tenía casi el control absoluto de los pasos y oficinas adua-
neras de la frontera navarra, a excepción de Irún, muy protegida
por los franceses. Mina estimó que fueron 200 los hombres que
habían trabajado para él en aquellos puestos fronterizos ”*. Su ob-
jetivo inicial, mientras estuvieron a las órdenes de Félix Sarasa,
un campesino bien relacionado procedente de Artica, fue elimi-
nar el contrabando y el bandidaje ”*. Era fácil acabar con el con-
trabando, dado que algunos de los guerrilleros habían sido con-
trabandistas y conocían cómo y dónde intervenir el comercio
ilegal. El bandolerismo fue eliminado tras la derrota perpetrada
'% Carra del general Thouvenotr a Berthier, 29 de abril de 1810, AHN, Estado, lega-
jo 3003, núm. 42.
"3 El 29 de julio de 1811 Mina adquirió 6.000 fusiles a los ingleses en Santona. Ga-
ceta de la Mancha, 10 de agosto de 1811.
“1 «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car 20.
7 Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, p. 69.
““ Espoz y Mina, ibíd., p. 20.
239
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
por Mina sobre los hombres de la Idea en la primavera de 1810.
En efecto, parece que Mina consiguió controlar las fronteras y
los principales caminos de Navarra hasta un punto inimaginable
para los gobiernos españoles de antes y después de la guerra. En
1811 el comercio con Navarra era más seguro que en ningún
otro lugar de la Península, siempre que se pagasen los peajes de
Mina. La División conseguía cerca de tres millones de reales
anuales procedente de estos gravámenes, lo suficiente para pagar
sus uniformes y municiones, así como los salarios de la tropa ”,
La caída de Valencia dejó libres las manos a Suchet, lo que se
convirtió en una amenaza potencial más grave que la pérdida de
suministros procedentes de la ciudad. Suchet envió de inmediato
una columna de 1.800 soldados de infantería y 50 de caballería a
las órdenes del general Soulier, el cual entró en Sangiiesa a prin-
cipios de febrero. La columna de Soulier, conocida como los «In-
fernales» para destacar su efectividad en la contrainsurgencia, ya
había combatido en una campaña victoriosa contra el Empecina-
do. Soulier esperaba aislar a los insurgentes en Navarra tal y
como había hecho en Castilla y en el sur de Aragón. Sin embar-
go, Mina podía contar con casi 7.000 hombres en febrero. Inclu-
so descontando aquellos que operaban en Álava y Aragón, toda-
vía podía llevar a 4.000 soldados contra Soulier. El 5 de febrero,
la División atacó a los Infernales en Sangiiesa, obligándolos a
reorganizarse y retirarse a Sos, lugar fortificado donde nació Fer-
nando el Católico, en la frontera de Aragón. Los franceses sufrie-
ron 500 bajas antes de hallar refugio en el interior de la for-
taleza *,
Desde Sos, la División descendió sobre Tafalla, ocupada por
una guarnición francesa de casi 500 hombres. Los guerrilleros
77 «Estado de la totalidad de rentas fijas del Govierno del Reino de Navarra», AGN,
Estadística, legajo 49, car. 34.
'* «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20; Espoz y
Mina, Memorias, vol. 1, pp. 99-100; Andrés Martín, Historia de los sucesos militares,
vol. 2, p. 35-38. El 15 de febrero de 1812, Cafarelli registró la pérdida de 400 hom-
bres, si bien en su siguiente informe anotó otros 180 muertos y 4 desertores, hom-
bres quizás perdidos en la retirada a Sos. AAT, C8, 378.
240
_ EL REINO DE LA GUERRILLA
todavía carecían de las armas necesarias para efectuar asedios y
tomar el fuerte, y todo lo que pudieron hacer fue ocupar la ciu-
dad durante unos pocos días, confiscando los depósitos franceses
y compeliendo a los habitantes con contribuciones antes de mar-
charse. No obstante, Mina había logrado el control casi comple-
to de Navarra.
Sin embargo, en marzo los franceses respondieron finalmente
a Mina con una fuerza arrolladora. Napoleón reorganizó y con-
solidó el gobierno militar del norte de España bajo el mando
unificado de Dorsenne, y trajo a Reille para que dirigiese un
Ejército especial del Ebro con el objeto de limpiar Navarra y el
Alto Aragón de insurgentes. Se asignaron a Reille quince regi-
mientos de infantería, cuatro de caballería, un tren de artillería e
ingenieros, y miles de gendarmes, que en total alcanzaron una ci-
fra superior a los 36.000 hombres. Además, se supone que podía
tener acceso a otras tropas de Cataluña y Aragón. La realidad, sin
embargo, fue que las tropas de Cataluña nunca participaron en
la aventura, y Suchet, lejos de contribuir al Ejército del Ebro,
prestó casi un tercio de las tropas de Reille para llevar a cabo
nuevas operaciones en el sur de Valencia. Incluso así Reille apor-
tó a la persecución 25.000 hombres”.
En una respuesta ya por entonces habitual, Mina envió la mi-
tad de la División hacia el oeste, a la región de Estella, y la otra
mitad a las montañas de Roncal y Alto Aragón. No obstante, du-
rante este tiempo, incluso con su principal fuerza dividida y
oculta, Mina continuó dominando Navarra. En la primavera de
1812 no había ninguna necesidad de desmovilizar ni existía
muestra alguna de desafecto popular como las que tuvieron lugar
en el verano de 1811. El pueblo se había dado cuenta de que la
oleada de presión francesa remitiría, como en otras ocasiones, y
sin embargo las guerrillas permanecerían. Mina se había conver-
tido incluso en el «pequeño rey» de Navarra, dominando la pro-
' «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20; «Relación
del tercer regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car. 51; Alexander, Rad of Iron,
pp- 147-48.
241
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
vincia, estuvieran o no físicamente presentes los franceses. Su su-
perior red de inteligencia hacía que para las guerrillas fuera fácil
evitar los encuentros desfavorables y golpear rápidamente a las
expuestas unidades francesas. Las pérdidas de este período, en es-
pecial para las guerrillas, resultan imposibles de calcular dado las
vacíos existentes en los archivos. Al parecer, fueron probablemente
poco numerosas, a pesar del número de soldados implicados, ya
que no se produjeron grandes batallas *, No obstante, el número
de bajas no es la única medida del éxito de las guerrillas, Fue preci-
samente durante la primavera de 1812 cuando la División estre-
chó el cerco económico de Navarra, al bloquear Pamplona y co-
menzar el más espectacular período de reclutamiento en áreas que
anteriormente estaban fuera de su círculo de influencia.
4. El pequeño rey
En diciembre de 1811, Mina había declarado el bloqueo econó-
mico sobre Pamplona, y en los primeros meses de 1812, la ciu-
dad estaba aislada del resto de Navarra. Mina prohibió el paso
de dinero, alimentos y otras mercancías en algo más de un kiló-
metro y medio en torno a la capital. Los habitantes de Pamplo-
na fueron declarados enemigos mientras durase la guerra. La
población podía abandonar la capital para asentarse en territo-
rio guerrillero, aunque nadie podía regresar a la ciudad. Se pu-
sieron rocas alrededor de Pamplona que marcaban la línea del
bloqueo, y Mina estableció una guardia de veinticuatro horas
en todos los caminos que conducían a la ciudad. El artículo dé-
cimo del decreto de Mina decía: «Las partidas de voluntarios
que se fijarán a observar la línea, si viesen que alguno llega a
%% Uno se puede hacer una idea de las pérdidas francesas si considera que de los
2.800 soldados de refresco desviados para Suchet en Navarra en marzo, sólo 1.100
permanecían en activo en abril cuando fueron finalmente enviados a sus unidades.
Alexander, Rod af Iron, p. 162. Por otro lado, los informes de situación de Pamplona
registraron sólo 84 bajas en marzo, de forma que los hombres de Abbé tuvieron poca
actividad, Informes de Abbé del 15 de marzo y 1 de abril de 1812, AAT, C8, 387.
242
EL REINO DE LA GUERRILLA
tocarla, le harán fuego sin detención, consulta ni orden de na-
die; y si sano o herido lo apresasen, lo colgarán inmediatamente
en un árbol» *',
Con esta medida Mina exigía la completa beligerancia de la
población civil. Se pidió a los que vivían a una distancia de la ca-
pital accesible a pie y que dependían del mercado de Pamplona
para conseguir ingresos que renunciasen a esta actividad. De este
modo, el bloqueo amenazó con arruinar económicamente no
sólo a franceses y pamploneses, sino también a todos los habitan-
tes de la cuenca de Pamplona. Mina era consciente de las dificul-
tades económicas que había creado, aunque no dudó en penali-
zar a aquellos que rompieran el bloqueo. Como señalaba en sus
memorias, «yo no dictaba mis medidas para consentir que se elu-
dieran» *. Según parece en la práctica fue más indulgente que en
el decreto, ya que a veces permitió que sus hombres hicieran ol-
dos sordos de algún transgresor, en vez de fusilarlo o colgarlo.
Mina mandó asimismo cortar la nariz a los violadores o marcar
sus frentes con el emblema «Viva Mina». Otra pena frecuente
fue el embreado y emplumado *,
Estas severas relaciones con la población civil no eran nada
nuevas. Los navarros y otros españoles que de algún modo sirvie-
ron a los franceses siempre eran ejecutados sumariamente tras su
captura. Incluso las formas más pasivas de colaboración implica-
ban castigos severos. Los compradores de propiedades embarga-
das por el Estado francés, por ejemplo, eran obligados a recom-
pensar a los insurgentes. Y los campesinos de Estella, que en
1811 fueron obligados a llevar el correo de la guarnición france-
sa, fueron golpeados, marcados, fusilados o linchados por una
* Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, p. 86.
* Tbíd., p. 100.
*5 Iribarren, Espoz y Mina, el guerrillero, pp. 367-74, comenta algunas ejemplos relacio-
nados con estas penas. El castigo de cortar las orejas era común en Navarra, como tam-
bién en otras regiones (en la Vendée, los republicanos victoriosos crearon trofeos maca-
bros ensartando juntas las orejas que cortaban a los infortunados rebeldes). En Navarra
este castigo se aplicó a un amplio espectro de delitos, incluso a la prostitución. Mina
llegó a ser conocido como el «corteorejas», por emplear este castigo con frecuencia.
243
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
colaboración a la que se les había forzado *. La diferencia entre
lo que estaba ocurriendo en la primavera de 1812 y la etapa pre-
cedente residía en que la anterior amenaza de represalia guerrille-
ra se había convertido ahora en evidente realidad.
José Yanguas y Miranda, rico tudelano afrancesado, fue iden-
tificado en un control insurgente efectuado en la provincia. En
enero de 1811, Mina había intentado imponer una contribución
sobre Tudela; sin embargo, los regidores, Yanguas entre ellos,
creían que todavía podían permitirse ignorar las demandas de
Mina. El 20 de mayo de 1812, Yanguas pagó por este desafío.
En el camino de Valtierra, al norte de Tudela, Yanguas y dos
compañeros fueron capturados por los hombres de Mina. Como
demostró el saqueo de Tudela en 1809, no existía ningún afecto
entre los campesinos armados de la División y los burgueses de
Tudela *. Mina mantuvo a Yanguas como rehén durante dos
meses, creándose así un empedernido enemigo. Más adelante,
Yanguas recordó que en 1812
,»- todo el país, fuera de las plazas fortificadas por los franceses, es-
taba bajo el absoluto dominio de las guerrillas de los navarros, las
cuales habían prohibido toda comunicación con el enemigo, impo-
niendo pena de la vida (...]. La justicia se hacía en el campo del
honor, sin la menor formalidad de proceso y no había [término]
medio entre cortar una oreja, un fusilamiento o la libertad comple-
ta cuando el acusado tenía la fortuna de persuadir acerca de su ino-
cencia *.
Entre aquellos que sufrieron la pena de muerte se encontraron
los alcaldes de Berriosuso y Orcoyen, villas situadas demasiado
«Relación de Estella», AGN, Guerra, legajo 21, car. 21.
* Mayo de 1812 no fue un buen mes para Tudela, El día después de la captura de
Yanguas, el general Durán y su partida guerrillera procedente de Aragón saquearon la
ciudad durante una breve ausencia de la guarnición tudelana. Olóriz, Navarra en la
Guerra de la Independencia, pp. 349-52.
* Iribarren, Espoz y Mina, el guerrillero, p. 303, El secuestro de Yanguas no fue un
caso aislado. Los guerrilleros secuestraron también a otros oficiales municipales, Ale-
xander, Rod of Iron, p. 51.
244
EL REINO DE LA GUERRILLA
cerca de Pamplona para escapar al embrollo francés, si bien fuera
del círculo del asedio y por tanto sujetas a la ley de Mina. Los
franceses ordenaron a estas villas que llevasen pienso a la ciudad,
si bien fueron los mismos alcaldes lo que tuvieron que cumplir la
orden porque nadie más quería hacerlo. Mina no pudo evitar
que aquéllos cumpliesen el reparto y regresaran a sus hogares,
aunque, más tarde y como recompensa, sus perros de presa apu-
ñalaron hasta morir a los dos hombres mientras dormían *.
Los hombres de Mina hicieron cumplir el bloqueo con celo.
Uno de los guerrilleros encargados de detener la comunicación
con Pamplona envió una nota a Mina sobre un acontecimiento
del que Yanguas fue testigo durante su cautiverio: «Mi general
—señalaba— he cogido a un pobre limonero (vendedor de limo-
nes) y lo he colgado de un árbol por ciertos motivos» *. No se
necesitaban más justificaciones. La venta de limones a la debili-
tada población y a la guarnición de Pamplona era castigada con
la muerte, porque sólo a través de la estricta observancia del blo-
queo las guerrillas podían negar a los franceses el sustento en Na-
varra. En abril los alcaldes y regidores que antes se habían some-
tido a la fuerza francesa y habían llevado cartas para el enemigo,
comenzaron a desertar al lado de Mina *”, Evidentemente, era
preferible arriesgarse y perder la propiedad y la familia en favor
de una causa justa que enfrentarse a una muerte o mutilación
certeras a manos de los insurgentes.
El bloqueo de Pamplona fue una de las jugadas más brillantes
de Mina. A medida que el nudo corredizo se cerraba en torno a
Pamplona, los franceses se veían obligados a enviar enormes
fuerzas para conseguir suministros y cortar leña. Las necesidades
francesas dieron la oportunidad a la División de sorprender a los
galos mientras se exponían en misiones no militares. Sin duda, la
población de Pamplona y de sus alrededores sufrieron enor-
$7 Puigblanch, Oprsculos, p. xxxv. Aunque esta historia fue relatada por uno de los
enemigos de Mina, no era ajena al carácter de Mina o al de sus hombres.
'S Iribarren, Espoz y Mina, el guerrillero, p. 304.
'% «Relación de Estella», AGN, Guerra, legajo 21, car. 21.
245
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
memente, en especial porque la cosecha de 1811 había sido de
todos modos escasa. Sin embargo, el sufrimiento de la capital era
un signo de que la División había impedido efectivamente el ac-
ceso de los franceses a los recursos del campo.
En abril de 1812, Mina dio lo que quizás fuera su golpe más
importante. La División era con mucho muy numerosa y no ha-
bía reunido todas sus fuerzas desde principios de marzo. Mina
hizo correr entre los franceses la noticia de que la División estaba
a punto de reunirse en Aragón, por lo que casi 15.000 soldados
galos se desplazaron a la provincia vecina para impedirlo. Mien-
tras tanto, Mina concentró a su primer, cuarto y quinto batallón
en Arlabán, determinado a lanzar un ataque sorpresa contra los
franceses, al igual que había hecho un año antes.
A primera hora de la mañana del 9 de abril, los guerrilleros se
situaron en el paso, donde sorprendieron a un convoy proceden-
te de Vitoria. Una vez más, las municiones escaseaban. En esta
ocasión, a cada voluntario le correspondió dos cartuchos, aun-
que, al utilizar la habitual táctica de la bayoneta, en realidad sólo
se efectuó un disparo. En menos de una hora de combate cuerpo
a cuerpo, el convoy fue capturado. La división mató o capturó a
800 franceses y rescató a 405 prisioneros de guerra españoles, se-
gún fuentes navarras. Las fuentes francesas defendieron que el
número de prisioneros rescatados fue de 300, aunque sólo 150
hombres del regimiento que escoltaba al convoy escaparon al
fuerte de Mondragón y otros 55 heridos se arrastraron en retira-
da hacia Vitoria”,
Más tarde, durante ese mismo mes, Mina se adentró incluso
en Aragón. El 22 de abril, en concierto con José Tris, capturó un
convoy que llevaba una nómina para Pamplona valorada en
80.000 reales. Poco después, descubrió en Robres la traición de
Tris y mató a su rival, siendo quizás todo el incidente resultado
* Dado que ni el segundo ni el tercer regimiento estaban disponibles, la informa-
ción sobre la segunda sorpresa de Arlabán debe proceder de Andrés Martín, Historia
de los sucesos militares, vol. 2, p. 49; Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, p. 105; y cartas
de Thouvenot del 10 y 13 de abril de 1812, AAT, C8, 206.
246
EL REINO DE LA GUERRILLA
de la lucha por los restos del convoy. En cualquier caso, con la
desaparición de Tris, Mina reorganizó el contingente aragonés o
sexto batallón (primero de Aragón). Fue éste el objetivo real de
todas las incursiones en el Alto Aragón durante los últimos seis
meses: extender la influencia de la División hacia el este. En un
año Mina tendría dos batallones funcionando en Aragón.
Tras el primer ataque sorpresa en Arlabán, los franceses habí-
an tomado rápidamente represalias en Navarra con un incremen-
to de las medidas policiales y las multas. Esta vez no pudieron
hacer nada, De hecho, con Wellington efectuando finalmente
movimientos amenazadores en Castilla, los franceses se vieron
obligados a salir prácticamente de Navarra. Sólo mantuvieron las
tropas al mando de Abbé, cada vez más encerrado en Pamplona,
Tafalla, Tudela, y las guarniciones fronterizas. Por consiguiente,
Mina logró en este tiempo el control total de la mayor parte de
Navarra, e incluso llegó a presentarse a las afueras de Pamplona,
por entonces aislada en un mar de insurgencia, para mofarse de
la guarnición”.
En mayo la División intentó una vez más contactar con los
ingleses. Los hombres de Mina estaban cargados de prisioneros
procedentes de Arlabán, y el flujo de nuevos reclutas les obliga-
ba a conseguir rifles y municiones. Se acordó dejar un carga-
mento en Zumaya, pero cuando la División acudía al encuen-
tro a través de Guipúzcoa, Mina se enteró de que una pieza de
artillería —una presa demasiado valiosa para dejarla escapar—
iba a pasar cerca de su posición en el camino a Vitoria. Ántes
de que la División se pudiera ocupar del convoy, sin embargo,
los franceses utilizaron su cañón para abrir una brecha en la in-
fantería, y una bala acertó en Gregorio Cruchaga, aplastándole
ambas manos. Fue evacuado a una fundición de hierro escondi-
da en la montañas de Aralar. Mina completó la misión de Zu-
maya, pero a su regresó, Cruchaga había muerto víctima de la
gangrena ”.
% «Relación del tercer regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car. 51.
% Ibid.
247
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
Cruchaga, segundo al mando en la División, fue probable-
mente un oficial de campo más capacitado que Mina. Había
sido herido algunas veces por su insistencia en liderar a sus hom-
bres en las cargas de bayoneta. Su pérdida fue un duro golpe
para la moral de los hombres y de Mina. Aún más importante
que su talento militar era el prestigio de Cruchaga entre los yo-
luntarios procedentes de Roncal, quienes formaban la mayoría del
grueso veterano de la División. Fue Cruchaga quien mantuvo
unidos a los voluntarios en los peores momentos. Á su muerte, la
desesperación dominante entre sus soldados hizo que algunos
desertaran. Era imperioso encontrar lo más rápidamente posible
a alguien comparable a Cruchaga a fin de reemplazarlo. Resulta
muy significativo que Mina seleccionase a Juan José, hermano de
Gregorio, para llenar este vacío.
Juan José Cruchaga sólo tenía veintiún años y ninguna expe-
riencia previa en la resistencia. Hasta entonces había dedicado
los años de la guerra al cuidado de las ovejas de su familia en
Roncal”. Si Mina lo eligió fue porque, como admitió en sus me-
morías, Juan José se parecía a su hermano fallecido más que cual-
quier otro miembro del clan Cruchaga. Este incidente demuestra
que el liderato en la División todavía se basaba en gran medida en
la personalidad más que en el rango militar. La capacidad de Gre-
gorio Cruchaga para dirigir a sus hombres procedía de sus cone-
xiones con Roncal y de su propio halo personal. Se había conver-
tido en un fetiche para los hombres del segundo batallón, que les
aseguraba la victoria. Sólo otro Cruchaga podía reemplazarlo %.
A finales de mayo, la División se enfrentó a los franceses en
tres acciones menores alrededor de Santa Cruz del Campezo, en
la frontera con Álava. En la última de éstas tuvo lugar un aconte-
cimiento que demostró una vez más hasta qué punto dependía la
% Como Javier Mina, Juan José Cruchaga fue educado en Zaragoza, según los regis-
tros relacionados con una petición de su padre a favor del reconocimiento del estado
noble de su hijo. APN, Pamplona, Ros, legajo 121, car. 114.
'* Lo que tiene un paralelismo obvio con la sustitución en mando de Javier Mina
por el propio Mina y la adopción del nombre de su sobrino. Como Mina, el joven
Cruchaga se convirtió en un digno sucesor.
248
pe EL REINO DE LA GUERRILLA
disciplina de la influencia personal y cómo esta dependencia po-
día dejar paralizada la insurgencia cuando alguno de sus líderes
resultaba herido. En un combate con 2.000 soldados franceses
rocedentes de Álava, Mina recibió un disparo que le hirió en la
pantorrilla, Tal y como ocurría cuando un comandante caía en
combate, la batalla degeneró en otro conflicto ilíaco por el cuer-
o del héroe caído. Crisis de este tipo ya habían tenido lugar en
la batalla de Tarazona, cuando Cruchaga y Mina fueron heridos,
así como en el conflicto militar en el que Cruchaga perdió su
vida. Después de cada uno de estos incidentes, los guerrilleros
parecían perder el rumbo, lo que abría el camino hacia la derro-
ta. Los fracasos de Belorado y Lerín tuvieron lugar en el momen-
to en el que ni Mina ni Cruchaga estaban presentes como conse-
cuencia de las serias heridas que ambos recibieron. También esta
vez, aunque la División pudo conservar sus posiciones y pudo
continuar operando de forma limitada durante el mes de junio,
la ofensiva guerrillera quedó paralizada ”.
Mientras Mina se recobraba en el monasterio de Irache, los
guerrilleros efectuaron varias escaramuzas contra los franceses en
numerosos frentes. Las fuerzas francesas en Pamplona casi alcan-
zaban, en este período, los 4.000 soldados de infantería y los 500
de caballería. Además se habían restablecido o reforzado guarni-
ciones en Arriba, Caparroso, Irurzún, Lecumberri, Tafalla y Tu-
dela, y se habían situado otras guarniciones a lo largo de la fron-
tera francesa en Burguete, Elizondo, Fuenterrabía, Irún, Maya,
Orbaicera, Roncesvalles, Santistebán y Urdax. No obstante,
Abbé difícilmente podía contar con las tropas emplazadas en
aquellas guarniciones. Las que estaban acuarteladas en la Ribera
eran particularmente importantes para la ocupación, dado que
aseguraban las rutas de abastecimiento de Abbé a la rica agricul-
tura del valle del Ebro. Además, las guarniciones de la Ribera a
menudo fueron las únicas fuentes de información de Abbé con el
resto de España. Como resultado de estas limitaciones, los fran-
% «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20; Espoz y
Mina, Memorias, p. 117.
249
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
ceses no pudieron situar más de 4.000 hombres sobre el terreno
de una sola vez, y por regla general las columnas enviadas desde
Pamplona no llegaron a los 2.000 hombres %. Así pues, incluso
durante el período de convalecencia de Mina, los franceses fue-
ron incapaces de retomar la ofensiva.
En comparación, la División contaba con alrededor de 8.000
hombres, todo ellos activos, dado que la inteligencia, el avitualla-
miento y los demás servicios esenciales eran por entonces pro-
porcionados automáticamente por civiles. Con sus fuerzas al
completo, cada batallón de infantería contaba con 1.200 hom-
bres, y la caballería con casi 800. Esto significaba que un solo ba-
tallón de navarros curtidos en la guerra podía casi equipararse a
las tropas menos experimentadas que Abbé normalmente empla-
zaba en el campo de batalla. Por consiguiente, aunque todavía
no podían contar con Mina para que coordinase sus acciones, los
batallones comenzaron a operar con independencia o en colabo-
ración con compañías prestadas por otros batallones. Durante
1812 el primero, segundo, tercero y el quinto batallón se situa-
ron en el extremo oeste, a veces en Álava, otras en Estella, o a lo
largo de la frontera guipuzcoana. Para los franceses, estas regio-
nes quedaron por entonces inaccesibles durante largos períodos.
El tercer batallón, junto con algunos soldados de caballería, aca-
bó con el intento de una columna de 2.000 franceses de efectuar
requisiciones en el valle de Lana, un reducto de depósitos de su-
ministros y de alojamiento seguro para las guerrillas, cercano a
Estella. El cuarto batallón patrulló por el camino entre Pamplo-
na y Roncesvalles, lo que dificultó la comunicación con Francia,
aisló las guarniciones de Roncesvalles y Burgete durante días y
estorbó, por lo general, las requisiciones en el centro-norte de
Navarra. El sexto batallón, por entonces situado en suelo arago-
nés, obligó a las guarniciones francesas allí emplazadas a que per-
manecieran dentro de sus fuertes ”. Por consiguiente, todo el
** «Relación del tercer regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car. 51.
* La guarnición de Huesca, que se rindió en enero de 1812, había sido por entonces
reemplazada. Marc Desbouefs, nuevo comandante de Huesca, recordaba su sensa-
250
EL REINO DE LA GUERRILLA
conjunto de ciudades aragonesas que previamente había estado
dominado por los franceses escapó, por vez primera, de sus obli-
gaciones impositivas. En junio, Benavarre, Barbastro, Tarazona,
Borja y Jaca dejaron de estar fiscalizadas, y en el otoño la lista se
amplió a Teruel, Daroca, Alcañiz y Calatayud ”.
Mina volvió a la acción en la primera semana de julio, llevan-
do la mitad de sus fuerzas a Vitoria, donde puso asedio a la ciu-
dad y encerró en su interior a la división de Cafarelli, mientras
otras unidades guerrilleras recuperaban diferentes cargamentos
de armas en la costa de Vizcaya. Los franceses de Vitoria eran en
realidad algo superiores en número a los guerrilleros, por lo que
intentaron presentar batalla en los llanos de las afueras de la ciu-
dad. Sin embargo, por entonces, ya no eran equiparables a la Di-
visión, incluso en una batalla regular. Los franceses perdieron
300 muertos en una «carnicería» que duró cinco horas, antes de
que el comandante francés ordenase la retirada de sus tropas a la
ciudad. Era la primera vez que el pueblo de Vitoria veía cómo
una fuerza española derrotaba al enemigo, lo que impulsó a
la población a encaramarse a las murallas para presenciar la
acción ”.
Mina situó entonces a la mayor parte de sus hombres en y al-
rededor de Puente la Reina a fin de que sirviera de enlace entre
Pamplona y la Ribera. Desde Puente podía dirigirse hacia el este,
ción de aislamiento. Los guerrilleros dominaban la ciudad, mientras él y sus hombres
permanecían encerrados en la fortaleza que, sin embargo, no podía ser tomada por
los aragoneses porque carecían de artillería. Los franceses se veían obligados a salir de
noche a hurtadillas llevando alpargaras que amortiguaban el sonido de sus pasos con
objeto de poder robar suministros. Desboeufs, Souvenirs, p. 184.
M- Alexander, Rod of Iron, p. 193.
» En julio la División consiguió su propia imprenta, lo que permitió que cada bata-
llón dejase relatos detallados de sus actividades. Estos registros se publicaron bajo el
título Colección de los trimestres de la División de Navarra, y se encuentran en
el AGN, Guerra, legajo 17, car. 53. Los «trimestres» casi siempre coincidieron con
los relaros del segundo y el tercer batallón, y Andrés Martín los utilizó para recons-
truir su historia. Además, dado que incluyen los despachos del primero y del cuarto
batallón, así como del aragonés y del alavés, constituyen la mejor fuente narrativa del
último año y medio de la guerra y se ucilizarán, a partir de aquí, con preferencia a
otras fuentes, excepto cuando existan discrepancias.
251
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN ——
por el camino de Tafalla, o hacia el oeste, hacia Estella, si Abbé
intentaba pasar por esta vía rumbo a Castilla. Durante el resto de
julio, Mina, cuya herida se había vuelto abrir en la batalla fuera
de Vitoria, no dirigió los batallones en ninguna acción. Sin em-
bargo, el sexto batallón, en Aragón, y el cuarto, situado alrede-
dor de Roncesvalles, continuaron en activo. En julio los aragone-
ses destruyeron un destacamento enviado para escoltar a un
grupo de simpatizantes patriotas a la prisión de Huesca, y ataca-
ron a otro procedente de Huesca y a otros dos de Zaragoza, dan-
do muerte a 95 soldados enemigos y capturando a 60, mientras
que sólo sufrieron 28 bajas. El cuarto batallón obligó a una co-
lumna que trataba de requerir ganado ovino en Valcarlos a diri-
girse a la ciudad de Roncesvalles, matando a 58 soldados y cap-
turando ocho prisioneros. El quinto batallón estuvo en activo
alrededor de Vitoria y combatió en lugares tan distantes como
Guipúzcoa. En septiembre apareció un nuevo núcleo de insu-
rrección cuando los hombres de los servicios aduaneros de Mina
comenzaron a realizar sus propias operaciones militares. En Baz-
tán mataron a 60 franceses y capturaron a seis más en dos em-
boscadas diferentes.
No obstante, el núcleo real de insurgencia continuaba estan-
do en el campamento de Mina en Puente. Desde agosto a di-
ciembre de 1812, los franceses difícilmente consiguieron mover-
se de Pamplona sin atraer la atención de las guerrillas de Puente.
El combate se aproximó todavía más a la capital, a medida que
los insurgentes conseguían controlar todas las villas de la llanura
de Pamplona. Para los franceses, incluso la búsqueda de alimen-
tos y combustibles en un espacio situado a una hora de la ciudad
se había convertido en una misión peligrosa.
El 10 de agosto, el primero y el segundo batallón pusieron
asedio a la guarnición situada en el fuerte conocido como la
«casa Colorada», localizada a casi un tiro de cañón de la muralla
de la ciudad, y mataron a 49 de los soldados de su interior. El 13
de agosto, en una acción en Astráin, Mina recuperó 70 sacos de
grano que fueron redistribuidos entre la población. Tres días más
rarde, una columna francesa de 1.400 hombres fue obligada a re-
252
0 EL REINO DE LA GUERRILLA
gresar a Pamplona antes de que pudiera comenzar a requisar. Y el
19 de agosto tuvo lugar lo que Mina denominó como el día de la
humillación de Abbé, cuando el primero, segundo, tercero y el
quinto batallón aplastaron a una columna de 3.200 hombres en
el camino de Tafalla, cerca de Tiebas. Abbé había ordenado traer
grano desde Tudela a Tafalla de forma que pudiera escoltarlo en
persona a la capital. No sólo perdió la carga de grano y un carga-
mento de armas, sino que dejó 320 muertos en el campo de ba-
talla. Cientos más fueron heridos, incluido Chacón, el más fa-
moso de los chaqueteros. Chacón murió y fue enterrado en
Pamplona poco después de la batalla '",
El 29 de agosto, los franceses intentaban cortar leña en el Ta-
jonar, un monte situado al sur de Pamplona. Abbé había dejado
la capital sin sus mejores tropas a las que había enviado a esta
misión; sin embargo, Mina, enterado del proyecto, atacó a Abbé
con tres batallones y su caballería. Los guerrilleros hicieron retro-
ceder a los franceses, a excepción de las cargas de leña y los carros
que habían llevado para transportarlas, hacia Pamplona tras infli-
girles 45 bajas. Para demostrar el cambio de equilibrio de poder
en Navarra, Mina formó a sus batallones en columnas, situándo-
los en las proximidades de las murallas de la ciudad durante al-
gunas horas para burlarse de la guarnición. En esta y otras accio-
nes durante julio, agosto y septiembre, las guerrillas mataron a
1.144 franceses y capturaron a otros 213.
Esta pauta continuó hasta finales de noviembre. Las guerrillas
cogieron a Abbé cinco veces intentando extraer contribuciones
en la llanura de Pamplona. En cada ocasión Abbé fue obligado a
retirarse a la ciudad con enormes pérdidas. En octubre y noviem-
bre, los franceses perdieron 887 hombres, entre muertos y captu-
rados, y cientos más fueron hospitalizados en Pamplona. En el
día después de una batalla particularmente sangrienta, empren-
100 A principios de 1812, los informes de situación elaborados por el general Abbé
en AAT, C8, 387 son más detallados, Por tanto, se pueden utilizar para complemen-
tar los Trimestres. Abbé registró 405 bajas, menos que las defendidas por las guerri-
llas, aunque desde cualquier perspectiva fue una gran derrota.
253
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
dida el 11 de octubre, los hospitales de Pamplona dieron entrada
a 548 soldados franceses heridos. A pesar de todo, Abbé no tenía
otra elección que continuar efectuando estas salidas, dado que la
guarnición se había visto reducida a vivir prácticamente en los lí-
mites de la subsistencia como consecuencia del bloqueo. Desde
el mes de diciembre anterior, el bloqueo guerrillero se había ido
haciendo cada día más completo, de forma que los campesinos
ya no se atrevían a traer provisiones a la ciudad. Al final, el único
modo de conseguir alimentos fue enviar columnas de miles de
soldados, que incluso así no estaban a salvo. Para estas columnas
de requisición resultaba particularmente desmoralizador, se que-
jó Abbé, regresar con las manos vacías, como lo hacían a menu-
do, tras batallar todo el día con los guerrilleros '”, Además, du-
rante aquellos meses el sexto batallón aumentó su presencia en
Aragón. En una serie de emboscadas contra los convoyes y las
columnas que se movían entre las guarniciones del norte, los ara-
goneses mataron a 139 enemigos y capturaron a 39. Al mismo
tiempo, el quinto batallón, que operaba ahora en Guipúzcoa, y
algunos cuerpos de observación, situados a lo largo de la frontera
francesa, informaron de haber matado a otros 227 soldados fran-
ceses y capturado a otros 14,
5. El final de la guerra
A finales de noviembre, Mina pasó a Aragón con efectivos de los
primeros dos batallones y parte de la caballería, elevando el nú-
mero de las tropas que allí se encontraban hasta casi 3.500 hom-
bres '”. En un solo mes de operaciones destruyó una columna
procedente de Ayerbe, amenazó la guarnición de Huesca y atacó
otra columna fuera de Jaca, dando muerte a 248 hombres y cap-
"Los apuntes de Abbé desde agosto en adelante están llenos de historias de partidas
de requisición que sufrían emboscadas, perdían sus carros y caballos y regresaban sin
nada que compensase sus desvelos. AAT, C8, 387.
19% Alexander, Rod of ron, p. 197.
254
EL REINO DE LA GUERRILLA
turando a otros 72, Durante todo el año, desde la captura de
Huesca en enero de 1812, los guerrilleros mataron y capturaron
al menos a 5.500 soldados franceses, sin tener en cuenta a los
que fueron incapacitados por heridas o por enfermedad.
1813 fue un año de asedios y operaciones llevadas a cabo en
combinación con unidades regulares a las órdenes de Wellington
o de algún otro comandante aliado. A medida que avanzaban los
ejércitos aliados, los franceses se fueron retirando durante algu-
nos meses a través del territorio controlado por la División de
Navarra, lo que hizo que la presencia guerrillera fuera más im-
portante que nunca, en tanto que los guerrilleros desbarataron la
retirada, prendieron a miles de soldados que de otra manera ha-
brían entrado en combate con Wellington, y limpiaron las últi-
mas bolsas de resistencia de los Pirineos. Durante los pocos últi-
mos meses de combates, el cambio de circunstancias obligó a
Mina a abandonar las estrategias y tácticas de la fase «heroica» de
la guerra de guerrillas a fin de cumplir, sin demasiada brillantez,
los objetivos más ambiciosos de la ofensiva aliada.
El último año completo de la guerra en Navarra se inició con
el regreso de Mina procedente de Aragón en enero de 1813. Con
cinco batallones y la caballería, una vez más acampados en los al-
rededores de Puente la Reina, los insurgentes se situaron de tal
forma que volvieron a imponer el bloqueo total sobre Pamplona.
El mariscal Bessiéres enjuició, desde San Sebastián, la situación en
una carta enviada al ministro francés de la Guerra. Los suminis-
tros se estaban agotando en Pamplona y Abbé debería abandonar
pronto Navarra si no recibía un refuerzo de al menos 20.000
hombres, El ejército a las órdenes de Mina se había vuelto «tan
numeroso, tan bien aguerrido que el general Abbé ya no está en
condiciones de enfrentarlo con una división de las mejores tropas
del emperador». La capacidad de Abbé para administrar la pro-
vincia era «absolutamente nula», según Bessitres, y la decisión
más prudente sería admitir la derrota en Navarra y retirarse !%,
103 Olóriz, Navarra en la Guerra de la Independencia, pp. 367-69. Ésta es una de las
piezas de la correspondencia capturada impresas por Olóriz en sus apéndices.
255
= LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
A pesar de todo, incluso tras el desastre ruso, cuando las tro-
pas del ejército de España hubieron de ser llamadas a Francia,
Napoleón se negó a abandonar Navarra. Por consiguiente, las
tropas francesas que languidecían en Navarra, aunque no fueran
equiparables a la División, pronto fueron obligadas a intentar
romper el bloqueo a fin de evitar la congelación y el hambre. El
28 de enero, Mina cogió a Abbé (llamado, por entonces, el «le-
ñador» por parte de los guerrilleros) entre Pamplona y Tafalla in-
tentando conseguir combustibles y alimentos para la capital, y el
7 de febrero paralizó otra expedición en la ciudad de Tiebas. En
estas acciones, las guerrillas infligieron casi 1,100 bajas.
El suceso más importante de este período fue, sin embargo, la
adquisición por parte de Mina de armas para el asedio. Los in-
gleses desembarcaron dos grandes cañones en Zumaya, en la cos-
ta de Guipúzcoa, el 1 de enero. Un pequeño destacamento de
hombres de Mina se dedicó durante la siguiente semana a trans-
portar las preciadas armas por los pasos más difíciles y remotos
que se pudieran imaginar, mientras el grueso de la División se
diseminaba en todas direcciones a fin de proporcionar un respal-
do seguro a la operación. El 9 de febrero, el cañón fue situado
frente a las fortificaciones de Tafalla. Después de Pamplona, Ta-
falla era la plaza fortificada más importante de Navarra. Los
franceses habían empleado años en reforzar el castillo y en trans-
formar un convento en un fuerte con fosos y murallas exteriores.
La guarnición, por lo general formada por 400 ó 500 hombres,
era la clave de las comunicaciones francesas entre Pamplona y el
resto de España. Los miles de vidas que Abbé había sacrificado
en expediciones a Tafalla en busca de suministros e información
eran prueba de la importancia del lugar. Ahora, recién derrotado
en las llanuras meridionales de la ciudad y obligado a retirarse
tras las murallas de Pamplona, Abbé reaccionaba con total pasi-
vidad ante el inicio del bombardeo de Tafalla.
Tras un día de bombardeos, se abrió un brecha en la muralla
externa del recinto, y Mina intentó tomarlo por asalto. Al igual
que Wellington, Mina se dio cuenta de que su particular talento
y el de sus hombres no estaban preparados para operaciones de
255
EL REINO DE LA GUERRILLA
asedio, y el foso pronto comenzó a llenarse de cadáveres nava-
rros. Mina ordenó detener la acción y envió una embajada para
proponer la rendición. Los franceses la rechazaron al principio,
ya que pensaban que Abbé acudiría en su ayuda en cualquier
momento. Sin embargo, al día siguiente, se dieron cuenta de que
aquella vez no iban a ser rescatados, de modo que se rindieron.
De los defensores, 330 salieron para dejar sus armas, 52 fueron
hospitalizados y 30 murieron en el sitio. Los guerrilleros destru-
yeron las fortificaciones, incluyendo un castillo que había sido
una de las joyas de la arquitectura medieval de Navarra.
Rápidamente, Mina trasladó estas nuevas armas y 1.400
hombres a Sos, que contaba con una de las ciudadelas más po-
derosas de Aragón. Los dos cañones de gran calibre y otros dos
pequeños destruyeron parte de la vieja muralla de la ciudad, y
los guerrilleros tomaron Sos por asalto. La fortaleza, sin embar-
go, era demasiado sólida para esta artillería. Aunque se hizo es-
tallar una mina, esta acción tuvo un efecto limitado quizás por-
que la División aún no contaba con ingenieros que dirigiesen
operaciones de asedio. Durante seis días Mina bombardeó cada
una de las piedras de la fortaleza de Sos. Al séptimo, el general
Paris llegó desde Zaragoza con 3.500 soldados de infantería y
250 de caballería. Extrañamente, en vez de enfrentarse a los
guerrilleros, los cuales eran menores en número y se habían reti-
rado a un cerro no lejano, Paris simplemente evacuó la guarni-
ción. De este modo, se consiguió el objetivo de la expedición
incluso aunque fracasara el asedio. De los 160 hombres de la
guarnición de Sos, 32 murieron. Durante la evacuación Mina
atacó la retaguardia de Paris, infligiéndole otras 150 bajas '”.
Por entonces corría el mes de marzo. Se estaba formando un se-
gundo batallón aragonés —el séptimo de la División— y otro
se estaba iniciando en Álava —el octavo de la División—, de
manera que el ejército de Mina contaba con casi 10.000 hom-
bres. Desde Aragón, Álava, Guipúzcoa y Navarra venían infor-
mes de los diferentes enfrentamientos, no todos gloriosos, pero
101 Alexander, Rod of Iron, pp. 211-12.
257
todos demasiado costosos para una ocupación que estaba co-
menzando a dar señales de colapso.
La acción más valerosa de marzo no implicó a ninguno de los
batallones, sino a un pequeño grupo de observación de 15 hom-
bres estacionado en Vera de Bidasoa. El comandante de esta uni-
dad, Fermín de Leguía, decidió que podía asaltar con unos pocos
seguidores una importante fortaleza costera en Fuenterrabía, lo-
calizada a sólo unos pocos kilómetros de la frontera francesa. El
11 de marzo, utilizando una escala improvisada con cuerdas y
clavos, Leguía y su compañeros escalaron las murallas de la forta-
leza, capturaron a su único centinela, y dejaron que el resto de la
partida entrara por la puerta delantera. Juntos desarmaron al res-
to de los soldados (la mayoría de la guarnición dormía en casas
en la ciudad) y comenzaron a destruir el castillo. Los navarros
inutilizaron tres grandes cañones, tiraron al mar 4.100 balas, y se
llevaron todas las armas de fuego más pequeñas que pudieron
para su propio uso antes de prender fuego al interior del castillo.
Cuando las llamas y las explosiones comenzaron a despertar a los
franceses en la ciudad de Fuenterrabía, ya era demasiado tarde
para capturar a Leguía o para detener el fuego. La destrucción de
la fortaleza de Fuenterrabía por 15 hombres fue uno de los suce-
sos más heroicos de la guerra. Incluso cuando Mina comenzó a
utilizar las tácticas regulares de batalla y a sitiar fortalezas con ar-
tillería, la principal característica del combate guerrillero conti-
nuó estando en acciones espontáneas y aisladas, a menudo las
más dramáticas. Durante los tres primeros meses de 1813, los
guerrilleros habían dado muerte o capturado a 2.777 soldados
franceses.
Las buenas noticias llegaron a España en enero de 1813. Na-
poleón había encontrado el desastre en Rusia. El 17 de marzo de
1813, José abandonaba Madrid por última vez. De allí salió una
larga marcha de enormes y bien defendidas columnas formadas
con los expolios de la guerra y arrastrando una multitud de
afrancesados, un botín de guerra de talentos cuya pérdida consti-
tuyó una de las heridas más duraderas infligidas por Francia a
España. Las columnas pasaron por Burgos y llegaron a Vitoria,
258
_ EL. REINO DELLA GUERRILLA
donde José planeó resistir por última vez a los aliados. Los bas-
tiones guerrilleros de Aragón, Navarra y el País Vasco pronto co-
menzaron a llenarse de miles de soldados franceses en retirada. El
general Clausel llevó 13.000 soldados de infantería y 1.200 de
caballería a Navarra, donde se unieron a los 5,000 soldados de
Abbé para perseguir a Mina. Las dimensiones de estas fuerzas pa-
recerían ajustarse a los requerimientos planeados por Bessiéres
para ocupar Navarra. Á pesar de todo, incluso con más de 19.000
soldados, los franceses no consiguieron ocupar la provincia,
En contraste con la situación creada tras Bailén, momento en
el cual la provincia también se vio inundada de tropas en retira-
da, no se produjo el colapso de la resistencia en abril de 1813.
De hecho, la primera acción de los hombres de Clausel resultó
un completo desastre. Clausel situó 5.000 soldados en Lodosa,
una gran ciudad en el río Ebro. De éstos, 1.220 a las órdenes del
coronel Gaudin fueron enviados a poca distancia, al norte de Le-
rín (lugar de la mayor derrota de las guerrillas) a fin de recaudar
contribuciones. Mina, que independientemente había ordenado
una reunión en Lerín para el mismo día, se encontró perfecta-
mente situado para atacar por sorpresa el destacamento francés.
Mina atacó a Gaudin con el segundo batallón, efectivos del
sexto y la caballería. Las tropas que permanecían en Lodosa fue-
ron neutralizadas por un cordón establecido para que nadie pu-
diera escapar de Lerín en busca de auxilio. Por consiguiente,
Mina aniquiló la columna de Gaudin, matando a 462 soldados y
capturando a 635. Sólo tres hombres, incluyendo al mismo Gau-
din, lograron escapar a caballo. Sin embargo, incluso después de
llegar a Lodosa no hubo ningún intento de perseguir a la Divi-
sión y de rescatar a los cautivos. La cobardía del oficial al mando
en este enfrentamiento, la incapacidad del resto de las fuerzas de
Clausel en Lodosa para unirse a la lucha y el hecho de que el 60
por ciento de una larga columna se viera obligado a rendirse a las
guerrillas eran signos de la decadencia de la capacidad militar
francesa.
Wellington, que avanzaba rápidamente hacia el este a través
de Castilla, había pedido a Mina que se ocupase de Clausel y que
259
e _LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
le impidiese reforzar a José Bonaparte. No obstante, la División
era todavía demasiado numerosa para mantenerse unida. Para
cumplir la solicitud de Wellington, Mina mandó a sus batallones
para que operasen por separado. El primero y el segundo comba-
tieron en Álava, el tercero, cuarto, quinto y octavo en Navarra, y
el sexto y el séptimo batallón en Aragón. Los franceses consiguie-
ron de nuevo efectuar requisiciones en extenso. Incluso penetra-
ron en Roncal con 14.000 hombres, incendiando y saqueando,
obligando a Mina a evacuar sus hospitales. Durante todo este
tiempo, empero, Clausel no consiguió ninguna victoria en la ba-
talla. Los guerrilleros fueron maestros en evitar a la principal
fuerza de Clausel, y resultaron mortíferos contra destacamentos
y rezagados. La División dio muerte o capturó a 414 soldados
enemigos a finales de abril y en mayo, y las pérdidas totales de
Clausel en Navarra ascendieron a casi 2.500 hombres.
Clausel había soportado demasiado. Ya el 4 de mayo había
escrito a José quejándose de que necesitaría como mínimo
20.000 hombres y quizás 25.000 —junto con los que tenía
asignados en funciones de guarnición— para destruir a Mina.
Cuando se percató de que en las condiciones presentes no reci-
biría este nivel de refuerzos, sugirió, como Bessitres había he-
cho antes, que Navarra fuera evacuada. «Lo veo todo perdido
en Navarra —escribió Clausel—. [No hay] ninguna esperanza
en la empresa: voy a abandonar...» '”. No pudo ver cumplidos
sus deseos hasta meses más tarde, de tal manera que todavía se
encontraba en Navarra cuando se produjo la batalla de Vitoria
el 21 de junio. Mina había conseguido mantener ocupados a
19.000 soldados que podían haber cambiado la suerte de We-
llington en la batalla. Igualmente, otros 35.000 hombres habían
sido entretenidos en Aragón no sólo por los guerrilleros de la
División, sino también por otros que luchaban a las órdenes de
otros comandantes !'%,
10% Clausel a José Bonaparte, 4 de mayo de 1813. La carra fue interceprada por los
guerrilleros e impresa en los Trímestres, AGN, Guerra, legajo 17, car. 53,
1% Alexander, Rod of Iron, pp. 220-21.
260
- EL REINO DE LA GUERRILLA
Tras Vitoria los franceses abandonaron Tudela y Zaragoza,
dejando tras de sí una fuerza testimonial de entre 500 y 600
hombres dentro de la fortaleza. Zaragoza tendría que enfrentarse
a otro asedio. Mina dispuso sus tropas frente a las murallas el
4 de julio, aunque luego se vio obligado a esperar a la artillería
durante casi un mes. Finalmente, a últimos de julio, comenzó el
bombardeo. El 2 de agosto, su cañón acertó en el polvorín de la
fortaleza y los 405 soldados franceses que seguían vivos se rindie-
ron. El 23 de agosto, la guarnición de Mallén se rendía con pér-
didas de 43 hombres. San Sebastián y Pamplona fueron asimis-
mo sitiadas, rindiéndose la primera el 17 de octubre y la última
el 31.
Durante aquel otoño, las guerrillas comenzaron los asedios de
Jaca y Monzón, las acciones menos brillantes emprendidas por la
División. Se formó el noveno batallón, tercero en Aragón, para
ayudar a limpiar España de las últimas tropas francesas. Estos
soldados fueron más efectivos que nunca a la hora de castigar a
los franceses cuando éstos intentaban requerir o hacer pastar sus
animales fuera de sus recintos; sin embargo, el asalto de las ciu-
dadelas que quedaban estaba realmente fuera de su alcance '”.
Monzón no se rindió hasta el 15 de febrero de 1814, y la guarni-
ción de Jaca abandonó dos días más tarde, tras soportar casi seis
meses de bloqueo y una serie de apocados asaltos. En estos ase-
dios y en otras acciones que se ordenaron emprender a Mina, los
franceses perdieron 1.206 hombres, entre muertos y prisioneros.
Tras varias batallas en los alrededores de Baigorry y St. Jean de
Pie de Port, el día 14 de abril se llevó a cabo la última batalla de
la guerra en Bayona. Cuatro días más tarde, Wellington y Soult
firmaron un armisticio que implicó el final de seis años y dos
meses de hostilidades tras el ataque de la ciudadela de Pamplona.
Sin embargo, el final de la guerra todavía estaba lejos para Mina
y las guerrillas.
1%” ¿Operaciones militares del Séptimo Regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car. 5.
261
CAPÍTULO 9
POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA
1. Exterminio e imperialismo francés
Entre 1808 y 1814, los franceses destruyeron aparentemente el
movimiento guerrillero de Navarra en cuatro ocasiones, para
después comprobar cómo renacía con mayor fuerza que antes.
Eguaguirre y Gil fueron expulsados de Navarra en el otoño de
1808; sin embargo, fueron reemplazados por Javier Mina a
principios de 1809. El corso terrestre de Javier se disolvió tras
la captura de su líder por parte de Dufour en marzo de 1810.
A su vez, Francisco Espoz y Mina sustituyó a Javier en la pri-
mavera de 1810. Por dos veces en los siguientes dos años, en
Belorado y Lerín, la División de Navarra de Mina fue prácti-
camente aniquilada, pero en cada ocasión las guerrillas se recu-
peraron con rapidez, y en 1812 llegaron a dominar Navarra, el
Alto Aragón y ciertas partes de las provincias vascas. En este
capítulo se analizan las razones de la resistencia y del éxito fi-
nal de Mina, comparando la experiencia navarra con las de
otras insurgencias de la era de la Revolución Francesa y la Na-
poleónica a fin de responder a la cuestión: ¿por qué combatió
Navarra?
263
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
El fracaso de Francia en Navarra y en otras partes de Europa
se debió en parte a la naturaleza del imperio. La expansión fran-
cesa en los años noventa del siglo XVII! se había guiado, al menos
en parte, por ideales revolucionarios; sin embargo, los hombres
de Napoleón enviados a España entre 1808 y 1814 se movían
principalmente por la promesa del botín. La moral de la Grande
Armée no dependía de la virtud revolucionaria de sus oficiales y
soldados, sino de una lograda implantación de las nociones del
honor y del esprit de corps'. A medida que la economía francesa
bajo Napoleón se debilitaba y se iba estructurando sobre la base
de la guerra y la extorsión, el sueño del pillaje desplazó casi por
completo a los ideales de la revolución. El lenguaje de libertad,
fraternidad e igualdad sobrevivieron en los pronunciamientos
oficiales, pero lo que una vez había sido reflejo de genuinas con-
vicciones era ahora un fino barniz que ocultaba deseos egoístas,
La construcción del «imperio liberal» tenía poco significado para
los hombres encargados de «reformar» Europa más allá del que
ofrecían las oportunidades de amasar riqueza y poder”.
El cinismo del imperio comenzaba en su misma cima. Napo-
león obsequiaba a sus sirvientes con feudos y dotaciones empla-
zados en tierras conquistadas, y cuando tomó España tales
recompensas constituyeron una parte esperada de un neofeuda-
lismo sistemático que generó su propia dinámica agresiva. La re-
forma, tal como ha destacado Charles Esdaile, fue para los fran-
ceses, desde el principio al fin, un instrumento de explotación
que siempre se sacrificaba cuando se ponía en el camino de las
exigencias políticas y militares. En 1808 la retórica según la cual
se debía dotar a los europeos de un gobierno más ilustrado ya no
era convincente, dada la marca alcanzada por Napoleón en la
! En la primera década del siglo, la deserción de los ejércitos imperiales fue alta, la
resistencia al reclutamiento universal, y las revueltas antifiscales comunes. Napoleón
no resolvió estos problemas movilizando Francia con llamamientos ideológicos, sino
creando mecanismos burocráticos efectivos para conseguir dinero y alistamientos. Is-
ser Woloch, The New Regime, esp. 380-426.
? Harvey Mitchell, «Tocqueville's Mirage or Reality?» en Journal of Modern History,
60, marzo 1988, pp. 28-54.
264
_POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA
subversión de las instituciones representativas, del derecho y de
sectores económicos saneados en sus otros reinos satélites. En Es-
paña, la modernización y la reforma apenas tuvieron importan-
cia en comparación a la violencia destructora de vidas y propie-
dades perpetrada por la ocupación”,
Los oficiales franceses se cuidaron de tener cabida en este sis-
tema imperial. Las escuelas militares de St. Cyr y Fontainebleau
instruyeron a buenos oficiales, no a idealistas ni liberales ni si-
quiera a patriotas *. Hombres como Soult y Victor estaban más
preocupados por la gloria y el robo que por ganar una guerra y
«modernizar» España. Su único objetivo era sacar en el menor
tiempo posible todo lo que pudieran de los territorios que se en-
contraban bajo su mando en beneficio propio ?. Esta orientación
hacia la abierta explotación dañó evidentemente la causa francesa
en España, poniendo de relieve la hipocresía que subyacía en la
retórica modernizadora de Francia. En efecto, según la opinión
del mariscal Masséna, fue la rapacidad de los generales franceses,
acorde con la ética imperial, la que aseguró el fracaso de la ocu-
pación. Cuando terminó la guerra, Napoleón, secundando la
opinión de Masséna, expresó su pesar por no haber fusilado a al-
guno de sus oficiales, especialmente a Soult, el más «voraz» de
todos los mariscales franceses y el que embarcó de regreso a
Francia algunos de los tesoros artísticos más valiosos de España.
La retrospectiva de Napoleón era correcta, aunque asombrosa-
mente cínica, dado que el mismo emperador había sentado las
bases para el saqueo de Europa?.
! Louis Bergeron, France under Napoleon, pp. 52-79; Esdaile, The Wars of Napoleon,
pp. 10-11, 71-113. El comentario de Esdaile de que los ejércitos de Napoleón «pu-
sieron los cuernos a un continente» contiene más fuerza expresiva de cómo los euro-
peos de entonces experimentaron el imperialismo francés que cualquier enfoque for-
malista de la modernización y la reforma.
1 Maximilien Foy, Histoire de la guerre de la peninsule, vol. 1, pp.77-78,
3 Carra del 10 de agosto de 1810 de Masséna al rey José, AHN, Estado, legajo
3.003. Los lazos personales de Masséna con José y el hecho de que él mismo fuera un
hombre de la Revolución puede que tengan que ver con su conducta relativamente
inocente.
" Rodríguez-Solis, Los Guerrilleros de 1808, vol, U, p. 44.
265
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN =
Navarra no tenía Murillos que robar, pero los gobernadores
franceses de Pamplona todavía consiguieron extraer cuantiosas
sumas de la población, y resultaron ser muy creativos cuando se
trataba de encontrar modos de acallar las fuentes del odio popu-
lar. Los oficiales de rango inferior destinados como comandantes
de guarnición eran, si cabe, peores que los generales. Muchos ha-
bían entrado en servicio con la esperanza de hacer fortuna en tie-
rras foráneas. Fueron estos hombres los que, al dedicarse al nego-
cio del día a día de la ocupación de Navarra, «han contribuido a
hacer el nombre francés odioso en el extranjero» ”.
La brutalidad imperial francesa no fue enteramente pragmáti-
ca. También estaba arraigada en una parte de la ideología revolu-
cionaria que prosperó bajo el imperio —en la creencia chovinista
en la misión civilizadora de Francia, enraizada desde la llustra-
ción en las nociones de superioridad racial y Cultural. Filósofos
ilustrados como Buffon sostenían que algunos pueblos —lapo-
nes, africanos, corsos— eran irreversiblemente inferiores y quizás
incapaces de ser civilizados. Como los niños de carne y hueso de
Rousseau, ciertos pueblos podían ser debidamente marginados e
incluso aniquilados en favor de un bien más elevado. Si algún
pueblo no explotaba con eficiencia sus recursos naturales (como
los amerindios), si se les juzgaba como tontos (como a los corsos
y a los egipcios), o si se les consideraba insuficientemente sensi-
bles al dolor y al sufrimiento de los demás (como los españoles,
que asistían a las corridas de toros, y los melanesios, que eran ca-
níbales), entonces se debía requerir la presencia civilizadora de
Francia, incluso hasta el punto de reemplazar a la población nati-
va. Esta ideología había evolucionado simultáneamente dentro
del imperialismo francés en Europa, América y en el Pacífico, y
sirvió con eficacia a los propósitos de Napoleón *. En las guerras
" Foy, Histoire de la guerre de la peninsule, vol. 1, p- 129,
Y Sobre las raíces de las ideologías coloniales (y el toralirarismo) en la Ilustración,
véase, entre otros, J. L. Talmon, The Origins of Totalitarian Democracy; Carol Blum,
Roussean and the Republic of Virtue; Peter Hulme y Ludmilla Jordanova, The Enligh-
tenment and lis Shadows; y Jean de Viguerie, «La Vendée er les Lumitres: Les Origi-
nes Intellectuelles de l'Extermination», en Alain Gérard y Thierry Heckmann, eds.,
La Vendée dans Histoire.
266
POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA
de ocupación se necesitan soldados que disparen sobre civiles,
una situación que puede ser intolerable incluso para los militares
más endurecidos. Inevitablemente, los colonizadores intentan re-
solver este problema definiendo a los civiles como «salvajes» o
«monstruosos», criaturas infrahumanas. Sólo a través de este
ejercicio pueden continuar las carnicerías de inocentes sin des-
truir por completo la moral de la tropa. En Córcega, en la Ven-
dée, en Egipto, en Calabria y, finalmente, en España el ejército
francés tuvo que, con diferentes niveles de éxito, aplicar esta ideo-
logía imperial. Por ejemplo, los soldados franceses estaban con-
vencidos de que Calabria estaba «habitada por demonios» y que
los egipcios eran tan bárbaros que se les hacía un gran favor ocu-
pando su país?.
Una de las estrategias más interesantes para defender el carác-
ter infrahumano del enemigo era representar a las mujeres como
criaturas sucias e innaturales, poco menos que fábricas de niños
que producían más enemigos. Esto permitía que las tropas trata-
sen a las mujeres de forma inimaginable en circunstancias nor-
males. Durante la conquista francesa de Córcega, a mediados del
siglo XVit1, los soldados galos describieron a las mujeres como si
fueran bestias '”. Las mujeres de Egipto fueron descritas casi en el
mismo sentido, y las mujeres kanak de Nueva Caledonia como
«aterradoramente horribles» '!. En Calabria, donde la guerra fue
extraordinariamente bárbara en ambos lados, los franceses trata-
ron a todos los civiles, incluidas las mujeres, como si fueran
combatientes. El general Reynier, quien más tarde tendría un
destacado papel en la ocupación de España, ordenó matar a los
calabreses que capturó y alentó a sus hombres para que efectua-
% Milton Finley, The Most Monstrous of Wars: The Napoleonic Guerrilla War in Sout-
hern Italy, 1806-1811, p. 14; Edward Said, Orientalism, pp. 79-87.
1% En Córcega los franceses describieron a las mujeres como «extremadamente feas» y
como fábricas para la producción de niños que en el futuro serían enemigos, Vigue-
rie, «La Vendce er les Lumiéres».
1 Louis Antoine Fauveler de Bourrienne, «Memoirs», en Napoleon in Egypt, p. 155:
Alice Bullard, «The French Idea of Subjectivity and the Kanak of New Caledonia»,
History and Anthropology, p. 19 (en prensa).
267
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
ran pillajes, violaran y asesinaran en ciudades que, como Mora-
no, se hubieran mostrado contrarias a la causa francesa. Como
un terrorista cortado por el mismo rasero que Barras y Wester-
mann, su receta para pacificar Calabria fue bien simple: el uso
indiscriminado de la violencia contra civiles de ambos sexos. El
general Verdier fue todavía peor. Masacró familias enteras cuan-
do se encontraban pruebas de que simpatizaban con la resisten-
cia francesa. Y Charles-Antoine Manhé, encargado de completar
la pacificación de Calabria, inició una política de realojamiento
de familias en «aldeas estratégicas», que prefiguró la «reconcen-
tración» española en Cuba y las medidas tomadas por franceses y
estadounidenses en Vietnam '?. Naturalmente, el alcance de las
«reformas» bonapartistas era limitado en este ambiente de terro-
rismo de Estado.
Merece la pena destacar que la lógica exterminadora inheren-
te a este imperialismo cultural y racial llegó mucho más lejos en
el interior de la misma Francia, en la Vendé, donde el ejército
masacró a casi 117.000 civiles '*. El discurso racista preparó el
camino para esta extraordinaria «pacificación». Los republicanos
describieron a los vendéens como «una raza abominable» caracte-
rizada por su ferocidad, barbarismo y fanatismo, mientras que
los campesinos bretones fueron considerados unos «salvajes»
cuya existencia constituía una «enfermedad» en el cuerpo de
Francia '*, Tras derrotar al principal ejército vendéen en el otoño
de 1793, el general Westermann describió su política al Comité
de Salvación Pública en un párrafo famoso:
Ya no existe la Vendée, ciudadanos republicanos. Ha muerto bajo
nuestro sable libre con sus mujeres y sus hijos. Vengo de enterrarla
!* Finley, 7he Most Monstrous of Wars, pp. 20-28, 67-95.
1% Reynald Secher, Le génocide franco-frangais. La Vendee- Vengé. Este trabajo ha ge-
nerado, desde su publicación en 1986, gran cantidad de controversias entre los histo-
riadores de la Vendée sobre el número de bajas civiles y el uso del término genocidio.
Una crítica interesante de las cifras de Secher en Charles Tilly, «State and Counterre-
volution in France», en Ferenc Fehér, ed., The Erench Revolution and the Birth of. Mo-
dernity.
1% Anthony James Joes, Guerrilla Conflict before The Cold War, p.71,
268
POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA
en los pantanos y los bosques de Savenay. Siguiendo las órdenes que
me habéis dado, he reventado a los niños bajo las patas de los caba-
llos, masacrado a las mujeres que, por lo menos, ésas ya no darán a
luz más salteadores. No tengo prisioneros que reprocharme. Todo lo
he exterminado.
Incluso una vez terminada la amenaza militar de la Vendée, el
general Turreau continuó la masacre en el invierno y primavera
de 1794. El 24 de enero, Turreau aseguró al Comité de Salva-
ción Pública que sus «columnas infernales» habían hecho «prodi-
gios». Si el comité seguía sus consejos, escribió, «en quince días
ya no habrá más en la Vendée ni casas ni subsistencias ni armas
ni habitantes» !*, El ansia de sangre de Turreau y Westermann,
los estereotipos de género y raza, incluso el nombre de «colum-
nas infernales», todo prefiguraba la contrainsurgencia francesa en
España. La comparación efectuada por el general Hugo entre la
guerra española y la Vendée no era espuria, y menos cuando se
refería a la violencia retórica y real contra las mujeres '*.
En España los franceses convirtieron a las mujeres en símbolo
del barbarismo que pensaban caracterizaba todo el país. Por
ejemplo, Jean Albert Rocca, oficial que sirvió a las órdenes del
general Soult, describió a las mujeres de Ronda como fieras «gi-
gantes» y «luchadoras» que «sólo se distinguían de los hombres
por sus ropas, su mayor estatura y sus maneras más burdas» ”.
Los franceses idealizaron la ocupación de España como si fuera
de gran beneficio para los españoles. Napoleón estaba dando a
sus vecinos del sur un gobierno moderno, políticas económicas
más racionales, una cultura francesa superior y el Código Napo-
leónico, en el que se codificaban las fantasías misóginas del em-
perador. Desde la perspectiva de este proyecto y de los discursos
imperiales sobre la modernización, las mujeres españolas que lle-
vaban armas y «actuaban como hombres» eran un claro signo de
15 Yves Gras, La Guerre De Vendée (1793-1796), pp. 117, 128.
16 Lovett, Napoleon and the Birth of Modern Spain, p. 106.
17 Jean Albert Rocca, Memoirs of the War of the French in Spain, London, 1815,
pp. 263-302.
269
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
que España necesitaba de la presencia civilizadora de los hom-
bres franceses a fin de corregir una situación de desorden. En
otras palabras, los franceses utilizaron las descripciones de muje-
res asesinas del campo para justificar la ocupación. Irónicamente,
ésta sólo era la cara opuesta del mito español que glorificaba la
resistencia de las mujeres como prueba de unanimidad nacional.
Donde los hombres españoles veían amazonas heroicas, los france-
ses percibían gigantes no naturales. Y parte de la «misión civiliza-
dora» de Francia sería remodelar a las gigantes y luchadoras de la
España rural a imagen de las señoritas parisinas. Mientras tanto, su
«inhumana» (es decir, no femenina) ferocidad justificaba cualquier
crueldad perpetrada a manos de los soldados franceses '*.
El salvajismo de la ocupación —estuviera motivado por la es-
peranza de ganancias personales o por la ideología imperial racis-
ta— debe tenerse en cuenta si se pretende explicar por qué los
franceses fracasaron en Navarra y otros lugares de Europa. Ade-
más, hubo ciertas reformas —aquellas que facilitaron la explota-
ción del pueblo ocupado y que pudieron, por tanto, ser aplicadas
incluso en mitad de la guerra— que estimularon una mayor re-
sistencia. De este modo, los gobernadores militares de Pamplona
atacaron el régimen señorial, a la Iglesia, y a los privilegios legales
porque estas medidas podían proporcionarles dinero. Sin embar-
go, estas reformas no consiguieron producir mucho entusiasmo
en Navarra o sirvieron para indisponerse con el pueblo. Por
ejemplo, los señoríos no eran importantes, como se vio en un ca-
pítulo anterior, de tal manera que se consideró que los ataques
contra el régimen señorial eran retrógrados. Las agresiones fran-
cesas contra la Iglesia, que era relativamente pobre en el norte de
!% Los franceses consideraban las corridas de toros como otra muestra del retraso es-
pañol, no por su carácter cruento (¿como podía molestar eso a un soldado imperial?),
sino porque a principios del siglo XIX el gran espectáculo subversivo reunía a nobles,
burgueses, trabajadores y campesinos, convirtiendo las plazas en lugares de potencial
solidaridad contra Francia. A los galos les enfurecía particularmente que las mujeres
españolas pareciesen disfrutar en las corridas de toros tanto como los hombres y pen-
saban que esto eliminaba su natural docilidad, preparándolas para el conflicto arma-
do, J. J. E. Roy, Les Frangais en Espagne, souvenirs des guerres de la péninsule, 1808-
1814, Yours, 1880, p. 96.
270
POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA
Navarra y en consecuencia popular, consiguieron indisponer al
pueblo. Finalmente, el asalto a los privilegios regionales no hizo
sino provocar la oposición en Navarra, donde el «feudalismo» en
la forma de constitución foral era apreciado por todos y era dig-
no de ser defendido. La «modernización» francesa sólo significó
ara Navarra la destrucción de sus instituciones democráticas, la
abolición de sus valorados privilegios, ultrajes a la religión y ex-
plotación económica. Por lo tanto, no es sorprendente que mu-
chos navarros se opusieran a su «modernización forzosa», por-
que, a pesar de algunos historiadores, se percataron de que lo
más moderno del imperio eran sus tendencias totalitarias.
2. La defensa de la Iglesia
En Navarra, igual que en el resto de España, los franceses ejecu-
taron con enorme coherencia y vigor su ataque a la Iglesia. Des-
de luego, el saqueo por parte de soldados de iglesias y conventos
no fue diferente del que la soldadesca de Europa venía practican-
do desde hacía mucho tiempo; no hay más que recordar los exce-
sos cometidos en la Guerra de los Treinta Años y en el saqueo
del Palatinado en 1688 por las tropas de Luis XIV. Lo que era
nuevo en 1808 era la extensión de la furia anticlerical francesa,
herencia de la campaña de «descristianización» y terror contra la
Iglesia en los años noventa del siglo XVIII, un terror que en mu-
chos sentidos alcanzó su cima en la guerra de la Vendée.
La legislación anticlerical aprobada en julio y noviembre de
1790 en París desencadenó la rebelión del clero y sus seguidores
en la Vendée y en otras partes de Francia occidental, que se pro-
longó durante el período 1791-1793 '”, Sin embargo, en la re-
vuelta militar de 1793 parece que los sentimientos religiosos sólo
fueron uno de los factores que motivaron a los rebeldes. Como
19 Entre los que destacan el papel de la religión, véase Yves Gras, La Guerre De Ven-
dée (1793-1796), Paris, 1994, y Louis Delhommeau, Le Clergé Vendeen face ú La Ré-
volution, La Roche-Sur-Yon, 1992.
271
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
en España, los curas y los monjes no se encontraron de forma
evidente entre los vendéens, como los propagandistas afirmarían
con posterioridad, y no existe correspondencia entre las pautas
de piedad y las áreas más implicadas en la rebelión, a pesar de los
intentos de probar lo opuesto. Por el contrario, la resistencia al
alistamiento y a la creciente influencia de los foráneos en la vida
económica y política de la región fueron factores motivadores
más decisivos que la religión (o el regalismo) *. No obstante, los
republicanos representaron a los rebeldes como fanáticos religio-
sos y realistas, y las tropas que devastaron la Vendée imaginaron
así a sus oponentes. De este modo, la guerra de la Vendée, aun-
que sólo en parte se asentase en sentimientos realistas y religio-
sos, se convirtió en el imaginario republicano en una guerra ini-
ciada por fanáticos que defendían el viejo orden. Como
resultado de la Vendée y de otras guerras antirreligiosas de la dé-
cada de 1790, el anticlericalismo francés se endureció convirtién-
dose en una forma de fe entre muchos de los soldados que toma-
ron parte en la guerra. Se asumió que los curas y monjes eran
enemigos empedernidos, lo que justificaba una mayor violencia
contra la religión. La legislación anticlerical y el terrorismo se
convirtieron casi en sinónimos durante el imperio, especialmente
en los regímenes satélites de Francia, tales como Nápoles y Ba-
viera, donde evidentemente estimularon el surgimiento de rebe-
liones*.
20 Ésta es la postura adoptada por Alain Gérard, Pourquoi La Vendée? Las explicacio-
nes socioeconómicas clásicas de las rebeliones en Francia occidental son las de Char-
les Tilly, The Vendée, y Paul Bois, Paysans de "Quest.
*! Milton Finley destacó el papel de la religión —pisoteada por la legislación anticle-
rical de José en Nápoles— en la guerra de guerrillas napolitana. Finley, 7he Most
Monstrous of Wars. Finley citó que el general Reynier había dicho: «Estos desprecia-
bles curas son el mayor foco de rebelión. Si es necesario, los eliminaré a todos»
(p. 93). Evidentemente, esta cita no prueba tanto que fueran realmente los curas la
fuente de rebelión, como que los oficiales franceses como Reynier pensaban que lo
eran. Además, en el Tirol, la legislación anticlerical (esta vez establecida por los apo-
derados bávaros de Napoleón) parece haber provocado la resistencia. Uno de los líde-
res tiroleses escribió: «Los tiroleses han contemplado con amargo sentimiento cómo
eran destruidas sus abadías y monasterios, cómo la propiedad de sus iglesias era roba-
da y secuestrada, sus obispos y curas se exiliaban, sus iglesias eran profanadas, y sus
272
POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA
La propensión anticlerical de la generación de 1789 hizo que
la persecución de la Iglesia pareciera razonable y progresista. Sin
embargo, en un lugar como Navarra, donde los eclesiásticos ha-
bían conservado gran parte de su poder y su prestigio, tal perse-
cución aseguraba la aparición de resistencia. En efecto, el anticle-
ricalismo francés afectó dramáticamente el espíritu público de la
mayor parte de España. En su insensato saqueo de Córdoba a
principios de junio de 1808, los hombres de Dupont demostra-
ron una furia especial contra monjes y monjas, y convirtieron los
conventos de la ciudad en establos y cuadras para la tropa. Estos
asaltos contra la Iglesia sólo podían servir para indisponer el pue-
blo contra el régimen *, En efecto, poco después de verse obliga-
do a abandonar Madrid tras Bailén, José se quejó a Napoleón de
que los ataques desenfrenados contra iglesias y conventos estaban
haciendo ingobernable España ”. Años más tarde, cuando Ma-
drid se tuvo que enfrentar a carencias agobiantes, José se mostró
menos delicado en su trato con la Iglesia. En junio de 1809, José
acabó con muchas órdenes religiosas y exigió que la mayoría del
clero regular restableciese su residencia en sus parroquias de ori-
gen, donde sus movimientos pudieran ser controlados. Las pro-
piedades de las órdenes religiosas fueron expropiadas y vendidas
en pública subasta. Los clérigos que fueron cogidos predicando
cálices eran vendidos a los judíos». Josef Hormayr, Flistary of Andrew Hofer, p. 14.
Como en España, sin embargo, en Calabria y el Tirol existieron otros factores que
contribuyeron al levantamiento, además de la religión.
2 Jean-Bapúists Jourdan, Mémoires militaires, p. 45. Las atrocidades francesas contra
la religión fueron condenadas desde los lugares más inesperados. Incluso Marruecos
suplicó a los españoles que hicieran todo lo que estuviera en sus manos para destruir
a las «areas» hordas francesas. Valencina, Los Capuchinos, pp. 27, 232-45. La discu-
sión de Oman sobre el saqueo de Córdoba continúa siendo interesante. Oman, A
History of the Peninsular War, vol. 1, pp. 129-131.
2 José se quejó a su hermano de que el pillaje efectuado por Culaincourt en las igle-
sias de Cuenca y la posterior venta pública de la plata saqueada allí en Madrid había
destruido cualquier esperanza de pacificar su nuevo reino. «Toda persona sensible en
el gobierno y en el ejército —escribió José— sostiene que una derrota debería ser
menos injuriosa». La insensible respuesta de Napoleón a su hermano fue elogiar a
Culaincourt por haber hecho lo que «era perfectamente correcto en Cuencas, Napo-
león Bonaparte, The Confidential Correspondence, cartas del 22 y 31 de julio de 1808,
273
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
contra el gobierno o en cualquier otra actividad que incitase al
pueblo a la desobediencia fueron llevados a Madrid para ser juz-
gados por tribunales militares *.
La Iglesia española estuvo dividida en su respuesta a estas per-
secuciones. La mayoría de la jerarquía eclesiástica colaboró, e in-
cluso muchos curas y monjes obedecieron al nuevo régimen. No
obstante, el rigor de las políticas francesas contra la Iglesia obligó
a muchos clérigos a adoptar una postura de resistencia activa.
Por ejemplo, las tropas francesas incendiaron o destruyeron
treinta conventos capuchinos en Andalucía, y en 1814 sólo una
pequeña parte de su propiedad permanecía todavía en manos de
la orden. No es sorprendente, por tanto, encontrar que muchos
monjes capuchinos asistieran a las juntas en la España meridio-
nal. No tenían otra ocupación ”,
Los políticos de la Junta Central aceptaban con satisfacción
cualquier ayuda que la Iglesia pudiera proporcionar, aunque no
estaban dispuestos a que el clero se armase. En efecto, el gobier-
no hizo circular instrucciones que incidían en que los clérigos
podían resistir mientras no llegaran a derramar sangre. Los obis-
pos prohibieron a los clérigos la utilización de armas o dar muer-
te al enemigo”, Sin embargo, a pesar de esta desaprobación, al-
1 AHN, Estado, legajo 3003. AGN, Guerra, legajo 17, car. 1. Gran parte de estos
sucesos fueron anticipados en la Vendée, donde 28 iglesias fueron incendiadas,
28 vendidas a individuos privados y 43 abandonadas en ruinas, mientras que 105 pa-
rroquías fueron asimismo vendidas o declaradas inhabitables. Se obligó a cientos de
sacerdotes a emigrar, siendo el número más elevado (234) el que lo hizo hacia Espa-
ña, donde muchos decidieron quedarse. Irónicamente, muchas de aquellas iglesias
fueron reconstruidas por Napoleón, quién donó al clero de la Vendée 300.000 fran-
cos para este propósito cuando atravesó la región camino de España —donde sus
hombres destruirían incluso un mayor número de iglesias y de edificios religiosos.
Delhommeau, Le Clergé Vendéen, pp. 93, 122-123.
1% En Sevilla dos conventos se convirtieron en centros para la fabricación de cartu-
chos hasta que la ciudad cayó en 1810. Desde mayo a junio de 1809, el convento ca-
puchino de Sevilla produjo 500.000 cartuchos, así como numerosos uniformes. Los
monjes también trabajaron en la fortificación de la ciudad. Valencina, Los capuchinos,
pp- 78, 96.
** Tbíd., pp. 88-90. El gobierno solicitó al clero que le sugiriese la mejor forma para
movilizar los recursos de la Iglesia contra Francia. Docenas de clérigos enviaron sus
propuestas a la Junta Central. Juan Ferrer, un cura catalán, condenó a la Iglesia y al
274
POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA
unos curas y monjes se unieron a las bandas guerrilleras en
1809. Finalmente, en diciembre de 1809, el gobierno español
decidió reconocer este fait accompli y comenzó a regular el movi-
miento guerrillero clerical, o cruzada. Y una prueba del grado de
desesperación al que había llegado el gobierno a finales de 1809
era que se dirigiera a «todos los eclesiásticos, aún los sacerdotes»
para que tomasen las armas”,
Irónicamente, justo cuando el gobierno aceptó que el clero se
armase, la cruzada comenzó a perder importancia. Durante
1810, el gobierno continuó recibiendo informes de curas y mon-
jes que formaban parte de pequeñas formaciones como «La Le-
gión Exterminadora» en Aragón y «Los Voluntarios Defensores
de la Fe y de la Patria» en Asturias. A finales de año, sin embar-
go, la mayoría de estos grupos había sido destruida por los fran-
ceses, desmovilizada o absorbida por partidas guerrilleras secula-
res más eficaces *,
¿Qué es lo que explica la resistencia de algunos clérigos y no
de otros? En Galicia el clero de las ciudades colaboró con los
franceses, mientras que el clero rural fue partidario de la resisten-
cia”, Esto sugiere que el hecho de pertenecer al clero no era por
sí mismo lo que determinaba la probabilidad de que un clérigo
se incorporara a la resistencia. Antes bien, fue el contexto general
en el que un cura determinado operaba. En la mayor parte de los
medios urbanos, por ejemplo Madrid, Granada y Málaga, la ma-
yoría del clero apoyó al régimen francés. En las ciudades más
gobierno por desalentar a los curas y monjes para que tomasen las armas. Si se ani-
maba a los clérigos para que combariesen en las partidas guerrilleras, afirmaba Ferrer,
el movimiento guerrillero sería reformado y reforzado desde dentro. Otro cura cata-
lán, Juan Constans, se ofreció a conseguir 3.000 hombres, si la Junta aprobaba que
los curas y monjes pudieran utilizar armas y a proporcionar apoyo financiero. «Plan
sobre el modo de formar un Exército de Cruzados en la Provincia de Cataluña»,
AHN, Estado, legajo 41, C, 22 de junio de 1809. «Plan de Juan Pablo Constans, Ca-
nónigo de la Colegial Iglesia de Pons de Cataluña», AHN, Estado, legajo 41, C, 24
de septiembre de 1809.
7 AHN, Estado, legajo 41, A, núm. 5.
1 AHN, Estado, legajo. 41, C-D, nos. 24-75.
1% Martínez Salazar, De la Guerra de la Independencia en Galicia, p. 13.
275
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
grandes, especialmente en el sur, la Iglesia había formado parte
durante mucho tiempo de los intereses de los ricos y había re-
nunciado al liderazgo popular, tal y como había ocurrido en el
pasado, en favor de otras elites urbanas. En efecto, el clero de la
mayor parte de Andalucía ya había perdido su ascendencia sobre
las clases populares, que en pocas generaciones fue sustituido por
la de los predicadores del anarquismo *. La principal relación de
los jerarcas de la Iglesia con el pueblo era a menudo explotadora,
ya que ellos mismos eran miembros de la elite terrateniente. Por
lo tanto, es comprensible que el clero de estas áreas temiese me-
nos a los franceses que a la población española. Resulta llamativo
que la furia popular de la multitud en las revoluciones urbanas
de 1808-1809 se desahogara indiscriminadamente contra el cle-
ro, al cual se consideraba parte de la misma clase opresora junto
a los nobles y los simpatizantes de los franceses. En general, por
consiguiente, el clero de las áreas urbanas, y por lo común de la
España meridional, colaboró con los franceses más que el clero
de las áreas rurales y del Norte; y esta colaboración no tenía nada
que ver con el estatus del clero como tal, sino con el medio en
que se movía.
En Navarra, como en el resto de España, las tropas france-
sas se comportaron como si se les hubiera encargado descris-
tianizar la provincia. Los soldados franceses alojados en con-
ventos se dieron cuenta de que al mismo tiempo podían
expresar su odio hacia la Iglesia y recoger un valioso botín sin
ningún temor a las represalias de sus superiores. En julio de
1808, 150 soldados franceses se alojaban y alimentaban en el
Convento de San Francisco de Tafalla; pues bien, cuando lo
abandonaron, todas las imágenes sagradas fueron hechas peda-
zos, y los valiosos objetos de plata que se utilizaban durante la
misa desaparecieron *. Este tipo de episodios podía tener lugar
" En Madrid no hubo nada que destacar en los sentimientos anticlericales del pue-
bla ni antes ni durante la Guerra de Independencia. Mesonero Romanos, Memorias
de un setentón, p. 139.
' AGN, Guerra, legajo 15, car. 17.
276
POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA
por dondequiera que los soldados franceses pasasen en Nava-
rra, dado que por regla general éstos trataban los edificios de
las órdenes religiosas, incluso antes de su expropiación, como
si ya pertenecieran al Estado habilitándolos como cuarteles.
Por ejemplo, el convento carmelita de Sangiiesa, utilizado
como hospital y cuartel, fue destruido durante la guerra por
las tropas francesas alojadas allí *.
Las órdenes religiosas tuvieron que pagar elevados impuestos
y multas a las fuerzas francesas, españolas e insurgentes, y sola-
mente esto podía ser motivo suficiente para arruinar a muchas
de ellas en Navarra. Por ejemplo, el monasterio de Fitero infor-
mó que había pagado 129.896 reales a las fuerzas españolas en
1808 y durante los últimos meses de la guerra, y 175.558 reales
a los franceses. Además, debía 254.418 reales por la reparación
de daños en sus edificios. Como resultado de estos costes, algu-
nos conventos y monasterios vendieron voluntariamente algunas
porciones de sus propiedades durante e inmediatamente después
de la guerra a fin de satisfacer sus deudas, y de estas enajenacio-
nes hubo órdenes que nunca se recuperarían del todo. La confis-
cación de capellanías, obras pías y tierras que pertenecían a hos-
pitales, iniciadas bajo Godoy, continuaron bajo el dominio de
los franceses. La ciudad de Tudela y los municipios de su alrede-
dor sufrieron el desmantelamiento más que ningún otro sitio,
aunque el impacto fue también grande en y alrededor de las ciu-
dades de Pamplona y Estella. Algunos individuos enriquecidos
reunieron enormes haciendas, pero también hubo muchos pro-
pietarios más pequeños que compraron una o dos parcelas incau-
tadas a hospitales y organizaciones religiosas laicas. Las ventas
que realmente procedían de la supresión de las órdenes religiosas
fueron, en comparación, de menor importancia en Navarra. La
legislación de 1809 preparó el terreno para la realización de pre-
cisos inventarios de monasterios y conventos, y se hicieron pla-
nes detallados para su enajenación. Sin embargo, la falta de con-
fianza en la supervivencia del régimen francés fue tal que
% Mutiloa Poza, La desamortización eclesiástica, p. 269.
277
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
realmente sólo se vendieron 44 edificios y 60 hectáreas de tierra,
principalmente en Pamplona *.
Esta persecución religiosa destruyó profundamente la Iglesia
de Navarra y generó hostilidad en una provincia que se enorgu-
llecía de su histórica devoción al catolicismo. No obstante, la
Cruzada en Navarra no consiguió un desarrollo similar al de
otros lugares. Sólo unos pocos monjes procedentes de Pamplona
y residentes en Sevilla proyectaron partidas de cruzada, aunque
nunca se materializaron. Los clérigos nunca formaron una parti-
da guerrillera en Navarra ni contribuyeron significativamente al
corso ni a la División. Los únicos clérigos del ejército de Mina
fueron los capellanes. Miguel, cura de Ujué, tuvo un papel inde-
pendiente en la resistencia, si bien fracasó estrepitosamente du-
rante su breve actuación como líder de las guerrillas. Además, su
ejemplo fue contrarrestado por la colaboración de otros promi-
nentes clérigos navarros en el gobierno josefino. De este modo,
el ejército guerrillero que más éxito alcanzó en la Península, la
División de Navarra, fue enteramente secular. El caso de Navarra
advierte contra las afirmaciones que sostienen que fue el clero
quien llenó las filas de los ejércitos guerrilleros, como algunos
han sostenido basándose en extenso en los relatos anticlericales
franceses sobre la insurrección.
Sin embargo, otra cuestión es considerar la influencia que los
clérigos descontentos ejercieron desde sus púlpitos. El clero de
algunas ciudades de la Ribera ayudó a los franceses a sofocar la
rebelión, como se ha visto. Sin embargo, en la mayor parte de
Navarra, curas y monjes apoyaron a las guerrillas, al menos en
teoría, y sufrieron enormemente en manos de los franceses.
Mientras no dispongamos de alguna forma segura de cuantificar
el apoyo ideológico prestado por el clero a las guerrillas, las leyes
aprobadas para evitar que los sacerdotes predicasen contra el ré-
gimen y el gran número de sacerdotes arrestados en Navarra apo-
yan la idea de que el clero tuvo un importante papel en el fo-
mento de la resistencia. Tras los regidores y alcaldes, fueron los
$ Ibid., pp. 264-67, 270-71, 286, 294.
278
POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA
párrocos quienes más sufrieron a manos de la policía francesa.
De una villa a otra, especialmente en la Montaña, los curas se
encontraron entre los primeros en ser arrastrados a Pamplona o a
Francia *. Un autor estima que fueron 300 los sacerdotes envia-
dos al exilio o encarcelados durante la guerra ”,
El «patriotismo» del clero navarro se basaba en su fuerte inte-
gración en el ámbito rural. Los observadores estaban de acuerdo
en que el clero de la Montaña era «menos aristocrático» que el
del resto de España. En efecto, difícilmente se podía distinguir a
la mayoría de los sacerdotes de los propietarios campesinos entre
los que vivían. Los curas por lo común tenían relaciones con sus
parroquias, entendían en los conflictos diarios de sus parroquia-
nos y «sabían hablar su lengua». En las villas pequeñas, no exis-
tía alternativa al liderato clerical, dado que, probablemente, el
cura era uno de los dos individuos alfabetizados (el otro era el es-
cribano), El párroco tenía más experiencia frente al mundo exte-
rior que cualquiera de sus convecinos. Interpretaba las acciones y
palabras del gobierno en el lenguaje de la gente y asumía con fa-
cilidad la dirección política en momentos de crisis. Aunque los
curas guerrilleros como Merino fueran una excepción, el párroco
medio estaba especialmente situado para fomentar la rebelión e
inspirar a otros a tomar las armas. En la Guerra de Indepen-
dencia, como en las guerras carlistas, los curas fueron líderes ins-
piradores que deseaban sacrificarse por sus profesiones y parro-
quias”.
Los franceses se dejaron engañar por los voceros anticleri-
cales españoles y llegaron a creer que la mayoría de los espa-
1 AGN, Guerra, legajos 18-21. En los informes dados por las comunidades locales
no se incluían los nombres de los que eran arrestados o ejecutados, si bien un gran
número de comunidades afirmó que se habían llevado a sus curas.
5% Olóriz, Navarra en la Guerra de la Independencia, p. 190.
%% Desdevises du Dezert, L Espagne de l'Ancien Regime, vol. 1, p. xv-
* Por ejemplo, el longevo cura de Echauri, que sobrevivió a la Guerra de Indepen-
dencia y a la Primera Guerra carlista, fue finalmente asesinado tras toda una vida al
servicio del núcleo espiritual de una villa que, mientras él vivió, estuvo casi siempre
en constante estado de guerra. En agosto de 1837, los soldados cristinos lo asesina-
ron. Archivo Parroquial de Echauri, Libro de Difuntos, núm. 5.
279
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
ñoles apoyaría la expropiación de la Iglesia. Sin embargo, una
cosa era que los ilustrados españoles de Madrid escribiesen so-
bre tales proyectos, y otra ponerlos en práctica en un lugar
como Navarra. Los franceses se dieron cuenta de que cuando
cerraban conventos en Navarra, la gente respondía llevándose
a los regulares apartados de la religión a sus hogares, un efec-
to muy diferente al esperado *. La legislación anticlerical de
los liberales españoles produjo más adelante, en el mismo si-
glo xIX, resultados similares y creó la misma oposición popu-
lar. Los clérigos de Navarra eran «jefes espirituales» de la tie-
rra, e incluso aunque no se convirtieran en «jefes políticos»,
como algunos observadores franceses afirmaban, sirvieron de
todas formas para alentar el sentimiento popular contra los
franceses *.
A pesar de todas estas consideraciones, sigue siendo dudoso
que la defensa de la religión, por sí misma, motivase al pueblo
de Navarra para que se uniera a la resistencia, del mismo modo
que no puede explicar completamente ni la rebelión de la Ven-
dée ni la del Tirol. Tampoco es evidente que los navarros nece-
sitasen mucho aliento espiritual de sus pastores para tomar las
armas. Los franceses habían perjudicado materialmente a la ma-
yor parte de la población, lo que permitió que la resistencia en
Navarra pudiera prescindir de justificaciones religiosas. En el
lenguaje utilizado por los periodistas y cronistas de la guerra en
Navarra, el tema religioso tenía menos presencia que la que te-
nían los asuntos sobre la libertad personal y mucho menos que
los que tenían que ver con la supervivencia económica. El pró-
logo a un informe dado por el tercer regimiento de la División
de Navarra habla «[d]el pequeño, pero leal Reino de la Navarra,
constante en las máximas de fidelidad debida a sus Reyes».
Hace alarde de que «los privilegios y fueros» como «una prue-
* Los miembros de una de las casas clausuradas en Estella no tuvieron que dejar la
ciudad ni aceptar ser integrados en cargos seculares pagados por el gobierno, tal fue
la generosidad de la población de la ciudad. AGN, Guerra, legajo 21, car. 21.
% Desdevises du Dezert, 1 'Espagne de l'Ancien Régime, vol. 1, p. xv.
280
_ POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA
ba» de la bravura histórica de Navarra y la devoción a sus sobe-
ranos. Y se explaya con el sufrimiento físico y financiero de los
individuos. Sin embargo, nunca menciona la defensa de la reli-
gión *. El texto dejado por el segundo regimiento habla más es-
pecíficamente de lealtad a la persona de Fernando VII y por re-
gla general de la defensa de la nación, aunque sólo menciona a
la religión de forma tangencial *. De forma similar, el informe
legado por Iribarren, comandante de la caballería de la Divi-
sión, se explaya con las cualidades de los navarros, si bien sólo
menciona sus ambiciones personales, provinciales o nacionales,
y nunca las religiosas *.
La única persona que parece haber situado la defensa de la re-
ligión en el primer lugar de la lista de motivos para la resistencia
fue Andrés Martín, aunque hay que tener en cuenta que éste era
cura y capellán de la División, que incluso cuando expresó la
idea de cruzada lo hizo de forma superficial y formularia, y que
resultaba más sincero cuando escribía sobre la «sangre noble,
guerrera y leal» de los navarros Y. Según Mina, los franceses no
consiguieron ganarse adeptos en Navarra porque insistían en ex-
traer exorbitantes contribuciones utilizando la fuerza bruta. De
este modo, Mina explicó los motivos de sus compatriotras en
términos totalmente materiales: la resistencia creció en respuesta
a las demandas fiscales de la ocupación, y no por ninguna predis-
posición ideológica contra Francia”.
Aunque los curas y monjes tuvieran un papel militar menos
importante en Navarra que en otras provincias y los ideales reli-
glosos no estuvieran a la cabeza de la resistencia navarra, como
quizás lo fueran para los políticos nacionales o los partidarios
de la cruzada, esto no significa que los motivos religiosos estu-
10 «Relación del tercer regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car. 51. Las escasas pri-
meras páginas contienen las limitadas referencias a la teoría y la justificación.
11 «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20,
1% ¿Manifiesto de las acciones del Mariscal de Campo Don Francisco Espoz y Mina»,
AGN, Guerra, legajo 17, car. 53,
1% Andrés Martín, Historia de los sucesos milttares, introducción y p. 20.
3 Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, p. 68.
281
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN .
vieran ausentes de Navarra ni que los curas y monjes no forma-
ran parte de la resistencia. Sabemos, por los ejemplos específi-
cos ya mencionados, que sí lo hicieron. Antes bien, lo que sig-
nifica es que los ataques franceses contra la religión no fueron
suficientes por sí mismos para dar cuenta del movimiento gue-
rrillero. Se deben implicar otros factores. Teniendo en cuenta
las pistas dejadas por Mina y las crónicas militares, debemos
considerar otras formas por las que los franceses convirtieron a
los civiles en enemigos.
3. Los fueros y el nacionalismo
Ya se ha visto cómo los contemporáneos (y más tarde muchos
historiadores) entendieron la resistencia guerrillera como una de-
fensa de la nación y de la monarquía. Ciertamente, las circuns-
tancias de la deposición de Fernando y la traición de Napoleón
fueron suficientes para ofender el amor propio y aglutinar la
conciencia nacional de ciertas personas. No hay ninguna dificul-
tad en adscribir cierto grado de nacionalismo a hombres como
Palafox, Quintana, Argúelles y quizás incluso a algunos de los
líderes del movimiento guerrillero, como Juan Martín. Sin em-
bargo, si se considera la acepción de lucha nacional como una
explicación de la resistencia, debe explicarse el grado de penetra-
ción del sentimiento nacionalista en un gran número de perso-
nas antes de que se produjera la era de la alfabetización en masa,
la educación nacional, el reclutamiento universal y de los medios
de comunicación. Asimismo se debe explicar por qué los nava-
rros, gallegos y guadalajareños fueron más «nacionalistas» que el
pueblo de Barcelona, Granada y otras localidades donde la resis-
tencia fue más débil. Los navarros afirmaban ser, por naturaleza,
los mayores patriotas de España. Sin embargo, para los historia-
dores tal posición no puede aceptarse a primera vista. Se podría
mantener, empero, que las especiales circunstancias de Navarra o
las peculiares acciones tomadas por los franceses en esta provin-
cia generaron sentimientos inusualmente intensos de lealtad
282
] _POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA
a España, a la monarquía borbónica y, sobre todo, a la misma
Navarra *.
La situación de Navarra en la frontera con Francia puede ha-
ber dotado de cierta fuerza a los sentimientos prohispánicos de la
provincia. Peter Sahlins ha afirmado, a partir de su estudio sobre
Cerdaña, que a veces son las elites de regiones fronterizas las que
inventan la identidad nacional antes de que ésta sea establecida
en las metrópolis *. Siguiendo este modelo, puede ser que el
pueblo de Navarra, debido a su situación geográfica, tuviera que
definirse por referencia a los franceses y, por tanto, desarrollara
una fuerte y precoz identidad como españoles. Esto quizás ayude
a explicar por qué no hubo en Navarra nada similar a las revuel-
tas separatistas de Cataluña en 1640, de Granada en 1648 y de
toda Andalucía en 1651, y por qué el separatismo vasco había te-
nido poca resonancia en la mayoría de navarros.
Sin embargo, la lealtad de Navarra a España no constituyó
ninguna forma de altruismo. Navarra se mantuvo fiel a la idea de
España en parte porque Madrid siempre había defendido los
fueros navarros. La importancia de estos privilegios locales en la
vida económica y política de la provincia ya ha sido discutida en
un capítulo anterior. Navarra tenía suficiente para sentirse satis-
fecha de su posición dentro del Estado español, de tal manera
que la defensa del Estado implicaba asimismo la defensa de Na-
varra y de la merindad, el valle y las aldeas. Desde este punto de
vista, se puede argumentar que la importancia del patriotismo y
la identificación regional con la constitución foral de Navarra
fueron las principales fuerzas motivadoras de la insurgencia.
Aunque esto no sea comparable al nacionalismo español, al me-
nos es un tipo de lealtad hacia el Estado español.
'% Alguna de la literatura más interesante está dedicada al problema de nacionalismo.
Entre las mejores obras se encuentran: Benedict Anderson, hmagined Communities;
Ernest Gellner, Nations and Nationalism; Eric Hobsbawm y Terence Ranger, eds.,
The Invention of Tradition; y por el mismo autor, Narions and Nationalism since
1780. Una excelente colección de documentos y ensayos sobre el tema es la de John
Hutchinson y Anthony D. Smith, eds. Nationalism.
1% Peter Sahlins, Boundaries: The Making of France and Spain in the Pyrenees.
283
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
Los navarros eran devotos de su autonomía dentro de la mo-
narquía española al margen de sus intereses a corto plazo. Los
intereses económicos de los navarros, especialmente en la Mon-
taña, los vinculaba a la preservación de la monarquía borbónica
descentralizada. Ya se ha discutido el enorme valor que para
Navarra tuvieron la frontera aduanera separada, el control de la
fiscalización y la exención de ciertos servicios y contribuciones.
Los franceses, desde luego, pretendieron recortar tales privile-
gios. Tenían las mismas razones fiscales para hacerlo que Go-
doy, y consiguieron los mismos pobres resultados. En octubre
de 1809, José abolió los 33 pasos aduaneros internos a lo largo
de la frontera de Navarra, y al mismo tiempo prometió endure-
cer las penas contra el contrabando ”. Esta medida prometía
debilitar a un importante sector de la economía, y auguraba la
pérdida de enormes sumas procedentes de las aduanas. Además,
la feria de julio de Pamplona y su mercado semanal en gran
medida se basaban en la reventa de mercancías francesas. Las
economías de Roncal, Salazar y otros valles pirenaicos se susten-
taban en las exportación de lana sin tratar y la importación y
comercio de textiles franceses baratos y otras manufacturas. Fi-
nalmente, las nuevas leyes amenazaron con destruir el enorme
negocio del contrabando de Navarra. Sin duda alguna, estos
factores fortalecieron el foralismo y el patriotismo de los nava-
rros en estas zonas.
En la Ribera, es verdad, la gente siempre se había mostrado
ambivalente respecto al valor concedido a los fueros. Durante
mucho tiempo se ha afirmado que la Ribera se benefició más de
su acceso a los mercados castellanos que de su autonomía. Sin
embargo, incluso los ribereños debieron reaccionar con terror
ante la perspectiva de quedar convertidos, en una etapa de eleva-
dos costes de los transportes, en un apéndice meridional de una
Francia más desarrollada. En nada contribuía el que los fueros
fueran abolidos en la Ribera, si ésta quedaba aislada de los cerca-
nos mercados castellanos.
* AFÍN, Estado, legajo 3003,
284
POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA
De igual modo, todos podían estar de acuerdo con las venta-
jas de las limitadas obligaciones de Navarra con Madrid. Aunque
en teoría Navarra estuvo bajo el dominio francés sujeta al alista-
miento militar al igual que otros distritos militares, los franceses
reclutaron muy pocos soldados allí y nunca dieron el paso de
alistar hombres que podrían ser guerrilleros o simpatizantes
de los rebeldes. Los repetidos rumores del alistamiento francés,
sin embargo, ponen de relieve la sensibilización que los navarros
tenían hacia este asunto.
Evidentemente, la manía francesa de disolver identidades e
instituciones regionales y de imponer el control central desde
París era bien conocida en 1808. En efecto, un argumento
convincente para explicar la guerra de la Vendée puede ser que
ésta no representó tanto una contrarrevolución como una de-
fensa de la libertad regional y un «combate de vanguardia con-
tra una dictadura terrorista» que más tarde se trataría de im-
poner sobre el resto de Europa *. Enrique 11 había concedido
a 85 pueblos y ciudades en la Vendée un destacado conjunto
de «libertades» no diferente de los fueros de Navarra. Estos de-
rechos y privilegios eran más comprensibles y valorados que la
ominosa libertad de Rousseau según la cual el pueblo podía
ser «obligado a ser libre» por el Estado *. La guerra en la Ven-
dée, desde esta perspectiva, no fue una defensa del antiguo ré-
gimen como tal, sino un conflicto por la libertad real contra
el impulso homogeneizador del terrorismo del Estado republi-
cano *,
La defensa de los privilegios regionales fue también factor
clave del alzamiento de Calabria en 1806, una vez que se hizo
1% Alain Gérard, Pourquoi La Vendée?, pp. 10, 106.
1 Yves-Marie Bercé, «Geographic politique du soulevement vendéene», en Alain
Gérard y Thierry Heckmann, eds., La Vendée dans l'histoire, pp. 20-35.
5% Erangois Furer escribió que «no fue la caída del Antiguo Régimen la que levantó al
pueblo de la región contra la Revolución, sino la reconstrucción del nuevo régimen»,
especialmente la imposición de la «dictadura administrativa» de París y otras ciuda-
des sobre el campo y la exigencia de que el clero prestase juramento al Estado.
Francois Furer y Mona Ozouf, eds., A Critical Dictionary of the Erench Revolution,
p- 166.
285
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
evidente que la imposición de un gobierno más centralizado
sólo ayudaría a los franceses y a sus Quislings *'. En el Tirol la
identidad regional representaba un papel todavía más importan-
te. En 1805 Napoleón obligó a Austria a ceder el Tirol a Bavie-
ra, por entonces satélite francés. Durante los siguientes cuatro
años, los bávaros destruyeron sistemáticamente los derechos y
privilegios tiroleses que se remontaban a la Freibeitsbrief de
1342, un tipo de carta foral concedida por Ludwig de Brande-
burgo al pueblo tirolés y renovada sucesivamente por cada mo-
narca habsburgo, Estos derechos, como los derechos forales de
Navarra, incluían la exención de muchos impuestos, un sistema
aduanero separado y, quizás lo más importante de todo, la li-
bertad de reclutamiento. Los campesinos tiroleses lucharon por
estos privilegios locales y para mantener a los ejércitos bávaros
alejados de sus alimentos y de sus jóvenes. Realmente la cues-
tión no era luchar por Austria o por cierta nación germana fu-
tura, sino por la defensa de sus valles y aldeas. Ésta es una ver-
dad corroborada por ciertos hechos. Primero, se debe recordar
que el principal enemigo de los tiroleses eran los bávaros, a
quienes los campesinos del Tirol llegaron a detestar. Así pues,
debe cuestionarse que los tiroleses luchasen a favor de un na-
cionalismo germánico. Segundo, la ayuda austríaca fue limitada,
y los tiroleses aprendieron rápidamente que sus intereses y los
de Viena no sólo eran diferentes, sino incluso antagónicos. Re-
sulta difícil caracterizar la resistencia como proaustriaca, incluso
aunque algunos de sus líderes (como Hormayr) puedan ser vis-
tos desde esta perspectiva. Tercero, las pintorescas costumbres
locales de la guerrilla, que variaban ampliamente incluso en los
confines del Tirol, simbolizaban de modo convincente la mis-
ma naturaleza local de la organización militar, que tuvo lugar a
nivel del valle o de la aldea. Finalmente, los motivos locales e
incluso personales de los combatientes pueden apreciarse en la
desintegración del ejército tirolés que seguía a cada victoria,
cuando —como a menudo aconteció en España— los hombres
*! Finley, 7he Most Monstrows of Wars, pp. 132-137.
286
a _ POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA
simplemente retornaban a sus hogares una vez que se había
combatido y derrotado el peligro inmediato contra su patria
chica *.
Dada la marca alcanzada por los franceses de destrucción de
libertades y privilegios regionales, no resulta sorprendente que al
menos algunos navarros mirasen a Francia con suspicacia y pu-
sieran sus esperanzas en Fernando, a quien consideraban correc-
tamente como un partidario de los fueros. El inexperto Fernan-
do fue depuesto con tanta rapidez que no había tenido ocasión
de defraudar las expectativas milenarias que se relacionaban con
su nombre. No había duda de que las elites políticas de Navarra
preferían la incógnita sobre Fernando a la certeza de la violencia
imperial contra las instituciones locales y democráticas, el tardío
absolutismo de un monarca del Antiguo Régimen a la fiscaliza-
ción intensiva y otras formas de explotación estatal en manos de
los Bonapartes. El régimen imperial había dejado claro desde el
principio que Navarra no tendría nada que decir respecto a su
futuro político y que la más mínima desobediencia sería severa-
mente castigada. A partir de Bayona, se reconoció que Francia
acabaría desnudando Navarra de sus tradiciones autonómicas y
de sus privilegios. En efecto, Napoleón planeó anexionar Nava-
rra y Cataluña, a partes de Aragón y a las provincias vascas. Al-
gunos españoles ya se habían percatado de estos designios. Mi-
guel Azanza, por ejemplo, ya advirtió a José en junio de 1808 de
que cualquier cambio en la constitución foral de Navarra sería
extremadamente peligroso ”.
De hecho, el ataque francés a los fueros ya había comenzado
incluso mientras la asamblea de Bayona se ponía en marcha. El
gobierno foral perdió primero sus funciones judiciales, En el
mes de junio de 1808, los conflictos entre civiles y soldados
franceses hicieron que el general D'Agoult usurpara las prerro-
* Véase F. Gunther Eyck, Loyal Rebels: Andreas Hofer and the Tyrolean Uprising of
1809. Puede encontrarse una perspectiva más antigua de la rebelión como guerra na-
cionalista en Walter Consuelo Langsam, 7he Napoleonic Wars and German Nationa-
lism in Austria.
%% Azanza and O'Farrill, Memoria, pp. 176-77, 279-84.
287
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
gativas del Consejo y Tribunal regios con objeto de juzgar en
un tribunal militar a los sospechosos considerados peligrosos
para el régimen francés. El gobierno representativo duró unos
pocos meses más. La Diputación, tras un período de indecisión,
huyó de Navarra ante la proximidad de los ejércitos españoles
en agosto de 1808. D'Agoult nombró de inmediato nuevos di-
putados, pero nunca tomaron asiento. Algunos, como el dipu-
tado de Lumbier, emigraron, mientras que otros adujeron excu-
sas personales para no responder. La Diputación dejó entonces
de existir hasta que fue revivida por Reille como órgano no re-
presentativo y de designación. Evidentemente nunca se permi-
tió que las Cortes se reuniesen **. Los franceses también recorta-
ron los poderes del virrey. José protegió las prerrogativas de los
virreyes en lo que pudo con objeto de contrapesar a los gober-
nadores militares. Cesó a ciertos individuos, pero protegió la
insticución. El marqués de Vallesantoro fue deportado a Francia
por su deslealtad en septiembre de 1808, aunque de inmediato
José envió como sustituto a Francisco Negrete, quien sirvió has-
ta abril de 1809, cuando le sucedió el duque de Mahón. Ma-
hón, militar de carrera de origen francés, permaneció en el car-
go hasta 1810, cuando Napoleón eliminó los últimos vestigios
del régimen virreinal. El 8 de febrero de 1810, el emperador es-
tableció un gobierno autónomo en Navarra (y en las otras pro-
vincias septentrionales de España) preparatorio para la total
anexión. Desde entonces el poder real estuvo en Navarra en
manos del gobernador militar. En efecto, siempre había sido así
y las medidas del 8 de febrero no hicieron más que formalizar
una situación ya existente. Ésta era la situación reinante en Na-
varra cuando la ciudad de Pamplona se rindió a las fuerzas es-
pañolas en octubre de 1813.
A. través de estas difíciles relaciones con sus instituciones tra-
dicionales, los navarros se dieron cuenta de que su patria estaba
siendo preparada para la anexión a Francia. Ya en el verano de
1809, los franceses se vieron obligados a negar los rumores
* Miranda Rubio, La Guerra de la Independencia en Navarra, pp. 141-43.
288
NS POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA E
de que Napoleón planeaba anexionar Navarra, prueba de la se-
riedad que habían alcanzado tales murmuraciones. Las historias
continuaron, sin embargo, tal y como a menudo ocurre con las
historias verdaderas. En octubre de 1810, Napoleón advirtió a
Cafarelli en Vizcaya y a Reille en Navarra que mantuviesen en
secreto sus planes para la anexión, aunque el propósito último de
los franceses no pudo ocultarse por más tiempo ”. En febrero de
1812, Cataluña se convirtió en un departamento francés. Por en-
tonces ya era evidente que a Navarra le esperaba una suerte simi-
lar y que sólo las dificultades militares (en 1812 los franceses a
duras penas podían mantener incluso la ciudad de Pamplona) re-
trasaban la anexión.
Incluso los «colaboracionistas» navarros se resistieron a los es-
fuerzos franceses por anexionar la provincia. En 1810 escribieron
una carta a José pidiéndole que defendiera sus intereses en Nava-
rra frente a los de su propio hermano. El pueblo navarro, soste-
nían, se había mostrado realmente leal a José, por lo que no de-
bería ser castigado por los crímenes de unas pocas bandas
armadas (como la de Mina). Además, los navarros demostrarían
ser sus súbditos más leales y útiles una vez que la guerrilla fuera
derrotada *. Esta «actitud inequívocamente hispanófila» de las
elites navarras, incluso de quienes colaboraban, los distinguía de
los oficiales municipales de, por ejemplo, Cataluña, donde la
unión con Francia fue aceptada con mayor facilidad ”. Para la
ocupación francesa resultaba un signo amenazador que sus mejo-
res colaboradores prefirieran sacrificar sus carreras escribiendo
esta carta a José en un intento de preservar el espacio ocupado
por Navarra en la monarquía española.
5% Napoleón escribió a Berthier pidiéndole que «dejase (a Cafarelli) saber confiden-
cialmente que yo intento anexionar Vizcaya a Francia; lo que no debe ser menciona-
do, aunque debe influir en su conducra. Imparta el mismo secreto al general Reille
con respecto a Navarra». Napoleón Bonaparte, Confidential Correspondence, carta del
12 de octubre de 1810.
50 ¿La Ciudad de Pamplona al Rey José», fechada el 26 de mayo de 1810, AHN, le-
gajo 3003, núm. l.
% Mercader Riba, /osé Bonaparte, Rey de España, p. 13.
289
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
Los afrancesados de Navarra reconocían el grado de impopu-
laridad al que llegarían si Navarra era anexionada por Francia.
Los decretos de febrero de 1810 y el consiguiente temor a la ane-
xión les habían situado en una delicada posición %. José envió a
Miguel Azanza a París para las bodas del emperador, aunque su
presencia fue también pergeñada para darle, en nombre de José,
la última oportunidad de convencer a Napoleón de que el reparto
de España haría que sus partidarios cambiasen de bando *%. Tanto
José como Azanza reconocían que los sentimientos autonomistas
de Navarra eran demasiado fuertes para eliminarlos por decreto y
que si quería tener alguna esperanza de pacificación se tendrían
que hacer concesiones al orgullo regional. Por el contrario, en
Cataluña los decretos de febrero encontraron poca oposición ar-
mada, y fue por esta razón por la que Napoleón se sintió lo sufi-
cientemente seguro para ir adelante con la anexión de esa pro-
vincia en 1812,
Cada esfuerzo francés por reformar la sociedad de Navarra
creó más enemigos que amigos. El embargo de las tierras de la
Iglesia, por ejemplo, no trajo ninguna ventaja en una provincia
donde los clérigos, lejos de monopolizar tierra y riqueza, eran
considerados como buenos vecinos. De manera similar, la aboli-
ción de los señoríos no creó una buena base para el apoyo a los
franceses. Sobre todo, la abolición del «feudalismo», que afectaba
los derechos y privilegios forales de Navarra, provocó la desazón
en un pueblo que había prosperado durante siglos en los intersti-
cios dejados por el débil absolutismo procedente de Madrid. Sin
embargo, quizás más que ninguno de estos factores, fue la explo-
tación económica de Navarra, organizada por Francia para sus-
tentar la ocupación, la que creó el clima favorable para la guerra
de guerrillas.
“5 Artola, Los afrancesados, p. 199.
% Azanza y O'Farrill, Memoria, pp, 176-77, 279-84.
290
POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA
4. Guerras personales
Las exenciones de impuestos fueron probablemente el privilegio
foral más valorado de Navarra, aunque, por supuesto, tales exen-
ciones acabaron tan pronto como las tropas francesas ocuparon
la provincia. Las requisiciones francesas de alimentos, trabajo,
animales y transportes, que comenzaron en la primavera de
1808, generaron un malestar inmediato. En los años que siguie-
ron, las requisiciones e impuestos crecieron y amenazaron con
arruinar la economía. A veces la conexión entre la presión fiscal
francesa y la resistencia fue obvia. La revuelta del Roncal se des-
encadenó por un intento de requisición de ovejas, y en ciudades
como Ujué los franceses tuvieron que abandonar incluso los
intentos de registrar los graneros, y mucho menos de recaudar
grano, debido a la oposición encontrada. En efecto, es posible —de-
jando de lado cualquier consideración sobre la ofensa al senti-
miento religioso, nacionalista o provincial— explicar el fervor de
la resistencia en Navarra como respuesta, al menos en parte, a las
insoportables exacciones de los franceses. Se podría dar el mismo
argumento para Calabria y el Tirol. En Calabria, el suceso que
realmente desencadenó el levantamiento fue una serie de requisi-
ciones y violencias contra mujeres por parte de soldados franceses“.
El principal líder de las guerrillas tirolesas, Andreas Hofer, fue un
mesonero reducido a la pobreza por las imposiciones bávaras que
habían arruinado la economía*'. Para completar el cuadro del fra-
caso francés en Navarra, por tanto, es necesario observar más de
cerca los efectos de los impuestos y las requisiciones.
Gracias al excelente trabajo de Joseba de la Torre, sabemos
que el régimen francés recaudó más de 152 millones de reales
en impuestos y requisiciones durante el período que va de 1808
'% Finley, The Most Monstrous of Wars, pp. 26-28.
1 El dominio bávaro resultó económicamente desastroso para el Tirol y afectó direc-
tamente a Hofer, que entre otras actividades se dedicaba al transporte de mercancías
en caballos de carga. Los 16 caballos con los que contaba Hofer en 1805 se redujeron
a dos en el momento en que estalló la lucha. Eyck, Loyal Rebels, pp. 27-28.
291
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
a 1814*. Esta cifra representa más del 40 por ciento de la produc-
ción quinquenal de la agricultura e industria navarra %. Y los tiem-
pos que corrían no eran normales. Los efectos sobre la productivi-
dad de cinco años de ejecuciones, saqueos, quemas, pérdidas de
ganado y otras depredaciones, aunque son imposibles de medir,
debieron ser grandes. En una provincia acostumbrada a recibir
más insumos de Madrid que a enviarlos, tal carga, en cualquier
caso imposible de mantener a largo plazo, resultaba criminal.
No resulta sorprendente, por tanto, encontrar campesinos pa-
sándose a la bandera de Mina en el invierno de 1811, tras co-
menzar a operar de nuevo después del desastre de Lerín. En pri-
mer lugar, porque Mina podía proporcionar protección contra
los recaudadores fiscales franceses y las partidas de requisición,
especialmente tras diciembre de 1811. Así, menos del 29 por
ciento de la «Contribución Territorial» de 1811-12 nunca llegó a
ser recaudada por los franceses, una cifra que cayó al 10 por
ciento para la contribución de 1812-13%,
No es posible obtener un cifra global del valor de las requisi-
ciones recaudadas por la División de Mina y por otras partidas
guerrilleras de Navarra. No obstante, los datos parciales, compi-
lados por Joseba de la Torre, permiten comparar el peso de las
exacciones francesas y de las guerrilleras en ciertas localidades “.
La evidencia conduce a algunas conclusiones importantes, Pri-
mero, en las 116 ciudades y pueblos para los que poseemos datos
exactos, los franceses recaudaron más de siete veces lo que consi-
guieron las guerrillas. Además, sólo el 7 por ciento del valor de
las requisiciones guerrilleras fue recaudado coercitivamente, sin
recibos, mientras que el 93 por ciento de las requisiciones de los
franceses fue tomado a la fuerza.
v* Torre, Los campesinos navarros, pp. 25-65,
'* El promedio anual del producto agrícola, del comercio y de la industria en Nava-
rra durante el período anterior a la guerra alcanzaba los 71.600.000 reales. «Estado
general de los productos territoriales, comerciales, e industriales del Reino de Nava-
rra», AGN, Estadística, legajo 49, car. 18.
(1 Torre, Los campesinos navarros, p. 29.
6% Tbíd., pp. 87-91.
292
Una segunda conclusión es que los guerrilleros no estuvieron
casi presentes en el valle del Ebro, que sólo contribuyó a las gue-
rrillas con bienes por valor de 430.000 reales, mientras que su-
plió a los franceses con productos equivalentes a casi 9.000.000
de reales. De hecho, los guerrilleros nunca se llevaron bien con
Tudela, que era considerada profrancesa. Mina la saqueó en
1809. Durán (guerrillero aragonés) la volvió a saquear en 1812.
Mina incluso pidió rescate por tres oficiales municipales tudela-
nos en 1812 para castigar a la ciudad por haber pagado impues-
tos a los franceses “, Por el contrario, las guerrillas recaudaron
casi 3.000.000 de reales en especie en la Montaña. Y el valor de
las exacciones francesas en la Montaña alcanzó los 17.000.000
de reales.
En tercer lugar destaca la importancia que Estella tuvo para
los insurgentes. El 8 por ciento de los recursos de la División se
originó en la ciudad de Estella. Los franceses también extrajeron
de Estella más de 7.000.000 de reales en especie.
Cuarto, los franceses requerían con mayor peso en regiones
cercanas a Pamplona o a otras grandes ciudades, guarniciones o
caminos principales. Por ejemplo, Villava, una pequeña ciudad
en 1808 y todavía hoy prácticamente un suburbio de Pamplona,
contribuyó con 57.000 reales a los franceses y con sólo 4.376 rea-
les a las guerrillas. Los valles altos del Arga y Ebro, situados en el
camino entre Pamplona y Roncesvalles, contribuyeron más a los
franceses que a las guerrillas, y la pequeña villa de Iriberri, fuera
del camino Pamplona-Irurzún, aportó más recursos per cápita a
las partidas de requisición francesas que casi cualquier otra loca-
lidad para la que existen registros ”.
Quinto, por regla general las guerrillas tuvieron más éxito en
la recaudación de raciones y alimentos en las pequeñas aldeas,
““ AGN, Guerra, legajo 18, car. 19. Al no conseguir que esta acción tuviera los resul-
tados deseados, Mina ordenó a su hombre de confianza que enviase cartas amenaza-
doras al gobierno de la ciudad exigiéndoles contribuciones que nunca llegaron. Tras
la guerra, los tudelanos estuvieron entre los enemigos más implacables de Mina.
AGN, Guerra, legajo 20. Iriberri aportó 478 reales por persona, dos tercios de los
cuales en dinero.
293
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
mientras que los franceses dominaron en las ciudades grandes.
Incluso Sangiiesa, un ciudad insurgente de cierta importancia
durante la mayor parte de la guerra, contribuyó 24 veces más a
los franceses que a la División %. Las guerrillas expulsaron a la
guarnición e intentaron en más de una ocasión defender la ciu-
dad; sin embargo, debido a su tamaño, los franceses considera-
ron que merecía la pena enviar largas columnas periódicamente
para extorsionar con contribuciones e impuestos. Sólo en las al-
deas pequeñas y remotas tuvo realmente ventaja la guerrilla
para fiscalizar a la población. Zugarramurdi aportó seis veces
más raciones a la guerrilla que a los franceses y no fue requerida
con dinero. Sada, en los montañas occidentales de Sangiiesa, y
los valles de Aézcoa, Ulzama y Atez también dieron mucho más
a las guerrillas que a los franceses %. Evidentemente, el «mar
conveniente» que suplía a las tropas de Mina se situaba princi-
palmente en las remotas regiones de las merindades de
Pamplona, Estella y Sangiiesa. En tales áreas, la dispersión de
la población hizo imposible que los franceses efectuaran requisi-
ciones con efectividad, lo que permitió que las guerrillas ocupa-
sen este vacío.
Algunas áreas contribuyeron excesivamente a ambas partes.
El valle de Echauri, durante gran parte de la guerra base del
cuarto batallón y refugio favorito de los insurgentes, conservó
recibos por casi 836.000 reales contribuidos a los franceses ””.
A pesar de todo, durante 1810 y desde finales de 1811 en
adelante, las guerrillas lograron aislar Echauri de Pamplona, y
Mina recibió 587.000 reales en raciones procedentes de allí,
En el transcurso de la guerra, Echauri contribuyó a los france-
ses con 466 reales per cápita y a las guerrillas con 327. Consi-
derando la proximidad de la región a Pamplona, la diferencia
% AGN, Guerra, legajo 19, car. 44.
0% AGN, Guerra, legajos 20, 21.
«Razón de todo lo contribuido por este valle de Echauri desde el año de 1808 has-
ta el de 1813» APN, Pamplona, Velaz, 1815; y «Estado que manifiesta los granos,
frutos, y ganados que hubo en toda la merindad de Pamplona en el año de 1807»,
AGN, Estadística, legajo 33, car, 1.
294
POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA
es pequeña, lo que evidencia el éxito de la insurgencia en la
zona”,
Finalmente, no existió una simple relación entre el nivel de
miseria creado por las exacciones francesas y el entusiasmo de la
población por la insurgencia. Por ejemplo, ninguna persona pro-
cedente de la duramente golpeada Iriberri se presentó voluntaria
para servir en la División, y las excesivas requisiciones en Corella
y Tudela no hicieron que la resistencia fuera allí especial ”?. Por el
contrario, la persistente presencia de los franceses en dichos luga-
res hizo que la unión a la insurgencia fuera muy difícil para los
jóvenes. A la inversa, las comunidades que contribuyeron con
más hombres a la guerra de guerrillas —como Echauri, Lumbier,
Roncal y Ujué— escaparon a la incursión de las partidas de re-
quisición francesas, al menos durante parte del tiempo y sobre
todo desde finales de 1811, ya que por entonces Mina había
conseguido la fuerza necesaria para proteger lo que era suyo.
Evidentemente, la explicación del entusiasmo mostrado por
una región particular depende de un conjunto de factores más
complejo, de los cuales el impacto económico de la ocupación
francesa es sólo uno. La presión y violencia francesas produjeron
respuestas diferentes —incluyendo el alistamiento en el ejército
guerrillero— que dependían de la estructura interna de la comu-
nidad afectada. En el siguiente epígrafe de este capítulo se anali-
za el modo en que dos comunidades, el pueblo de Echauri en la
Montaña y la ciudad de Corella en la Ribera, reaccionaron a las
demandas fiscales del gobierno francés.
"Il Para Arraiza, villa media del valle, disponemos incluso de un cálculo más deralla-
do. Arraiza contribuyó con 54.700 reales a los franceses, dos tercios de los cuales se
extrajeron en el difícil año de 1811. Del total, el 43 por ciento fue en forma de dine-
ro, lo que requirió que la comunidad extrajese repetidas veces impuestos de capita-
ción y violase los recursos de riqueza comunales. Para las guerrillas, por otro lado,
Arraiza no hizo ninguna contribución en dinero. Sin embargo, en raciones y bienes,
la División consiguió 64.800 reales. Además, la aldea aportó 28.800 reales al ejército
regular español y a las tropas aliadas tras 1813. Per cápita, Arraiza contribuyó con
237 reales a los franceses, 266 a la División y 118 a los aliados. «Razón de lo que ha
suplido este lugar de Arraiza». APN, Pamplona, Velaz, legajo 91, 1815.
12 AGN, Guerra, legajo 20, car. 5.
295
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
5. Echauri y Corella responden a la ocupación
Bajo los Borbones, la Diputación había tenido poder para recau-
dar dinero. La función real de distribuir y recaudar impuestos,
empero, estaba descentralizada. La Hacienda de Pamplona asig-
naba la cantidad debida según las merindades, y entonces cada
una de ellas determinaba la contribución que debía satisfacer
cada municipio, si bien eran las comunidades las encargadas de
conseguir el dinero por medio de una mezcla de arbitrios e im-
puestos municipales. Estos acuerdos dejaban el poder regio de
fiscalizar en manos de antiguas estructuras corporativas: la me-
rindad y el concejo. El régimen francés no tuvo tiempo o poder
para alterar completamente este sistema. Aunque quiso llenar los
cargos municipales con sus propias criaturas, la amenaza de las
represalias guerrilleras lo hizo muy difícil. A excepción de las ciu-
dades más grandes, por tanto, los antiguos concejos comunita-
rios conservaron la función de dividir los repartimientos imposi-
tivos entre el pueblo cuando lo estimaban conveniente.
El dinero podía obtenerse a través de impuestos proporciona-
les, encabezados, impuestos sobre el consumo, préstamos sobre
individuos o sobre la parroquia o a través de la enajenación de
activos comunitarios. Todo dependía de qué intereses estuvieran
representados en el concejo comunitario. Como se describió en
el capítulo dos, la estructura de tales concejos difería ampliamen-
te entre la Montaña y la Ribera. Es tiempo ahora de ver cómo es-
tos concejos conseguían impuestos en la práctica real.
Echauri, como la mayoría de las comunidades de la Montaña,
intentó en un principio satisfacer las demandas francesas utili-
zando sus rentas normales, que eran considerables ”?. Sin embar-
' Los ingresos anuales de los servicios públicos, rales como el abastecimiento de
vino, carne, pescado y pan, junto a las rentas de los pastos municipales y otras tierras,
producían más que suficiente para cubrir los gastos ordinarios de los concejos de la
Montaña. Sirva de ejemplo que en 1800 la aldea de Noáin elaboró un plan para re-
parar sus fuentes y caminos con un coste de 300 reales y manifestó que sus fondos te-
nían un excedente de 2.953 reales una vez que todos los gastos habían sido satisfe-
chos. APN, Pamplona, Peralta, legajo 51, núm. 73, 20 de mayo de 1800.
296
POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA
go, éstos no eran ya tiempos normales, y en septiembre de 1808
Echauri estaba tomando medidas especiales. Una forma de conse-
guir dinero consistió en alterar el sistema por el que se arrendaban
los servicios públicos. En vez de acuerdos anuales, las concesiones
podían hacerse por dos o tres años, lo que aportó ingresos inme-
diatos a la comunidad. Echauri asimismo utilizó para pagar a los
franceses el importe de una porción de tierra pública utilizada nor-
malmente para remunerar al párroco. Se efectuaron cortas en los
bosques de la sierra de Andía para conseguir dinero, y se arrenda-
ron a ciertos individuos partes de la enorme extensión de tierras
comunitarias, si bien relativamente infértiles, conocida como bal-
díos. De la explotación de estas tierras se podía esperar obtener
unas pocas cosechas normales antes de que aquéllas comenzasen a
perder su productividad; sin embargo, mientras tanto, la comuni-
dad podía al menos recaudar renta para unos pocos años ”*,
En conjunto, todas estas operaciones sólo dieron un mínimo
respiro. Pronto Echauri tuvo que volver a los préstamos para ob-
tener el dinero requerido. La comunidad consiguió imponer a la
fuerza un censo de 20.000 reales a favor de su iglesia parroquial ”.
74 Una alteración más fundamental tuvo lugar en relación al sistema por el cual
Echauri molía su grano. Al ser la molienda una actividad tan sensible e importante,
en Echauri se había desarrollado un sistema especial para gestionarla. El molino de
agua no se arrendaba simplemente sobre la base de un contrato. Si así fuera, el moli-
nero rendría que obtener sus beneficios quedándose con una parte del grano condu-
cido para efectuar la molienda. Esta porción se podía haber incrementado adulteran-
do la harina devuelta a los clientes o manipulando los recibos. Echauri evitó estos
abusos, comunes y antiguos en la mayor parte de Europa, situando una persona asa-
lariada en el molino. El molinero, en otras palabras, se había convertido en un em-
pleado a tiempo completo. Sin embargo, este sistema tuvo que ser abandonado du-
rante la guerra napoleónica a fin de conseguir fondos de emergencia. El molino fue
arrendado una vez más, Además, para maximizar el valor de la renta, los controles
tradicionales de los precios fueron abandonados. Se permitió que el molinero vendie-
se harina a elevados precios de guerra como remuneración por el pago de una renta
anual superior que, de otra manera, hubiera sido imposible de satisfacer. La comuni-
dad consiguió el dinero necesario a través de lo que equivalía a un impuesto oculto
sobre el pan. Echauri no consiguió volver al sistema tradicional hasta la primavera de
1817. APN, Pamplona, Velaz.
75 APN, Pamplona, Velaz, legajo 92, 1816. Echauri vendió también (ilegalmente)
más de una hectárea de la rierra de su parroquia a particulares. La parroquia no recu-
297
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
Echauri además tomó prestado dinero y grano de las villas veci-
nas y de los propietarios ricos. Fueron muchos los años que tar-
dó en recuperarse de estas deudas. Todavía en 1828 Echauri de-
bía 8.500 reales procedentes de la guerra”.
El impacto de todos estos préstamos e impuestos forzosos fue
menos devastador para las personas de lo que pudiera suponerse.
Solamente alrededor de veinte hectáreas en propiedad privada
cambiaron de manos durante la guerra. Además, no existieron
especiales ganadores ni perdedores en este intercambio menor, de
modo que se puede afirmar con seguridad que los años de guerra
no alteraron los modelos de propiedad de la tierra en Echauri ”.
Los individuos consiguieron conservar sus fortunas privadas en
Echauri porque el gobierno encontró el medio para amortiguar
el efecto de las contribuciones sobre sus habitantes, especialmen-
te sobre los pobres. Primero, el valle comenzó a distribuir im-
puestos en relación proporcional con la renta, algo que no era
una práctica normal. Esto limitaba las probabilidades de que los
pobres tuvieran que deshacerse de sus tierras para cumplir con
sus obligaciones, por lo que los mayores propietarios de la tierra
se vieron obligados a vender más propiedad de lo que fueron ca-
paces de comprar en los años de la guerra ?*.
peró su tierra hasta después de la guerra, aunque la aldea acordó pagar a su cura una
suma anual en compensación, Irónicamente, este resultado equivalía al cumplimien-
to parcial del programa francés y liberal de secularización de la Iglesia. APN, Pam-
plona, Velaz, legajo 96, 1829.
'* APN, Pamplona, Velaz, legajo 96, 1829. Se puede apreciar la gravedad de esta
deuda si uno se hace cargo de que los 8.500 reales equivalían a catorce veces la renta
anual que Echauri recaudaba de todos los servicios municipales arrendables, El méto-
do utilizado por la aldea para satisfacer la deuda en 1828 permite comprender mejor
la naturaleza igualitaria de Echauri. Echauri dividió proporcionalmente la deuda en-
tre todos los vecinos, desde los 1.431 reales de don Melchor de Mendigaña a los cua-
tro reales de Simona Larimbe. Todos los individuos juntos pagaron 4.898 reales. La
comunidad prometió pagar el resto, aunque no está claro de dónde se podían obte-
ner estos nuevos fondos en las difíciles décadas de 1820 y 1830, APN, Pamplona,
Velaz, legajo 96, 1828.
7 APN, Pamplona, Velaz, legajos 83-96 (1798-1828). Había poco más de 2.462
hectáreas de tierra privada en el valle de Echauri.
** Los impuestos y las contribuciones se repartían en el valle en su conjunto, y a cada
villa se le asignaba un porcentaje de la contribución que se basaba en el número de
298
POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA
Echauri, como otros municipios de Navarra, poseía también
grandes propiedades corporativas que podían ser utilizadas para
pagar impuestos. En circunstancias normales la propiedad muni-
cipal y comunal era intocable, En toda la década que va desde
1797 a 1807, Echauri vendió a dos propietarios dos parcelas de
tierra municipal, cada una de menos de 0,3 hectáreas. Ésta fue la
norma más común en la mayor parte de las comunidades de la
Montaña ””. Más tarde, desde 1807 a 1822, Echauri vendió poco
más de 152 hectáreas de propiedad comunal y municipal. Con
todo, esto sólo equivalía al 6 por ciento de la tierra privada del
valle. Además, Echauri se aseguró de que la tierra fuera vendida
en pequeñas parcelas, a precios asequibles y entre numerosas per-
sonas. En efecto, los registros muestran que 80 individuos hicie-
ron 116 compras de 68 vendedores diferentes. De este modo, in-
cluso la presión de la guerra no provocó una concentración
significariva de la propiedad *. El concejo abierto de Echauri no
podía vender bienes a los residentes más ricos o a los foráneos, ni
aplicó impuestos personales regresivos o pesados. Cuando se en-
frentaba a agresiones foráneas, Echauri, debido a la naturaleza re-
lativamente democrática de su gobierno local, buscaba solucio-
nes colectivas a sus problemas.
Por el contrario, los regidores de la ciudad de Corella preten-
dieron proteger sus propios intereses y colocar todo el peso de la
ocupación sobre los pobres. A juzgar por el número de ventas de
tierras, la guerra parece no haber provocado una mayor destruc-
ción de las fortunas privadas en Corella que en Echauri*. Aun-
que no tenemos cifras locales sobre la cantidad de la tierra que
cambió de manos en Corella debido a la mayor pobreza de sus
vecinos que poseyera. Sin embargo, las aldeas recaudaban impuestos basándose en la
capacidad de los individuos para pagar. APN, Pamplona, Velaz, legajo 89, núm. 13,
11 de abril de 1811 y legajo 92, 1815.
'% Estos y otros daros sobre la venta de comunales proceden del APN, Pamplona,
Velaz, legajos 83-91. Mi examen de los registros de 1800 a 1808 para los valles de
Elorz, Ibargoiti y Unciti, al este de Pamplona, confirma el mismo modelo. APN,
Pamplona, Peralta, legajos 50-54.
s0 APN, Pamplona, Velaz, legajos 83-96,
$ APN, Tudela, Laquidáin, Renault, Guesca y Alfaro, 1785-1818.
299
protocolos notariales, los ejemplos existentes de ventas de tierra
sugieren que los grandes propietarios pusieron en venta peque-
ñas parcelas, probablemente el mínimo requerido para cubrir sus
obligaciones fiscales. Parece, por tanto, que no hubo un gran
cambio en los patrones de propiedad de la tierra.
Esto no resulta sorprendente, dado que los ricos propietarios
constituían el gobierno municipal en Corella, y estaban dispuestos
a hacer cualquier cosa para proteger sus fortunas. No había posibi-
lidad de que fiscalizaran según la riqueza, como ocurría en Echau-
ri. Por el contrario, el primer recurso que los regidores de la ciudad
arbitraron consistió en un impuesto indirecto sobre los productos
de consumo más comunes, un procedimiento que Echauri nunca
empleó. Tampoco era probable que el concejo urbano fiscalizase
rentas O ingresos contra los deseos de los hombres que lo habían
elegido. Por contra, los oficiales municipales de Corella fiscaliza-
ron a todos los vecinos sin considerar su nivel de ingreso *,
Corella, como otras corporaciones municipales de ciudades
más grandes, también prefirió utilizar con frecuencia fondos de
propiedades comunitarias, vendiéndolas en pública subasta a
cualquiera que estuviera dispuesto a comprarlas. Ya en julio de
1808, la ciudad decidió que estaba legitimada para enajenar sus
bienes a fin de pagar a los franceses. En 1810 la ciudad comenzó
a vender sistemáticamente sus propiedades, tanto las que se asig-
naban desde antaño al uso municipal como las que se daban en
arrendamiento en los comunales *.
En estos términos, la gestión del endeudamiento resultaba
muy injusta. Por ejemplo, los impuestos sobre bienes de consu-
mo hicieron que fueran los pobres sin tierra y los pequeños pro-
pietarios los que pagaron la factura. En la mayor parte de Nava-
rra las tierras comunales todavía se utilizaban colectivamente *!.
* AMG, legajo 85.
%% AMC, legajo 85, núm. 5.
5% Por el contrario, en otras muchas regiones de Europa el uso de comunales había
quedado limitado desde hacía mucho tiempo a los mayores propietarios de ganado,
por lo que la enajenación de comunales podía dañar potencialmente sus intereses.
Véase, por ejemplo, Florence Gauthier, La voie paysanne,
300
POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA
Por consiguiente, fueron los pequeños propietarios y los trabaja-
dores sin tierra, que utilizaban los comunales para obtener leña y
forraje, los que salieron más perjudicados por la venta de las tie-
rras comunales, al tiempo que los mismos hombres que con an-
sia se estaban apropiando de las rierras embargadas a la Iglesia se
alegraban de ver las propiedades comunales a la venta. El des-
contento popular hacia las enajenaciones pudo ser contenido du-
rante algunos años, hasta que comenzó a sentirse todo el impac-
to de la pérdida de los comunales y que el gobierno de la ciudad
ya no iba a proporcionar más servicios. Además el débil proleta-
riado de Corella ya no era capaz de amenazar el orden social,
Los hombres que diseñaron el plan para la enajenación de la
propiedad municipal proyectada en Corella en 1810 alegaron es-
tar actuando en beneficio de toda la comunidad. No es que sólo
quisieran conseguir dinero rápido para pagar a los franceses ni
que simplemente anduvieran detrás de las tierras comunales en
beneficio propio. Según el modelo de los economistas políticos,
sostenían también que sus nuevas propiedades llevarían a una
agricultura comercial más próspera, lo que en último extremo
enriquecería a toda la comunidad *, Este idilio fisiocrático no
fue puesto a prueba de inmediato, dado que la venta de comuna-
les fue detenida de forma brusca tras la derrota de los franceses
pocos años más tarde. Á pesar de todo, resulta significativo que
el proyecto fuera intentado. Los ricos ciudadanos de Corella te-
nían intereses creados en el éxito francés, porque sabían que sólo
bajo un gobierno galo podían continuar expoliando los bienes de
la comunidad. ¿Resulta entonces sorprendente que Corella per-
maneciera leal a los franceses o, por lo menos, se mantuviera
inactiva durante la guerra?
El plan de Corella fue más completo en otras ciudades. Don-
dequiera que las rierras comunales y municipales fueran enajena-
das, el resultado era siempre el mismo: pobreza, despoblación y
violencia social, como ejemplifica el caso de Olite. Al principio
de la Guerra de Independencia, los regidores de la ciudad de Oli-
35 «Plan para la enagenación de los enfiteusis de la Ciudad de Corella», AMC, legajo 85,
301
__ LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
te vendieron prácticamente todas las tierras de la ciudad con ob-
jeto de pagar sus deudas de guerra. Unos pocos grandes propieta-
rios, que pronto abandonaron la ciudad y se convirtieron en se-
ñores absentistas, llegaron a controlar la economía local, con el
resultado de que Olite estuvo perdiendo población durante el si-
glo xIx. Sólo tras un prolongado y amargo conflicto, la comuni-
dad recuperó algunos de sus bienes *.
Comunidades como Echauri contaban con los medios ade-
cuados para resistir a los franceses y con una configuración social
propicia a la solidaridad contra el enemigo. Los concejos munici-
pales que gobernaban las comunidades de la Montaña represen-
taban a sus poblaciones. Eran pocas las posibilidades de que apa-
reciera el descontento popular con un gobierno local en el que
todas las cabezas de familia tenían algún papel. En efecto, uno
de los regidores de Echauri trabajó para Mina y fue finalmente
ejecutado por ello por los franceses. Comunidades como las del
valle de Echauri produjeron el mayor número de guerrilleros,
como ya hemos tenido oportunidad de comprobar, proporciona-
ron alimentos, ropas y otras demandas de la División, y se con-
virtieron en base de los regimientos de Mina. Y fueron capaces
de cumplir estas funciones porque sus sólidas instituciones co-
munitarias siempre actuaron protegiendo a los individuos de las
agresiones del régimen francés. Los paralelismos con la Vendée y
el Tirol (si bien no con Calabria) son de nuevo aleccionadores.
En ambas regiones los rebeldes no fueron campesinos desposeí-
dos y proletarizados, sino propietarios acomodados con tradicio-
nes de poder local, especialmente en El Tirol *.
86
Montoro Sagasti, La propiedad privada.
% La interpretación de la Vendée como rebelión de campesinos acomodados puede ver-
se en Paul Bois, Paysans de l'Ouest; Charles Tilly, The Vendée, y con algunos matices en
Alain Gérard, Pourquoi la Vendée? Un punto de vista diferente en Marcel Faucheux,
L insurrection vendéene de 1793. Las similitudes entre la insurrección de Navarra y la del
Tirol son demasiado numerosas para enumerarlas. Por ejemplo, los campesinos propic-
tarios del Tirol utilizaban, como los navarros, la caza para conseguir gran parte de su sus-
tento. En efecto, los tiroleses se armaban con «Srurzen», un arma similar a una carabina,
mucho más precisa que cualquier mosquetón, Este fusil, que los campesinos apodaban
«el señor», fue muy efectivo en la guerra de guerrillas. Eyck, Loyal Rebels, p-8.
302
POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA
Por contra, la ciudad de Corella, con su gobierno municipal
cerrado, colaboró abiertamente con los franceses. Los notables
de Corella participaron con ansia en el saqueo de las tierras na-
cionalizadas de la Iglesia y de los municipios, y hada deseaban
tanto como la supervivencia de un régimen favorable a sus inte-
reses materiales **. Las enormes demandas fiscales exigidas por el
gobierno en Pamplona sirvieron antes para dividir Corella que
para unirla, al tiempo que la corporación de la ciudad traspasaba
el coste de la ocupación al pueblo trabajador mediante impues-
tos sobre alimentos y necesidades básicas. Como resultado, el
pueblo fue exprimido bajo el peso de la ocupación y de la cola-
boración de las elites locales. La resistencia en tales circunstan-
cias, de todas maneras siempre difícil en un asentamiento urba-
no, se hizo casi imposible. El levantamiento en armas en Corella
tuvo que ser, en efecto, una elección personal, rayano en el ban-
dolerismo social, más que un asunto comunitario, respaldado
por las autoridades municipales y las elites locales, Una vez más,
resulta interesante destacar que en las ciudades del Tirol, espe-
cialmente en las italoparlantes del sur, fue donde los franceses y
bávaros captaron a la mayor parte de sus colaboradores.
6. ¿Quiénes fueron los guerrilleros?
Existen numerosas pruebas que sugieren que los guerrilleros fue-
ron hombres de la Montaña. La mayoría de las batallas se com-
batieron en la Montaña. En momentos de dificultades, las gue-
rrillas buscaron lugares seguros en los Pirineos o en las montañas
de Sangiiesa y Estella. Y los datos sobre requisiciones e impuestos
indican que los franceses controlaron las ciudades de la Ribera y
las comunidades situadas junto a las principales arterias, mien-
%* Es interesante destacar, empero, que los nuevos propietarios de rierras nacionaliza-
das, desalentados por la tenacidad de los insurgentes y por la dirección que comenza-
ba a tomar el régimen, empezaron a no pagar sus hipotecas ya en agosto de 1810.
¿Habían previsto ya la pérdida inevirable de estas inversiones? AMC, legajo 85.
303
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
tras que las guerrillas dominaron los espacios rurales de la Mon-
taña, donde los franceses sólo pudieron penetrar en incursiones
breves, sin conseguir jamás establecer un gobierno estable,
Existen además otras fuentes para comprobar esta hipótesis,
Primero, las narraciones dejadas por los guerrilleros junto con al-
gunas proclamas y cartas francesas revelan la identidad y origen
social de cierto número de voluntarios. Segundo, la policía fran-
cesa consiguió algunos datos someros sobre los voluntarios y sus
familias. La tercera y más importante fuente de información so-
bre los guerrilleros es el conjunto de relaciones dejado por las co-
munidades acerca de su implicación en la guerra *. Considera-
dos en conjunto, estos testimonios apoyan con fuerza la idea de
que los guerrilleros procedían principalmente de la Montaña.
Cuando terminó la guerra, la Diputación de Pamplona solici-
tó a cada comunidad respuestas a las preguntas siguientes:
¿Quiénes se habían unido a las guerrillas? ¿Quiénes habían
muerto a manos de los franceses? ¿Quiénes habían sido encarce-
lados? Según los datos disponibles, 3,477 hombres procedentes
de toda Navarra se alistaron voluntariamente para combatir jun-
to a Eguaguirre, Javier Mina, Francisco Espoz y Mina o en algu-
na de las demás bandas. Evidentemente, en los seís años que
duró la guerra, el número de guerrilleros originarios de Navarra
tuvo que ser mucho mayor. De hecho, dado que sólo el 40 por
ciento de las comunidades cuestionadas por la Diputación real-
mente respondió, los datos son incompletos. No obstante, si se
utilizan con cuidado, podemos intentar crear un perfil de los vo-
luntarios.
Antes debemos hacer dos observaciones sobre la forma en que
fueron diseñadas las relaciones. Primero, las relaciones no nos di-
cen nada sobre los alaveses, aragoneses o guipuzcoanos que lu-
charon a las órdenes de Mina. Hubo cinco batallones «foráneos»
—vascos y aragoneses— en la División a finales de la guerra. Es-
tos batallones formaron casi la mitad de las fuerzas definitivas de
Y AGN, Guerra, legajos 18-21.
304
POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA
la División. Por otro lado, algunas de estas unidades sólo estuvie-
ron activas al final de la guerra. De este modo, los registros dan
buena cuenta de los principales batallones: el primero, segundo,
tercero y el cuarto. Y son estas tropas navarras de veteranos las
que más nos interesan.
Segundo, y lo que es más significativo, los datos no están
completos ni siquiera para Navarra. En Pamplona, el 60 por
ciento de los municipios respondió, lo que representa una pro-
porción igual a la población. En Estella tenemos datos análogos
del 46 y 62 por ciento. Sangiiesa y Tudela se sitúan detrás, con el
22 por ciento de las comunidades (44 por ciento de la pobla-
ción) informando en Sangúiiesa, y el 30 por ciento de las comu-
nas (42 por ciento de la población) en Tudela. Olite proporcionó
la información más reducida de todas, ya que sólo el 19 por
ciento de sus municipios (que sumaban el 31 por ciento de la
población) rellenó los informes.
Es importante tener en consideración algunas de las razones
por las que las respuestas fueron parciales. Aunque sólo el 40 por
ciento de las comunidades de Navarra respondió, representaba el
52 por ciento de la población total. Esto indica que los datos es-
tán sistemáticamente desequilibrados en favor de las comunida-
des más grandes, que tendían a ser más fidedignas en completar
y devolver los formularios.
Probablemente, algunas comunidades no pudieron ajustarse a
la relación porque no tenían nada sobre lo que informar o por-
que la cifra completa habría demostrado que la comunidad no
había podido contribuir significativamente a la resistencia. Esto
puede explicar la falta de datos para Corella, Tafalla, Vera y de
ciertas ciudades grandes que casi siempre estuvieron sujetas al
control francés. Por el contrario, los épicos informes dejados por
Estella, Ujué, Roncal y algunas de las otras ciudades implicadas
en la guerra estuvieron claramente inspirados en el orgullo local.
Sin embargo, al mismo tiempo, los valles de Burunda y Ergo-
yena, entre otras regiones que según sabemos por fuentes narrati-
vas estuvieron profundamente comprometidas con las guerrillas,
tampoco informaron, lo que da lugar a una seria infravaloración
305
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN.
de la merindad de Pamplona. Y lo que es todavía más serio, el
valle de Ibargoiti, que incluía Monreal y la propia villa de Mina,
Idocín, junto con toda la mitad oriental de la llanura de Pamplo-
na, incluyendo Otano y Badostáin, no dejaron ningún informe.
Estas lagunas son evidentemente problemáticas, dado que sabe-
mos que la región fue el corazón de la insurgencia. Esta región
vio nacer a Javier, a Mina, a los hermanos Gorriz y a Andrés
Martín, entre otros miembros de la División. Los totales para la
merindad de Sangiiesa serían mucho más elevados si dispusiéra-
mos de un conjunto completo de datos para el área.
Puede ser que algunas comunidades no respondieran a las
preguntas de la Diputación por temor. El gobierno de la Res-
tauración no vio con agrado a los guerrilleros, especialmente a
aquellos que se habían mostrado demasiado devotos con la
Constitución de 1812. Esto bien podría explicar la falta de in-
formación sobre Ibargoiti, ya que es probable que muchos de
los voluntarios del lugar de origen de Mina siguieran a su líder
en su intento de derribar la Restauración y restablecer el gobier-
no constitucional en 1814. Incapaces de seguirlo en su exilio,
puede que estos voluntarios desearan permanecer en el anoni-
mato. Si esto fue lo que ocurrió, ayudaría a explicar la falta de
información de regiones de las que sabemos que fueron bastio-
nes guerrilleros.
Si tenemos presentes estas distorsiones, todavía es posible ela-
borar unas pocas conclusiones a partir de estos datos. En la me-
rindad de Pamplona, el 3 por ciento de la población registrada
combatió junto a Mina. Los porcentajes más elevados de impli-
cación se dieron en las villas situadas al oeste y al norte de la ciu-
dad de Pamplona, en la región de Echauri y Juslapeña. La merin-
dad de Estella también contribuyó con el 3 por ciento de la
población a favor de la insurgencia, con una aldea, Guirguillano,
que informo que el 11 por ciento de sus vecinos combatió en la
guerra. El 4 por ciento de la población registrada en la merindad
de Sangiiesa se unió a la insurgencia, y esto sin tener en cuenta
los datos de Monreal o Ibargoiti, localidad de origen de Mina.
Los datos son particularmente defectuosos para Olite, aunque
306
POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA
aproximadamente el 4 por ciento de la población registrada en
esa merindad se unió también a la División, incluyendo el 7 por
ciento de la población de Ujué. En Tudela el 3 por ciento de la
población registrada combatió, aunque la mayor parte sólo acu-
dió a la lucha al final de la guerra.
En conjunto, los datos vuelven a poner de relieve la impor-
tancia de la Montaña como suministradora de voluntarios al
ejército guerrillero, La merindad de Pamplona suplió más de un
tercio de los voluntarios, Sangiiesa un cuarto. Además, más de
dos tercios de los voluntarios registrados de Estella procedían de
la región septentrional de la merindad, por lo que también de-
ben ser contabilizados como hombres de la Montaña. Todos jun-
tos, casi tres cuartos de los voluntarios procedían de la Montaña,
Es posible identificar las tres áreas que suministraron el grueso
de los voluntarios. En primer lugar, está la franja de territorio
que va desde el norte de Estella a la llanura de Pamplona. En se-
gundo lugar, se encuentran los distritos del este de Sangúiiesa,
junto a la parte más oriental de Olite, incluyendo Ujué. Los da-
tos perdidos para los límites orientales de la llanura de Pamplo-
na, incluyendo Idocín, Monreal, Otano y otros centros insurgen-
tes importantes encubren la importancia de esta región en la
resistencia. Si dispusiéramos de datos completos, probablemente
mostrarían una franja uniforme de territorio guerrillero que
abarcaría toda la región de pequeñas aldeas que se extiende por
Navarra centro-septentrional, con islotes de control francés en
las ciudades de Pamplona y Tafalla. Una tercera fuente impor-
tante de voluntarios fue la ciudad de Tudela, aunque sea cierto
que los insurgentes de esta región fueron los más activos tanto al
principio de la guerra —antes de la caída de Zaragoza— como
después, tras mayo de 1812. Además hubo importantes puestos
avanzados de resistencia en Roncesvalles, Viana y otros lugares.
La información disponible sobre el número de civiles muertos
y encarcelados ayuda a dar una idea de la implicación masiva de
la Montaña. Las áreas de mayor represión policial se correspon-
dieron casi exactamente con las que contribuyeron con un ma-
yor número de voluntarios. Más del 50 por ciento de aquellos
307
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
que fueron muertos o encarcelados por la policía gala en Navarra
procedía de la merindad de Pamplona, mientras que la mitad oc-
cidental de la llanura de Pamplona experimentó el grueso de esas
víctimas. Sangúesa suministró el 15 por ciento y Estella el 21 de
los civiles muertos y arrestados por los franceses. Sólo el 9 por
ciento de las víctimas de la policía francesa procedió de la merin-
dad de Olite, y justo por debajo del 4 por ciento fueron de
Tudela.
De este modo, la vasta mayoría de las víctimas de la policía
francesa, así como los voluntarios identificados en la encuesta de
1817, procedían de la tierra de caserío y aldeas del centro y norte
de Navarra. Por sí mismo, esto sugiere que fue el labrador inde-
pendiente de la Montaña quien formó la base de la resistencia.
Los datos aislados obtenidos por los franceses en 1812 refuerzan
esta impresión. Mendiry recogió información para cuatro aldeas
en el valle de Echauri. Éstas eran Arraiza, Echarri, Echauri y
Ubani, Todas registraron sólo 15 voluntarios en la División de
Navarra, lo que representa una manifiesta subestimación %, De
éstos, doce habían nacido en las villas registradas y los otros tres
procedían del valle. No eran forasteros ni gente que estuviera al
margen de la sociedad. Su edad media era de veintinueve años,
por lo que podemos asumir que no eran jóvenes impulsivos que
trabajaban como jornaleros mientras aguardaban sus herencias.
Con mayor seguridad, 14 fueron registrados como propietarios
independientes y uno fue designado como hacendado. Esto ex-
cluye la posibilidad, en Echauri al menos, de que los guerrilleros
fueran campesinos sin tierra. Por desgracia sólo contamos con es-
tas estadísticas para unas pocas localidades que además no fueron
reunidas en los archivos. Serían útiles para reunir información
sobre ciertas áreas, si bien los datos que podemos conseguir se-
%% Uno se pregunta por qué incluso estos 15 fueron identificados. En unos pocos ca-
sos, los individuos ya habían muerto, y en un caso no exisrían parientes con vida a
los que castigar. Sin embargo, la mayoría tenía parientes que podían ser (y probable-
mente fueron) llevados a prisión. Quizás, los individuos registrados eran ya conoci-
dos por los franceses y ya no podían ser protegidos. AGN, Estadística, legajo 10,
cars. 38, 43, 44, 45.
308
POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA
guirían siendo parciales, ya que pueblos y ciudades sólo dieron
cuenta de algunos de los que se habían unido a los insurgentes.
No obstante, estos retazos de información son sólo una pista adi-
cional para identificar a los insurgentes. La mayoría vino de la
Montaña. La mayor parte estuvo compuesta probablemente de
pequeños propietarios, jóvenes pero no necesariamente depen-
dientes, y no de recién llegados ni de foráneos.
Las indicaciones dejadas por los contemporáneos constituyen
la última de las fuentes para analizar el origen de los voluntarios
navarros. Mina identificó a sus seguidores como campesinos
«respetables», y comparó a sus hombres con los hombres «indis-
ciplinados» procedentes de la Ribera y de fuera de Navarra, los
cuales lucharon en las filas de sus compatriotas de Echevarría y
Tris. En el otro lado del espectro, Mina destacó la total ausencia
entre sus seguidores de sujetos titulados o enriquecidos ”'. Sus
colaboradores más cercanos eran pequeños campesinos, ni ricos
ni pobres. Miguel Sarasa, el «corto de miras» y analfabeto merca-
der/labrador vasco procedente de Artica, dirigió las aduanas. Los
Cruchagas eran una familia de hidalgos procedente del Roncal
que llevaron hombres de ese valle a la resistencia. El mismo
Mina era de una familia de campesinos acomodados. Su herma-
no era vicario en el hospital de Pamplona (hasta su muerte en
Portugal en una misión para la División), y su hermana menor
estaba casada con el administrador de la Casa de la Caridad de la
ciudad. La familia de Javier había tenido los recursos necesarios
para enviar a su hijo a un seminario.
Para completar el cuadro de los que combatieron con Mina
en la medida de lo posible es necesario tener en cuenta a los
hombres de fuera de Navarra que lucharon en la División. En
1811 y 1812, cientos de catalanes se unieron a Mina, y los ara-
goneses y vascos de la División ascendían a miles”, Hubo tam-
bién voluntarios procedentes de tierras más lejanas. Una fuente
importante de voluntarios fueron los convoyes de prisioneros
M Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, pp. 9, 15-16,
Y Tbíd., p. 201.
309
A
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
que atravesaban la región en su camino a Francia. En la primave-
ra de 1811, los 600 hombres de la guarnición de Tortosa captu-
rada por Suchet llegaron hasta Burdeos antes de que los prisione-
ros vencieran a su escolta de 300 hombres. Los refugiados
emprendieron el camino de regreso por los Pirineos y algunos se
unieron finalmente a las fuerzas de Mina”,
La División atrajo también algunos desertores procedentes de
las filas imperiales. Los alemanes e italianos fueron particu-
larmente propensos. Los alemanes de la guarnición de Pamplona
desertaron en 1809-10 en grupos de 10 y 15 con sus petates y
armas. Las guerrillas situaban por regla general a estos desertores
en las filas de vanguardia con objeto de asegurarse de que com-
batían, y según el testimonio de Andrés Martín su comporta-
miento fue intachable. Mina situó a Charles Hohenstein al man-
do de los voluntarios alemanes. En una carta formal, el barón
Hohenstein afirmó que fue el impago y el hambre de los alema-
nes que combatían con los franceses lo que les obligó a desertar y
unirse a él. «Hay muchos de vuestros camaradas en mi compañía
—escribió—. Aquí hallará usted una mejor vida, recibirá diez
céntimos de sueldo por día, pan, vino y carne en abundancia...»
El llamamiento funcionó y aportó a Mina una fuerza adicional
bien entrenada ”. Las tropas italianas también se vieron atraídas
por la paga elevada y por las generosas raciones ofrecidas por las
guerrillas. En agosto y septiembre de 1812, mientras atravesa-
ban Navarra, la mitad del tercer batallón del Sexto Regimiento
Italiano desertó a favor de Mina, sumándose a los 200 soldados a
la División ,
%% Gaceta de la Mancha, 13 de abril de 1811.
* Emmanuel Martin, La Gendarmerie Francaise, pp. 209, 219, 223-24.
% Los voluntarios recibían un real al día en concepto de salario, más una ración de
pan, vino y carne. Los oficiales recibían más. A un capitán, por ejemplo, se le asigna-
ban 10 reales diarios, más el doble de raciones. Los comandantes obtenían raciones
triples o cuádruples, aunque sin salarios regulares. Dado que los ejércitos imperiales
destacaron por no pagar a sus tropas o por pagarles tarde, no es sorprendente que la
deserción a las guerrillas fuese una decisión bastante frecuente. «Estado de los sueldos
y raciones», carta del 28 de julio de 1818, AGN, Guerra, legajo 21, car, 20.
% Alexander, Rod of Iron, p. 121.
310
] POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA
Cuando la División fue disuelta a finales de la guerra, contaba
con cuatro batallones navarros de infantería, dos regimientos de
caballería navarra y dos compañías de caballería ligera agregada
al primer batallón. Además, había dos batallones de infantería
alaveses y tres aragoneses. El número total de soldados que com-
batieron bajo las órdenes de Mina vino a ser de 11.000 hombres,
sin incluir los cientos de hombres que trabajaron en servicios
aduaneros y en fábricas de municiones y de uniformes. Sin em-
bargo, los contingentes navarros fueron durante toda su existen-
cia el corazón de la División. Eran hombres de la Montaña, pro-
bablemente propietarios que contaban con los recursos y los
motivos materiales para resistir la ocupación. Vivían en peque-
ños pueblos y en ciudades que los franceses no consiguieron ocu-
par de modo continuo, y amaban a su clero y a sus fueros, am-
bos atacados por el gobierno francés. Fueron la base del
movimiento guerrillero más poderoso de España, y el cabo más
importante del «nudo fatal» que acabó con el Primer Imperio.
311
CAPÍTULO 10
EPÍLOGO
1. El asalto a la Ciudadela
Poco después del triunfo aliado sobre Vitoria, las guerrillas de
Mina se deshicieron. Las ciudades y pueblos que habían abasteci-
do a la División tenían ahora que suministrar contribuciones
exorbitantes a los regulares ingleses, portugueses y españoles así
como a las guerrillas. Por consiguiente, la provincia estaba tan
explotada como en los peores momentos del dominio francés. El
entusiasmo por la guerra se convirtió en desesperación en el in-
vierno de 1813-1814. Después, una vez que la llegada de la paz y
el retorno de Fernando VII al trono no generaron la inmediata
desmovilización de las tropas estacionadas en Navarra, aquella
desesperación se convirtió en resentida resistencia y abierta rebe-
lión contra las guerrillas.
Estos problemas resultaron aún más agudos para Mina, ya que
se vio desafiado en regiones recientemente reocupadas, como el
valle del Ebro, por hombres que no habían hecho nada por libe-
rar el país y que todavía reivindicaban su derecho a reasumir las
posiciones consuetudinarias que ostentaban en la cumbre de la
sociedad navarra. La lealtad que los hombres de la División espe-
313
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
raban encontrar en los pueblos y ciudades se había convertido en
hostilidad, y fue canalizada y dirigida por el antiguo grupo de
elites que tanto había hecho para que los franceses encontraran
su espacio en Navarra !, Durante los años de guerra, las ciudades
recibieron a menudo un trato desconsiderado por parte de las
guerrillas, por lo que en el período de posguerra quisieron hacer
pagar con la misma moneda a los campesinos armados de la Di-
visión por su anterior insubordinación. Este conflicto se resolvió
con rapidez en favor de las ciudades. Las repuestas autoridades
municipales y provinciales consiguieron borrar todo recuerdo de
las guerrillas y reimponer sus propia visión de la sociedad como
un organismo ordenado y jerárquico.
Para empeorar aún más los problemas de Mina, sus mismas
tropas habían comenzado a perder la esperanza. Durante siete
meses habían luchado con escaso éxito en los asedios de Ara-
gón y sur de Francia. No estaban acostumbrados a estas pro-
longadas ausencias de sus hogares ni a la movilización perma-
nente durante los largos períodos que transcurrían entre las
batallas de verdad. La guerra de guerrillas había permitido
que, entre una acción y otra, los insurgentes regresaran a sus
hogares o, al menos, se dispersaran en acantonamientos segu-
ros. Por el contrario, en las operaciones ofensivas encomen-
dadas a los guerrilleros en 1813 y 1814, el aburrimiento y
la dureza económica de la vida militar regular acabaron por
ser considerados una cruel recompensa después de años de
servicio.
Además, el sistema burocrático aplicado para conseguir con-
tribuciones dejó de funcionar efectivamente, ya que se suponía
que iba a entrar en competencia con los aparatos de requisición
de los ejércitos inglés y español. Mina suplicó al gobierno militar
aliado de Pamplona que le ayudase a obtener dinero y suminis-
tros, pero sin resultado. Al mismo tiempo, el sistema de oficinas
' Espoz y Mina, Memorias, pp. 179-80; AGN, Guerra, legajo 17, contiene varias
quejas contra Espoz, la División y otras tropas, especialmente por parte de las autori-
dades de la Ribera.
314
EL ASALTO A LA CIUDADELA
aduaneras fronterizas se derrumbó, eliminando la principal fuen-
te de ingresos de Mina”.
A medida que los soldados se desesperaban por no obtener
alimentos, ropa y paga, crecía en ellos el desorden. En el verano
de 1814, comenzaron a aparecer panfletos anónimos que anima-
ban a los guerrilleros a regresar a sus hogares. Miles de hombres
siguieron estas sugerencias, y la División comenzó a desintegrar-
se. Mientras tanto, Mina estaba en Madrid pidiendo al gobierno
restaurado de Fernando VII que reconociera a su cuerpo como
una división regular, tal y como había hecho el gobierno revolu-
cionario de Cádiz. Mina consiguió una audiencia con el rey,
aunque finalmente no pudo llevar a buen término su misión. La
reacción de Fernando al «rey» campesino de Navarra fue despe-
dirlo con arrogancia. A finales de julio, Mina regresó urgen-
temente por iniciativa propia para intentar acabar con las deser-
ciones ?,
En julio la reinstalada Diputación y el gobernador militar de
Pamplona, Antonio Roselló, provocaron otro conflicto con la
División. Por una orden real de 25 de junio de 1814, se requirió
que los cargos y organismos gubernativos que no existieran en
1808 cesasen en sus funciones. Basándose en esta orden, la Dipu-
tación pretendía recuperar rodas sus prerrogativas, incluso contra
los órganos administrativos todavía en funcionamiento estableci-
dos por Mina. El primer ámbito de conflicto fue la administra-
ción de justicia.
A medida que las guerrillas habían extendido su influencia en
1812, los tribunales franceses habían dejado de funcionar en la
mayor parte de Navarra. Mina, por tanto, había creado un tribu-
nal especial con responsabilidades judiciales. La principal fun-
ción del tribunal había sido reforzar el bloqueo de Pamplona,
pero también se había encargado de todas las demás prerrogati-
vas que normalmente tenían los tribunales reales en tiempo de
paz. En julio de 1814, a pesar de la orden real del 25 de julio y
* AGN, Guerra, legajo 17, car. 30.
' AGN, Guerra, legajo 17, car. 36.
315
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
de las quejas de la Diputación, el tribunal seguía en funciona-
miento. Esto molestó particularmente a las ciudades que habían
estado bajo dominio francés, ya que allí la justicia administrada
por la División tendía a ser rápida y cruel. La Diputación co-
menzó a recibir quejas contra el Tribunal y decidió ordenar a
Mina que lo desmantelase. Para justificar la continuidad de su
actividad, el Tribunal envió una larga carta a la Diputación y a
Roselló el 28 de julio. «Todos los Pueblos de este Reyno, incluso
la Ciudad de Tudela —afirmaba el autor de la carta— han reco-
nocido a este Tribunal por superior y legítimo». Casi todas las
que tenían representación en las Cortes, así como la mayoría de
los alcaldes habían llevado al Tribunal sus disputas desde 1812.
Seguramente, pensaron los jueces, estos hechos justificaban la
persistencia del tribunal. No obstante, como la Diputación puso
de manifiesto con rapidez, estas circunstancias ya no justificaban
nada. Sólo el rey en Cortes podía legítimamente establecer un
nuevo órgano judicial. Y el 2 de agosto de 1814, Fernando había
expedido una orden directa que desmantelaba el Tribunal. De
este modo, la Diputación se sintió justificada para rechazar la ex-
cusa «dilatada por débil» del Tribunal, y una vez más ordenó su
disolución. La correspondencia deja claro que tanto los diputa-
dos como los hombres nombrados por Mina conocían bastante
bien que lo que estaba en juego era quién o qué organismos po-
dían reclamar la soberanía de Navarra?.
A pesar de la hostilidad del rey y de las autoridades provin-
ciales, el tribunal continuaba funcionando en agosto bajo las ór-
denes directas de Mina. Entre otros «crímenes», el Tribunal pre-
rendía castigar a los oficiales municipales que se negaran a
repartir requisiciones para la División y recaudar las deudas
arrastradas desde la guerra *. Estas actividades acabaron por pro-
ducir un lujo de cartas que demandaban al Tribunal por estar
* «Oficio de tribunal territorial de Navarra», AGN, Guerra, legajo 17, car. 41.
* Por ejemplo, el Tribunal intentó recaudar dinero de Tudela en nombre de dos
mercaderes locales que habían aportado a la División recursos médicos. Carta de Tu-
dela a la Diputación de 13 de agosto de 1814, AGN, Guerra, legajo 17, car, 42.
316
EL ASALTO A LA CIUDADELA
fuera de la ley. El 18 de agosto, la Diputación escribió una fu-
riosa carta a Mina, «Con qué título» actúa su tribunal, pregun-
taban los diputados. «Con el lleno de facultades que le fueron
conferidas por V.S. ¿Y cómo o por dónde se transfirió a VS. este
grande atributo de la Soberanía?» *. La cuestión había sido pues-
ta sin tapujos frente de Mina, y se vio incapaz de responder a la
Diputación. Frente a la oposición de Madrid, Pamplona y doce-
nas de municipios, Mina ordenó finalmente la disolución del
Tribunal el 22 de agosto.
La siguiente disputa tuvo que ver con el derecho de la Divi-
sión a recaudar contribuciones en Navarra y, finalmente, a conti-
nuar existiendo, El gobierno de Pamplona ya había rechazado
toda responsabilidad de ayudar a las guerrillas a conseguir sumi-
nistros. Ahora, basándose en órdenes de Madrid, requirió que los
civiles que hubieran sido movilizados en formaciones irregulares
durante la guerra fueran enviados a sus hogares”. Mina prefirió
interpretar esta orden como si no tuviera aplicación sobre sí mis-
mo ni sobre sus hombres, dado que el gobierno en tiempo de
guerra había reconocido a la División de Navarra, como una for-
mación regular. Esto suponía un desafío abierto contra el gobier-
no restaurado, que específicamente había negado a la División el
estatus de regular. Mina envió oficiales para que volviesen a alis-
tar a sus dispersas tropas, no sólo en Navarra sino también en
Álava, Guipúzcoa y Aragón. Inesperadamente, los oficiales mu-
nicipales de estos lugares vieron sus territorios «invadidos» por
una fuerza procedente de Navarra, que comenzó a detener por la
fuerza a los jóvenes. El gobierno foral de Álava escribió a la Dipu-
tación navarra quejándose de que «Mina, que no debe ignorar
estas soveranas determinaciones [la orden regia de disolver las
guerrillas], está decidido a eludirlas y trasgredirlas a fuerza arma-
da». Continuaba insistiendo Mina en que los hombres de la Di-
visión «no se comprehenden bajo la acepción de francos o de
* Carta de la Diputación a Mina de 18 de agosto de 1814, AGN, Guerra, legajo 17,
car, 43,
- AGN, Guerra, legajo 17, car. 45.
ILLA
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
guerrillas y sí reputados por de Línea y de Infantería ligera». Esto
demostraba que «el Mariscal Mina conserva todavía el espíritu de
dominación que observó durante la guerra» *.
Con el ánimo de la provincia, y ahora incluso de las provin-
cias vecinas, volviéndose contra Mina, cada vez más ciudades se
negaron a acceder a las requisiciones de los agentes de la Divi-
sión. Una vez desmantelado el tribunal, se impuso la justicia dra-
coniana sobre estos líderes locales recalcitrantes. Un tudelano re-
lató cómo los hombres de Pedro Antonio Barrena secuestraron a
su hermana, a su prima y a su criado y los llevaron desnudos por
las calles, golpeándolos todo el tiempo en represalia por negarse a
apoyar las demandas de requisiciones. Posteriormente, su criado
y el alcalde de Caparroso fueron enviados a la prisión de Peralta.
Asimismo su hermano fue llevado a Peralta, donde sufrió tortu-
ras. Evidentemente los hombres de la Montaña se estaban ven-
gando de los individuos que habían colaborado con el régimen
francés, y además estaban intentando extraer contribuciones de
la rica Ribera”. En agosto y septiembre, de Milagro, Villafranca,
Andosilla y Mendigorría —ciudades de la Ribera que habían es-
capado al control de las guerrillas durante la mayor parte de la
guerra y que habían recibido un duro tratamiento de Mina tras
la guerra— surgieron en tropel quejas sobre las extorsiones gene-
radas por la División '”. La situación estaba llegando al enfren-
tamiento.
En septiembre se expidió un decreto real que pretendía cal-
mar la situación, al ordenar a Mina que desplazase sus tropas a
Aragón. Sin embargo, las correspondientes instrucciones proce-
dentes de Pamplona y dirigidas a los superiores de Mina nunca
llegaron a su destino. El correo de la Diputación fue detenido
por los hombres de Mina a las afueras de Olite en la noche del
25 de septiembre. Esa misma noche Mina decidió atacar Pam-
* AGN, Guerra, legajo 17, car. 45.
Y Carta de José Fermín La Puerta a la Diputación del 17 de septiembre de 1814,
AGN, legajo 17, car. 47.
AGN, Guerra, legajo 17, car. 46.
318
EL ASALTO Á LA CIUDADELA
plona *'. Una gran parte de la División había sido reunificada y
la mayoría estaba situada en Puente la Reina. Desde allí marchó
hacia el norte con el primer batallón y algunos elementos del
cuarto. Esta vez, sin embargo, no todos sus soldados quisieron
seguirlo. Los soldados a los que se ordenó llevar las escaleras que
debían utilizarse para escalar las murallas de la ciudad fueron los
primeros en enterarse de cuál era su objetivo. Los oficiales de es-
tas unidades comenzaron a llamar a sus hombres a la deserción.
Mina quiso evitar su rebelión apelando directamente a los des-
amparados soldados, prescindiendo de sus poco dispuestos co-
mandantes de compañía. Les explicó que sus esfuerzos para con-
seguir recompensas habían fracasado con el virrey y el ministro
de la Guerra. Tenían que conseguir por la fuerza lo que se les de-
bía. «Ánimo, muchachos —declaró Mina—, que vamos a sacar
dinero» '?,
Sin embargo, su argumento no fue suficiente para reanimar a
la mayoría de los voluntarios. Hacia las seis de la mañana del 26
de septiembre, la mayor parte de sus soldados regresó a Puente.
A las nueve llegó un correo a Pamplona procedente de Puente
que advirtió al virrey, el conde de Ezpeleta, de los planes de
Mina. Poco más tarde, Mina y los seguidores que le quedaban
intentaron entrar en Puente con objeto de procurar, una vez
más, ganarse la confianza de sus tropas rebeldes. Sólo cuando los
hombres hicieron fuego contra él desde las ventanas, Mina se dio
cuenta de que el juego había terminado. Huyó a Francia donde,
irónicamente, estaban por entonces deseando acogerlo. En los
días siguientes, los bienes que pertenecían a la División fueron
embargados por el gobierno.
Los comandantes de Mina cayeron en manos de la policía o
huyeron cruzando la frontera o se proclamaron partidarios de
Fernando VII, El 3 de octubre, Cruchaga se rindió con la caba-
1 AGN, Guerra, legajo 17, car. 48.
12 ¿Relación dada a la Dipuración del Reino por la oficialidad del primer regimiento
de voluntarios de la división de Navarra», 12 de octubre de 1814, AGN, Guerra, le-
gajo 17, car. 50.
319
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
lería, y Barrena con el segundo y el sexto batallón. En Aragón el
tercer batallón se rindió pocos días más tarde '*. La historia de la
rebelión de Mina ayuda a aclarar un importante aspecto sobre
aquellos guerrilleros que se hicieron liberales bajo la restauración.
No hay nada inherentemente liberal en relación a las demandas
efectuadas por Mina y sus oficiales, incluso en lo que respecta al
Tribunal, el derecho de las guerrillas a continuar requiriendo o el
estatus de la División como tropa regular. En la historia del con-
flicto guerrillero, los hombres de Navarra no habían demostrado
tener conocimiento de ningún programa ideológico, a menos
que la Idea de 1810 pueda considerarse como tal. A pesar de
todo, las proclamas efectuadas por Mina en 1814 golpearon el
mismo centro de la monarquía. Mina y otros guerrilleros habían
representado un papel militar de importancia trascendental para
la misma existencia del Estado español, y consideraban que era
justo que fuesen recompensados en forma de pagos y honores.
En el caso de la disputa sobre el Tribunal, esta compensación te-
nía que incluir incluso privilegios políticos. Quizás, tras años de
influencia de propaganda liberal, los hombres de Mina pesasen
que habían adquirido derechos políticos.
Tal actitud iba en contra de todo lo que Fernando VII repre-
sentaba. Su gobierno se basaba en la soberanía absoluta del rey,
sólo limitada por instituciones y leyes consuerudinarias que exis-
tían antes de la Guerra de Independencia. Los campesinos movili-
zados y armados de Navarra, con un tribunal y un sistema de re-
caudación de contribuciones, representaban una amenaza tan
seria como los políticos liberales que estaban siendo purgados con
extrema crueldad en este mismo período. Los guerrilleros fueron,
por tanto, desdeñados como un peligro contra la cerrada sociedad
que Fernando estaba intentando constituir. La mayoría de los
guerrilleros se sentía feliz de regresar a sus ocupaciones de pregue-
* La participación de al menos parte del primer y del segundo batallón en intentona
de Pamplona puede deberse a la falta de informes militares presentados por estos
cuerpos después de la guerra, análogos a los redactados por el segundo y el tercer ba-
tallón.
320
rra, especialmente desde que la paga regular, el botín y las raciones
de la época bélica dejaron de estar disponibles en tiempo de paz.
Para Mina no había elección. Una vez probado el poder absoluto,
era incapaz de retornar a su anterior vida de simple layador que
trabajaba en la hacienda de su madre (más tarde de su hermana).
Por consiguiente, se sentía por defecto en el lado liberal. Durante
los veinte años siguientes, sus servicios a la causa liberal se mezcla-
ron con su lucha por volver a conseguir el estatus que brevemente
había disfrutado durante la Guerra de Independencia. Y la acep-
tación de la mayoría del programa liberal durante el reinado de la
reina Cristina en la década de 1830 anunció su propio triunfo y
la rehabilitación de la reputación de las guerrillas.
2. Conclusiones
Las guerrillas tuvieron un papel destacado en la derrota de Na-
poleón en España. Y la contribución de las guerrillas de Navarra
por sí sola tuvo un impacto enorme sobre el curso de la guerra.
Para aquellos que miden el éxito militar por el recuento de bajas,
sólo el total de los soldados franceses muertos o capturados por
los navarros resulta suficientemente impresionante. Los franceses
perdieron cientos de hombres en manos de los primeros guerri-
lleros, especialmente en las de aquellos que procedían de Renoval
y Roncal. Sólo estos últimos infligieron más de 1.000 bajas en el
verano de 1809, El corso terrestre bajo el mando de Javier Mina
liquidó al menos a 358 hombres, entre muertos o capturados. Y
bajo Mina, las guerrillas dieron muerte o capturaron al menos a
16.745 enemigos. Si mantenemos una relación normal entre el
número de heridos y el de los capturados o muertos, la cifra total
de pérdidas francesas durante los seis años de conflicto puede ha-
ber sido cercana a los 50.000 '*. Esta cifra representa casi 3/4 del
11 Utilizando sólo los recuentos navarros, el número de bajas francesas sería mucho
mayor. Mina hablaba de 40.000 sólo entre muertos y capturados, sin tener en cuenta
el número de heridos. Al haberse perdido algunos de los informes y correspondencia
321
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
número de las bajas producidas por Wellington en todas sus ba-
tallas. Evidentemente, si el objeto de la guerra es infligir tantas
bajas como sea posible sobre el enemigo, entonces las guerrillas
en Navarra tuvieron un papel decisivo.
Las bajas en batalla, empero, no cuentan toda la historia de la
contribución de los insurgentes. El principal objetivo de las gue-
rrillas no era infligir bajas. Tampoco desarrollar tareas auxiliares
para las unidades regulares, a pesar de lo indispensable que tales
servicios pudieron haber sido en ciertas situaciones. La función
de las guerrillas era tener ocupadas a las tropas francesas en mi-
siones alejadas de los principales campos de batalla. Para conse-
guir tal objetivo, los guerrilleros no tuvieron que presentar nece-
sariamente baralla. Por el contrario, impidieron que los franceses
tuvieran acceso directo a los recursos del campo y obligaron a la
mayoría de las fuerzas de ocupación a combatir por la mera sub-
sistencia. En la región de las guerrillas, los franceses fueron dis-
traídos luchando por extraer raciones y suministros de una po-
blación resentida y hostil. El objetivo de las guerrillas fue
proteger a estos civiles, canalizar su hostilidad y requerir sus ser-
vicios como espías, correos y voluntarios. La acción de las guerri-
llas, en combinación con los esfuerzos de las tropas regulares es-
pañolas, inglesas y portuguesas, cambió notoriamente en el
resultado de la guerra y, por tanto, el futuro de Europa ”.
de situación franceses, no es posible ofrecer una estimación global de las bajas par-
tiendo de los informes franceses. Sin embargo, las cifras francesas utilizadas en este
trabajo no difieren significativamente, a excepción de unos pocos casos, de las apor-
tadas por las crónicas navarras. Dado el número de soldados que permanecieron
constantemente en el hospital (más de 1.000 en casi todo momento) y de evacuados
a Francia, la cifra de 50.000 para el total de bajas parece razonable,
!* Es insostenible afirmar, como recientemente ha hecho Charles Esdaile, que la gue-
rra de guerrillas «representó una pequeña amenaza» para Napoleón. Esta conclusión
se basa en la confianza del autor en las fuentes inglesas y en un error fundamental so-
bre la guerra de guerrillas: no fue un fallo de las guerrillas el que sus esfuerzos conti-
nuasen siendo locales y sin coordinación. Fueron, por el contrario, su principal fuer-
te. Sus esfuerzos estuvieron inextricablemente interconectados con el éxito de los
ejércitos regulares en el resto de España, e incluso en Europa. Por ejemplo, la guerra
austríaca de 1809 es inconcebible sin Bailén y Zaragoza, y la retórica austríaca de
1809 fue modelada sobre la española. Véase Eyck, Loyal Rebels, esp. pp. 56-57.
322
EL ASALTO A LA CIUDADELA
El pueblo de Navarra tenía suficientes razones para detestar el
gobierno francés. Los franceses fiscalizaron y requirieron de una
forma que se aseguraba la hostilidad popular. Además, Francia
amenazaba con destruir la Iglesia y el gobierno foral, institucio-
nes que eran muy populares y, en el caso de la última, que daba
beneficios económicos a la mayoría de la población. La protec-
ción de las aldeas contra las columnas francesas enviadas para
conseguir suministros fue una parte importante de la estrategia
guerrillera. Como parte de esta estrategia, los insurgentes tuvie-
ron que disciplinar a los individuos y a las ciudades que fueran
descubiertas colaborando, por lo que se aseguraron la beligeran-
cia de la mayoría de la población. Al ejecutar tales funciones, las
guerrillas funcionaron casi tanto como una fuerza policial y judi-
cial que como un ejército,
El éxito de las guerrillas en Navarra no fue resultado del uná-
nime impulso patriótico, nacional o religioso. Durante los pri-
meros años de la guerra, Navarra fue una de las provincias más
pacíficas de España, cuando la mayoría de los oficiales provincia-
les y municipales prefirió colaborar con los franceses. Sólo en el
verano de 1809, una vez que las viejas elites hubieron sido elimi-
nadas de la escena y la naturaleza predatoria del gobierno francés
se hizo evidente, la insurgencia se generalizó realmente en Nava-
rra. La resistencia creció en simbiosis con las tragedias económi-
cas y personales provocadas por el régimen francés. Las guerrillas
no fueron signos de una nación en armas, sino de la habilidad de
las comunidades campesinas para defenderse bajo ciertas circuns-
tancias. Los orígenes de la guerra de guerrillas no estaban en «ca-
rácter» español o navarro, sino en toda una vivencia: la ocu-
pación engendraba terror y destrucción económicas, y éstos
conducían a la resistencia y a más terror, en una espiral de
violencia.
No obstante, no hubo nada que no pudiera evitarse en el re-
sultado del conflicto. Bajo el corso y la División de Navarra, el
movimiento guerrillero atravesó por varios ciclos de disolución y
reconstrucción. Durante la primera fase de la campaña de Mina,
que duró casi dos años desde su llegada al poder en la primavera
323
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
de 1810 a diciembre de 1811, las guerrillas sufrieron dos derro-
tas aplastantes en Belorado y en Lerín, y con frecuencia se man-
tuvieron a la defensiva perseguidos, en algunos momentos, por
entre 10.000 y 20,000 soldados enemigos. En las peores circuns-
tancias, los guerrilleros se ocultaban en las montañas del norte y
este de Pamplona o en las elevadas llanuras del oeste de Estella.
Cuando se aproximaban las tropas francesas para cercar las posi-
ciones guerrilleras, los hombres de Mina rompían el cerco a tra-
vés de pasos secretos, cruzaban las planicies de Navarra central
en marchas forzadas, y se ocultaban de nuevo en las montañas
del otro lado de la provincia.
Este modelo se repitió durante todo este período de extrema
dificultad. Los momentos más peligrosos, desde mediados de
agosto a principios de diciembre de 1810, desde febrero a finales
de marzo, y desde junio a octubre de 1811 fueron empleados en
combates y dispersiones. Esta fase se vio interrumpida por breves
y limitadas operaciones ofensivas, cuando los guerrilleros se
unían para golpear objetivos específicos, como en la primera em-
boscada en Arlabán. La mayor parte del tiempo, sin embargo,
permanecían dispersos a fin de ofrecer a los franceses tantos ob-
jetivos esquivos como fuera posible.
Fragmentadas en compañías, las guerrillas se mezclaban con
facilidad entre las poblaciones de los alrededores. Esto les permi-
tía requerir sin sobrecargar a la población de un área específica.
Como último recurso, incluso se disolvían las compañías, y cada
individuo regresaba a su villa en espera de tiempos mejores. La
mayoría de las bandas guerrilleras de España que había pasado a
formar parte de ejércitos disciplinados perdió su capacidad para
desaparecer entre la población civil y comenzó a depender gra-
dualmente del apoyo del gobierno. En el caso del Empecinado,
su intento de operar como si fuera una fuerza regular lejos de su
hogar dio lugar a sublevaciones y tuvo que ser abandonado en
favor de operaciones continuadas en Guadalajara. Uno de los
fuertes del ejército de Mina estuvo en el hecho de que consiguió
un elevadísimo grado de disciplina, lo que finalmente le procuró
reconocimiento como división regular, si bien conservando su
324
EL ASALTO A LA CIUDADELA
originaria independencia, flexibilidad y estrechas relaciones con
las villas que lo sustentaban. Este logro permitió que las fuerzas
de Mina se recobrasen de golpes tan severos que habrían presa-
giado el final de aquellas partidas guerrilleras que se hubieran or-
ganizado de forma diferente.
La insurgencia no siempre pudo dispersarse para evitar bata-
llas desfavorables. Cuando las columnas francesas lograban al-
canzar y enfrentarse a un grupo del ejército guerrillero en campo
abierto, los resultados eran desastrosos: Tarazona, Belorado, Le-
rín. No obstante, sobrevivían a estas carnicerías e incluso parecía
que siempre surgían los mejores para aguantar tales baños de
sangre, cuando las nuevas batidas de alistamiento reemplazaban
rápidamente al personal perdido y engrosaban las filas de los in-
surgentes. La capacidad de las guerrillas para recobrarse con rapi-
dez de los contratiempos es uno de los fenómenos más significa-
tivos de esta fase defensiva de la guerra.
En la segunda fase, desde diciembre de 1811 a la batalla de
Vitoria de junio de 1813, las guerrillas consiguieron con fre-
cuencia igualar o sobrepasar en número a sus enemigos, y Mina
se puso a la ofensiva. Aunque todavía hubo momentos difíciles, a
mediados de 1812 los franceses se habían convertido en rehenes
dentro de las ciudades fortificadas de Pamplona, Tudela y uno
pocos fuertes fronterizos, casi incapaces de aventurarse a salir
para obtener suministros, cortar árboles en los comunales para
hacer leña y conseguir muebles para quemar cuando los árboles
se agotaban. Los insurgentes lograron aislar a los franceses del
campo, por lo que minaron la base de la ocupación desde sus
mismas fuentes, destruyendo la resolución de los franceses y ace-
lerando el final de la guerra.
La fase última de la guerra comenzó con la irrupción en la
provincia de los ejércitos español e inglés en julio de 1813. Tras
esta fecha, los guerrilleros tuvieron que aprender a operar como
ayudas de campo en operaciones ofensivas regulares, principal-
mente fuera de Navarra. Las guerrillas tuvieron un importante
papel, si bien nada típico, en una serie de asedios en Zaragoza,
Jaca y otros fuertes, y tuvieron una función menor en la campa-
325
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
ña al sudoeste de Francia, antes de ser desmanteladas por el in-
grato gobierno de la Restauración.
Fue un conjunto complejo de factores estructurales y contin-
gentes el que determinó el éxito de la insurgencia navarra. Pri-
mero, la posición geopolítica de Navarra la convirtió en nexo de
comunicaciones entre Francia y la Península. Esto dio a los in-
surgentes objetivos obvios y una primera estrategia: atacar a las
columnas de abastecimiento, los convoyes de prisioneros y a los
rezagados. Hemos visto cómo las guerrillas tuvieron más éxito en
la Montaña que en la Ribera. En la Montaña, la geografía pro-
porcionó el lugar ideal para localizar una guerra irregular, lo que
atenuó la superioridad numérica, material y tecnológica de los
franceses. Sin embargo, hubo otras regiones montañosas en Es-
paña que también tuvieron importancia geoestratégica y donde
las guerrillas no consiguieron el nivel de logros alcanzado en Na-
varra. La diferencia de Navarra residió en la geografía humana y
la estructura social de la Montaña navarra. Ésta fue su ventaja
decisiva en la guerra de guerrillas.
Entre los factores que favorecieron a las guerrillas figuran vi-
gorosamente la dispersión de la población en cientos de peque-
ños pueblos y ciudades. Esta dispersión limitaba la capacidad de
los franceses para dominar a la población con guarniciones. Ade-
más, para fiscalizar a la población en la Montaña, los franceses
tenían que mantener su presencia en cientos de aldeas. Y debido
a la naturaleza democrática del gobierno local en la Montaña, los
franceses fueron incapaces de dominar a los municipios contro-
lando a unas pocas elites manipulables. La dispersión de la pro-
piedad de la tierra en la Montaña fue otro factor clave. En primer
lugar, era condición para la existencia del concejo democrático.
Segundo, las herramientas, animales y productos de la economía
agraría navarra se distribuían entre miles de propietarios. Esto
hacía que la recaudación de impuestos fuera una guerra en sí
misma, y dio a todos los campesinos el motivo que necesitaban
para tomar las armas.
También era importante que los campesinos constituyeran el
liderato y la soldadesca del movimiento guerrillero en Navarra.
326
EL ASALTO A LA CIUDADELA —
Mina procedía de una familia de propietarios campesinos, como
lo eran todos sus comandantes y la mayoría de sus tropas. La es-
trategia de defender a las villas de la extorsión francesa conducía
naturalmente a tales hombres. Y fue esta estrategia la que acabó
con la ocupación desde sus bases. Además, sólo un ejército po-
pular podía conseguir las requisiciones y derechos aduaneros que
fueron el sustento de la resistencia, y sólo un tribunal popular te-
nía el poder para reforzar el cumplimiento del bloqueo de Pam-
plona que finalmente puso de rodillas a las tropas de Abbé.
La «herida abierta» sufrida por Napoleón en España había
sido infligida a través de una combinación de esfuerzos ingleses,
portugueses y españoles, pero fueron los insurgentes, y entre
ellos especialmente la División de Navarra, quienes se aseguraron
de que nunca cicatrizara. La lucha contra la población insurgente
de Navarra fue una aventura extremadamente sangrienta y des-
moralizadora. Al obligar a toda una población a adoptar una ac-
titud beligerante, especialmente con la declaración del bloqueo
de Pamplona en diciembre de 1811, las guerrillas elevaron la vio-
lencia en Navarra a un grado que brutalizó a los ocupantes fran-
ceses. En España, como en otros tropiezos coloniales, las tropas
de ocupación se vieron obligadas a atacar o despojar a los civiles
hostiles aliviando sus conciencias y convenciéndose de que esta-
ban en guerra con un oponente racial y moralmente inferior. La
propaganda francesa consideraba que el enemigo era infrahuma-
no, lo que autorizaba a los individuos a perpetrar barbaridades
impensables en circunstancias normales. En una guerra de exter-
minio las normas militares quedaban olvidadas, y se sacrificaba
la firmeza del raciocinio militar. De este modo, la violencia de-
senfrenada de los franceses alimentó el odio de la población, ase-
gurando que la fuente de insurgencia no tuviese final.
La guerra de guerrillas de Navarra destruyó asimismo la moral
francesa desde otros puntos de vista. Aquellos que fueron desti-
nados a guarniciones en Navarra vivieron en una constante ham-
bruna, temor y frustración. Fantín des Odoards, comandante de
la guarnición de Puente del Arzobispo, describió la situación a la
que se enfrentaban todas las guarniciones emplazadas en territo-
327
rio guerrillero. Según Odoards, sólo el hambre podía convencer
a sus hombres para aventurarse a salir en busca de suministros.
Cuando una guarnición aislada conseguía recibir finalmente la
ayuda necesaria para identificar y enfrentarse a sus enemigos, los
guerrilleros conseguían volver a asumir un existencia sin rostro,
mezclándose entre la población local. Para los franceses no había
entre aquella gente «ni cuarteles de invierno ni seguridad en nin-
guna parte» y «no podían encontrar allí reposo hasta que fueran
exterminados o saliesen victoriosos» '*. El resultado de estos fac-
tores fue que las bajas francesas provocadas por la enfermedad, el
cansancio o la pura depresión se elevaron extremadamente en
Navarra.
El uso del terror contra el enemigo se considera normalmente
como parte integral de las tácticas guerrilleras. De hecho, sin em-
bargo, pertenece tanto al repertorio táctico de las fuerzas con-
trainsurgentes como al de las guerrillas. Los insurgentes siempre
desearon obtener el reconocimiento del enemigo como personal
militar legítimo a fin de asegurarse el derecho al acuartelamiento,
Por ejemplo, las probabilidades de facilitar tratamiento médico
al enemigo herido y de coger prisioneros para luego intercam-
biarlos siempre fueron más elevadas en los guerrilleros que en los
franceses. Sólo durante unos pocos meses, después de diciembre
de 1811, Mina ejecutó sistemáticamente combatientes captura-
dos, hasta que convenció a Abbé de que tratase a los guerrilleros
capturados con consideración. Sin embargo, las guerrillas utiliza-
ron el terror contra los «colaboracionistas». Los «chacones» que
combatieron junto a los franceses fueron ejecutados sumaria-
mente, e incluso los civiles que se vieron obligados a prestar ser-
vicios o dar información a los franceses se enfrentaron a la justi-
cia draconiana. Desde este punto de vista, la guerra de guerrillas
fue realmente una guerra civil dentro de la Guerra de Indepen-
dencia.
Entre las innovaciones introducidas en el Ejército Francés
bajo Napoleón estuvo su elevación de la idea «la guerra debe ali-
'* Fantin des Odoards, Journal, pp. 275, 288.
328
EL ASALTO A LA CIUDADELA
mentar la guerra» a la dignidad de máxima sagrada. El principio
según el cual un ejército debía vivir sobre el terreno por el que
pasaba encajaba perfectamente con otras de las innovaciones mi-
litares de Napoleón: los cuerpos móviles, cada uno ellos consti-
tuido por una fuerza de combate completa con infantería, caba-
llería y artillería, que supuestamente podían moverse con
autonomía respecto a la intendencia y que fueron la punta de
lanza de las ofensivas de Napoleón. Para reforzar este sistema,
Napoleón había ordenado que las tropas imperiales fueran entre-
nadas para marchar a pie sin que ningún enemigo pudiera alcan-
zarles —hasta que los guerrilleros de Navarra enseñaron a su in-
fantería el verdadero significado de una marcha forzosa. Estos
cambios organizativos, bastante simples, apuntalaron muchas de
las más brillantes victorias de Napoleón en Europa. En Navarra y
en la mayor parte del norte de España, empero, se mostraron
inapropiados. El caso de Navarra no fue el de una economía lo-
cal demasiado pobre como para dificultar el acceso a los suminis-
tros por parte de los ejércitos, como fue el caso de algunas pro-
vincias españolas, tales como Extremadura. Bien al contrario,
Navarra produjo enormes excedentes anuales de grano y otros
productos agrícolas suficientes de hecho para abastecer a miles
de insurgentes durante cinco años. Así pues, el sentido del ada-
gio de Colbert según el cual los grandes ejércitos mueren de
hambre en España y los pequeños son allí devorados habrá de ser
modificado para describir la situación francesa en Navarra y, en
este aspecto, en la mayor parte de la España septentrional. No es
que hubiera escasez de alimentos y de otros suministros, sino
que los guerrilleros —Mina, Juan Martín, el cura Merino, Por-
lier, Villacampa, Longa y otros muchos— impidieron que los
franceses pudieran conseguirlos. La División de Navarra y los
otros insurgentes ganaron la batalla por las cosechas, el rasgo más
característico de la guerra de guerrillas y el mayor golpe recibido
por el régimen francés.
329
APÉNDICE
CUADROS Y MAPAS
= — ———— al
Cuadro 1. Densidad demográfica en Navarra por merindades, 1787
Merindad 1786 Kms? Pob./Km?
Pamplona 84.153 2.571 33
Sangiiesa 40.848 3.089 13
Estella 46.754 1.805 26
Olite 25.736 1.332 19
Tudela 28.504 1.709 17
Total: 225.995 10.506 22
FUENTE: AGN, Estadística, legajos 6, 16, 20, 25, 31.
Cuadro 2. La nobleza en Navarra por merindades, 1787
Merindad Población Nobles % de pob. % del total
Pamplona 70.087 10.377 15 67
Sangúesa 40.848 2.784 7 18
Estella 46.754 1.372 3 9
Olite 25.736 416 2 2
Tudela 28.504 265 1 2
Ciudad de Pamplona 14.066 258 2 2
Total: 225.995 15.472 7 100
FUENTE: AGN, Estadística, legajos 6, 16, 20, 25, 31.
333
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
Cuadro 3. El clero en Navarra, 1787
% de Otro % de % de Curas como
Merindad Curas pob. Secular pob. Regular pob. % del Total
Pamplona 271 0,4 288 0, 176 0,3 37
Sangiiesa 256 0,6 200 0,5 154 0.4 42
Estella 156 0,3 357 0,8 298 0,6 19
Olite 43 0,2 201 0,8 109 0,4 12
Tudela 30 0,1 222 0,8 604 2,1 4
Ciudad de
Pamplona 6 0,004 480 3,4 534 3,8 0,06
Toral: 762 0,3 1.748 0,8 1.875 0,8 17
FUENTE: AGN, Estadística, legajos 6, 16, 20, 25, 31.
Cuadro 4. Ocupaciones en Navarra por merindades, 1786
Total Labra- Jorna- Arte-
Merindad Activa dores % leros % sanos % Otros* %
Pamplona 19,432 14,145 73 "1394 7 3.776 19 117 1
Sangiiesa 12.108 7.275 60 804 7 3.664 30 365 3
Estella 10.599 5.102 48 1.786 17 3.289 31 422 4
Olite 4753 1545 33 1999 42 1.058 22 151 3
Tudela 6.840 808 12 3.452 50 2.204 32 376 5
Ciudad de
Pamplona 3.624 547 15 271 7 1.733 48 1.073 30
Total: 57.356 29.422 51 9,706 17 15.724 27 2.504 4
FUENTE: AGN, Estadística, legajos 6, 16, 20, 25, 31.
* «Otros» incluye estudiantes, abogados, empleados reales, mercaderes y artesa-
nos. No incluye criados y ciertos profesionales como doctores, porque los datos
no fueron incluidos con uniformidad en todas las merindades por estas profe-
siones. Esto afecta a la cifra de «total activos» y en los porcentajes resultantes,
pero no a las comparaciones por merindad.
334
APÉNDICE. CUADROS Y MAPAS
Cuadro 5. La venta de tierras municipales y comunales
en Echauri, 1798-1828
Número % del
total de total Tamaño
Años Parcelas hectáreas cultivable medio (hec.)
1798-1806 3 0,6 0,01 0,2
1807-1809 73 37,5 4 0,5
1810-1812 267 120,8 12 0,5
1814-1816* 156 112.6 11 0,7
1817-1819 123 47,7 5 0,4
1820-1822** ND 62,1 6 ND
1823-1825 32 7,5 1 0,2
1826-1828 12 1,3 0,01 0,1
FUENTE: APN, Echauri, Velaz, legajos 83-96.
* No hay datos para 1813.
** Número de parcelas no registrado en 1822.
Cuadro 6. Origen de las guerrillas en Navarra
% de % de
Pobla- Guerri- pobla- pob. re- % del
Merindad ción lleros ción gistrada Toral
Pamplona 84.153 1.227 1,5 3 35
Sangiiesa 40.848 731 1,8 4 21
Estella 46.754 832 1,7 3 24
Olite 25.736 338 1,3 4 10
Tudela 28.504 363 1,3 3 10
Total: 225.995 3.491 1,5 3,4
FUENTE: AGN, Guerra, legajos 18-21.
335
LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
Cuadro 7. Civiles muertos y encarcelados por los franceses
Pobla- Número Prisio- % de % del
Merindad ción muertos neros Pob. Total
Pamplona 84.153 444 979 17 52
Sangiiesa 40.848 261 145 0,9 15
Estella 46.754 218 361 1,2 21
Olite 25.736 95 141 0,9 9
Tudela 28.504 75 21 0,3 4
Total: 225.995 1.093 1.647 1,2 101*
FUENTE: AGN, Estadística, legajos 18-21.
* Los totales de la última columna superan el 100% debido a que los porcenta-
jes están redondeados.
336
APÉNDICE. CUADROS Y MAPAS
VIZCAYA
GUIPÚZCOA
L A
OEcharri-Aranaz
INN
Pampl
A ve M Labiano E
SANGUESA
Sierra de Alaiz
oldocín y Lumbier
ÓS
o Los Árcos
Lerín M OLITE 0 Olite
LA RIBERA
Tafalla
o
HUESCA
LA RIOJA
TUDELA
o
Corella o
Tudela
CASTILLA
ZARAGOZA
Mapa 1. Navarra, 1808-1815
337
_LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
Sierra de Aralar Roncesvalles O
charri-Aranaz EA e
o Olriberri S
Y
Valle de Araquíl Pamplona
Ss” de Urbasa 5,42 ¿Echauri NO%in
4 2 /XX Monte de Tajonar
PS AN A
Valle de Lana Púente Tiebas ¿Idocín ó
o la Reina /XN Lumbier
Estella Sierra de Alaiz O
Tafalla /XN Sangllesa
o Los Arcos Sierra de lzco
A Ujué O
Lerín
Bárdenas Reales
Mapa 2. Teatro de operaciones, 1812-1814
338
APÉNDICE. CUADROS Y MAPAS
e
Roncesvalles
O Larrainzar
Salazar
+» Badostaín X
Andía IX. Pamplona y uéi Roncal IN.
2 1ano
INN Urbasa WEchauri O bano
Lóquiz
AR 8 Puente Carrascal gy Idocín
la Ri
NN Az
Sangiesa9
eLumbier
Tafalla
e.
OUjué
+» Guarniciones
e Guamiciones importantes Es
M e Tarazona
MX Batallas importantes
IN Centros :
o Centros insurgentes y refugios Zaráguzs
1)
0 25 5u
Mapa 3. Batallas importantes. Centros insurgentes y guarniciones
(1809-1812)
339
BIBLIOGRAFÍA
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Sección Estadística
Legajos 6-11, 16-17, 20, 25-28, 31, 33, 49 - censos.
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LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN
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Sección Estado
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Legajo 41 - papeles relarivos a las guerrillas.
Legajo 42 - papeles de los generales españoles.
Legajo 81 - papeles de la Junta de Murcia.
Legajo 3003, 3096 - correo francés interceptado,
Archivo Municipal de Corella
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Archivo Parroquial de Echauri
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ÍNDICE ONOMÁSTICO
Abbé, General Louis Nicolas,
225, 231, 233-234, 234n,
237-238, 242n, 247, 249-
250, 252-253, 253n, 254,
254n, 255-257, 327-328
Aézcoa, valle de, 158, 219, 221,
294
Agustina de Aragón, 21-22, 22n,
62
Aibar, 166-167, 183, 216, 236
Alaiz, 103, 154-155, 203
Álava, 51, 112, 112n, 137, 164-
165, 170, 221, 223-225, 227,
229-230, 238, 240, 248-250,
257, 260, 317
Andalucía, 54, 63, 68, 73, 106,
111, 274, 276, 283
Andía, Montañas de, 104, 169,
200, 202, 214, 297
Andosilla, 166-167, 183, 216, 236
Aoiz, 163n, 185, 222n
Aragón, 16, 18, 18n, 21, 33-34,
66-67, 84, 90-91, 99-100, 122,
124n, 133n, 137, 140, 142-
143, 145, 150, 153, 155-156,
163, 165, 167-168, 176, 179-
180, 184n, 196-197, 203-
204, 208, 215, 220-222, 226,
229-233, 238, 240-241,
244n, 246-247, 252, 254-
255, 257, 259-261, 263, 275,
287,314, 317-318, 320
Aranjuez, 45-47, 156
Areizaga, Coronel, 159n, 162,
162n
Arlabán, 223-225, 227, 234,
246-247, 324
Arraiza, 295n, 308
Arriba, 163n, 249
Artica, 239, 309
Asturias, 33, 53, 57, 59, 80-81,
85, 239, 275
357
ÍNDICE ONOMÁSTICO
Austria, 22, 24, 60, 286-287
Ayerbe, Marqués de, 180-181, 254
Azanza, Miguel, 51, 88n, 134,
287, 290
Baigorry, 163n, 261
Bailén, batalla de, 56, 63, 65-66,
70, 93, 99, 223, 259, 273,
322n
Barcelona, 26, 41, 43, 67, 115,
282
Barrena, Antonio, 220, 228, 318,
320
Baviera, 272, 286
Bayona, 46, 46n, 47-48, 51, 51n,
52-54, 63, 88, 154, 261, 287
Baztán, valle de, 109, 154, 202,
215, 218, 221-222, 231n,
252
Belascoáin, 202, 213
Belorado, batalla de, 204-207, 215,
217, 230, 249, 263, 324-325
«Belza», Francisco Antonio Zaba-
leta, 218, 218n
Berthier, general, 92n, 197, 225n,
239n, 289n
Bessiéres, mariscal, 16, 45n, 225,
255, 259-260
Blake, Joaquín, general, 58n, 65-
67,67n, 74, 74n, 159n
Bonaparte, José, 17, 18n, 30,
44n, 46, 51, 62n, 63, 66, 68,
68n, 69, 69n, 73, 79, 88n,
113n, 144, 258-260, 260n,
265n, 272n, 273, 273n, 284,
288-290
Bonaparte, Napoleón, 15-17,
17n, 20-23, 24n, 25-26, 28-
29, 33, 36-41, 43-44, 44n,
45-48, 50-52, 60-61, 63, 65-
66, 68, 70, 73, 79, 80, 8án,
92n, 93, 113, 144, 151, 161,
164, 168, 171, 171n, 197,
197n, 241, 256, 258, 264,
264n, 265, 265n, 266, 272n,
273, 273n, 274n, 282, 286,
288-289, 289n, 290, 321,
322n, 328-329
Burgos, 65, 82, 92n, 258
Burguete, 163n, 166, 169, 249-
250
Cádiz, 24, 54, 57, 59, 61, 63, 76,
110, 143, 166, 185, 196-197,
199n, 204-206, 224, 315
Cafarelli, general, 221-223n, 225,
232n, 233, 233n, 234n,
240n, 251, 289
Calabria, 33, 55, 267-268, 273,
285, 291, 302
Caparroso, 163n, 219, 249, 318
Carlos 1V, rey de España, 41-42,
45-46
Carrascal, 169, 171, 192-194,
198-199, 213, 217, 220, 224
Cartagena, 55, 57, 59
Caserío, 108, 135, 308
Castilla, 33, 40, 51, 75, 103,
115n, 119n, 122, 133n, 137,
140, 142-143, 145, 150, 161,
179-180, 205, 207-208, 215-
216, 240, 247, 252, 259
Cataluña, 18, 18n, 33, 64, 67-68,
115n, 166, 170, 229, 241, 275,
283, 287, 289-290
Ciudadela, 37-40, 44, 155, 175,
226, 261, 313, 315, 317,319,
321,323, 3235, 327,329
358
Clausel, general, 259-260, 260n
Consejo de Castilla, 40, 51
Constitución de 1812, 23, 157
Córcega, 267, 267n
Córdoba, 55, 63, 68, 69n, 273,
273n
Corella, 88-89, 93, 107, 107n,
111, 113, 117-120, 122, 126,
126n, 128, 128n, 134n, 146,
148, 148n, 149, 162, 179,
215, 295-296, 299-301, 303,
305
corso terrestre, 65, 67, 69, 71,73,
75, 77, 79-81, 83, 85, 156,
163, 174, 183-184, 217, 263,
321
Cortes de Cádiz, 61, 110
Cruchaga, Gregorio, 166, 169,
174, 185-186, 190, 192-193,
200, 203-204, 220, 228, 247-
249
Cruchaga, Juan José, 158, 162,
166, 169, 174, 185-186, 186n,
190, 192-193, 200, 203-204,
220, 227-228, 247, 248, 248n,
249
Cuenca, 57, 273n
Cuevillas, 82, 160-161, 180
D'Agoult, general, 40, 58, 101n,
154, 163-165, 171n, 172,
172n, 173-175, 287
D'Armagnac, general, 37-41
Desboeufs, Marc, 67, 250n
Desdevises du Dezert, Georges,
31
Dorsenne, general, 241
Dos de Mayo, 16, 47, 47n, 48-
50, 50n, 51-53, 58, 87
ÍNDICE ONOMÁSTICO
Dufour, general Georges, 164,
167-168n, 170, 170n, 171-
172, 172n, 173-176, 193, 197,
208, 263
Duhesme, general, 30n, 41
Dupont, general, 49n, 63, 63n,
273
Durán, José Joaquín, 80, 244n,
293
Ebro, valle del, 15, 34, 42, 64,
90, 93, 100n, 105, 107, 118,
163, 249, 293, 313
Echarri-Aranaz, 97m, 111, 117,
122, 123n, 129, 184, 202,
219,308
Echauri, 112-113, 117, 117n,
122n, 124-125, 128, 134-135,
145, 147-150, 193, 202, 211,
214, 220, 226, 279n, 294-300,
302, 306, 308
Echeverría, Pascual, 154, 179-
180, 186, 195-196, 309
Eguaguirre, Andrés, 94, 96-97,
97n, 98, 154, 157, 176, 195,
263, 304
Ejea de los Caballeros, 167, 222n,
236
Elizondo, 163n, 249
Empecinado, el, Juan Martín, 25n,
28n, 82, 82n, 83-85, 179-
180, 182, 206, 240, 324, 329
Ergoyena, valle de, 117, 305
Esdaile, Charles, 27n, 264, 265n,
322
Estella, 88, 88n, 89-90, 96, 103,
105, 117, 121, 124, 128, 154,
160, 163n, 164, 168-170, 172n,
177m, 179, 195-197, 202, 210-
359
ÍNDICE ONOMÁSTICO
212, 214-215, 220-221, 222n,
223, 227-229, 235-238, 241,
243-245, 250, 252, 277, 280,
293-294, 303, 305-308, 324
Fernández, Sebastián, 220, 223
Fernando VII, rey de España,
23n, 32, 43, 45-48, 51-55,
60, 69, 77, 88, 155, 181, 281,
287, 313, 315-316, 319-320
Ferrer, Juan, 274, 275n
Ferrol, El, 71-72
Fuenterrabía, 163n, 249, 258
Galicia, 26, 33-34, 57-58, 65-66,
71-72, 73, 73n, 74, 74n, 75,
75n, 76-77, 115n, 132, 155,
159, 188, 205, 275
Ganivet, Ángel, 25, 25n
Garcés de los Fayos, Hermenegil-
do, 154, 189
Gerona, 30n, 78
Gibraltar, 42, 44
Gil, Luis, 94-96, 97n, 154, 157,
263
Godoy, Manuel, 24n, 42-44,
44n, 45-46, 120, 120n, 170n,
277, 284
Gómez de Arteche, José, 24
Górriz, José, 156-157, 185, 190,
192-193, 200, 220, 306
Górriz, Lucas, 156, 185, 190,
192-193, 200
Goya y Lucientes, Francisco de,
79, 236, 238n
Granada, 55, 59, 63, 68, 68n, 275,
282-283
Grouchy, general, 47, 47n, 49,
49n, 62n-63n
Guadalajara, 33-34, 82-83, 85, 324
Guipúzcoa, 42, 317, 111, 137,
170, 183, 213, 218, 223,
226-227, 229, 238, 247. 252,
254, 256-257, 317
Gurrea, Manuel, 154, 183
Harispe, general, 163-163n, 221-
223, 225
Hernández, Juan, 179, 186, 195-
196, 217-218
Hofer, Andreas, 291, 291n
Huarte, 163n, 210
Huarte-Araquil, 163n
Huesca, 67, 233, 250n, 252,
254-255
[bargoiti, 299n, 306
Idea, de «guerra», 46, 68, 81,
144, 177-181, 191-192, 218,
240, 267, 320
Idocín, 156-157, 183, 187-189,
192, 213, 219, 306-307
Ilundáin, María Teresa de, 156, 187
Independencia, Guerra de la, 28,
88n, 90n, 118n, 276n, 279,
301, 320-321, 328
Irún, 45n, 88n, 93, 158, 163n,
224-225
Irurzún, 163n, 211, 249, 293
Izquierdo, Miguel, 144
Jaca, 67, 153, 251, 261, 325
Jouffroy, 230, 232n
Junta Central, 22-23n, 55-56, 59,
61, 66-67, 70, 77-78, 80, 82,
154, 159n, 179, 274, 274n
Junta de Aragón, 94, 185
Junta de Cádiz, 63
Junta de Galicia, 76
360
ÍNDICE ONOMÁSTICO
Junta de Granada, 63
Junta de Guadalajara, 83-84
Junta de Oviedo, 80
Junta de Sevilla, 63
La Coruña, 55, 71-72
La Romana, general, 72, 73n, 80
Labiano, 167, 170n, 171
Lacunza, 184-185
Larrodé, Mariano («Pesoduro»),
232, 236
Laya, 130-131, 157, 188
Lecumberri, 163n, 222n, 249
Lefebvre-Desnóettes, general, 62,
90, 90n, 91, 92n
León, 33, 55, 75, 80, 82
Lérida, 68, 68n, 159, 166
Lerín, 228-229, 232, 236, 249,
259, 263, 292, 324-325
Leyre-Codés, línea, 103-104
Lisboa, 44, 76
Lodosa, 163n, 259
Logroño, 58-59, 91-92, 141-142n,
205, 210
Longa, Francisco, 82, 227, 329
Los Arcos, 160, 162-163, 163n,
170, 222n, 228
Lumbier, 108, 163n, 166, 169-
170, 193, 201, 203, 217, 219-
221, 226, 238, 288, 295
Madrid, 16, 18, 37-38, 40-42,
46, 47, 47n, 48, 50, 50n, 51-
52, 55, 58, 60, 62-65, 69n,
79, 81-82, 85, 91, 92n, 104,
106, 110, 115n, 138-141,
144-145, 149, 170, 173, 188,
258, 273-276n, 280, 283,
285, 290, 292, 315, 317
Mahón, duque, 164, 288
Málaga, 142n, 275
Malasaña, Manuela, 50, 50n
Mancha, La, 69, 115n, 224, 239,
310
Manhé, Charles-Antoine, 268
María Luisa, 42,46
Marianne, 22, 22n
Martín de Mina, Juan, 156n, 183n
Martín, Andrés, 158, 160, 177,
179, 183, 205-206, 25]n,
281,306, 310
Masséna, mariscal, 18, 18n, 201,
265, 265n
Medina de Río Seco, 71, 79
Mendigorría, 163n, 210, 215,
318
Mendiry, Jean, 209, 209n, 212,
226, 237, 308
Mendizábal, general, 120, 227,
234-235, 238
Merino, Jerónimo («el cura»), 33,
82,85, 279, 329
Miguel e Irujo, Casimiro Javier,
94-95, 154-156, 196-197
Mina, Clemente, 187, 196
Mina, Francisco Espoz llundáin,
15-16, 18, 26n, 28n, 33, 69,
95, 106, 108, 114, 132, 132n,
138, 141-142, 149n, 153-
158, 169, 172, 177, 181n,
183, 183n, 184-190, 190n,
191-193, 193n, 194-196, 198,
200-205, 205n, 206-208,
209n, 212, 214, 216, 216n,
217-218, 218n, 219-225, 227-
232, 232n, 233, 233n, 234,
235, 235n, 236-238, 238n,
239, 239n, 240-245, 245n,
361
ÍNDICE ONOMÁSTICO.
246-248, 248n, 249-261, 263,
278, 281-282, 289, 292-295,
302, 304, 306, 309-311, 313-
321, 323-325, 327-329
Mina, Javier, 15-16, 18, 25-26, 28,
34, 69, 132, 138, 141-142,
149, 153, 155-158, 160, 162,
164, 166-170, 170n, 171,
171n, 172, 174, 174n, 176-
177, 177n, 178-180, 181n,
185, 189, 191, 193, 193n, 196,
263, 304, 306, 309, 321, 321n
Mina, Simona, 187
Mina, Vicenta, 187
Molina de Aragón, 203, 205
Monreal (valle de Elorz y valle de
Ibargoiti), 149n, 157, 163,
203, 213, 220, 306-307
Montaña, 103-114, 116-118,
120-125, 127-136, 138-141,
143, 145-151, 163n, 169-
170, 172, 179, 186, 204-205,
210, 214-215, 220, 222, 279,
284, 293, 295-296, 299, 302-
304, 307-309, 311, 318, 326
Moore, general, 74, 74n
Motrico, 230, 239
Munin, José Benito, 76-77
Murcia, 58-59, 103
Nápoles, 113, 272, 272n
Navarra, 15-16, 18, 18n, 33-36,
38, 40-42, 45n, 52n, 64,
69n-70n, 86-87, 89-90, 92,
94, 9n, 96, 98-101, 101n,
103-106, 108-117, 119-124,
127-128, 130, 132-134, 136-
147, 149-151, 153-173, 175-
183, 185-187, 189-193, 195-
206, 208-212, 214-217, 220-
225, 227-233, 235, 239-245,
247, 250-251, 253, 255-257,
259-260, 263-267, 269-271,
273, 275-293, 295, 297,
299-305, 307-311, 313-317,
319-329
Neuchatel, príncipe de, 101n, 104n,
108n, 198n, 202n, 226n
Ney, Marshal, 72, 75, 159
Ocaña, batalla de, 78, 78n, 80
Odoards, Fantín des, 327-328
Olite, 98n, 103, 121, 183, 210-
212, 215, 301-302, 305-308,
318
Oporto, 72, 76
Orbaiceta, 163n, 249
Otano, 155-156n,
306-307
País Vasco, 33, 58, 64, 82, 93,
111,259
Palafox y Melcí, general, 21, 55,
62, 65, 90, 96, 180, 282
Pamplona, 37-41, 44-45, 58,
87-90, 93, 97n, 101, 103-106,
108-109, 111-113, 116-117,
121-125, 127-128, 128n,
131-132, 134-135, 138-140,
142, 145, 147-150, 154-159,
163, 163n, 164-167, 169-
170, 173-175, 178, 183, 186-
188, 190, 192, 195, 197-199,
202, 209-215, 217, 219-220,
225-226, 230, 234-238, 242-
243, 245-256, 261, 266, 270,
277-279, 284, 288-289, 293-
299, 303-310, 314-315, 317-
320n, 324-325, 327
157, 185,
362
ÍNDICE ONOMÁSTICO
Pannetier, general, 201, 225,
227-228
París, 34-35, 38, 41, 46, 140,
154, 168, 170, 197, 271, 290
Peralta, 163n, 318
Porlier, general, 80, 161, 329
Puente la Reina, 97n, 124n, 158,
163n, 182, 199-202, 210,
214, 238, 251-252, 255, 319
Puigblanch, Antoní, 181, 186
Quintana, José Manuel, 61, 282
Reille, general Honoré Charles,
104, 104n, 108, 108n, 164,
196-198, 199, 199n, 200-
202, 202n, 205n, 207-210,
212, 215-217, 219, 221-223,
226, 226n, 227, 227n, 228,
230-231, 231n, 236, 236n,
237, 289
Revolución de 1808, 37, 53
Revolución Francesa, 23, 4l,
263, 265
Reynaud, Jean-Louis, 32-32n
Reynier, general, 164-166, 272
Ribera, 89, 103, 104-105, 105n,
106, 106n, 107, 108-109,
111-113, 116-128, 131-133,
142-143, 146, 148, 150, 169,
172, 179, 205, 215, 249, 251,
278, 284, 295-296, 303, 309,
314n, 318, 326
Rioja, La, 33, 82, 160, 196, 204,
238n
Robespierre español, El, 57, 58n,
70, 70n
Robres, 184n, 233n, 246
Rocaforte, 233-235, 237-238
Roncal, valle del, y pueblo, 93,
141, 155, 158, 160, 163-164,
169, 174, 183n, 185, 213,
219-221, 226, 237, 241, 248,
260, 284, 291, 295, 305, 309,
321
Roncesvalles, 37, 93, 163n, 166,
169, 226, 249-250, 252, 293,
307
Roselló, Antonio, 315-316
Rousseau, Jean-Jacques, 266, 285
Rusia, 18, 43, 129, 258
Sádaba, Miguel, 179, 184, 186,
192,195
Saint Yon, 186, 186n
Salamanca, 57, 80, 85
Salazar, valle de, 66, 71, 74, 141,
185, 203, 215, 219-221, 226,
275, 284
San Sebastián, 41, 150, 255, 261
Sánchez, Julián, 80, 82, 85
Sangiiesa, 15, 94-96, 99, 103,
109, 117, 121, 124, 128,
128n, 163n, 168-169, 183,
187, 192, 201, 203, 210-212,
215, 220, 228, 230, 233,
235-236, 240, 277, 294,
303, 305-308
Sansol, batalla de, 160-161
Santa Clara, marqués de, 111n,
113
Santa Cruz de Campezo, 165-
166, 176n, 221, 227, 230
Santiago de Compostela, 71-72
Santisteban, 173n, 249
Sarasa Félix, 154, 156-157, 239
Semanario patriótico, El, 23n, 70,
70n, 73n, 84
363
ÍNDICE ONOMÁSTICO
Sevilla, 55, 59, 63, 68-69, 110,
274n, 278
Solano Costa, Francisco, 25-26
Soria, 33, 203-204
Sos del Rey Católico, 64, 223,
240, 240n, 257
Soulier, general, 15-16, 16n, 232n,
240
Soult, Mariscal, 30, 65, 71-73,
73n, 75, 79, 159, 261, 265,
269
Subiza, 185, 220
Suchet, Mariscal, 18, 18n, 32,
66, 68, 68n, 83-84, 163-166,
171, 176, 219-220, 231-233,
238, 240-241, 242n
“Tafalla, 94, 97-98, 98n, 107,
157, 163n, 181, 183, 215,
225, 235-237, 240, 247, 249,
252-253, 256, 276, 305, 307
Talavera de la Reina, 57, 78
Tarazona, 204-207, 216, 249,
251, 325
Temprano, Antonio, 44, 81, 154,
177
Thouvenot, 230, 239n, 246n
Tiebas, 163n, 256
Tirol, El, 33, 35, 272, 273n, 280,
286, 291, 291n, 302, 302n,
303
Torre, Joseba de la, 291-292
Tortosa, 57, 310
Tris, José («Malcarado»), 232-
233n, 246-247, 309
Tudela, 65, 90-92, 92n, 93, 96, 99,
100n, 101, 103, 103, 107, 112-
114, 116-119, 121-122, 126-
128, 128n, 134n, 141, 143,
146, 148, 150, 161-164, 169,
171n, 172n, 177n, 204-205,
210-212, 214, 235, 244n, 247,
249, 253, 261, 277, 293, 295,
299, 305, 307-308, 316, 325
Tuy, 71-72, 75
Uclés, batalla de, 66, 80
Ujué, 95-96, 97n, 98n, 154-155,
157, 166, 169-170, 183, 196,
202-203, 215, 278, 291, 295,
305, 307
Ulzurrún, Ramón, 216, 220
Urdás, 163n, 177n, 249
Valcarlos, 93, 154, 215, 252
Valencia, 25n, 49, 53, 57-59, 64,
69, 69n, 83-84, 87, 89n, 159,
168, 197, 199n, 231, 233, 235,
238, 240-241
Valladolid, 40, 82
Vallesantoro, Marqués de, 38, 40,
164, 288
Vendeé, guerra de la, 29, 33, 35,
243n, 267, 268, 268n, 269,
271-272, 274n, 280, 285,
302
Verdier, general, 101n, 268
Vessolla, marqués de, 110n, 111n
Viana, 88, 307
Vigo, 71-72
Villacampa, Pedro, 80, 329
Villafranca, 163n, 182, 318
Vitoria, 18, 101n, 165, 202, 223-
225, 246-247, 251-252, 258,
260-261, 313, 325
Vizcaya, 18, 18n, 45n, 52n, 65,
111, 111n, 129, 137, 170, 197,
225, 227, 239, 251, 289n
364
a ÍNDICE ONOMÁSTICO A SE
Wellington, duque, 17-18, 18n, Zaragoza, 21-22, 22n, 26, 30n,
27-28, 28n, 29, 29n, 72-73, 51n, 54, 55, 55n, 56, 62, 65-
206, 247, 255-256, 259-261, 66, G66n, 68, 80, 85, 90-91,
322 93-94, 153-156, 181, 210,
Westermann, 268, 269 230-231, 233n, 248n, 252,
257,261, 307, 322n, 325
Yanguas y Miranda, 90-91, 244, Zuera, 167,233
244, 244n, 245 Zumaya, 239, 247, 256
365
Alianza
Editorial
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Psicoanálisis
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Sociologia
Otros
P<€
3492022
ISBN 84-206-7946-1
OM
78 679464
8420
,
En esta obra, John L. Tone desmonta
algunos de los mitos que han deformado
la historia de la Guerra de la
Independencia española (1808-1814) y
que presentaban la movilización
guerrillera como fruto del ardor
patriótico o del simple bandidaje. Por el
contrario, la guerra de guerrillas se
explica aquí como una reacción de
autodefensa de las comunidades
campesinas contra el carácter predatorio
del ejército de ocupación. Es por ello que
la guerrilla se nutría de labradores
propietarios que luchaban por sus
propios intereses, ligados a la «economía
moral» del Antiguo Régimen.
John L. Tone es profesor de Historia en
la School of History, Technology and
Society del Georgia Institute of
Technology.
El libro universitario
Alianza Editorial